Hay una frase de Simón Bolívar dicha en La Paz en 1810: “creo que ya nunca seremos felices”; esta frase que puso Eduardo Galeano en su biblia, Las venas abiertas de América Latina, libro que fue más leído por los intelectuales latinoamericanos que “El Capital” y “El manifiesto Comunista”, yo al menos lo leí tres veces de principio a fin, allá por la década de los noventa sufrí un desencanto porque logré encontrar muchos datos no fidedignos, pero no se puede negar que el libro en sí contiene verdades mayoritariamente y que quizá la ola neoliberal fue la que dio al traste con esa excelente posición buscando el bienestar de todos. No somos capaces de buscar un punto intermedio, pensaba este domingo cuando vi los resultados de las elecciones colombianas: o izquierda o derecha, no podemos buscar la vía del centro con un diálogo abierto entre ricos, pobres y clase media; es decir somos obcecados todos y solo aceptamos nuestra verdad personalizada.
Abriré un paréntesis para ilustrar este artículo: el Reich de Hitler. Adolfo Hitler ni fue un tonto ni un genio, fue la fachada de la aristocracia alemana y el pueblo alemán, que había salido arruinado y humillado de los tratados de Versalles. Se toparon con un don nadie que era perfecto para encarnar su idea de una Alemania nueva: un austriaco que no le importaría el resultado pues el mismo era un fracaso en todos los ámbitos de su vida personal y no era alemán. Si bien el holocausto fue producido por las SS de Hitler, fue propiciado por los grandes empresarios alemanes en busca de mano de obra esclava, dentro de los planes de esa poderosa oligarquía estaba la guerra, no exactamente por el afán expansionista sino por la guerra que traería y aportaría ingresos increíbles a sus arcas sitas en Suiza, mediante la fabricación y venta de armamento. Al final todo terminó peor que el tratado de Versalles para el pueblo alemán, copartícipe de omisión o comisión de los delitos del Reich.
Nosotros los latinoamericanos no dejamos de ser como dice Galeano, los comensales no invitados al banquete. Y es verdad, los EEUU nos han manejado descaradamente el último siglo y medio, poniéndonos a producir todo lo que ellos no desean producir: café, banano, caña, piña, palma aceitera y muchas otras plantaciones que dañan el suelo y que producen salarios relativamente bajos, sin oportunidad de cambiar de actividad a los trabajadores. Una contaminación horrible de los acuíferos que terminaremos pagando a precio de oro y sangre.
Cada cuatro años tenemos un grupo de personas elegidas por “empujón” que llamamos diputados y que lo último que hacen es buscar el bien de las mayorías, más que obedecer órdenes del poder mundial vía poder local. Recuerdo el absurdo plan de Chico Morales en el gobierno Monge Álvarez: “Volvamos a la tierra”, cuyo anunciado fracaso dio al traste con las aspiraciones políticas de Chico. Claro que no se puede volver a la tierra sin verdadera educación y mediante una banca de fomento agropecuario, que el gobernante anterior desaprovechó con Bancrédito cerrándolo, antes “Crédito agrícola de Cartago”, un banco que llevaba nombres y apellidos desde el principio y que nunca funcionó debidamente. Para subsanar los fracasos en materia agrícola laboral, se aprovechó la coyuntura de Nicaragua y se importó mano de obra barata por miles, a fin de suplir la ausencia de trabajadores nacionales. Hoy que Nicaragua podría bien regresar a una democracia prometedora, corremos el riesgo de quedar sin trabajadores, ya Panamá no aporta porque han mejorado las alternativas laborales para los panameños y hoy la boyante ciudad de David en la provincia de Chiriquí, empieza a competir con la ciudad de Panamá captando mano de obra calificada mediante el estímulo de la producción: prácticamente un panameño no tiene nada que ir a hacer a la capital, puesto que Chiriquí ofrece una amplia gama de comercios y alternativas laborales; con esto tendríamos que importar mano de obra del África Sub sahariana como en el siglo XVII.
Todo, absolutamente todo, lo boicoteamos, mediante la mano férrea del capital foráneo: utilizamos infraestructura del gobierno para dar cabida a las telefónicas privadas, aunque la megaburocracia del ICE había ya dado al traste con el subdesarrollo de la telefonía celular donde había que esperar hasta seis meses después del depósito, para poder tener una línea celular con un teléfono comprado donde el ICE dijera.
Hoy se habla de la privatización de la CCSS, lo cual no sería de extrañar porque el interés del usuario es el servicio expedito, no de quien la maneje, el único perdedor sería el personal inoperante y los sindicatos, pero no los buenos y hábiles trabajadores de ella. Cuando se intentó el “Combo ICE”, el fracaso estuvo en la brutal avaricia del presidente de turno y algún familiar, ahí tenía toda la razón Carazo de estar contra la venta de las joyas de la abuela. Pero hoy por hoy las joyas de la abuela se han devaluado por dos razones: la competencia que entró por la puerta trasera y la globalización que todo lo penetra.
De la carencia de ideas se nutre la ineficiencia crónica de los gobiernos, usualmente los gobernantes llegan al poder y se encuentran miles de obstáculos que impiden la eficiente puesta en marcha de programas.
Michael Voslenski publicó en 1984 “La nomenklatura”, un libro que demostraba que la burocracia tiene una capacidad de transmutación increíble y que los burócratas del Zar fueron los mismos de Stalin, hoy sirven igual al imperio de Vladimir Putin. Ese gran grupo que existe en todas las naciones, es el que mayor daño causa a las economías de los países, es el que lidera la lucha antidrogas desde Washington y la que impide el ingreso a un turista solo porque tiene rasgos árabes o así le parece a él. Estas verdaderas plagas son las que causan un verdadero atraso a la función de un presidente en Costa Rica pues protegen sus intereses de gremio y de grupo: intereses de clase. La banca privada trajo un atajo a ese atascamiento de la ineficiencia en la banca estatal de los Noventa.
¿Seguiremos llegando tarde?
(*) Dr. Rogelio Arce Barrantes