martes 16, abril 2024
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El Niñito: imaginación, gozo, y tradición

“Silenciosa, minúscula, con algunos ranchos pajizos y calles de tierra, sin alumbrado público, la ciudad parece dormida en tanto que los habitantes esperan, en las duras camas de pabellón- defensa contra los alacranes del techo y el sereno que cuela entre las rejas—o en las rígidas cujas de esterilla, la hora sagrada del Nacimiento, anunciado por las campanas de la iglesia, para rezar al Niño Dios una canción de amor y de esperanza y rendirse luego otra vez al sueño, que es tregua cicatera en la brega del trabajo obstinado contra la naturaleza, el aislamiento y la pobreza, que no permiten jolgorios ni despilfarros.” Noche Buena en San José, año de 1828. Gonzalo Chacón, Tradiciones Costarricenses.

Cuando en estas tierras tropicales, de diciembres soleados y ventosos, no existía el árbol de Navidad, ni San Nicolás, ni mucho menos Santa Claus, se le hacían pedidos al Niño. A ese niñito se le esperaba de muchas formas; poniendo lana, papeles encerados, matas, caminitos de aserrín, una casita, parásitas, entre otros. En las casas de numerosos de nuestros antepasados, era común ver un desfile de figuras que adornaban salas o corredores, desde la Sagrada Familia, calabazas, carretas, espejos que simulaban agua, juguetes. En fin, donde se le ponía, había algo por descubrir. Para un sinnúmero de personas, poner y visitar portales era toda una ilusión. Aunque la visita a los pasitos hoy pareciera ser cosa del pasado, todavía existen familias que mantienen la tradición de poner muchísimos elementos que trascienden las tradicionales figuras del Nacimiento.

Luego, por llegada la ansiada noche del 24, inicia una tradición que concluirá 40 días después – el 2 de febrero (día de la Virgen de la Candelaria) –, fecha en la que se despide la Navidad e inicia un nuevo tiempo litúrgico. La tradición a la que nos referiremos ha estado arraigada en Costa Rica desde mucho tiempo atrás… desde los albores mismos en que se forjaba nuestra reservada e incipiente ‘identidad’. Es un evento que a través de generaciones ha reunido familias, vecinos, y pueblos. Ha propiciado noviazgos, bailes, tragos, pleitos, momentos de humor, creatividad, re-encuentros, tantas situaciones… Pero sobre todo ha promovido algo esencial para los creyentes, ‘fervor’. Es el tradicional Rezo del Niño.

En este artículo se realiza un recorrido simbólico sobre cómo algunas familias costarricenses han acostumbrado a preparar la llegada del Niño por medio del portal, se narrarán casos concretos de cómo nuestros antepasados vivieron la tradicional ‘visita a los portales’, y luego, con las narraciones de varios entrevistados, entraremos en un territorio fascinante: el esperado rezo. En torno a este, existen detalles que llaman la atención, como la tradicional pólvora, la figura del rezador, las travesuras de los niños y de las mascotas, la comida, y por qué no, figuras políticas que se infiltraron en portales.

 

 

Las hermanas Lela y Mela

En San Rafael de Montes de Oca, dos de las hijas de Esther Fernández y Jesús Segura, Lela (Eneida) y Mela (María Rafaela) tenían gran devoción por el Nacimiento. Era una familia de varios portales. Uno era de madera, pequeñito. En 1994, dos años antes de morir, Lela decía que el pasito tenía más de 100 años. Todo el año pasaba en una mesa. Tenían también un retablo de tres piezas con imágenes pintadas. Era un objeto bellísimo que pocos poseían.

En la sala había otro. Ese lo hacían, dicho popularmente, con un tilichero. Le ponían carracos plásticos, gallinas, pajaritos, leones, lo adornaban con matas. Si lograban conseguir, ponían uno o dos cohombros porque les gustaba el perfume que emana cuando está maduro. ¡Cuando una de la matas daba un ayote, también se le ponía el ayote!  Tunia, o Cuna, como de cariño le decían a uno de sus hermanos, Rafael Ángel, las chineaba mucho. Algunos de los regalos iban para el portal. Antes de que existiera la tradición del ciprés, ellas ponían la rama de un árbol, o de un arbusto seco, le quitaban las hojas, lo pintaban con cal y lo adornaban. Pasaba Navidad, era Semana Santa y a veces todavía usted veía aquel portal intacto (Memorias de Segura Morera, 2019).

 María Rafaela Segura Fernández (primera a la izquierda) con su hermana Angela. Fotografía del año 1932 en el corredor de su casa. San Rafael de Montes de Oca.

Eneida Segura Fernández (Lela), hermana menor de María Rafaela a sus 18 años. Las hermanas acostumbraban a decorar el portal con un sinnúmero de figuras. A la par del árbol solían tener la imagen de la Virgen del Socorro, El Divino Niño, El Dulce Nombre de Jesús, y un retablo con las imágenes del Nacimiento.

 

Decorar con ayotes, como en el caso del portal de María Julia Mena Bermúdez y familia, ha sido una costumbre muy arraigada en Costa Rica. Higuito de Desamparados, 2019.

Besar al Niño: de lo divino y lo humano

Existen familias que han tenido como tradición besar al niño cuando se pone el portal. Otros lo hacen el 24 por la noche. En muchas iglesias un rito también ha sido tocar los pies o besar al Niño colocado frente al altar.

“Mi abuelo Egérico Segura (1926-2018) tenía la costumbre de besar al Niño. Esa fue su usanza desde los 7 hasta los 92 años cuando murió. A nadie más recuerdo tener ese mismo hábito pero en diciembre del 2018, su tataranieto, un niño de muy corta edad, estaba donde su bisabuela de visita. En un momento que vio al Niño, espontáneamente dijo: “¡Yo quiero darle un besito al chiquito!” Se le acercó y le besó en los pies” (Memorias de Segura Morera, 2019).

 

Besando al Niñito de su bisabuela Ángela Morera, a quien cariñosamente él llama ‘Lita’.

Una manera de disfrutar la Navidad a la tica ha sido el visitar portales. De acuerdo con las personas consultadas, dicha actividad genera entusiasmo y mucha curiosidad, especialmente en los niños. Con el objetivo de conocer hasta dónde llegaba la imaginación de nuestros antepasados para poner su pasito, así como algunos de los eventos que se daban en torno a las visitas, se han seleccionado los siguientes casos alegóricos.

El Portal de María Matea

En un lugar del cantón de Atenas de Alajuela, existió un portal que era todo un evento para quien lo visitase. Y no solo era por la asimetría o por lo inusual de tantas figurillas, si no que era principalmente por su dueña, que una vez que se le visitaba, contaba con lujo de detalles qué significaba cada cosa. “Miren ustedes – decía María Matea- aquel muñeco amarrado a la cama es el chino Juan José que degollaron en Alajuela para robarle la platilla. Esa muñeca con cara de yegua, es la Chabela Tenorio… ¡Ave María Purísima…! A mí no me lo crean. Aquel otro viejo negro en camiseta con y calzoncillos de manta, es ñor Juan Congo, que los güilas le tienen miedo y de noche no pasan por la cuesta de Pan de Azúcar…. Aquel entierro con dos ataúdes, son de Juanita Torres y Tuto Sandí, que los muy enamorados, porque no los dejaron manconarse por cuentos de la vieja Zarate, se fugaron de la casa y antes que los tatas y la policía los atrapara, abrazaditos se tiraron al río grande desde el puente de la Balsa.” Bueno, era una cosa de nunca acabar, porque el repertorio de la amable señora era de resistencia… (Elías Zeledón, Navidad Costarricense. 1902).

El Pasito de Hortensia y el gato Trompo

Una vez fuimos a ver el portal donde mi abuelita, y mi hermano se trajo un gato que se había encontrado. Le puso Trompo. Me acuerdo de que mamá le decía que lo dejara en la casa, y él no lo soltaba. Cuando llegamos mi abuela se había ido a hacer un mandado, pero una de mis tías estaba ahí. A mi abuela por todo lado le gustaba ponerle caminitos de aserrín, de diferentes colores. En un momento que mi hermano soltó al gato, se fue a meter al portal. Ese animal escarbó por todo lado. El aserrín lo dejó hecho un revoltijo. Luego mamá y mi tía sudaban viendo cómo acomodaban ese reguero. A Víctor y a mí nos mandaron para la casa, con el gato por supuesto. Lo que no me acuerdo fue si mi abuela se dio cuenta…

Otro día, de necio se volvió a traer el bendito gato, pero mamá esa vez no vino. A Víctor lo mandó requeté-advertido y vea qué sal: en un momento que mi abuela se acostó, adivine qué, se metió al portal y le volcó un rey. El que es negro. Donde lo empujó, le quebró la cabeza. Mi hermano agarró el gato, y detrás de un palo de anonas que había, ahí se quedó sin moverse. Mi tía abría gavetas buscando con qué pegarlo. Ya luego nos dijo “Mejor váyanse chiquillos porque quien quiere ver a mi mama” (Raúl Viales, 2019, oriundo de Nicoya, Guanacaste).

Gloria in Excelsis Deo

Cuando las muchachas íbamos a visitar portales, que entonces los había como maíz, después de curiosear viéndolo todo: el paso, con las Tres Divinas Personas, el buey y la mula, el Ángel de Gloria, La estrella, Los Reyes Magos, los pastores, y de decir elogios por lo bonito que ese año lo habían puesto, la dueña de la casa no dejaba de ofrecer:

-¿Quieren un vaso de chicha?

Y una contestaba:

¡No se moleste, si ya nos vamos!

Pero la dueña sabía a qué atenerse, se iba y volvía con una bandeja de vasos con chicha…

Y cuando en algún portal no nos ofrecían chicha, entonces la más zamarrita hacía como que estaba leyendo en voz alta el letrero del Ángel de Gloria:

-¡GLORIA IN EXCELSIS DEO!

Y en seguida añadía. Bien claro, para que la oyeran los dueños de la casa:

-¿DÓNDE ESTÁ LA CHICHA QUE NO LA VEO?

(Carlos Luis Sáenz. La Navidad Costarricense. Copilado por Elías Zeledón Martínez).

¡Un portal de sorpresas!

Una de mis tías tenía una casa bastante grande. Había que cocinar, barrer patios, lavar ropa, chiqueros, coger café. Todo era trabajo. Cuando podía, se acostaba un rato después de almuerzo. Yo vivía cerca y cuando venía de la escuela normalmente iba a darme una vuelta. Siempre había algo en qué ayudar. ¡Si uno no se ofrecía, igual lo ponían a hacer oficio! Como la casa pasaba con las puertas abiertas, algunos animales se metían.

Un día cuando llegué, mi tía estaba acostada; como me gustaba ver portales, fui a la sala a verlo. Me hacía gracia que el Niñito tenía las manos juntas, puestas a un lado. Pero esa vez el Niño y la cuna estaban volcados. La lana estaba esparcida. Donde originalmente habían colocado al Niño ahora había un nido. También había un huevo, era colorado. Recuerdo que tenía una pluma pegada. La gallinita se había ido. Pero José y María estaban intactos, de pie, uno de cada lado, solo que ahora los dos en lugar de cuidar a un niño, contemplaban un huevo (Memorias de Marlon Segura, 2019).

¡Vengan a rezar!

Id pronto cristianos

A ver al Dios Niño.

Jóvenes y ancianos

Corred que ha nacido.

Está en un establo

Temblando de frío.

El Dios de los cielos

Que de amor herido

Corred y llevadle

Al niño bendito

Vuestros corazones

De amor encendido.

 

El portal del matrimonio María Julia Mena y José Alfredo Mora Sánchez en Higuito de Desamparados. En su pasito acostumbran a colocar parasitas como los llamados ‘toritos’, así como una variedad de gallinas, y plantas.

 Según Don Luis Guillermo Vargas Castillo, de San Rafael de Alajuela, con esta oración muchos iniciaban el Rezo del Niño. Menciona que aun hoy se mantiene, mientras otros optan por nuevas versiones.

De acuerdo con Edgar Solano, misionero trinitario, el Rezo del Niño es un ‘acto devocional’.  En su opinión, hay que tener claro que, al no ser un acto litúrgico, regido por la ortodoxia, como lo son por ejemplo los siete sacramentos, existe un margen para que cada quien utilice la imaginación a la hora de celebrarlo. “El rezo del niño conserva una ‘columna vertebral’. Quien lo reza en eso se basa. La iglesia de hecho tiene una guía devocional para el rosario del niño” (Edgar Solano, Santo Domingo de Heredia, 2019).

“Estilos hay como personas que rezan. Cada quien tiene su forma de rezarle al niño. Lo único es este, contemplar el misterio de la encarnación, a través de los misterios gozosos. Yo no sé si has constatado. Lo que he escuchado es que es muy de Costa Rica. Cambia también según el lugar” (Cristian Bermúdez González, Seminario Nacional Nuestra Señora de los Ángeles, 2019).

 

Rezo del Niño en Barrio El Carmen, Dulce Nombre de Tres Ríos, 2019. En la imagen se aprecia a algunos miembros de Estudiantina La Unión. Foto cortesía de Randall Torres.

¡Una dedicatoria especial!

Si de estilos se tratase, el siguiente caso no es la excepción. Antes de rezar, una costumbre entre muchos rezadores ha sido ofrecer el rosario por los miembros de la familia y los invitados.

Mi mamá tenía una tía que se llamaba Alba. Resulta que al esposo de la tía Alba de cariño le decían “Coqui”. Una de las hijas se llamaba ‘Nela’. Alba fue rezadora mucho tiempo. Resulta que se iba a los rezos si usted la llamaba. Empezaba: “Bueno, vamos a empezar este rosario para pedirle a la Santísima Virgen por la salud de Coqui, por Nelita, para que nunca me le falte trabajito…” y así seguía aquella mujer hasta nombrar a todos los de la casa de ella. Lo que menos hacía era ofrecer el rosario por la familia que la llamó, ni por los ahí presentes, como era la costumbre de otros rezadores, pero como tenía gracia para rezar y le gustaba hacerlo, la seguían llamando (David Castillo, San Roque de Grecia. 2019).

¡Ojo! ¡Pólvora!

Celebrarle al Niño con pólvora fue y continúa siendo una costumbre entre los ticos. En nuestro ADN pareciera existir una fascinación por el fuego, por el color que estalla, por la sensación de sorpresa, espectáculo y triunfo que causa el estallido. Pareciera haber algo en nosotros que gusta al enfrentarse con el miedo. El siguiente relato da muestras de esto.

“En los rezos del Niño, antes, bueno, incluso ahora, hay lugares donde revientan bombetas. Resulta que en un rosario estaban en medio rezo cuando tiraron pólvora. Lo normal es que fuera para el final, pero alguien se adelantó. La cosa es que unos cachiflines cogieron para dentro de la casa, y la gente corriendo como loca, unos agarraron para la cocina, otros se hacían un puño, di…porque las bombetas los podían quemar y todo… bueno, aquello fue un desastre. Luego eran puras risas… ya al final se volvieron otra vez a sentar y a seguir con el rezo. ¡Pero eso fue algo que bueno…una completa locura!” (Rose Mary Mena Bermúdez, Higuito de Desamparados, 2019).

¡Nunca falta una diablura!

Ante la seriedad de un acto de fe, han acontecido momentos jocosos e inolvidables en la memoria de los partícipes. María Julia Mena nos comparte un recuerdo de su hermano Carlitos y de su madre, cariñosamente conocida como la abuela Nena:

“En un rezo de mamá, mi hermano Carlitos agarró una bolsa, de esas de papel, de pulpería y se la metió en la cabeza a un gato que teníamos. Con una tirilla se la amarró. El pobre no podía ver. Andaba a oscuras pegando entre los pies de la gente. Cogía para un lado, para otro, chocaba entre las sillas, con los adornos, en las puertas; uno con aquellas ganas de reírse, pero no se podía, Dios guarde. Luego el gatillo daba vueltas. Con las patillas intentaba desbaratar el papel. La cosa es que nadie podía moverse ni hacer nada porque Dios guarde, mamá era estrictísima. Había que seguir rezando. Por nada se podía interrumpir. Mamá nada más pelaba aquellos ojos azules y los hacía de un lado para otro. Con solo eso ya sabíamos que estaba lo que se llamaba furiosa” (María Julia Mena Bermúdez, Higuito de Desamparados, 2019).

Filomena (abuela Nena) Bermúdez Monge junto a su esposo Belarmino Mena. La abuela Nena orgullosamente fue prima hermana del escritor, intelectual y educador Joaquín García Monge.

Venancio Alvarado ¡un rezador tiempo completo!

Durante el período de entrevistas hubo un patrón, se encontraban más mujeres rezadoras que hombres. Los hombres parecían ser la excepción. De ahí que, para obtener otra óptica de esta costumbre, se consideró necesario encontrar un testimonio sobre un hombre que haya sido rezador.

“En Cariblanco de Sarapiquí el 24 le rezábamos al Niño. Yo era una chiquilla cuando eso. Para ese tiempo trabajaba en la soda de Chepa (Josefa) y llamaban a Venancio para rezar. Él era un muchacho de unos 25 años. Como rezador se inició a los 15. Era el rezador del pueblo. Se sabía muchas oraciones. Una de las canciones era ‘Mi alma recibe.’ Eran muy de los tiempos de antes, también cantaba en latín. Venancio era de una familia muy católica que tenía muchas oraciones antiguas. Se las sabía de memoria y las tenía apuntadas en una libreta. Ese hombre rezaba con una devoción que ya cuesta ver. A usted él le explica el por qué uno repite tal cosa. Reza y explica. Por dicha no ha muerto. Vea que estando mayor, con 88 años, sigue siendo rezador, que yo sepa, no conoce lo que es licor. Por rezar nunca ha cobrado, recibe contribuciones si se las dan. Rezaba para novenarios, Semana Santa, Rezos del Niño, para todo.

Cuando Venancio era un muchacho, yo era una chiquilla. En ese entonces era una alegría que alguien hiciera un rosario del Niño. Donde Chepa se hacía como las siete de la noche. ¡Lo que es ser uno chiquito, uno se volvía loco con cualquier cosa que le dieran en un rezo! Lo que nunca se me olvida es que él tenía mucha gracia para cantar y rezar. Muchos rezan, pero no es cualquiera el que tiene devoción y estilo. Para mí, un rezador como Venancio no hay y difícilmente habrá otro igual” (Ángela Morera, San Pedro de Montes de Oca, 2019).

 

El Niñito Barcelonés, de Doña Angela Morera.

 

 

El niño está decorado con el antiguo retablo de las hermanas Lela (Eneida Segura) y Mela (María Rafaela Segura).

¡Rezo a lo grande!

Una costumbre muy costarricense ha sido invitar casi a medio pueblo a un rezo, aún con el trabajo que eso conlleva. La siguiente narración demuestra que un rezo puede ser toda una fiesta.

“El primer pasito me lo regalaron cuando me casé. Yo me casé en el 70. Era un portal de una sola pieza. Todas las figuritas estaban metidas en una casita. Nos lo dio una gente de Higuito. Luego compramos uno ya más grandecito y regalamos el primero. Cuando uno se casaba, regalar un portal era una costumbre.

A Nardo (refiriéndose a su esposo Bernardo, a quien también le decían Macho) le gustaba hacer el rezo a lo grande. ¡Con solo la familia ya eso era un montón de gente! Como le gustaba invitar a medio Higuito, uno quedaba muerto de aquella trabajada. Uno lo hacía por devoción, pero más que todo por complacerlo. Nardo mataba un chancho. Se hacía tamal asado, arroz con pollo, picadillo de arracache, pan casero, bizcocho, café, agua dulce, ponche. ¡Para él los músicos no podían faltar! ¡Niño y música eran inseparables! Cada año traía a un grupo diferente. A los músicos, y a quien rezara, él les daba un traguito antes de empezar. Era apenas una copita, “como para calentar” decía.

A los chiquillos le gustaba mucho la jalea. Hacer la jalea era lo más fácil, era como ‘pegarle un chonetazo a una lora’: se partían las naranjas a la mitad, se les sacaba todo lo de adentro, se agarraba el jugo, se mezclaba con maicena y sirope. Luego se rellenaban las naranjas. Elba nos ayudaba. Le gustaba mucho el papín. Creo que fue Elba la que nos la dio esa receta. ¡Cuando haga lo voy a invitar!” (Marta Morera, Higuito de Desamparados, 2019).

Ponche y guaro de contrabando…

Una tradición es ofrecer ponche (rompope) en los rezos del Niño. Es casi que infaltable. La tía Flor hace un ponche riquísimo. Lo suyo no es comprarlo hecho. Para ella, comprar rompope comercial es sinónimo de pereza para hacerlo de manera casera, de no ‘complicarse’. Al intentar conocer “el secreto” de su receta, dijo:

“Hay varias maneras. Una es con flan, nuez moscada, canela, y un poquito de ron colorado. Se deja refrigerar uno o más días.  Cuantos más días tenga sabe más rico. Hay gente que se abusa y le echa mucho guaro de caña. Todo con moderación. Otra es hacerlo a base de huevo batido. Antes mucha gente lo hacía a base de huevo y le echaban guaro de contrabando. El problema es que eso es demasiado fuerte. Ligerito se va a la cabeza”.

-Tía, esto me lleva obligatoriamente a otra pregunta. ¿Usted conoció a alguien que lo hiciera con guaro de contrabando?

Me acuerdo que en Cariblanco había una señora que vendía guaro de contrabando. Se llamaba Socorro. Estoy hablándole de hace unos 50 años. Para un rosario ahí tenía usted garantizado su buen trago. Al ponche también le echaba de ese guaro. Sí le digo una cosa, Socorro era una mujer muy desprendida con la comida. A usted le mandaba un gallito de algo o unas verduras. Mamá la quería mucho por eso. Supe que una vez le calló el resguardo. Revisaron la casa y no encontraron nada. La cosa es que la mujer se quedó sentada en una banquilla mientras buscaban. Lo que no sabían era que debajo de las enaguas largas que andaba ahí había escondido las pichingas de guaro—y como el Resguardo a ella no la iba a revisar, ¿así quién iba a encontrar nada?” (Flor Morera, Santa Lucía de Heredia, 2019).

Cuando la política se mete en el portal

Así como el guaro de contrabando se metió en los rezos, también la política tuvo su espacio. Por inusual que podría parecer, en un acto de fe han existido ejemplos de vínculos afectivos con personalidades políticas, para entrar así en el culto a la personalidad. Trata de un plano donde lo terrenal entra en conflicto con una tradición y donde el humor por ‘colores políticos’ tuvo cabida.

María Eugenia Herrera tiene una historia muy interesante al respecto:

“Esto pudo haber sido entre 1968-1976, en la casa de mi bisabuela, Lourdes Moya Durán de Herrera Troyo, en el centro de San José. Ella era familia del Dr. Durán. En la casa hacían dos portales. Uno en un lado de la sala y el otro del otro lado. Nadie entraba a esa sala, solo entraban como decir visitas. Tenían entronizado, en el centro, la foto del Dr. Calderón Guardia y en el otro la foto de José Figueres. Cada foto tenía dedicatoria del puño y letra de cada uno de ellos. Mi bisabuela, Doña Lourdes tenía veneración por el Dr. Calderón. Mi tía abuela, Virginia iba con el Figuerismo. Figueres era el padrino de mis primas. Nosotros íbamos a los rezos. Lo anecdótico de eso es que ese año se hacía primero el rezo de las calderonistas con todas sus amigas, también calderonistas. De hecho llegaba dona Rosarito y su hija Alexandra. Al día siguiente era el rezo de las liberacionistas. Ahí nunca vi a nadie de la familia de Figueres. Usted veía a San José, la Virgen, el Niñito y atrás la foto de Calderón. Del otro lado lo mismo, pero con Figueres.

Mi abuela decía: “Y ustedes fueron a rezar, ahí donde estaban esas liberacionistas?” Uno le decía: Sí.

¿Y qué les dieron? Seguía. Uno le contestaba: “Suspiros, queque, galletas, helados…”

“Espérese” decía, “porque mañana en el rezo de nosotras va a haber más cosas de comer.”

Entonces nosotras íbamos a dos rezos—pero al año siguiente, ahí es donde está el vacilón, ellas se turnaban. Si este año había sido primero el rezo de las calderonistas y al día siguiente el de las figueristas, el otro año entonces le tocaba primero a las liberacionistas. Nosotras íbamos a los dos rezos, pero el resto de la familia no iba a los dos. Por pasado el rosario, cada foto usted la veía en alguna mesa en la sala o en la mesa de noche. Me acuerdo verlas, yo podía tener cinco, seis, siete años. Esas fotos las ponían a la par de los santos. Los tenían como ídolos. A nosotras entonces nos tocó ir dos veces al año, a la misma casa, a dos rezos diferentes” (María Eugenia Herrera Marín, San José, 2019).

El Dr. Calderón Guardia, expresidente de la República, 1940-1948.

José Figures Ferrer. Expresidente de la República, 1953-8/1970-4.

 Ángelo León: un niño le reza al Niño

Muchos probablemente estamos acostumbrados a ver adultos rezar. Sin embargo, en diferentes hogares de San Antonio de Escazú hubo quienes tuvieron el privilegio de contar con un niño rezador. La historia que él cuenta, demuestra otro lado de la tradición.

-Ángelo, ¿cómo se inició usted como rezador?

Todo comenzó a los ocho años. Mi papá era músico. Mi abuelo era sacristán en San Antonio de Escazú. Mi abuelo aprendió a rezar a muy corta edad y luego le enseñó a mi papá. Mi papá formó un coro en la iglesia de San Antonio y decía que yo tenía potencial para cantar. Me llevaba a los rezos. Luego me decía que lo hiciera solo. A los diez, once años ya lo hacía completamente solo. Antes de eso fue una curva de aprendizaje y ahí estaba mi papá para decirme si me estaba equivocando en algo. Todavía sigo rezando, de hecho este fin de semana tengo que rezar uno.

¿Conoce a otros jóvenes rezadores?

Hay muy pocos jóvenes en esto. Hay gente que no quiere lo mismo de antes, como la música, pero uno no va a meter un reguetón obviamente (lo dice con un tono bromista). En mi caso, busco que sea más participativo. Una vez me conseguí cinco panderetas e involucré a la gente. Hay que ponerle sabor a las cosas. Una que gusta mucho es ‘Con mi burrito sabanero’. Mucha gente no canta, pero le gusta.

-¿Recuerda alguna situación en especial de algún Rezo del Niño?

(Ríe) Muchas veces hay casas pequeñas. En una, como había tanta gente yo quedé cerca del portal. Hay una parte en el Alabado que se repite y la gente se arrodilla. Yo quedé tan cerca del portal que había una candela. Yo me arrodillé y sentí un calor en la pierna como si me hubiera quemado, entonces yo me levanté inmediato, se supone, según la tradición que usted se queda hincado por un rato. Di, a la primera, como la gente vio que me levanté, se levantó conmigo, pero era que me había quemado (ríe), no tenían que levantarse. De ese rosario me saqué una quemadura.

-¿Tiene alguna experiencia que no le haya gustado?

Hay muchas veces que usted dice “uy, ese lugar”. A uno como rezador lo que más le duele es cuando la gente no contesta. Lo digo por mí. A veces uno se tiene que contestar a uno mismo.  Cantar a uno mismo. Hay lugares donde la gente no pone atención. Hay gente que sí lo hace con fe. En un rezo yo rezaba y la gente hablaba, era como si estuviéramos en un bar. Yo me decía, “¿qué estoy haciendo aquí?”. Era la casa de una familia de mucho dinero, pero yo era muy joven y no me atrevía a pedir silencio. Era como una fiesta y yo rezaba solo.

-¿Si pudiera hacerlo, dónde volvería a rezar?

Donde mis abuelos (lo dice con un tono dulce y algo nostálgico), porque ahí es donde yo aprendí. Mi abuelo ya murió y lo extraño. El metía bromas en el rosario y hacía que uno pasara un rato muy agradable (Ángelo León Sandí, San Antoni de Escazú, 2019).

 

Ángelo León a la edad de 9 años en uno de los recuerdos más especiales de su infancia: la Primera Comunión.

¿Cómo mantener viva la tradición hacia el Niño?

Entre los entrevistados para este artículo, hay quienes opinan que la inseguridad del país ha generado que la gente esté tras las rejas y prefiera hacer un acto pequeño y familiar, lo cual afecta la identidad de los pueblos. Otros mencionan que el cambiarse de religiones de alguna manera alteró la tradición. Algunos son de la opinión que existen personas que ya no se identifican con la puesta y Rezo del Niño, mucho menos para visitar portales. Otros son de la opinión que el tico se dejó seducir por el árbol de ciprés, los muñecos de nieve y que el Niño se relegó a otro plano. Se menciona que la gente vive ahora en espacios más privados y que, por ende, al imperar la desconfianza ya las puertas no se abren fácilmente.

Uno de los entrevistados, quien prefirió el anonimato, en tono gracioso dijo: “La gente está primero por el fútbol, la pachanga y el guaro, muchos de los que van a rezarle al Niño hacen acto presencial, ni mueven la boca, cantar menos, pero cuando se les sirve el gallo de arracache, ahí sí abren la boca con buenas ganas”.

“Creo que se ha vuelto un poquito más familiar, se ha ido individualizando. Aparte de que económicamente implica un gasto mayor. En el nivel eclesial sí se pone a la gente a participar. Cada parroquia celebra su rosario del niño”, comenta Cristian Bermúdez.  

El Portal del matrimonio de María Eugenia Hernández Cervantes y Ramón Egerico Segura Fernández. El pasito tiene aproximadamente 70 años. San Pedro de Montes de Oca.

La fe no se hace a ciegas

El misionero Édgar Solano nos deja con palabras inspiradoras: “conservar la tradición es un trabajo que necesita hacerse desde la familia misma, pues la fe no se hace a ciegas. Y para creer, siempre debe haber una razón.” Desde su óptica, “el Rezo del Niño crea un espacio de convivio, de oración entre la familia y los vecinos. ¡Es un espacio donde Dios entra, pero no entra como por arte de magia, sino porque uno lo hace!”

Sobre el autor del artículo:

Marlon Segura. Egresado en Teatro y Cine con énfasis en Ciencias Políticas—Universidad de Costa Rica-Universidad de Kansas. Master en Educación Internacional, Universidad de Massachusetts. Estudios de análisis de movimiento,  Ecole Internationale de Théâtre Jacques Lecoq, París. elcuerpopolitico@gmail.com

Edición: Tatiana Chinchilla, filóloga, Universidad de Costa Rica.

Colaboradores: Diego Fallas, politólogo, Universidad de Costa Rica. Fernanda Valerio, estudiante de sociología, UNA. Roy Cordero, SIBDI, Universidad de Costa Rica.

Bibliografía:

Cartín Zeledón, Elías. La Navidad Costarricense: crónicas, ensayos y villancicos. San José: Editorial de la Universidad de Costa Rica, 1999.

Chacón Trejos, Gonzalo. Tradiciones Costarricenses. San José: Editorial Costa Rica, 2010.

Consultada:

Chacón Orozco, Priscilla. Orígenes y costumbres del Pasito Navideño. Museo de Costa Rica.

García Monge, Joaquín. Identidad, invención y mito. Ensayos escogidos. San José: Editorial Costa Rica, 2010.

Agradecimientos:

Aarón Chinchilla, Ángelo León Sandí, Ángela Morera Ugalde, Cristian Bermúdez González, David Castillo, Diego Fallas, Edgar Solano, Edgar Carrillo Mans, Flor Morera Ugalde, Gabriel Morera, Luis Guillermo Vargas Castillo, María Eugenia Herrera Sandí, María Julia Mena Bermúdez, Marta Morera Ugalde, Randall Torres, Roy Cordero Loaiza, Rose Mary Mena Bermúdez.

 

 

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