Bruselas, 15 jun (EFE).- El «cheque» británico, el rechazo al euro, las salvaguardas sociales… El Reino Unido siempre ha hecho valer sus peculiaridades para proteger sus intereses en una UE cada vez más integrada, un sentimiento de insularidad que puede verse culminado con la salida del socio más excéntrico de la Unión.
«Tenemos el carácter de una nación isleña: independiente, franca, apasionada en defender nuestra soberanía. No podemos cambiar esa sensibilidad británica más de lo que podemos drenar el canal de La Mancha. Y debido a esa sensibilidad, venimos a la Unión Europea con una mentalidad que es más práctica que emocional», decía el primer ministro británico, David Cameron, en enero de 2013.
Toda una declaración de intenciones que poco más de tres años después se iba a materializar en la convocatoria de un referendo para decir sí o no a una Europa a la que Cameron arrancó en una cumbre en febrero las últimas concesiones a su miembro más díscolo.
Con la llegada de Londres a la Comunidad Económica Europea en 1973, cuando los cimientos del bloque eran ya sólidos y el eje franco-alemán lideraba con fuerza los ideales de integración europea, se filtró un pragmatismo ante las decisiones procedentes de Bruselas que muchos consideraron un freno al proyecto común.
Los dos vetos que llegó a imponer a su adhesión en los sesenta el presidente francés Charles de Gaulle, que argumentaba entonces que «Gran Bretaña ya no era gran cosa», marcaban las distancias continentales ante la llegada de una economía que iba a necesitar apoyo urgente, recuerda Stephen Wall, antiguo asesor del ex primer ministro británico Tony Blair, al European Policy Center (EPC).
Tras el ingreso, los laboristas llegaron al poder prometiendo ya un referendo sobre la salida -celebrado en 1975 y en el que ganó el sí a la permanencia- con el que lograron ventajas presupuestarias.
Al imponerse al frente del Gobierno británico la conservadora Margaret Thatcher (1979-1990) y sus reformas económicas, los ataques a los principios vitales de la CEE parecieron alcanzar un clímax en su famoso discurso de 1988 en Brujas (Bélgica), a pesar de que la «Dama de Hierro» nunca consideró la salida del Reino Unido de las políticas centrales de la Unión, según ese experto.
Thatcher fue firme defensora del mercado único, una de las metas por las que más ha trabajado siempre el Reino Unido, que ha tenido también un papel destacado en la política exterior y comercial comunitaria así como al apoyar adhesiones posteriores.
En paralelo, fue la responsable de negociar en 1984 una de las principales concesiones que mantiene el Reino Unido frente al resto de sus socios: el «cheque» británico, la compensación que la UE devuelve a ese país al hacer valer el escaso beneficio para su pequeño sector agrario de la mastodóntica Política Agrícola Común, que aún absorbe la mayor parte del presupuesto comunitario.
El Reino Unido hizo gala también de su insularidad al mantenerse fuera del espacio sin fronteras Schengen y acogerse a cláusulas de exclusión voluntaria en cuanto a la adopción del euro como moneda común, la política comunitaria de asilo y asuntos de Justicia e Interior, apuntó a Efe el analista político Pawel Swidlicki, del centro de estudios Open Europe.
Goza además de un protocolo en la Carta de Derechos Fundamentales de la UE que explicita su limitación a las leyes nacionales existentes, y se mantuvo fuera del Protocolo social adjunto al Tratado de Maastricht de 1992 hasta que lo incorporó Blair.
En opinión del analista sénior del German Marshall Fund de EEUU Michael Leigh, es en cambio «engañoso» pensar que el Reino Unido es el único país que busca un «tratamiento especial».
Aunque teóricamente todos los países deben adoptar el euro cuando estén listos, Suecia y Polonia aseguran que no piensan incorporarlo y tanto el Reino Unido como Dinamarca tienen cláusulas de exclusión.
En esa línea, el Reino Unido e Irlanda se excluyen formalmente de Schengen mientras que Bulgaria, Croacia, Chipre y Rumanía aún no participan completamente en él, indicó a Efe Leigh, que recuerda que Polonia mantiene igualmente una posición diferenciada ante la Carta de Derechos Fundamentales.
El Reino Unido simplemente «es más franco que otros en la defensa de sus intereses cuando se siente amenazado por iniciativas de Bruselas», zanjó Leigh.
Para hacer campaña a favor de la permanencia, Cameron logró en febrero nuevas concesiones para disponer de un «freno de emergencia» en el acceso a beneficios sociales de trabajadores comunitarios o mantenerse al margen de una Unión cada vez más integrada.
El director ejecutivo y economista jefe del programa de Política Económica de Europa del EPC, Fabian Zuleeg, dijo a Efe que lo obtenido por el Reino Unido era «el mínimo necesario», aunque un alto funcionario comunitario lo tiene claro: «El acuerdo del Consejo Europeo de febrero es lo que hay y no habrá más». EFE