Dando una mirada a lo que sucede a nuestro rededor nos percatamos que la pobreza crece, la desigualdad crece, la fortuna de un minúsculo grupo de súper adinerados crece, las escaladas bélicas y la injerencia de los imperios en territorios soberanos crecen, la brutalidad policial y el abuso de poder crece… muchas cosas están creciendo, pero no así nuestra percepción y nuestro entendimiento de todas estas señales. La supervivencia de cada ser humano que está montada sobre una frágil burbuja creada por un sistema económico perverso e inhumano está amenazada, y nosotros seguimos preocupados por el partido de fútbol del domingo o por el escándalo mediático de tal o cual ridículo personajillo de la farándula.
La realidad nos va a tomar por sorpresa si no empezamos a prestar atención a todo lo que ocurre a nuestro rededor, y la sorpresa no será consecuencia de un cambio repentino y antojadizo de las cosas, sino de nuestra obstinación suicida en no ver lo obvio…
En el libro de Bauman y Bodoni titulado «Estado de Crisis», los autores señalan que desde hace algunos años la humanidad recibe diariamente una avalancha de noticias inquietantes, cada una peor que la anterior, y la sensación de que algo grave está pasando es cada vez más palpable. No sería la primera vez, por supuesto, que grandes terremotos políticos y sociales amenazan un panorama otrora considerado inmutable. Pero en esta oportunidad estamos tan interconectados que no necesitamos de la distancia histórica para, al menos, intuir que la crisis no es pasajera y que en realidad atravesamos una época de transición hacia un futuro imprevisible.
Luego expresan que la democracia está enferma porque la gente ya no ve en el Estado esos mecanismos de protección y amparo que lo justificaron, sino un aparato burocrático encadenado por unas fronteras físicas y unas regulaciones que lo hacen cada vez más inútil. Porque el poder verdadero, localizado en un flujo global de capital, se ha separado de la política, que sigue operando a nivel nacional y local. Ahora la suerte de la gente depende de personajes oscuros a quienes nadie ha elegido y que no le responden a nadie, cuyo único objetivo es hacer crecer capitales que se mueven vertiginosamente por el mundo. Capitales que desde el triunfo del neoliberalismo ya nada tienen que ver, como en el pasado, con la industria y el trabajo, sino con la especulación y la apuesta.
Y concluyen señalando que esa incapacidad para enfrentar los designios del mercado ha puesto a los Estados de rodillas, desesperados por mantener el statu quo. Y ha desvirtuado logros obtenidos con sangre: los servicios públicos, por ejemplo, que otrora justificaban la organización estatal, ahora son negocios privados en muchos países, desde la salud hasta el agua. Los contratos de trabajo, que ofrecían la posibilidad de una vida de progreso estable, han caído ante figuras flexibles que mantienen a la gente en ascuas. El viejo proletariado ha dado paso al precariado, donde aún las personas de las clases medias viven al borde del desempleo y del abismo. Y el ciudadano, orgulloso detentador de derechos, ha dado paso al consumidor, acorralado por mantener un nivel cada vez más volátil.
A finales de la década del ´80 los países de América Latina tenían grandes dificultades para reasumir el crecimiento económico auto sostenido. El aumento de la pobreza en términos absolutos y relativos y la vulnerabilidad de los mercados nacionales frente a los impactos recesivos externos, entre otros factores, fueron generando una revalorización del rol del Estado en la economía. Como sustento de esto se concibieron a las políticas populistas de las décadas anteriores como creadoras de soluciones de corto alcance ya que finalmente produjeron colapsos económicos que se corrigieron a través de la estabilización ciertas medidas ortodoxas, en muchos casos acompañadas por el derrocamiento del régimen anterior (como sucedió en Argentina, Brasil) demostrando que la única manera posible de romper con este “ circulo vicioso” era apostar al neoliberalismo, un paradigma que buscaba transformar sustancialmente la estrategia de crecimiento y desmantelar la estructura populista del Estado, debido a este devenir histórico de la estatalidad.
Por otro lado, la historia reciente de América Latina ha sido la historia de las reformas. Pero ¿qué se modificó? ¿Se logró configurar un Estado, como aparato estable, inclusivo, incluyente, eficaz, medianamente democrático? ¿Las relaciones sociales que definen la forma del Estado lograron una armonización? ¿Los agentes de mercado no se asumen como sociedad civil y viceversa? Si estos interrogantes y los muchos más que se pueden y deben de recogerse, desde la filosofía y la teoría política, mal llamada heurística, están resueltos y pueden ser sostenibles desde el discurso y la acción de las reformas, estamos ante un nuevo sentido de Estado. Pero como estos procesos de reforma han sido «cosméticos», la interpretación y discusión de lo que implica la crisis del Estado están vigentes y van más allá de la comprensión del límite estructural que determina la existencia de todo Estado como aparato de dominación.
Es así que muchos de los rasgos que son leídos como novedad histórica, en el caso de los estados nacionales europeos (por ejemplo, la pérdida relativa de autonomía para fijar reglas a la acumulación capitalista en su espacio territorial, comparada con la etapa interventora-benefactora) no lo son para los estados denominados periféricos.
El problema de estos diagnósticos está en la coherencia lógica interna y en la solvencia académica, aceptada por una comunidad institucionalizada en diversas escuelas de pensamiento, que buscan explicar y dar cuenta de la realidad y construir nuevos «sentidos comunes» capaces de guiar y legitimar cursos de acción que puedan tener un impacto efectivo en la realidad que metodológicamente se pretende modelar.
Por ello es necesario reconstruir para el futuro, desde herramientas metodológicas y categorías que permitan descifrar la política como antagonismo y las razones de la interacción y orden social no como posibilidad, sino como mecanismos de superación y transformación. Las categorías de clase social y de totalidad permiten hacer frente crítico a esta orientación neo institucionalista o de elección racional, en la que predomina el individuo y no el sujeto.
Es evidente que el eje de discusión ha cambiado, las significaciones culturales sostenidas por los distintos sectores de nuestras sociedades no son idénticas a las de décadas pasadas. Primero vino la oleada revolucionaria y luego las dictaduras militares; ahora asistimos a un momento donde esas experiencias han dejado sus consecuencias, con la aparición y en el presente desaparición de gobiernos anti neoliberales, fruto del poder económico en juego. La crítica de la cultura de militancia en las organizaciones populares y la revalorización de la democracia política y los derechos civiles, han establecido nuevos ejes políticos, los cuales, suponen una «secularización» de la política y un desencantamiento sobre los grandes modelos políticos.
Hemos perdido, en fin, la visión del horizonte al que se podría llegar, en medio de una confusión creciente, un desencanto mayúsculo, una indiferencia ciudadana como nuca se había experimentado, una corrupción rampante y cada vez más extendida, una clase política ignorante y sedienta de poder y riqueza, y un pueblo embrutecido por unos sistemas educativos que buscan crear masas ignorantes y maleables.
(*) Alfonso J. Palacios Echeverría
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Franklin Rojas H.
Excelente…muy buen enfoque; es triste pero un pequeño y perverso grupo en la cúspide, nos manipulan como borregos a nivel mundual. Siguiente paso en sus planes, «un solo gobierno mundial». Pero como usted apunta, la indiferencia y la ignorancia de las gentes es cada vez mayor.