En un artículo publicado en el 2011 en España, el autor, Jaime Gómez Márquez, catedrático de la Universidad de Santiago, expresaba lo siguiente, lo cual acepto como si fuera escrito por mí mismo, y que deseo transcribir, ahora que se inician las lides eleccionarias con miras a la escogencia del Presidente y Diputados.
La política es algo necesario para el funcionamiento de las sociedades democráticas. Sin embargo, esto de ser político es algo muy singular. Cuando escucho lo que dicen algunos políticos, me asombra su inconsistencia intelectual, sus discursos previsibles llenos de tópicos, su capacidad de retorcer la realidad, su aplomo para no decir la verdad, y su falta de compromiso real con la sociedad a la que deberían escuchar y servir, que no servirse.
Esto de ser político es pendular ya que cambian de dirección o de opinión dependiendo de si se está en la oposición o se gobierna. Cuando toca hacer oposición, todo (o casi todo) lo que hace el que gobierna está mal por definición y, por el contrario, cuando se gobierna se reorienta el mensaje y ciertas promesas electorales se olvidan o se cambian.
Esto de ser político es sorprendente ya que para ser presidente, ministro, etc., vale, a priori, cualquiera. No ocurre así en otras profesiones. Puede ser ministro de Sanidad alguien que no sepa lo que es una vacuna o un antibiótico, o ministro de Cultura alguien inculto. Buena prueba de lo poco que importa la preparación es que alguien que es ministro de Industria puede, por ejemplo, pasar, de la noche a la mañana, a ministro de Medio Ambiente con solo una acción digital del que manda. El sentido común indica que en los ministerios más técnicos deberían estar personas con conocimientos y experiencia en la materia.
Esto de ser político tiene un componente fuertemente adictivo porque una vez que se toca el poder cuesta mucho dejarlo y volver a ser un ciudadano de a pie que retorna a su puesto de trabajo. Aquí eso de dimitir cuando se hacen mal las cosas no aplica para muchos o se aplica según convenga. Hay quienes consideran a la política como un medio para asegurarse un presente y un futuro nada desdeñable.
Esto de ser político está lleno de hipocresía. Hay políticos que defienden la escuela pública y mandan sus hijos a un colegio privado, que defienden la sanidad pública y utilizan las clínicas privadas, o que critican a los mercados/banca y se pliegan a sus exigencias. Respeto la libertad de cada uno y me parece bien pero hay que ser consecuente con lo que se predica. ¿Cómo se entiende que unos políticos acusen a otros de lo peor (corrupción, falsedad, incompetencia, etc.) y después se tomen un café juntos? Este comportamiento es la mejor prueba de que la política tiene un alto componente de falsedad y fingimiento.
Esto de ser político es tan importante y necesario que proclamo mi respeto por todos aquellos que hacen su trabajo con eficacia, responsabilidad y honradez, pensando en cómo mejorar las condiciones de vida de todos los ciudadanos. Los políticos pueden equivocarse (nadie es perfecto y yo menos que nadie) y eso no les descalifica si son capaces de reconocerlo, de dimitir o de rectificar. La soberbia y la vanidad, unidas a la incompetencia, forman un peligroso cóctel.
Nunca se menciona la necesidad de una fuerte formación intelectual para ser político, más bien se aprecia el oportunismo, la capacidad de mentir o tergiversar la realidad, el apropiarse de los bienes públicos sin dejar rastro, y cosas así. La política, es un juego sucio, muchas veces cruel. Por supuesto, la vida intelectual es también, con frecuencia, un coctel de ambiciones y rencores, pero se trata de una niñería comparada con la política. Si has ejercido toda la vida como escritor, periodista y profesor, nada te prepara para el uso del lenguaje una vez entras en la arena política, porque no se parece a ningún juego de palabras al que hayas jugado con anterioridad.
Cuando entras en política dejas atrás el mundo amable en el que la gente te concede un cierto margen de error, acaba tus frases por ti y acepta que en realidad no querías decir lo que has dicho, para entrar en un mundo de literalidad hasta extremos impensables en el que solo cuentan las palabras que han salido de tu boca. También dejas atrás el mundo en que los demás perdonan y olvidan, dejan de lado las ofensas y se reconcilian. Estás entrando en el mundo del eterno presente, en el que cada sílaba que hayas podido pronunciar, cada tweet, cada publicación en Facebook, artículo periodístico o fotografía embarazosa permanecen en el ciberespacio para siempre, listos para que tus enemigos los utilicen contra ti.
Por ello recordé lo siguiente, expresado para los EEUU, pero que de alguna manera se aplica también a nosotros: “Tenemos el mejor Congreso que se puede comprar con dinero”, dijo un día el humorista estadounidense Rogers.
En efecto, el sistema de la democracia representativa está hecho a medida de la elite, al menos en los periodos de estabilidad económica. El ritual minuciosamente elaborado de unas elecciones sobre la base de diferentes partidos confiere al sistema la legitimidad necesaria, mientras que en realidad convierte a los electores en un pasivo ganado electoral. Cada cuatro años pueden poner una X en una papeleta electoral. Pero no están implicados en las decisiones importantes ni se les consulta sobre ellas, sino que se dejan en manos de los políticos profesionales.
No se vota tanto por una gestión o un programa político ya que los diferentes programas apenas difieren entre sí. Lo que nosotros elegimos es el personal político que implementará la política pre programada por el 1 %. Como dice muy acertadamente el profesor Jan Blommaert, “con nuestras ‘elecciones libres’ no tenemos un Estado con un partido único, no. Pero quizá sí un ‘Estado con un régimen único’, en el que se elija lo que se elija en las elecciones, el resultado será el mismo a grandes líneas. Personas diferentes, una política idéntica”. Si no, analice Usted los Programas de Gobierno de los partidos políticos criollos, si es que los tienen, y no encontrará mayores diferencias entre uno y otro. Y detrás de todo ello está la inconsistencia intelectual de las camarillas que rodean al candidato.
La inconsistencia intelectual es una curiosa variante de la incompetencia. El rasgo más acusado del inconsistente es que lo disimula muy bien, por eso resulta más peligroso que el incompetente corriente, o sea, del que evidencia incompetencia. Este, el incompetente corriente, da menos guerra, porque, una vez que se le tiene identificado, es difícil que acceda a posiciones protagonistas en las que su incompetencia resulte dañina para los demás; lo único que requiere es vigilancia para poder reaccionar ante los errores que, seguro, cometerá.
Pero el inconsistente es más peligroso, porque, en su permanente actitud de camuflar su incompetencia y como no suele ser tonto y puede que tenga otro tipo de habilidades, puede conseguir dar el pego y acceder a niveles importantes del mundo empresarial, político o social. Y ahí está el peligro, porque, tras acceder a posiciones de poder, al inconsistente no le queda más remedio que seguir disimulando —ahora con más fuerza— su incompetencia resolutiva. Y, para esto, lo único que sabe hacer es proponer o sugerir medidas con apariencia de innovadoras y atrevidas, preocupándose solo de que suenen bien ante los demás y sean aceptadas, pero sin detenerse en el análisis previo sobre su eficacia o viabilidad; para esto no está dotado.
Su inconsistencia intelectual le impide realizar el necesario ejercicio de transposición al escenario teórico en que hay que situar la puesta en práctica de cualquier propuesta o sugerencia, para visualizar anticipadamente las eventuales dificultades de su realización y prever sus consecuencias. La nefasta «improvisación» es su arma favorita para salir, ulteriormente, de las situaciones problemáticas a las que lleva su incompetencia disimulada.
Y el peligro del inconsistente no acaba ahí. Ya he dicho que no suele ser tonto y por eso sabe que, en posiciones de poder, no puede tener cerca gente avispada que pronto se dé cuenta de su incompetencia. Por eso procura rodearse de incompetentes como él o de personas de lealtad asegurada que aunque perciban su incompetencia la soporten disciplinada y estoicamente, llegando, incluso, a colaborar en la permanente tarea de disimular o camuflar la incompetencia del inconsistente. Si entre los que se rodea se repite la figura del inconsistente tendremos que de nuevo se reproduce el problema, por lo que la inconsistencia puede tener efectos multiplicadores en una estructura de gestión piramidal. La cosa es seria.
De lo dicho hasta ahora, resulta obvio que los inconsistentes que son hábiles y, por esto, alcanzan posiciones relevantes en la empresa o en la sociedad, es decir, que consiguen un protagonismo en la gestión, además de frívolos e incompetentes son impostores. Ocupan posiciones para las que no están dotados. Afortunadamente, tarde o temprano se descubre su impostura y son apeados de las posiciones que han ocupado indebidamente. Lo malo son las secuelas de su incompetente gestión.
Sobre esto deberíamos reflexionar en estos meses, pues la lista de incompetentes e inconsistentes intelectuales metidos a políticos (porque otra cosa no podrían hacer en la vida) aparecerán en cada uno de los partidos que lucharán por tener un espacio en la Asamblea Legislativa (la Presidencia de la República queda entre dos o quizá tres partidos, solamente) y si no tenemos la suspicacia de descubrir quiénes son los que nos proponen, caeremos nuevamente en la trampa de escoger ignorantes, pillos o delincuentes, como ya ha sucedido anteriormente.
(*) Alfonso J. Palacios Echeverría
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Juan Huezo Zúñiga
La inconsistencia intelectual, según observo es totalmente aplicable a nuestro mundillo político en tiquicia. Por eso estamos como estamos. Y esa famosa inconsistencia se receta hasta electoralmente, para esconder fraudes y chorreos (Desanti-Figueres), que rápidamente se esconden y queman las pruebas para evitar su posterior fiscalización. Si no pregúntales a gentes que han sido invisibilizados por ser demasiado honrados, al pasar por donde asustaron.