Viajes por mi biblioteca, 32
En tema de traducciones se suele atribuir a los italianos una ecuación ingrata: traduttore, traditore (el traductor es un traidor). La verdad sea dicha: los que hemos traducido de otras lenguas sabemos que algunas veces hemos tenido que resistir la tentación de ‘mejorar’ el texto original, mediante una versión que nos parecía mejor; y mi amigo Stefano Nespor, brillante abogado milanés, tiene muchos años de editar sus testi infideli (textos infieles), traducciones infieles al texto literal, pero que expresan mejor que éste el pensamiento del traducido.

Al cabo de algún tiempo de leer con atención y profundidad obras traducidas de otros idiomas, empieza uno a advertir la presencia y la importancia del traductor. Recuerdo la primera deslumbrada lectura que a los catorce o quince años hice de la versión española de La Iliada de Homero debida al sacerdote jesuita Guillermo Jünemann: una impecable traducción en endecasílabos blancos, dotada de un ritmo poderoso; y recuerdo también la segunda versión, también en versos blancos, del español Gómez Hermosilla; y la tercera, en una prosa detenida, nítida, de don Luis Segalá i Estalella; y la cuarta (incompleta) en versos rimados, estridentes, del gran mexicano Alfonso Reyes; y la última, adquirida hace pocos años (version bilingüe), del poeta y humannista, también mexicano, Rubén Bonifaz Nuño.
Me cae bien la persona que, como el traductor, acepta ‘ser el segundo a bordo’, jugar un papel secundario y esforzarse por conseguir el mejor resultado, en provecho del autor. Por eso, andando el tiempo, he llegado a estimar al traductor tanto o casi como al autor; y también porque hay traducciones que constituyen por sí mismas verdaderas obras maestras, tal como la versión al catalán de La Odisea,del gran poeta y helenista Carles Riba; y como ocurre no raramente con las versiones al español salidas de la pluma de Borges.
Pero en realidad dije todo lo dicho a propósito de dos traductores prodigiosos, acreedores de mi admiración y gratitud. Ellos fueron el asturiano Wenceslao Roces y el soriano Santiago Sentís Melendo, amigo este último, muy querido, de nuestro don Fernando Baudrit.

Don Wenceslao Roces (1897-1992) jurista, historiador y prominente politico en la Segunda República, cofundador del Partido Comunista Español, fue catedrático de Derecho Romano y de Historia en Universidades de España y de México, autor de libros de Historia y Filosofía y un traductor prolífico y a la vez impecable de obras en idioma alemán. Entre los filósofos tradujo a su maestro Rudolf Stammler, a Wilhelm von Humboldt, Cassirer, Heckscher, Egon Kisch, Ernst Bloch, Alexander Koyrè y varios más; aunque creo que sus mayores proezas fueron las versiones al español de la Fenomenología del Espíritu y de las Lecciones sobre la Historia de la Filosofía de Georg Wilhelm Friedrich Hegel; y de obras señeras del pensamiento marxista: de Engels, de Rosa Luxemburg y del propio Karl Marx, particularmente su célebre versión de El Capital, que sigue siendo un punto de referencia.
Gratitud eterna para traductores como Wenceslao Roces, Eugenio Imaz y José Gaos, quienes durante su exilio en México dotaron a la academia latinoamericana con impecables versiones españolas de lo más granado del pensamiento alemán de los siglos XIX y XX. Titánico el esfuerzo de Roces por superar las ingentes dificultades que presenta una obra como la Fenomenología del Espíritu de Hegel, uno de los libros más difíciles de leer que se han escrito en el Mundo. Creo que con Hegel llega a la cumbre esa combinación de elementos semánticos y sintácticos que convierte en misión poco menos que imposible la comprensión del pensamiento del filósofo. Después de Hegel aparecerán otros, tanto o más intrincados, como Husserl, Heideger, Adorno, Luhmann, que nos sacarán las canas. Pero ¡qué admirable esfuerzo el de un traductor como don Wenceslao, luchando página tras página, con rigor y lealtad, para arrancarle a Hegel su oscuro mensaje!
Acerca de don Santiago Sentís Melendo (1901-1979) escribí en el año 2010 lo siguiente:
“…El nombre de Santiago Sentís Melendo figura en la contratapa de centenares de libros jurídicos; pero en la mayoría de ellos aparece como traductor, y no como autor (…) En el cumplimiento de esa tarea, Sentís Melendo se multiplicaría: fundó la Revista de Derecho Procesal, la editorial EJEA, promovió encuentros internacionales entre procesalistas, colaboró con artículos de su cosecha en muchas revistas jurídicas, reseñó multitud de libros producidos en América y Europa durante tres décadas. Pero, sobre todo, tradujo, tradujo infatigablemente, la mayor parte de las obras más significativas del procesalismo italiano: los Ensayos de Chiovenda; pero antes, en 1945, La Casación Civil, de Calamandrei; y después prácticamente toda la obra juridical de dicho autor, que fue su maestro en Italia. Y tradujo asimismo, lo más representativo de Carnelutti, Redenti, Liebman, Satta, Micheli, Carnacini, Morelli, Cappelletti, Denti, Spinelli; los tratados de Derecho Procesal Penal de Manzini y de Leone; el Derecho Procesal Civil romano de Vittorio Scialoja; y un largo etcétera…” (Revista ‘Jueces para la Democracia’ Número 69; noviembre de 1910; pág. 26 y sigtes.)
Pero su labor de traductor se extendió hacia muchos otros campos: el Tratado de Derecho Comercial, dirigido por Bolaffio, Rocco y Vivante, cuenta con veintidós volúmenes; el Tratado de Derecho Penal de Vincenzo Manzini, diez volúmenes; elManual de Derecho Civil y Comercial de Francesco Messineo son ocho volúmenes; y la Doctrina general de contrato, del mismo autor; y de Antonio Cicu el Derecho de familia; de Tullio Ascarelli el Derecho Comercial; de Luigi Delitala el Contrato de trabajo; de Vittorio Polacco el Derecho Sucesorio; de Antonio Scialoja Sistema del Derecho de la Navegación; de Carnelutti, Teoría del delito y El problema de la pena; de Arturo Carlo Jemolo, El matrimonio; de Vittorio Tedeschi El régimen patrimonial de la familia; de Flavio López de Oñate La certeza del Derecho; de Enrico Allorio los Problemas del Derecho Procesal; el Sistema del Derecho Civil, de Domenico Barbero; El proceso civil en los Estados Unidos de Angelo Piero Sereni; Naturaleza de la cosa juzgada de Mario Vellani; Fragmentos de un diccionario jurídico de Santi Romano; La polémica Windscheid-Muther, y media docena de tomos de la colección Breviarios de Derecho.
¿Cómo pudo traducir tanto y tan bien, si además era docente, escritor y editor? Estoy convencido de que lo hizo principalmente por filantropía, poniendo lealmente sus conocimientos, destrezas y esfuerzos en pro de la difusión del saber jurídico entre las juventudes de América Latina. Pero tengo para mí que también lo hizo por placer: ¡por el placer que procuraban a su oído y a su corazón los matices y resonancias de la lengua incomparable del Dante!
Y sigue.
(*) Walter Antillon Montealegre es Abogado y Catedrático Emérito de la Universidad de Costa Rica.