viernes 19, abril 2024
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Los abusos de religiosos

Columna Poliédrica

Recientemente se ha dado la denuncia, por abusos sexuales, de una serie de religiosos vinculados a la iglesia católica, apostólica y romana. Mal haríamos en pensar que lo denunciado es algo que únicamente sucede en esa iglesia, al contrario, se trata de un fenómeno que se ha dado, y se sigue dando, en las diferentes religiones que existen en el mundo. Claro está, no se trata aquí de plantear aquello que dice: mal de mucho consuelo de tontos.

Las religiones tienen la particularidad de conceder a ciertas personas un poder sustentado en la idea de que esos individuos de carne y hueso, son los intermediarios entre los simples mortales y la divinidad a la que se adora. El problema está en que los creyentes de las diferentes religiones terminan otorgando a esos intermediarios una autoridad que, en no pocas ocasiones, trasciende lo terrenal.

No estamos hablando de los grandes jefes de las diferentes religiones, sino que nos referimos a los diferentes sacerdotes, predicadores, profetas, etc., que son afines a determinadas religiones e iglesias. Uno no puede imaginar qué estará pasando en religiones en que el fenómeno de la relación de poder entre el pastor y la oveja es más vertical y enajenante.

Lo más reprochable en el caso de la Iglesia Católica ha sido el encubrimiento que han hecho de las denuncias que muchas personas hicieron en su momento. Probablemente con base en la idea de proteger a la propia iglesia, muchos superiores de sacerdotes taparon y cohonestaron hechos que le desgraciaron la vida a muchos niños y adolescentes. La impunidad que ha generado esta práctica ha dado como resultado una revictimización, especialmente, para aquellos que han tenido el valor de denunciar y dar un testimonio público de su desgraciada experiencia.

Ojalá que muchas personas de otras iglesias, cristianas y no cristianas se llenen de valor y denuncien a pastores, rabinos, guías espirituales, chamanes y demás intermediarios que se han aprovechado de su condición para abusar sexualmente de hombres y mujeres, niños y niñas, monaguillos y monaguillas, en fin, de todas aquellas personas que depositaron su confianza en farsantes de esa calaña.

Esperemos que también los encubridores sean castigados. La tolerancia que se ha dado en el catolicismo con estos casos resulta, sencillamente, impresentable. Lo peor es que los cómplices permitieron que la situación se siguiera dando a sabiendas del perjuicio que este tipo de acciones tenía para las personas involucradas, es decir, no solo no se detuvo sino que se permitió que el abusador continuase haciendo de las suyas a lo largo del tiempo.

Probablemente han sido siglos en que la situación descrita se ha venido produciendo. Siglos. No hay que ser muy brillante para pensar que en los conventos de hombres y mujeres, esas prácticas han sido frecuentes y que incluso han generado resultados que se taparon con prácticas que la propia iglesia católica repudia; para que nos entendamos, en los conventos han sido encontrados restos de neonatos que no llegaron a ver la luz del día.

Los casos en otras iglesias deberían salir pronto, no solo de otras iglesias afines al cristianismo sino de otras relacionadas con religiones diferentes a la cristiana. En el judaísmo, islamismo, hinduismo, budismo y demás religiones menores, los abusos sexuales y de otro tipo deben ser frecuentes con base en el poder que tienen sus dirigentes en relación con los feligreses.

La primera medida lógica para evitar la posibilidad que este tipo de conductas se den es que los niños y niñas se alejen de esos espacios. Los padres de familia deberían ser muy desconfiados con los intermediarios entre ellos y la divinidad a la que veneran; ahora más que nunca, la desconfianza tendría que ser la principal herramienta para evitar que un hijo o hija caiga en las garras de estos delincuentes con piel de oveja.

Se debe entender de una vez por todas que los religiosos son personas de carne y hueso. Su naturaleza los lleva a tener los vicios propios de cualquier ser humano y por lo tanto, es necesario evitar, siempre, entregar una confianza absoluta en ellos; por el contrario, la experiencia vivida a lo largo de los años indica que se debe desconfiar y bajo ningún concepto, dejar que los hijos estén a solas con estos y otros personajes investidos de un poder reverencial que viene de las creencias de las personas.

Siempre es mejor preferir a los humanos que son demasiado humanos, al decir de Friedrich Nietzsche, que idealizar a los que siéndolo, terminan siendo considerados como deidades y, para peores, ellos terminan también creyéndolo y señalando con el dedo al resto de los mortales.

(*) Andi Mirom es Filósofo

columnapoliedrica.blogspot.com

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