En unas declaraciones que trataban de explicar el descalabro del Partido Liberación Nacional en las dos últimas contiendas electorales, uno de sus miembros prominentes de la cúpula se ha dejado decir que, para que Liberación vuelva al poder, hay que educar al pueblo. Habíamos escuchado en este país toda clase de desatinos, pero como éste: ninguno. Y vamos a explicarnos.
Primeramente hay que recordar que en la misma medida en que los ciudadanos (aborrezco el término pueblo, pues se usa de forma peyorativa) están más educados se fortalece la participación política y se robustece la democracia. Ya que la principal función de la educación del individuo consiste en su socialización y la existencia de individuos educados es la garantía mínima de un proceso social creativo y rico, la actividad política –que consiste en que la sociedad de los hombres pueda persistir del mejor modo y no destruirse– debe ser en algún sentido una forma de educar.
El individuo humano tiene que ser educado porque tiene que poder integrarse a un proceso social complejo y esta integración no se da de forma meramente instintiva o natural, sino que tiene un carácter esencialmente normativo. Es justamente la complejidad del proceso social, así como la de la integración del individuo a ella, la que hace que ésta no pueda darse de una manera, por así decir, automática y natural.
La tesis es muy simple: puesto que la educación, como la concibo, es el recurso institucional que hace posible la articulación del individuo y la sociedad, y la educación ciudadana es la parte de dicho proceso de integración social por medio de la cual los miembros de una sociedad se cualifican como ponderadores de derechos y obligaciones y dinamizan la sociedad civil, de tal modo que ella no sea el crudo maremágnum de emociones y manipulaciones, entonces el sistema democrático liberal parece ser el más adecuado al ideal de educación aquí presentado, pues la democracia liberal contiene en sí una propuesta normativa para que en la sociedad se dé una proporción directa entre el grado de individuación y el de desarrollo social.
No concibo, en mi notoria limitación intelectual, qué clase de educación es la que esperan los liberacionistas conceder a lo que ellos llaman pueblo. Pues, por una parte, aceptamos que el gasto en educación que se realiza en nuestro país, uno de los más altos de América Latina, no significa por ello que se logre una educación de calidad, pero de que estamos –en cierta medida- por encima del promedio si nos comparamos con países similares, es cierto. Y lo hemos demostrado en los últimos años, al darle la espalda a los partidos políticos tradicionales, cuna de las demagogias más humillantes y generadores de la más alta corrupción en la historia del país.
Ahora bien, si educar al pueblo es convencerlo de que las promesas electorales de un partido político determinado es la vía correcta para avanzar en el desarrollo nacional, lamento discrepar de medio a medio.
Debemos recordar que las sociedades democráticas no son estructuras cerradas rígidamente: están abiertas al cambio y a la evolución. Así pues, la tarea de juzgar las instituciones gubernamentales, de tomar decisiones políticas informadas e inteligentes y, en consecuencia, de formar a ciudadanos democráticos es mucho más difícil. Queda excluida toda forma de educación política concebida en términos de adaptar al individuo a su lugar en la sociedad. Este se encuentra sujeto a cambios: el concepto de igualdad de oportunidades lleva implícita la existencia de una considerable movilidad social. Y la idea de sociedad abierta también excluye toda posibilidad de aprender a participar políticamente de una manera meramente empírica. Para que haya adaptación al cambio es menester comprender los principios políticos.
El filósofo político inglés Michael Oakeshott trazó una vez un paralelo entre el proceso de aprender a participar en la política y el de aprender una lengua. Recientemente se ha recalcado este: paralelo por la tendencia a tratar de la educación política como el proceso de aprender a leer y escribir políticamente. Leer y escribir son las dimensiones pasiva y activa del dominio de una lengua. La persona alfabetizada es capaz de comprender la comunicación escrita de otras personas, pero también de transmitir sus propios pensamientos, necesidades, aspiraciones y creencias a otras personas por escrito. Es decir, que puede leer y escribir, que son las facetas pasiva y activa de la comunicación escrita.
Del mismo modo, la instrucción política tiene también una dimensión pasiva y otra activa. Podemos poseer unos conocimientos políticos que contribuyen a la comprensión de la cultura política sin que por ello descendamos a la arena de la participación activa. Sin embargo, nuestra definición de la democracia exigía la concepción de un ciudadano activo, que sea capaz de leer y entender la política de su sociedad, pero también de escribir su propia contribución a los asuntos públicos participando activamente en las asociaciones que se ocupen de aspectos importantes de la vida nacional. Esto equivale a decir que en la búsqueda de la instrucción política, el ciudadano debe adquirir un conocimiento y también debe aprender a hacer determinadas cosas. De aquí que la educación política deba ser al mismo tiempo teórica y práctica.
Concluimos, en consecuencia, que las opiniones de esta persona buscan, sin vergüenza alguna, homologar educación política con el convencimiento a los ciudadanos de que sus propuestas partidarias son las más apropiadas para el país, lo cual resulta un contrasentido. Y todo radica en el divorcio notorio, palpable, históricamente comprobado, de los partidos políticos tradicionales con las aspiraciones ciudadanas, pues se convirtieron en maquinarias electoreras en pos de la defensa de los intereses gremiales de unos pocos.
Los tiempos han cambiado, las nuevas generaciones están más informadas, en cierta forma son más críticas, y por ello mismo más difíciles de engañar con los cantos de sirena a que estaban acostumbrados los partidos políticos tradicionales. Ha surgido una nueva realidad que al parecer no ha sido captada por quienes opinan que hay que educar al pueblo. Lamento decirles que quienes se tienen que educar son ellos.
(*) Alfonso J. Palacios Echeverría
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Augusto Alvarado Boiribant
Se equivoca Fernando Zamora. Los ciudadanos no necesitamos ser educados y mucho menos adoctrinados por él. Si su posición es compartida por el resto del Comité Ejecutivo y el Directorio Político y el anterior Comité de Campaña todos deben renunciar por faltarle el respeto a miles y miles de liberacionistas y por estar matando a pellizcos al Partido Liberación Nacional.
Liberación Nacional debe modificar los Estatutos para que se amplíe la participación de más sectores como los pequeños y medianos agricultores, pescadores, indígenas, sindicalistas, pequeños cooperativistas, comunalistas, municipalistas, deportistas, artistas, estudiantes universitarios y de secundaria, jóvenes (no mayores de 30 años), mujeres, discapacitados, afrocaribeños, en todas las estructuras del Partido. En su Directorio Político, en el Comité Ejecutivo, Secretarias, concejos municipales y en la Asamblea Legislativa. Modificar la Asamblea Nacional y Plenaria, dando participación a las minorías perdedores de las elecciones internas. Dar participar en las directivas de las instituciones autónomas.
Acabar con el botín de guerra de la deuda política administrada por unos pocos. Hacerla transparente.
El primer paso debe darlo mi querida Juventud Liberacionista, sin miedo, con ganas, impulsar la Segunda Revolución de Liberación Nacional. Lo viejos con sabiduría dar un paso atrás.
El norte debe ser el siempre vigente “bienestar del mayor número”.
Roy
Siguen sin entender.