jueves 18, abril 2024
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Memorias ateas

En 1997 tuve la oportunidad de conversar con Nexhmije Hoxha, entonces viuda del exdictador comunista albanés, Enver Hoxha. La señora había llegado a Washington (la capital) a propósito de una invitación que le hicieron llegar académicos estadounidenses curiosos en valorar la obra de su marido.

Tuve la suerte de haber sido invitado a dicho evento, pero más ventura me acompañó al participar de una tertulia, casi íntima, con la viuda en un hotel cercano a Dupont Circle. Mi curiosidad no era nada para menos: soy cristiano. La  señora Hoxha adivinó rápidamente mi interés por la situación de la religión en el país de ella, particularmente la referida al largo periodo de ateísmo oficial impuesto a la nación albanesa.

Quiero decir -sobre todo para los jóvenes lectores- que Albania fue liberada del yugo nazi en 1944, bajo la guía militar y política del “camarada” Hoxha, líder, junto a otros, de los partisanos albaneses. Desde 1945 hasta 1985, Hoxha y su Partido del Trabajo de Albania, controlaron el destino de millones de seres humanos y de no pocas generaciones. La entonces República Popular de Albania nació como producto de una guerra de liberación nacional, antifascista, que prendió entonces con furor en la región de los Balcanes, estableciéndose entonces una férrea dictadura  estalinista.

Volviendo a la señora Hoxha, una mujer elocuente, profesionalmente formada como pedagoga y guardiana de la ortodoxia marxista-leninista, conforme a los dictados de su marido, tuvo el ímpetu -en la ocasión en que la conocí- de explayarse en aspectos históricos de la revolución en Albania, en el mundo y, en particular, hizo referencia a las muy tormentosas  relaciones de enemigo que su marido contrajo con las extintas Unión Soviética y Yugoslavia, y con la China reformista de Deng Siao Ping y la Corea de Kim Il Sung.

Así que la señora Hoxha no era simplemente una informada dama empeñada en defender el legado de su difunto esposo, pero era ella en si misma historia viviente y testigo privilegiada de episodios extraordinarios de la Guerra Fría y la gran guerra intracomunista a nivel mundial. De lo que me comentó se desprendió, claramente, que las relaciones a nivel de gobierno entre los Estados comunistas, no fueron conflictivas sino infernales. Bueno, pero esto es tema para otro comentario.

En lo que interesa a este artículo, yo le pregunté a la señora Hoxha sobre el Estado ateo, sobre el cierre de templos y mezquitas, y sobre el significativo grado de exclusión social que sufrieron los creyentes albaneses de cualquier religión. Porque en 1967 Enver Hoxha se pavoneó ante el mundo como el artífice del primer Estado ateo en la historia de la humanidad, Estado que por  el simple hecho de creer en privado te hacía objeto de persecución y sanción.

El relato de la señora Hoxha partió de un antecedente cierto: Albania fue sin duda una sociedad semifeudal, muy atrasada y prácticamente analfabeta, lo que justificó -en sus palabras- la expropiación absoluta de los bienes de la Iglesia, especie de cómplice de ese status quo durante siglos. Entonces, procedió el Estado a cerrar dichos espacios para dedicarlos al deporte y a la cultura; había que hacerlo -según ella- en nombre de la alfabetización, la ciencia y la verdad marxista-leninista.

Recuerdo muy bien que la señora Hoxha no pudo entenderse con las buenas razones capaces de explicar el impresionante resurgimiento del sentimiento religioso con la debacle del comunismo albanés. Después de todo, no fueron pocas las generaciones que se formaron bajo el alero de un autoritario dogma ateo. Igualmente, la señora Hoxha fue esquiva cuando le pregunté acerca de los miles de torturados, encarcelados y ejecutados por razones estrictamente de fe, aunque admitió que existieron excesos no atribuibles a su exmarido

El artículo 37 de la Constitución albanesa de 1976, la segunda y última del periodo comunista,  decía lo siguiente:

«El Estado no reconoce ninguna religión, y apoya la propaganda atea para implantar una perspectiva materialista científica mundial en el pueblo».  En código penal de 1977 condenaba a prisión -de tres a diez años- a quien desplegara «propaganda religiosa y la producción, distribución o almacenamiento de literatura religiosa”.

Ha de entenderse que en la República Popular Socialista de Albania la visión de la vida se dividió oficialmente en dos partes antagónicas: una supuestamente científica (el pensamiento Hoxha) y la otra religiosa (una suerte de “idealismo reaccionario”). El Estado y el Partido tenían que encargarse, a su vez, del “cuido” moral y espiritual del pueblo a través de la represión inmisericorde de toda religión, y ello se acometió en nombre de la razón, la ciencia y el bienestar colectivo.

El problema desde una óptica de los derechos humanos, es que el ateísmo fue en Albania una confesión de Estado, si bien no religiosa, sí cosmogónica, cuya violenta imposición mezcló disparatadamente citas y comentarios de Stalin junto a las obras, por ejemplo, de Darwin y Oparin. La ciencia en lugar de ser tenida como un instrumento al servicio del intelecto y de la libertad, se instrumentalizó para servir al control dictatorial de la gente. Para lograrlo se estableció el Estado ateo y, peor aún, se prohibió la cosmogonía religiosa y se aceptó solamente una: la del Estado, la de sus intérpretes, la de Enver Hoxha.        

La versión marxista-leninista de Enver Hoxha (como la de Mao, Stalin y Tito) se basó en creencias metafísicas sobre la razón y la ciencia comunista ubicadas en un pedestal de verdad absoluta. Tan “sagrada” fue dicha verdad, que justificó la represión y el aniquilamiento emocional y hasta físico de muchos creyentes. Karl Marx se hubiera asombrado con disgusto y repulsa el que sociedades supuestamente socialistas impulsaran doctrinas y prácticas opuestas a la ciencia y contrarias a la libertad y la democracia.

El autoritarismo amenaza hoy, igual que ayer, la libertad de los individuos y la de las sociedades en la era de los derechos humanos. El poder sin Dios, o, el poder con Dios, no tienen cabida en el Estado democrático moderno. El Estado no debe confesarse adherente de la evolución ni de la creación.  El logos, el pathos y el ethos de la democracia han de fundamentarse en la democracia misma y cuya substancia fundamental es una: la libertad y la república democrática en su aplicación política.

Cuando el Estado es confesional, deja abierta una ventana que invita al sectarismo, a la exclusión y al fanatismo.  En su conjunto, lo apuntado se convierte en una amenaza potencial a la libertad y en una sentencia discriminatoria vigente, como ahora en nuestro medio, al declarar nuestra Constitución Política el credo cristiano-católico como oficial del Estado.  

Para quienes creen en Dios -como en mi caso- conviene argumentar que la libertad religiosa se resguarda en la medida en que ningún credo u alguna otra metafísica no deísta se adueñe de la voz del Estado. Cuando el Estado abraza los ideales democráticos, no es que deje de ser una amenaza, pero es menor su proclividad para invalidar derechos fundamentales.  

La irrupción en el escenario político nacional  de formaciones religiosas es una amenaza a la estabilidad democrática; es un contrasentido democrático tener que elegir entre dos mares incompatibles: el secular y el religioso.  Una razón fundamental para apoyar a Carlos Alvarado consistió en evitar llevar al Ejecutivo un partido religioso. Creo que la mayoría de los costarricenses no han internalizado, como conviene, el haber conjurado una inmediata y sorpresiva amenaza religiosa.

La metafísica secular, la que falsamente ruega a la razón y a la ciencia, como se invoca a un fantasma provisto de infalibilidad y de suyo propio con plenos poderes para aniquilar al disidente, también es repudiable. El siglo XX vio nacer el ateísmo autoritario en varias dictaduras estalinistas.

Ciertamente el discurso pseudocientífico (como el estalinista) hecho metafísica se presentó hipócritamente como adecuado para contrarrestar la intervención religiosa en los asuntos públicos del Estado. Sin embargo, detrás de dicha “razonabilidad” se esconde el recurso de la falacia. Un  mal enfrentado a otro mal factor no presupone ninguna bondad en los actores de dicho conflicto. Nada bueno hace una sociedad que pasa de un absolutismo a otro absolutismo, de una tiranía a otra tiranía.

Volver a los recuerdos de Albania, de Radio Tirana, emisora que en onda corta yo sintonizaba cada día a la medianoche en la década de los 70,  para escuchar con emoción cómo una pequeña república estalinista denunciaba a medio mundo y cuyos enemigos mortales eran de todos los colores, desde el imperialismo americano, pasando por Tito, hasta llegar al social imperialismo soviético y sin olvidar a la China Roja, hoy me permite elaborar conscientemente la convicción de que los estandartes de la ciencia y la razón en malas manos son un salvoconducto directo al despotismo.

Ni Newton ni Marx ni Darwin pueden responsabilizarse de tan fatal atropello a la dignidad humana. Los terribles aprendices de las grandes utopías, deben ser en lo posible identificados por el pueblo para evitar las grandes calamidades del siglo XX. No hay que olvidar los campos de la muerte de Pol-Pot en Indochina, así nacidos de siniestras fantasías seculares; ni olvidar la guerra fratricida en los Balcanes que enfrentó trágicamente a cristianos y musulmanes.

Haber conversado con la señora Hoxha fortaleció mi sentir de que las convicciones religiosas de un pueblo no pueden ni deben conculcarse. Dicho encuentro me hizo saber que la “aguerrida e inocente” Albania no fue más que una cruel estafa y todo en nombre de la ciencia y la fraternidad social.

Vuelvo a meditar sobre lo fundamental que es debatir el rol que la religión debe tener en nuestro país. Siempre es urgente hacerlo porque la religión es una metafísica que, mal empleada, puede convertirse en una siniestra invitación al odio y a la conflagración social. El fundamentalismo religioso tiene un lugar en una sociedad libre -como cualquier otra idea- pero debe conocer sus límites en función de la naturaleza diversa de la colectividad en su conjunto.   

La doctrina de los derechos humanos debe ser la medida universal para calibrar la bondad o no de nuestras sociedades. Dialogar con Nexhmije Hoxha me recordó lo vital de tener siempre presente esta escala de valores (los derechos humanos) para medir, defender y ensanchar nuestras libertades sociales e individuales.

(*) Allen Pérez es Abogado

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