En días pasados se llevó a cabo en Costa Rica el desfile que conmemora a nivel mundial el reclamo de las personas sexualmente diversas, a fin de que se les reconozcan sus derechos ciudadanos, conculcados durante siglos por las corrientes de pensamiento judeo-cristiano en occidente. Y, al parecer, este año estuvo sumamente concurrido, con representaciones de empresas y la participación de familias de personas sexualmente diversas, en señal de apoyo. Pero no dejó de tener su parte de mal gusto, cual es la de quienes se disfrazan de manera estrafalaria, como una forma de protesta contra la sociedad que los condena y reprime en sus derechos.
Mi opinión personal, con la que posiblemente no concuerden muchísimas personas, es que que este desfile o manifestación pública debería ser algo mucho más serio, con mensajes mucho más fuertes hacia aquellas autoridades en cuyas manos se encuentra la potestad de borrar de una vez por todas las injusticias cometidas, establecer el respeto hacia todos los ciudadanos sin importar sus preferencias sexuales, y eliminar las nocivas influencias de las religiones derivadas del judeocristianismo en las decisiones políticas de los distintos gobiernos que hemos padecido.
Pero, como era de esperarse, el desfile costarricense resulta una copia más o menos parecida a los que se celebran en otras ciudades de países más avanzados que nosotros, mezcla de seriedad y relajo, con mensajes serios y ridículos vergonzantes.
No faltaron, finalmente, al menos dos incidentes violentos en contra de jóvenes que se supone venían de la celebración, lo cual demuestra que el problema de la no aceptación de la diversidad y el respeto hacia los demás es un tema cultural de hondas raíces, y que no es ni será fácil solucionar en nuestro país.
Como fondo se halla la problemática de la homofobia. La homofobia, tal y como extensamente definen algunos investigadores del tema, es “una actitud hostil que concibe y señala la orientación sexual homosexual como contraria, inferior, peor o anormal, y a las personas que la practican como pecadoras, enfermas, malas, delincuentes, criminales o desequilibradas, llegando incluso a despojarles de su condición de seres humanos. La homofobia se expresa en diferentes formas activas de violencia física y verbal, en un rechazo silencioso e institucionalizado de las personas identificadas como homosexuales y en una limitación a su acceso a derechos, espacios, reconocimiento, prestigio o poder. En su forma más explícita, la homofobia incluye diferentes formas activas de violencia física o verbal y victimización; en su forma más sutil, supone el rechazo silencioso de los homosexuales”
Con la homofobia en sentido estricto se hallan estrechamente relacionadas, por supuesto, las actitudes de rechazo hacia otras orientaciones sexuales no heterosexuales (bisexualidad), otras identidades de género (transexualidad) o hacia determinados rasgos comportamentales de algunas personas LGTB.
Aunque la homofobia se halla presente en todos los ámbitos sociales y permea la práctica totalidad del tejido social, su persistencia en la escuela, donde todos los indicios indican que continúa arraigada, resulta especialmente preocupante, dado el papel socializador que la institución escolar desempeña y la gran indefensión en la que se encuentran los menores de edad LGTB. Según los datos existentes, el entorno escolar no constituye un medio acogedor y protector para los jóvenes LGTB, sino más bien al contrario, un ambiente hostil donde la violencia o su amenaza están casi constantemente presentes ambas simultáneamente.
Y sin embargo, la impresión más extendida es que, ante esta violencia, siempre soterrada y a veces explícita, la institución educativa mira hacia otro lado: cuando se les pregunta al conjunto de los jóvenes sobre la reacción esperada de diferentes contextos ante la posibilidad de que manifestarse como LGTB, el profesorado destaca por ser la instancia que mayor porcentaje recibe de la contestación “ignorarían el tema”.
El problema va más allá de la simple anécdota o de la ocasional noticia de sucesos. Resulta urgente comprender y actuar sobre esta problemática, reaccionar a ella desde las instituciones educativas y los centros de enseñanza y comprometernos en educar a los jóvenes en el respeto, el rechazo a la discriminación y en la vivencia positiva de la diversidad sexual, tanto en el interior de las aulas como en la vida social en general.
Aunque la homofobia continúe teniendo un peso importante dentro de la sociedad en su conjunto, es igualmente cierto que durante años recientes hemos sido testigos de aperturas ideológicas y actitudinales importantes, que no conviene menospreciar, y que han comenzado a modificar las dinámicas tradicionales de exclusión, silenciamiento y persecución de las personas homosexuales.
Por otro lado, no todos los colectivos LGTB se han beneficiado de estas aperturas en igual grado: mientras que los varones homosexuales están logrando unos índices de aceptación y visibilidad substanciales, lesbianas, bisexuales y, sobre todo, las personas transexuales continúan en mucha mayor medida tras un muro de silencio y rechazo. Es a este doble movimiento, de persistencia de la homofobia y de apertura creciente a la aceptación y tolerancia, al que nos referimos aquí.
Resulta innegable que durante los últimos 50 años se ha venido produciendo en todas las sociedades avanzadas y también, por supuesto, en nuestro país una evolución general en los regímenes de discurso sobre la sexualidad. Evolución de la que los propios jóvenes son bien conscientes y donde enmarcan sus discursos sobre la diversidad sexual, señalando lo positivo del avance hacia un mayor “liberalismo”, según el término que repetidamente utilizan. En concreto, lo que se habría producido es una transición, aún en curso, inacabada, desde un modelo tradicional donde sexo, género y sexualidad (prácticas) resultaban aspectos unidos de manera indisoluble y los modelos sexuales – únicamente dos, el masculino y el femenino – aparecían de manera monolítica, hacia un modelo moderno, donde sexo, género y sexualidad no están forzosamente vinculados y donde aparece positivamente valorada la posibilidad discursiva de la diversidad sexual, lo que lo hace un discurso más tolerante y respetuoso con las personas LGTB.
La evolución social y la modernización de las costumbres y actitudes han ido generando un modelo alternativo, o mejor, un modelo emergente, dado que es un modelo aún no extendido a todas las edades ni a todos los estratos sociales, y que se halla todavía en formación. Este modelo se caracteriza por un mayor pluralismo y libertad de opciones y por la evolución tendencial hacia formas cada vez más diversas de vivir y expresar la sexualidad, bien lejos de las más canónicas y unilaterales formas prescritas por el modelo tradicional, que acaban teniendo en la autonomía y libertad de los sujetos, en el libre consentimiento lo que podríamos llamar el límite de lo permitido, de lo legitimado y de lo censurado, de lo prohibido.
Si el discurso tradicional se basa en la institución familiar heterosexual, la tendencia de la modernidad es hacia una apertura a otros modelos familiares, reconocidos en su posibilidad si no en su legitimidad. Es decir, donde allí cualquier modelo de familia diferente de la tríada marido-mujer-hijos, mediada por la procreación biológica, aparecía como “antinatural”, y por tanto imposible, hoy se reconoce la existencia de formas diferentes de llegar a ser familia: la adopción, la fertilización artificial, etc. Así, por ejemplo, en apenas ninguno de los debates que se produjeron en los grupos sobre la adopción por parte de parejas gay se habló de la “imposibilidad” física de la procreación homosexual. En el fondo, lo que se desplaza en el paso del modelo sexual tradicional al modelo emergente es la centralidad del protagonista: de la familia (la relación asimétrica entre padre, madre e hijos) a la pareja, basada en lo afectivo y en la relación de igualdad entre sus miembros.
En este marco es donde se modifica igualmente la valoración de la homosexualidad. En la modernidad se abre paso un respeto a las personas LGTB como adultos autónomos, que deciden actuar de acuerdo con sus preferencias y deseos, sin que nadie tenga legitimidad para “reprimirles”. La autonomía y la libre elección aparecen como límite moral actual en todo lo que se relaciona con la sexualidad – la orientación sexual se vive como un derecho privado e individual.
Por lo anterior, resulta claro que estas reflexiones tienen el propósito de traer a colación el verdadero significado de la manifestación, desfile, (carnaval o mamarracho) con que se conmemora lo que se ha mal llamado el desfile del orgullo gay, y digo mal llamado orgullo, porque el exigir los derechos conculcados no debe ser motivo de orgullo, sino una obligación de todo ciudadano.
(*) Alfonso J. Palacios Echeverría
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Marco A. Zeledón T.
El lunes, unas personas lgtbi, que no asistieron a la marcha, miraban fotos con que algunos medios documentaron la actividad del «orgullo gay» del día anterior, y argumentaron enfoques muy homogéneos. Opinaron que es ridícula la postura de esas marchas, era algo innecesario y sin efecto, una muestra tergiversada de libertad de expresión que mas bien, ayudaba más a fundamentar en el apercibimiento de la mayoría de la sociedad costarricense, lo que ya se sugiere de la diversidad lgtbi, exhibicionismo erotizado combinado con exigencias impositivas de manera grotesca e inapropiada. Pese a que reconozco, y me consta, que la comunidad homosexual tiene diversidad de criterios y no todos se comen el discurso fundamentalista del lobby gay, pese al apoyo mediático y de algunos políticos que por particular visión electorera les apoyan, me conmovió este razonamiento crítico de parte de miembros lgtbi. Debo aclarar que son personas de trato amable pero comedido, una de ellas (mujer) convivió con una persona de su propio sexo, y luego, de repente (ella dice) se enamoró de un hombre y ahora tiene novio, y que todos la han comprendido sin ningún recelo. Tienen razón, el exhibicionismo erótico carnavalesco no tiene congruencia con el discurso de la igualdad y mesura que pregonan en este texto.
«La autonomía y la libre elección aparecen como límite moral actual en todo lo que se relaciona con la sexualidad – la orientación sexual se vive como un derecho privado e individual».
Nadie ve lo privado e individual que dicen querer ser, si tienen una día donde desfogan con orgullo todo el manierismo erótico propio de una minoría hedonista y diferente al resto de la comunidad social. Luego quieren llamar igual, en lo que mostraron cabalmente ser diferentes. Lo mismo pasa cuando quieren llamar matrimonio a sus uniones disminuidas per se. Hay filas de parejas tradicionales haciendo fila en el PANI para recibir la autorización de adoptar un niño con responsabilidad paterna compartida entre mamá y papá, y la cantidad de familias formadas por tíos, primos, abuelos, hermanos mayores, vecinos, desearían que ese niño por el que ven con tanto amor, estuviera integrado con su progenitores, papá y mamá, pues todos sabemos que esa es la fórmula ideal. Esta descomposición social, está fomentando otras formas que quieren sustituir a las normativas, todos compartimos culpa, nos hemos apendejado al perder valores y querer vivir pidiendo a la vida, sin ningún sacrificio para dar a la vida construyendo, para garantizar la continuidad de generaciones futuras con fundamentos morales que les dé continuidad sostenible. La tecnología, algunos políticos y medios comprometidos con agendas anti-vida también confabulan contra la estabilidad social, donde nombrar a DIOS, es estorboso para unos y para otros que se hacen los ofendidos o ateos críticos, pero hablan de aperturas poli-culturales, donde el islam, platillos voladores y extraterrestres reptilianos tiene cabida en cualquier cabeza tolerante, pero no el cristianismo. Señores y señoras… Mucha mesura, comprensión al prójimo, pero fidelidad al modelo natural que DIOS instauró, preservemos nuestra humanidad.
Josue castro matarrita
a ese monton de maricones hay que mandarlos un dia a la prision para que se los cojan de a cachete si eso es lo que quieren, que les metan el banano…monton de playasos!!!
carolina jimenez
Lo que yo no entiendo es por que esta manifestacion tiene tantos tintes grotescos, carnavalescos, vulgares y hasta ofensivos. Piden respeto y sus actitudes son irrespetuosas, hablan de derechos y no respetan los derechos de los otros.
En el transcurso de la vida he conocido decenas de hombres y mujeres homosexuales, de gran cultura, inteligencia, capacidad artistica y profesional, aprendi a respetarlos y a hasta admirarlos por sus valores.
No he tenido prejuicios;pero no puedo aceptar ese desfile carnavalesco y en algunos hasta inmoral para pedir derechos.