El Cairo, 31 may (dpa) – Cuando el artista de «street art» Ammar Abo Bakr se decide a llenar de color uno de los grises muros de El Cairo, suele ser por la tarde, especialmente los viernes, cuando apenas hay tráfico en la bulliciosa capital egipcia. A sus 35 años, acompañó con su arte la revolución de 2011 y sigue haciéndolo hasta la fecha.
Sus agudas obras se inspiran en el antiguo imaginario egipcio y adornan muchas de las calles que rodean la emblemática plaza Tahrir, centro de la rebelión que llevó a la caída de Hosni Mubarak. Pero desde entonces, pareciera que la revolución se ha esfumado: hoy gobierna como presidente el ex jefe del Ejército Abdel Fattah al Sisi y decenas de miles de opositores se encuentran en prisión.
Sin embargo, el autocrático mandatario será recibido el miércoles en Berlín por el presidente y la canciller alemanes con los honores de un jefe de Estado, una decisión que no sólo indigna a los activistas defensores de los derechos humanos. Y es que en el Egipto de Al Sisi, las manifestaciones están prohibidas de facto, aunque, según Abo Bakr, pintar en los muros aún se tolera.
La última vez, cuenta, pintó un muro frente al Instituto Goethe, decorándolo con símbolos de aves y figuras tradicionales egipcias. A veces, la policía lo detiene, pero luego lo vuelve a dejar en libertad. «Siempre quieren saber quién está detrás de mí, quién me paga. No pueden entender que sea yo quien me compre la pintura», explica.
Abo Bakr ha pintado muchos retratos de jóvenes revolucionarios que en 2011 murieron a manos de las fuerzas de seguridad en la plaza Tahrir o en las protestas posteriores. En Berlín inmortalizó recientemente a la activista y poeta Shaima al Sabagh en un proyecto de arte urbano. La joven mujer murió tras ser tiroteada el 24 de enero por un policía cuando depositaba flores en la plaza Tahrir en recuerdo de los fallecidos durante la revolución. Bakr tituló su obra «Revolución sin esperanza y sin desesperación».
Sabagh era socialdemócrata, no islamista, pero el régimen de Al Sisi ejerce su represión contra opositores de todos los colores. Decenas de miles se encuentran entre rejas, a menudo son torturados y las condenas a muerte se ejecutan sin dilación. Este año, suman ya siete. Dos de los condenados a la pena máxima ya habían sido detenidos en el momento en el que supuestamente atentaron contra policías.
La represión del régimen se justifica con la «guerra contra el terror». El terrorismo existe, sobre todo en la península del Sinaí, pero también con atentados ocasionales en El Cairo y el delta del Nilo.
Tras el derrocamiento del presidente Mohammed Mursi, elegido democráticamente pero contra el que tuvieron lugar multitudinarias protestas por su autoritaria forma de gobernar, el gobierno de Al Sisi declaró los Hermanos Musulmanes de Mursi como organización terrorista.
Según diplomáticos occidentales, no existe una relación sustancial entre la clandestinidad terrorista y los Hermanos Musulmanes. Pero para las fuerzas de seguridad, que la organización sea tildada de terrorista supone en la práctica vía libre para arremeter arbitrariamente contra presuntos islamistas.
El 19 de mayo, agentes vestidos de civiles detuvieron al estudiante Islam Salah Eldin Atitu en la sala de exámenes de la Universidad Ain Shams de El Cairo. Atitu simpatizaba con los Hermanos Musulmanes. Al día siguiente, su cadáver fue hallado en una desértica carretera a las afueras de la capital. Según familiares, presentaba fracturas en las costillas y heridas craneales.
El Ministerio del Interior declaró en cambio que Atitu, sospechoso de asesinar a un alto mando policial, fue descubierto en su escondite y, como opuso resistencia armada, fue ejecutado a tiros. La versión oficial contradice los hechos, pues el estudiante fue sacado de la universidad por agentes. «¿Se ha convertido el ministerio en un escuadrón de la muerte que liquida a activistas?», polemizaba la semana pasada el abogado Jalid Ali.
Esa misma tarde, en el sindicato de periodistas compartía el estrado la psiquiatra Aida Seif al Dawla. La experta dirige el centro Nadeem para la rehabilitación de víctimas de la violencia. «Llevo 20 años asesorando a víctimas de torturas, pero nunca había visto tanto miedo como desde julio de 2013», cuando Al Sisi derrocó a Mursi, rezaba su balance de la situación.
En los últimos seis meses, 16 personas han muerto en centros presidiarios a causa de las heridas sufridas durante las torturas, contó la psicóloga. «No son sólo casos basados en afirmaciones de los familiares, sino que hay evidencias forenses o informes médicos que describen claramente signos de tortura».
Y sin embargo, el presidente Al Sisi goza de enorme popularidad. Su nivel de aceptación en las encuestas se sitúa en un 89 por ciento, según informaba este mes el instituto Basira. Aunque en las respuestas de los sondeos pueden haber influido el miedo o la precaución, actualmente una mayoría de egipcios respalda a su presidente. El trato que éste les ofrece parece sencillo: él se ocupa de asegurar la calma y el orden a cambio de que los ciudadanos renuncien a gran parte de sus libertades políticas.