Sí, apenas dos celebraciones en 20 años por la Selección Nacional de Croacia, pero… ¡cuán efusivas! Es que, en verdad, para un país pequeño -muy parecido a Costa Rica en extensión territorial y población-, así como resurgido de la devastación de la reciente guerra por su independencia, sus logros han sido asombrosos, al alcanzar en ambas ocasiones las semifinales de la Copa Mundial de Fútbol. Es decir, algo históricamente reservado para unos pocos países de gran tradición futbolística.
Pero, antes de referirme a ello, quisiera relatar que, apasionado desde niño por el fútbol -a contrapelo de los gustos y criterios de mi padre Pasko-, y aunque crecí con las canchas de La Sabana a la par, la genética no dio para mucho. En efecto, los varones de la casa nunca sobrepasamos el estatus de mejengueros, excepto Ivo, que era muy buen delantero. Llegó a militar en la división juvenil del Club Sport Uruguay, y creo que en un par de ocasiones hasta fue alineado por un rato con el equipo de la primera división.
Eso ocurrió como en 1965, poco después de que surgiera un equipo variopinto, de viejos jugadores sin equipo y de unos pocos jóvenes, quienes bajo la guía de Santiago Bonilla y con gran calidad técnica supieron alcanzar el campeonato nacional de 1963, y colocar a Memo Elizondo como goleador del certamen. Aunque soy liguista, conservo en mi memoria los nombres de todo su elenco, por la proeza lograda. Todavía recuerdo el día en que llegó Ivo con un paquete en el que había un uniforme aurinegro completo, que hasta incluía tacos, y yo me extasiaba mirando y olisqueando aquel atuendo. En mi imaginación de adolescente, era como si mi querido hermano hubiera alcanzado una de esas contrataciones hiper-millonarias de ahora. Solo que en aquellos tiempos se jugaba por y con el corazón, y no por la plata.
De esa infancia tan futbolera, mis primeras evocaciones alusivas a una Copa Mundial datan de Chile, en 1962. El célebre Pelé se había lesionado y apareció Amarildo como emergente, con tal éxito que con dos goles suyos Brasil eliminó a España, para llegar a la final contra Checoslovaquia. Aquella mañana de domingo -cuando no había transmisiones televisivas- en un radio de transistores alrededor del cual se congregó una multitud en La Sabana, el locutor cantó un tempranero gol del checo Josef Masopust, verdadero balde de agua fría que, por fortuna, no terminó de derramarse, pues Amarildo anotó casi de inmediato. Un nuevo gol de Zito sosegaría los ánimos de todos los radioescuchas en el segundo tiempo, y hacia el final del encuentro Vavá liquidaría el cotejo, para llevar a Brasil a su segundo título mundial consecutivo.

Entre mis remembranzas, atesoro que la Yugoeslavia de mi padre tuvo un desempeño muy meritorio en ese campeonato, al punto de que ocupó el cuarto lugar, tras caer derrotado por Chile la víspera, en el último minuto. Es todo cuanto recuerdo, aunado al hecho de que había un jugador llamado Dragoslav Šekularac, mediocampista algo díscolo, pero que algunos periodistas equiparaban con el propio Pelé. A mis diez años de edad, conservé una foto de él junto con el chileno Jorge Toro, la cual había recortado de un periódico. ¡Era mi gran ídolo!
La verdad es que esa fue la única gran satisfacción que nos dio la Selección Nacional de Yugoeslavia, pues ni siquiera clasificaría para los dos campeonatos subsiguientes, mientras que en los demás -con excepción de Italia 90, en que ocupó el quinto lugar- cumplió un papel irregular. Para 1992, como consecuencia de la guerra interna que condujo a su desmembramiento, conforme se sucedieron los procesos de independencia surgieron las selecciones nacionales de Croacia, Eslovenia, Macedonia, Bosnia-Herzegovina, Montenegro y Kosovo, en tanto que, ya desaparecido el nombre de la fenecida confederación, de manera oficial la FIFA decidió consignar como propio de Serbia todo el acervo histórico del combinado de Yugoeslavia.
Por tanto, llegado el mundial de Francia 98, fue lógico que me identificara con la Selección de Croacia. Pero confieso que no tenía mayores expectativas, pues hasta le costó clasificar para dicho evento. En ese entonces yo trabajaba como investigador y docente en el cosmopolita CATIE, en Turrialba, y mis demandantes compromisos laborales me impedían ver los partidos por televisión, de modo que tan solo me informaba del curso del campeonato. Fue así como me enteré de que Croacia comenzó a alzar vuelo, al vencer 3 por 1 a Jamaica y 1 por 0 a Japón, para después caer 1 por 0 con Argentina. Lo bueno fue que clasificó para octavos de final, en los que se impuso 1 por 0 a Rumania.
Fue por esos días que Rosina Taveras, una estudiante mía de República Dominicana, me felicitó por los logros croatas, a la vez que me dio una insólita noticia: su esposo Cuauhtémoc, mexicano y quien sentía gran simpatía por Croacia, había adquirido una camiseta croata en una tienda deportiva turrialbeña. “¿Que queeé? ¿Una camisa de Croacia en Turrialba? ¿No es una broma?”, inquirí yo, a lo cual ella me replicó con una mejor respuesta: “No, profe. Es cierto. Y había dos camisas. Así que…, ¡corra a comprarla!”.
Al día siguiente visité la tienda, temeroso de no encontrarla. Me acerqué al dependiente y le pregunté por la camisa de Croacia. Algo cortante, me preguntó: “¿Camisa de qué?”. “De Croacia”, le contesté, a lo cual respondió “¿Y eso qué es?”. Le dije que era un país europeo, muy exitoso en el mundial, y le expliqué que la prenda tenía un diseño de cuadros rojos y blancos, como un tablero de ajedrez. Al instante respondió “Aaah…, ya sé”, y de inmediato me llevó a un perchero con camisas de varias selecciones, en el cual colgaba impecable la anhelada camisa. Espoleado por la curiosidad, le comenté que me llamaba mucho la atención que tuvieran camisas de Croacia en Turrialba, donde era improbable que las pudieran vender. Lacónico, me dijo: “¡Diay, no! Es que como son los mismos colores del equipo de Turri y son bonitillas, trajimos dos, por si a alguien le gustaban”. Esa respuesta me hizo mucha gracia, y le estreché la mano con genuina gratitud, por tan gran favor. Al final, ambos salimos ganando.
Para retornar al rumbo que seguía el campeonato, en los cuartos de final Croacia liquidó con solvencia, 3 por 0, a la invicta Alemania, cuya última presa había sido México. ¡¡¡Nadie creía lo que estaba presenciando!!! Por fortuna, ese partido se jugó un sábado, y pude disfrutarlo en mi casa, ya enfundado en mi camiseta croata. Eso sí, sin paisanos con quiénes compartir, lo observé a solas, pues mi esposa Elsa no es aficionada al fútbol., y mi hija Darinka tenía apenas ocho años. Por ello, concluido el juego, exultante yo, no hallaba con quién celebrar. Deseaba una bandera, pero no la tenía. Le pregunté a Elsa si no tenía alguna prenda de cuadros rojos con blanco, y todo cuanto halló fue un mantel de cuadritos, de esos infaltables en los picnics de las películas. ¡Qué importaba! ¡A falta de pan…, acemitas!
Monté a Darinka en el carro, le dije que sostuviera bien firme el mantel, y me fui a dar vueltas y a pitar por todo el campus del CATIE, que estaba casi desierto. Eso sí, me saludó efusivo un colega holandés -feliz de que su país ya no tendría que enfrentarse a Alemania-, pero ignoraba que el sábado siguiente la imparable Croacia derrotaría 2 a 1 a la poderosa Holanda, una de las grandes favoritas, que tendría que contentarse con el cuarto lugar. Recuerdo que el lunes siguiente mis estudiantes mexicanos me molestaron, pero como a México -país al que amo entrañablemente- le fue mal, les repliqué que, irónicamente, yo festejé solo más que todos ellos juntos.
Cabe destacar que la hazaña de Croacia se prolongó hasta las semi-finales. En tan avanzadas instancias, se plantó bien y hasta abrió el marcador, en un estadio abarrotado de hinchas nada menos que del país anfitrión y futuro campeón mundial, pero al final sucumbió de manera ajustada, 2 por 1 ante Francia. ¡Era mucho pedir para esta selección primeriza! Y, además, como culmen de la gesta deportiva, Davor Suker se instaló como máximo goleador del torneo.
Todo esto desató una gran euforia entre mis hermanos y sobrinos, a pesar de la distancia entre Turrialba y el Valle Central. Y, en un encuentro familiar ocurrido en esos tiempos -días de gloria, les llamo yo-, dos sobrinos me comentaron que, buscando en internet, pudieron detectar a unos Hilje en Croacia, y les habían escrito, pero sin respuesta alguna. Les pedí las direcciones e hice un intento días después, sin resultados positivos. No obstante, cuando menos lo esperaba, unos tres meses después recibí una llamada de un hombre llamado Ivo Hilje, quien me expresó que, en efecto, era primo segundo nuestro, y estaba feliz de contactarnos por esa vía.
Algún día narraré los detalles y el significado de este feliz reencuentro familiar, a partir del cual establecimos firmes e indisolubles lazos que me permitieron visitar dos veces a la familia allá, en tanto que varios de mis hermanos y sobrinos, así como mi hija, han podido hacerlo, hasta el año pasado. Como resultado de esas visitas he podido acopiar varias banderas, camisas, gorras y una bufanda, para no tener que usar manteles de cuadritos rojos, como lo hiciera aquella tarde de 1998 en el campus del CATIE.
Ahora bien, al contacto permanente con las nuevas generaciones de primos -ocurrido gracias al fútbol y a internet-, se ha sumado el acercamiento entre los miembros de la comunidad croata en Costa Rica, compuesta tanto por los descendientes de los pioneros -es decir, los que llamo croaticos-, como por croatas de nacimiento, llegados en años recientes.
Al respecto, el acontecimiento más relevante fue la organización, en enero de 2012, de un convivio inducido por el propio gobierno croata, en la persona de Branka Bezić Filipović, representante de la Fundación para la Emigración Croata. En congruencia con el objetivo de esta entidad, se proponía establecer vínculos entre los croatas dispersos por todo el mundo, para mantener viva la unidad y la identidad cultural croata.
Cabe destacar que a ese evento se sumó el exfutbolista Marino Lemešić, quien con su hijo Leo, que es aficionado a la navegación y dueño de un yate, habían llegado la víspera a Puntarenas, desde México. Cálidos y afables ambos, estuvimos evocando la vez que Marino vino a Costa Rica como integrante del Hajduk Split. Por cierto, en un mensaje escrito en estos días, mi amigo Juan Ramón Murillo -historiador y escritor-, que vio a ese conjunto jugar contra nuestra querida Liga Deportiva Alajuelense -también estuve ahí esa mañana-, acotó que dicho equipo “era ese día una máquina de hacer pases precisos, de jugar limpio y con elegancia, y de meter goles cuando les diera la gana”. Totalmente cierto, pues el domingo 28 de diciembre fulminaron 6 por 0 a la Liga, y el viernes anterior habían derrotado 5 a 1 al Saprissa, nuestros mejores clubes.

Asimismo, como un inesperado y lindo gesto, cuando Branka hizo una presentación gráfica sobre las relaciones entre Croacia y Costa Rica, mostró una antigua foto del Hajduk -aportada por Marino-, en la que, antes del partido contra Saprissa, los jugadores posaron de pie, cada uno con una inmensa letra en el pecho, para en secuencia formar la frase VIVA COSTA RICA. Se la solicité a ella y me la envió después, gracias a lo cual puedo mostrarla ahora aquí.
Para retornar a las copas mundiales, después de Francia 98, Croacia participó en Corea del Sur-Japón 2002, y aunque derrotó a Italia, perdió con México y Ecuador, y fue eliminada. En Alemania 2006 perdió con Brasil, empató con Japón y Australia, y le tocó regresar temprano a casa. A Sudáfrica 2010 ni siquiera concurrió.
Después de tan irregular desempeño, llegó Brasil 2014. Las expectativas eran bastante buenas, aunque le correspondió jugar el partido inaugural contra el anfitrión. Con el Arena de Sao Paulo a reventar, Croacia no se amilanó y, por el contrario, se plantó firme, jugó buen fútbol, y ya a los 11 minutos iba ganando. Aunque Brasil empató a los 29 minutos, el partido se mantuvo muy disputado entre ambos. Sin embargo, al minuto 71, como buen émulo del experto Neymar en su afinidad por los pisos de césped, Fred se dejó caer y el árbitro pitó penal, ante el desconcierto de todos los espectadores. Brasil culminaría con un 3 por 1 ya en tiempo de descuento, pero el daño del árbitro había liquidado a los croatas. Tan descarado fue Yuichi Nishimura, que la FIFA lo fletó de inmediato para su natal Japón, y hasta ahí llegaron sus mundiales.

Más consolidada como equipo, la Selección de Croacia esperaba el mundial de Rusia 2018, pero se llevó un tremendo susto. Invicta en las cinco primeras jornadas, todo se le complicó al perder de visita con Islandia y Turquía. Peor aún, cuando en la propia Zagreb ganaba 1 por 0 a la modesta Finlandia, faltando dos minutos para concluir el partido el rival empató. Esto ponía en serio riesgo su clasificación al mundial, y no quedaba más opción que ganarle a Ucrania tres días después. Se encendieron las alarmas. En un movimiento riesgoso, de inmediato destituyeron al entrenador Ante Čačić -el mismo de Brasil 2014-, y contrataron al poco conocido Zlatko Dalić. Decidido y valiente, Dalić fue a Ucrania y salió airoso 2 por 0. Así, dejando los pelos en el alambre, Croacia ganó la opción de enfrentar a Grecia en el repechaje. Un mes después, derrotaba en casa 4 por 1 a Grecia y, con tal holgura, bastó con un empate en Atenas para clasificar.
Ante estas circunstancias, llegado el mundial de Rusia, algunos no confiaban en el combinado croata. Sin embargo, ya en el primer partido, ganado 2 por 0 a Nigeria, se pudo observar la calidad técnica, la tenacidad y el espíritu de lucha, lo cual alcanzaría su clímax con un impecable 3 por 0 contra Argentina. Ya clasificada, contra Islandia -difícil rival que la venciera y hasta la superara en puntos en las eliminatorias-, utilizó un cuadro suplente, y aún así ganó 2 por 1.
En octavos de final se iniciaría el viacrucis de tener que recurrir a tiempos extras, e incluso a penales, para dirimir quién si podía seguir adelante. Aunque Dinamarca llegó a defenderse, consiguió un gol antes del primer minuto, pero Croacia supo sobreponerse, para concluir 1 por 1, jugar los tiempos complementarios y ganar 3 a 2 en la tanda de penales. En cuartos de final, tras un partido electrizante, y de nuevo remontando el marcador, empató 1 a 1 con el anfitrión Rusia en el tiempo regular y 2 a 2 en los tiempos extra; en los penales ganaría 4 por 3. En las semifinales, le tocó el turno a Inglaterra, con quien, tras superar otro gol tempranero, empató 1 por 1 en el tiempo regular, pero anotó un gol en los tiempos complementarios. En síntesis, en muy pocos días, tres remontadas, tres prolongaciones a tiempos extra, y lanzamiento de penales en dos ocasiones. Después de vivir esas jornadas tan estresantes, comenté a mis amigos y parientes que si hoy algún médico me pidiera hacerme exámenes del corazón, me ahorraría el tiempo y el dinero pues, tras superar esas pruebas, sé que estoy bien.
Ahora bien, mientras todo esto ocurría, casi a diario estábamos en contacto con los primos en Croacia, dándonos aliento mutuo, así como compartiendo fotos y videos. Allá se vivía en una permanente locura, y ahora yo era testigo de eso de manera casi instantánea, gracias a la popularización del uso de cámaras digitales y de internet. ¡Algo inimaginable aquella tarde de hace 20 años, cuando salí a pitar solo, mientras mi hija sostenía con fuerza el mantel de cuadritos rojos, para que el viento no se lo arrebatara!
Y, por fin, con Croacia en la gran final -algo que todavía cuesta asimilar-, más la favorita Francia como adversario, era tiempo de celebrar como se debía.
Tras un primer intento de reunirnos, y con poca concurrencia, esta vez los croaticos sí respondimos, convocados para presenciar el partido en el bar y restaurante República, a un costado del Estadio Nacional. Justamente ese día, en la sección deportiva de La Nación se informaba que en Costa Rica hay apenas unos 14 croatas -de arribo reciente, pues nuestros viejos murieron hace muchos años-, sin relación entre sí, por lo que casi nadie habría de celebrar un posible triunfo croata.

Nada más erróneo, pues aunque los croatas y sus descendientes históricamente hemos sido pocos aquí, familias como los Orlich, los Ivankovich, los Domián y los Hilje somos bastante numerosas. Ello explica que esa hermosa mañana de domingo, ataviados con nuestras camisas, bufandas y gorras, al igual que portando orgullosos la bandera de Croacia, colmamos tan amplio local, con capacidad para más de 200 personas. No pudieron llegar todos, pero se nos sumaron varios amigos ticos que se enteraron de la reunión, así como otros clientes del lugar, que no dudaron en corear, celebrar y abrazarse con nosotros, porque en realidad casi todos los costarricenses se identificaron a plenitud con la selección de Croacia.
Días inolvidables en nuestras vidas, de veras -como ocurrió hace 20 años-, gracias a esos “vatreni”, futbolistas que portan en su pecho el ardor de los auténticos guerreros, emergidos de las calamidades de una patria malherida por la guerra. Pero para ellos la fatiga, la tensión y el serio desgaste físico de las extenuantes jornadas precedentes no importaban, si el corazón era capaz de latir al unísono con sus compatriotas anhelantes de la campeonización, así como con los miles de millones de personas que, frente a los televisores en todo el mundo, palpitaban con ellos.
Conducidos por el incansable, talentoso y humilde Luka Modric -galardonado como el mejor del certamen-, los jugadores croatas se ganaron la admiración y el cariño de todos quienes los vieron dominar el balón a placer, practicar fútbol de alta calidad, remontar marcadores y adversidades, y luchar con gallardía hasta el último minuto. Y aunque las contingencias del fútbol impidieron que se adueñaran del ansiado campeonato y del excelso trofeo, obtuvieron un premio que no cabe en ninguna vitrina, pues reside en los corazones de toda la humanidad. Por ello, los croatas y sus descendientes estaremos siempre muy pero muy agradecidos con el mundo entero.
(*) Luko Hilje Quirós
(luko@ice.co.cr)