Viajes por mi biblioteca, 13
A la memoria de Gregorio Hinojo Andrés
La biblioteca es la alacena del ratón. Allí no pueden faltar los diccionarios, que son manjares suculentos, aunque duros de roer. Y por eso en la mía hay toda clase de ellos: los de la Lengua (el DRAE, Martín Alonso, Eduardo Benot, Hispánico Universal), los etimológicos (García de Diego, Monlau), los de sinónimos y antónimos (Océano, Espina) el histórico mexicano; los indígenas (chorotega, cabécar, los ‘nahuatlismos de Gagini); los ingleses (el gran Webster, Cortina, Appleton, Seoane), los franceses (Larousse, Robert, Salvat), los italianos (Palazzi, Petrocchi, Garzanti), los alemanes (Wahrig, Quintano-Heilpern, Amador), el Pompeu Fabra del catalán; los de portugués, holandés, ruso; los clásicos griegos (Pavón-Echauri , Rocci) y los latinos (Calonghi, Wheelock, De Miguel).
Ahora repaso al azar las páginas del enorme ‘Nuevo Diccionario Latino-Español Etimológico’ de Raimundo de Miguel y el Marqués de Morante (Sáenz de Jubera, Hermanos, Madrid, edición póstuma de 1893) con la mente puesta en un recuerdo preciso: hace unos quince años, en esta misma sala en la que me encuentro ahora, nuestro querido amigo Gregorio Hinojo, Catedrático de Lengua y Literatura Latina en la Universidad de Salamanca, me hacía notar las virtudes de ese diccionario etimológico por encima de otros incluso más recientes, y el raro privilegio que suponía para mí ser dueño de un ejemplar.
Estoy hablando de esto porque anoche me comunicaron la noticia de la muerte de este leal y grande amigo, tantas veces cómplice en el ejercicio ratonil por las librerías salmantinas.
Gregorio Hinojo Andrés había nacido en Teruel, Región Aragonesa, en 1943. Estudió Filosofía y Letras en las Universidades de Valencia y Salamanca, y se doctoró en esta última en 1976, donde transcurrió toda su carrera académica (Adjunto, Titular, Catedrático) hasta 2013, año en el que la Universidad de Salamanca lo exhaltó al rango de Catedrático Emérito.
Fundador y miembro de prestigiosas revistas de Filología Romance. Autor y coautor de once libros y más de un centenar de artículos y ponencias, fue por largos años Director del Departamento de Filología Clásica e Indoeuropea, Presidente de la Federación de Estudios Clásicos de la Región de Castilla y León, y Vicepresidente de la Sociedad Española de Estudios Clásicos. Hace una semana, como un viejo elefante, Gregorio regresó a su Teruel natal donde un infortunado accidente le quitó la vida a los 74 años, en posesión plena de sus facultades.
Yo lo había conocido hace unos treinta y cinco años, en la ciudad de Toro (Provincia de Zamora, Castilla-León), en casa de amigos comunes. Después tuve la suerte de encontrarlo alguna vez en Madrid y en Barcelona, así como en San José, rodeado de los filólogos de la Universidad de Costa Rica, y en mi casa de Naranjo; pero sobre todo en Salamanca, donde varias veces me recibió en su apartamento de la Plaza de Monterrey, a la vuelta de la casa donde vivió don Miguel de Unamuno cuando era Rector de la Universidad.
Conociendo mi ratonil apetencia de libros, en una ocasión me obsequió Gregorio copia de unos discos que contienen toda la literatura clásica greco-latina en sus lenguas originales, desde Homero hasta Ausonio (mil cuatrocientos años de libros!).
Ahora bien, hace menos de un mes, a propósito del número 6 de Ratones y Libros, en el que me declaraba vencido en la comparación de mi biblioteca con la de mi recordado hermano mexicano Arnaldo Córdoba (fallecido en 2014), tuve la siguiente respuesta de Gregorio Hinojo:
“…Tu biblioteca, Walter, a mí siempre me fascinó; me parece impresionante y enciclopédica; por eso yo que conocí la de Arnaldo, pienso como tú, la tuya es polifacética, tienes intereses más amplios y te interesan todo tipo de libros; por ejemplo, tienes un diccionario etimológico de griego que nunca tuvo Arnaldo, pese a que su esposa era una buena helenista; este libro no se halla ni en las bibliotecas de muchos catedráticos de griego de universidad; también he visto la avidez, casi voracidad, con la que buscabas y comprabas libros en Salamanca, en la extinta librería Cervantes; una pena que haya muerto, signo del declive cultural y económico de Helmantica. Un largo abrazo y sana envidia por esa biblioteca, Gregorio”
El libro objeto de la envidia de mi amigo es el ‘VOCABOLARIO GRECO-ITALIANO’ de Lorenzo Rocci, publicado en co-edición por ‘Società Editrice Dante Alighieri’ y ‘Società Editrice S. Lappi’, en Città di Castello, en 1956, con 2074 páginas a dos columnas.
No voy a disimular. La inesperada muerte de Gregorio en este mes de marzo de 2017, sumada a las previsibles pero igualmente dolorosas muertes de Winfried Hassemer y Arnaldo Córdova en 2014, y a la de Alessandro Baratta en 2002, todos viejos y entrañables amigos, van convirtiendo cada vez más a este triste ratón de 85 años en sobreviviente de un mundo que era agónico y cruel, pero de contornos menos oscuros que los que ofrece el ominoso presente.
Ahora estoy rodeado de jóvenes; y me habría gustado tener para ellos un mensaje lleno de promesas felices. Pero frente a las promesas alagüeñas de un ejercicio abyecto y vendepatria de la profesión jurídica, sólo puedo ofrecerles la alternativa de esfuerzo y sacrificio que es la lucha por la Justicia Social.
Es lo que tenemos. Como al poeta nicaragüense Leonel Rugama, sólo nos será dado gozar de la tierra prometida
“en el mes más crudo de la siembra,
sin más alternativa que la lucha”
(Sigue)
(*) Walter Antillon Montealegre es Abogado y Catedrático Emérito de la Universidad de Costa Rica.
1 Comment
R. C. B.
¡Lastima que la mayoría de las Ventas de Libros Usados en San José estén en tremendo estado de abandono y condiciones de espacio reducido!