viernes 19, abril 2024
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Quod scripsi, scripsi

La literatura, en primer término, ha sido la pasión de mi vida entera. Me involucré solito de muy joven en leer, leer todo lo que pudiera leer, quizá a los trece años empecé a comprar libros en ventas de libros usados, con un par de pesos que le escamoteaba a los gastos del viaje de mandados a San José, era un muchachillo pueblerino que iba desde Naranjo a San José a hacer mandados de papá. Me bajaba en el Paso de la Vaca, iba a hacer los mandados y de ahí contando las cuadras y si hacía virajes a derecha o izquierda, un mapa imaginario, regresaba no sin antes almorzar.
Papá era magnánimo y me daba para almorzar en el Balcón de Europa o en el restaurante Ana, muchas veces comía tacos mexicanos en el mercado Borbón, que de mexicano no tenían nada, pero llenaban y eran baratos, entonces por el mismo lugar de tomar “la cazadora” para Naranjo, me compraba un libro usado. Era como llevar un tesoro oculto, y aún hoy en día muy en mi tercera edad, lo sigo haciendo. Nada, absolutamente nada, me procura más deleite que entrar a una librería y comprar un libro. Vinieron los años de estudiante universitario y decidido por la medicina desde los quince años, eso mismo estudié, quizá por esa razón admiro la obra de Chejov y Conan Doyle, médicos ambos y escritores a tiempo completo.
La pasión de leer se ha mantenido igual o más hasta hoy, quizá un poco más selectivo porque llega el día en que ves que “si hay libros malos”, que son un despilfarro de papel, y que hice lo mejor en no publicar nunca mis escritos, quizá hoy estaría arrepentido de muchos de ellos, excepto posiblemente de la poesía que he escrito y nunca publiqué, fue quedando en las páginas en blanco de mis libros de medicina y de especialidad, revistas médicas y hojas sueltas, hasta la llegada de las computadoras portátiles y las tabletas y teléfonos inteligentes.
¿Qué sucede cuando uno escribe una obra, buena, mala o regular? Es como cuando alguien echa un chisme al viento: no se puede recoger nuevamente, y entonces “lo escrito, escrito está”, razón tenia el Procurador Romano Poncio Pilatos, al mandar colocar el letrero INRI ( IESVS NAZARENVS REX IVDAEORVM) sobre la cabeza del madero de la Cruz de Jesucristo, los sacerdotes judíos le reclamaron y éste les respondió la célebre frase: Quod scripsi, scripsi.
La literatura como pasión, no es necesariamente rentable pues lo que leemos retorna solo como conocimiento no aplicable (exceptuando la literatura profesional) a la profesión o negocios. Como ocupación es riesgosa pues solo uno de cada diez mil escritores llega a ganar mucho dinero con sus libros, los demás si es que ganan no les alcanza para vivir, esto sería la parte práctica de ella, no obstante yo le recomiendo a quienes tengan esa inquietud que no se detengan pues “quien abandona una carrera por poco práctica, comete el más impráctico de todos los errores” Mario Vargas dixit.
Una estrella literaria salta en cualquier lado del firmamento, y no conoce de edades ni de razas, color, o sexo. Veamos el caso de la autora de Harry Potter o Corín Tellado, Ágata Christie, que aunque no son mi elección quizá con la excepción de la inglesa por su genialidad como detective. Estas tres mujeres vivieron holgadamente con sus obras, lo cual demuestra que en cualquier lugar saltará la liebre.
Hubo verdaderos maestros de la pluma que merecían el Nobel y no se les dio: Borges, Sabato, Kafka, Cortázar, Tolstoi y una pléyades de escritores universales, y es que yo me moriré sin comprender los caprichos de Estocolmo, que otorga premios como premios de lotería a muchos no merecedores, en todos los campos: ¿caprichos de monarquía? No lo sé ni tengo interés en elaborar teorías al respecto, nunca me ha movido a comprar un libro leer en su portada “premio Nobel de literatura”, me he llevado un par de chascos.
Yo tuve una espuria fantasía de publicar una novela corta, que escribí en ratos libres, pero en manuscrito, mi letra es demasiado variable (un psicólogo diría que soy bipolar), algunas veces me cuesta entender lo que escribí, pues bien una vez lista para el concurso de la editorial Costa Rica, había que mecanografiarla, yo salía del país y no quería perder ese viaje, la dejé a un escribiente, hizo la original y las copias, la metió al certamen y meses después me comunicaron que el concurso había sido declarado desierto, recogí mi obrita y vi buenas recomendaciones de dos escritoras que eran jurado. Leí el original y mi sorpresa fue encontrar que el escribiente donde no entendía mi letra ¡inventaba! Muchísimos errores que la convertían en una novela no apta para ganar un premio, quizá el premio al perezoso.
Después de ahí seguí otra vez con mi poesía, artículos, luego unos cuentos cortos que envié a un escritor para revisar, me respondió cascarrábicamente que no había recibido nada. Antes del año salió una novela corta de él, que era un plagio total a un cuento mío. No me sorprendió pues nunca había catalogado a ese escrito como bueno, pero eso si un gran plagiador.
Al paso del tiempo llegué a la conclusión que mi falta de disciplina era la esencia de mi fracaso para escribir y publicar, aparte que las editoriales chicas cobran mucho dinero por imprimir un determinado trabajo, las editoriales tienen sus cosas, algunas veces vemos cómo un escritor sin mucho que dar, se convierte en éxito de una editorial muy conocida. Es decir, hay demasiados puntos a tener en cuenta para ser escritor, con lo cual no quiero echar atrás a nadie, no, quien quiera probar que lo haga.
El pecado mortal de escribir, es publicar una obra de la que nos avergoncemos después, yo siento que al menos eso no me llegó a suceder, aunque conozco algunos que no desean oír hablar de algunas obras suyas. La repetición de frases e incluso partes de la obra, de un autor a otro, por lo general son estructuras mentales del inconsciente del que escribe y una vez leyó aquello, es totalmente comprensible, no obstante lo más álgido de la literatura son los críticos, que usualmente son escritores frustrados que tratan de minimizar todo lo que leen mediante el serrucho.
Carmen Naranjo, aquella escritora valiosa nuestra, dijo una vez una frase bastante cercana a la verdad: “en Costa Rica si sobresales, o te cortan la cabeza o te serruchan el piso”, mucho he visto correr bajo el puente de mi vida y no solo en la literatura, en la vida profesional es casi una regla.
No tendré que oír del Pilatos de mi mente la frase: lo escrito, escrito está.
(*) Dr. Rogelio Arce Barrantes es Médico

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