sábado 20, abril 2024
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De ratones y libros (Of mice and books) 40

Viajes por mi biblioteca, 40

La Marquesa de Calderón de la Barca, que no era marquesa ni llevaba en sus venas sangre del inmortal autor de La Vida es Sueño, se llamaba Frances (Fanny) Erskine Inglis-Stein (1806-1882) y procedía de la pequeña nobleza de Escocia. Lo que pasó fue que esta dama, que en la tercera década del Siglo XIX se trasladó a vivir a Boston (EEUU) con su madre viuda, conoció allí al político y diplomático español don Ángel Calderón de la Barca; y se casó con él, ligando su destino a España por el resto de su vida. Estuvo con su marido en México entre los años 1839 y 1841, cuando él desempeñó el cargo de Embajador de España (el primero, luego de que se establecieran las relaciones diplomáticas entre la vieja Metrópoli y su ex-Virreinato); volvió a Boston; luego pasó a vivir a España, cuando Calderón fue llamado a ocupar el Ministerio de Relaciones Exteriores en los gobiernos moderados de Lersundi y del Conde de San Luis. Muerto el  marido en 1861, y tras un breve intervalo que Fanny pasa en un convento francés, la Reina Isabel  II la trae de nuevo a la Corte española para que se ocupe de la educación de su hija la Infanta Isabel; en 1868 sigue a la Reina al exilio a raíz de su abdicación, y regresa a la Corte con Alfonso XII en 1874. Dos años después, el joven Rey (hermano de la Infanta, su pupila) confiere a Fanny el título de Marquesa de Calderón de la Barca; que disfruta poco, porque muere en Madrid, en 1882.

La Marquesa de Calderón de la Barca. Redes

Se preguntarán Ustedes ¿por qué este Ratón se ocupa tanto de la tal Fanny Erskine cuya vida, en realidad, como esposa, como institutriz, no presenta nada notable, salvo, a juzgar por los retratos, su notable belleza? Lo que pasa es que, durante todo el tiempo en que ella estuvo en México como “embajadora consorte”, envió a sus familiares una serie de cartas largas y minuciosas, obviamente en lengua inglesa, en las que les cuenta de las múltiples y variopintas actividades que lleva a cabo con su marido y amigos (reuniones, ceremonias, fiestas, viajes incesantes); y les transmite sus impresiones y comentarios acerca de México, los mexicanos y las mexicanas de toda condición socio-económica. Y resulta que cincuenta y cuatro de esas cartas fueron publicadas con gran éxito en Boston y en Londres (1843), con un prólogo del historiador William Prescott; y siguieron muchas otras ediciones en los siglos XIX y XX. Las cartas fueron publicadas en Madrid hasta 1920, por la viuda Bouret, con traducción de Enrique Martínez de Sobral. En México hubo traducciones parciales del libro en el Siglo XIX, pero la primera versión completa en español fue la que hizo mi recordado  amigo don Felipe Teixidor (republicano español en exilio) para la Editorial Porrúa, en 1959. Ese sorprendente vacío por más de un siglo en tierras aztecas, de una obra titulada precisamente La Vida en México, y que era aclamada en todas partes, parece deberse a la general indignación que produjo su lectura a los mexicanos, incluyendo prominentes intelectuales, que se sintieron injustamente satirizados y vilipendiados por la autora.  Pero esa impresión ha cambiado sustancialmente en México: hoy se la valora como un testimonio de increíble lucidez sobre aquella época crucial de la Historia Mexicana; de modo que hay ediciones oficiales y el número de sus lectores ha experimentado un crecimiento constante.

La vida en México Frances Calderón de la Barca 1843.

A propósito, hace unos años compramos en la Librería Gandhi de México una edición con lindas ilustraciones del libro de la Marquesa, que lleva fecha 2009 y que resultó, para nuestra sorpresa, que no era mexicana,  sino española, editada en Madrid por Real del Catorce.

Pero  entonces ¿qué era la cosa con ese libro que no es más que un montón de cartas?  La cosa es que ese libro de género epistolar ¡era un cañonazo! ¡Para qué tratados de Sociología, de Ciencia Política, de Psicología Social! Uno va leyendo y debajo de las palabras van apareciendo las estructuras del poder y la dominación sociales,  las férreas estratificaciones socioeconómicas inconmovibles ante los embates revolucionarios, las proclamas, las constituciones, los ejércitos.  La entretenida, minuciosa descripción de las joyas que engalanaban los vestidos de fiesta de las condesas, baronesas y marquesas que pululaban en los frecuentes bailes de gala organizados por el Gobierno o las Embajadas, resultaba ser una radiografía implacable de la verdadera historia de México: aquella acumulación obscena de brillantes, rubíes, esmeraldas y zafiros nos explicaba con insuperable elocuencia el por qué de la economía mexicana, el por qué de la política mexicana, el por qué de su impotencia frente a los Estados Unidos, el por qué del inexorable hundimiento de aquel espléndido país.

Ángel Calderón de la  Barca.

Frances Erskine Inglis-Stein, señora de Calderón de la Barca, con su clara inteligencia, su fina percepción y su férreo carácter, había recibido en su natal Edinburgo una esmerada educación humanista: lenguas, música, filosofía, arte, política, historia, sazonadas con viajes formativos a Francia e Italia.  Cuando a sus treinta años contrae matrimonio con el político, escritor y diplomático español de cincuenta y cuatro, don Ángel Calderón de la  Barca, está lista para enfrentarse al mundo desde una posición privilegiada, y sacarle provecho. La mujer que acompañó a Calderón en su papel de Ministro Plenipotenciario de España en México no es la esposa discreta, ajena al mundo político de su marido, sólo atenta a procurarle tranquilidad y sostén: es un ser humano ávido de sentir y comprender aquel inmenso y extraño Mundus Novus descubierto hace tres centurias, que es México, el cual compara sin cesar con el mundo que conoce: la culta y cosmopolita Edimburgo, la Inglaterra victoriana e imperial; la naciente potencia norteamericana; en suma, la perspectiva de los civilizados dominadores.

En el arco de muchos años he leído sobre México lo escrito por varios historiadores y ensayistas: Justo Sierra, Altamirano, Halperin, don Jesús Silva Herzog, don Daniel Cosío Villegas, mi recordado hermano Arnaldo Córdova; pero los libros de estos sabios no son capaces de transmitir las situaciones y los episodios con la fuerza con que lo hacen (¡sin decirlo expresamente!) las cartas de la escocesa Fanny Erskine.

Un ejemplo puede servir: en la carta número VII y las inmediatas siguientes se nos detalla y enumera un gran número de personas de género femenino y masculino que se presentan a saludar a los nuevos embajadores de España para ponerse a su servicio, para acompañarlos, invitarlos, recibirlos, para procurarles ayuda de todo género.  La mayor parte de estas gentes son españoles; la mayor parte de ellos tienen títulos nobiliarios y son poseedores de palacios y haciendas de gran extensión: todo esto en el México independiente de 1840, cual si su mundo estuviera situado, como por un embrujo mágico, en tiempos del Ancien Regime, antes de la Revolución Francesa.

Y entonces uno se da cuenta de que, para esa gente, la palabra independencia no significó democracia, república, igualdad, Estado de Derecho, sino continuidad de los privilegios, desigualdad, monarquía absolutista.

Y entonces uno entiende del por qué dos intentonas imperiales (Iturbide y Maximiliano) en el Siglo XIX; por qué la fortuna política de un caudillo nefasto e incapaz como Santa Anna, que ocupa once veces la Presidencia pero es incapaz de detener el previsible despojo de más de la mitad del territorio mexicano por parte de los Estados Unidos; por qué un Porfirio Díaz; por qué el PRI se eterniza en el poder;  por qué el Presidente de México y los Gobernadores de los Estados acumulan tantas prerrogativas de poder; y finalmente por qué todo esto junto ha servido para que se generalice la corrupción a todo nivel, propiciando de paso, primero los ruinosos enclaves transnacionales y finalmente el progreso indetenible del narcotráfico y el terrorismo de Estado.

Ignacio Manuel Altamirano.

Al analizar un intento centralizador del Estado mexicano que se pretendió instaurar en el Siglo  XIX, Ignacio Manuel Altamirano explicaba que lo que en realidad se estaba implantando en México

“… donde la mayoría de la población se componía de indígenas incultos y de propietarios mestizos, era en realidad una oligarquía opresora y exclusivista: mejor dicho, una monarquía disimulada, bajo la influencia del ejército, del clero y de los ricos, más expuesto todavía que el régimen democrático á las conspiraciones palaciegas y á las asonadas militares, especialmente en un país que estaba ya devorado por el virus de las revoluciones…” (Historia y Política de México (1821-1882); México, 1947; pág. 46)  

No imaginó Altamirano lo que seguía después de esas calamidades.

¡Pobre México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos! decía el tirano Porfirio Díaz, entregado él mismo al capital extranjero.  Habría que agregar: ¡Pobre México, con tantos Santa Annas y Porfirios Díaz en su trágica historia!

El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador. Archivo/EFE

Detenido una y otra vez en su camino hacia el triunfo por la hidra de nueve cabezas del fraude electoral, AMLO llegó tarde a su cita con la Historia: tenía que haber ocupado su lugar en la mesa que reunió a Néstor Kirchner, José Mujica, Evo Morales, Rafael Correa, Lula da Silva y Hugo Chaves.  También faltaba Fidel, por otras razones: había llegado demasiado temprano. Aquello no pudo ser. Pero Andrés Manuel López Obrador siempre creció frente a los obstáculos. Que su fuerza, su experiencia y su hombría de bien le permitan conducir finalmente a su pueblo por el camino de la madurez política, la democracia y la justicia social.

Y sigue.

(*) Walter Antillon Montealegre es Abogado y Catedrático Emérito de la Universidad de Costa Rica.

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1 COMENTARIO

  1. Nuevamente un ratón hermoso! Muchas Gracias Don Walter por llevarnos a estos viajes enriquecedores por su biblioteca. Espero pronto poder disfrutar de estos ratones-y-libros recién salidos de la plancha.

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