jueves 18, abril 2024
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La prensa ante la hora del cambio

De cal y de arena

De un Estado cuyo funcionamiento es presa de una estructura institucional anticuada e inconexa con la conformación presente de un mundo muy distinto; de los partidos políticos atenazados por visiones sociales divorciadas de los enfoques y pretensiones de la sociedad del presente; del conglomerado de empresas y organizaciones sociales que van quedándose atrás, superadas por la evolución del entorno en el que operan, víctimas entonces de su mismo hieratismo. De toda esta realidad se habla, se pide cambiar: al Estado, a sus instituciones, a los partidos políticos, al tejido social y sus ramificaciones, al mundo empresarial y sindical. De la demanda de cambios tampoco escapa ese nuevo actor que es el deporte organizado.

Evidentemente, quienes no aciertan en la interpretación de las demandas de cambio arriesgan a fosilizarse.

La necesidad de adaptarse a los cambios que imponen los nuevos giros de la sociedad igualmente llega a los medios de comunicación social. En particular, al periodismo en sus diversas modalidades. Un periodismo anclado en las viejas estructuras, por ello mismo se anquilosa y choca con dificultades para cumplir los extremos fundamentales de su misión: informar y hacerlo bien para formar bien.

Máxime en estos tiempos en que la sociedad contemporánea es retada por la insurrección de las redes sociales. Unas redes que no guardan ninguna fidelidad hacia la ley ni hacia el orden social instituido, mucho menos hacia los principios deontológicos del periodismo, simplemente porque no son ni hacen periodismo.

En buena medida y en un importante segmento, esas redes sociales entrañan un peligro para la información de calidad pues no están en el deber de sujetarse a los principios de veracidad, exactitud, responsabilidad, equilibrio, decencia y honradez.

¿Qué va a ser de una sociedad acosada por unas redes sociales desentendidas de esos principios pero con fuerte ascendente en sus diversos estamentos?  Si informan pero haciéndolo distantes de la verdad, la exactitud, la responsabilidad, el equilibrio, la decencia y la honradez, lo que canalizan no es en obsequio a la buena formación del ciudadano.

Los medios de comunicación social formales –el periodismo en particular- tienen ahí el gran desafío de estos tiempos si partimos de que están para informar y formar. Han de entender el sentido del grito de cambio y lo que significa cumplir su misión ante la aplastante aparición de las redes sociales informales. Un error de apreciación puede reflejarse en la calidad de la sociedad en que convivimos.

En la sociedad del espectáculo que nos describe Mario Vargas Llosa se abre un anchuroso espacio a la deformación de la misión que tienen los medios de comunicación. Lo estamos viendo –y padeciendo- también en nuestro país, con la invasión de los medios electrónicos por personajes contratados para cumplir un libreto que devasta la calidad, la elegancia, la veracidad, en obsequio a provocar una risa, nada más.

Los propietarios de los medios, los directores de los medios que consienten esas formas de la  perversión de la responsabilidad y de la calidad de los contenidos de la información, deben recordar que  los medios informan y forman. Si lo hacen mal, el efecto pernicioso cae sobre la sociedad. Es lo que está pasándonos.

(*) Álvaro Madrigal es Abogado y Periodista

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