jueves 18, abril 2024
spot_img

Gene Sharp, Guaidó y la Generación del 2007

No muy lejos de Cambridge, donde vivo, existe otra ciudad  que se llama East Boston, que ubica al modesto local del Albert Einstein Institution (no confundirlo con el “Institute”) que, en la realidad, poco o nada tiene que ver con el famoso físico alemán y su ethos humanista.

Fue por décadas el hogar y el lugar de trabajo del profesor Gene Sharp, un cientista teórico de la política que salió de su enmohecida oscuridad a raíz de las protestas contra Slobodan Milosevic en la antigua Yugoslavia. Sharp murió en Boston hace poco más de un año, sin ningún reconocimiento serio de parte de la exigente y elitista academia de su ciudad natal. Su trayectoria académica estuvo ligada a la Universidad de Massachusetts donde se pensionó.

Este anciano frágil, de ojos claros y dulce mirada, y poseedor de un cerebro atlético y alertado, se convirtió en el gurú de toda una generación internacional de estudiantes subversivos, de derecha, que incluyó musulmanes, dispuestos a acabar de manera “no violenta” con los regímenes tiránicos de la post Guerra Fría, comunistas o no.

Dicha generación, fuera en Belgrado o en el Cairo, fue una mezcla extraña y heterodoxa de fuerzas políticas que siempre tuvieron un común denominador: una  dirigencia estudiantil nacida en el momento preciso para enarbolar consignas democráticas, y convertirse en el sustrato de una nueva derecha rendida ante un neoliberalismo necesitado de oxígeno callejero y juvenil. Las derechas de todo tipo ocuparon los espacios que el estalinismo deshojaba en Serbia, o, el vacío que el déspota Mubarak dejaba en Egipto. Las derechas dejaban de avergonzarse de sí mismas, adquiriendo con la novicia generación un frescor epopéyico, populista, del que no habían disfrutado en poco más de medio siglo. El espejo por  donde se miraron, y continúan mirándose, es uno donde el péndulo de la historia ahora las favorece. Les había llegado su oportunidad para construir “castillos y héroes”, arropados por una aguda intuición del “deber” y de la “unidad”.

Gene Sharp.

Las derechas se adueñaron de las calles en nombre de  los derechos humanos y renovaron ellas un matrimonio arreglado con el neoliberalismo que con “baños de masa” celebraba. De ahí que las prédicas del profesor de Boston fueran muy útiles, como también  convenientes resultaron los millones de dólares con los que la CIA, USAID, el Departamento de Estado y notables tanques pensantes (la Fundación Nacional para la Democracia, el Instituto Internacional Republicano y el Instituto Nacional Democrático) inyectaron a estas andanzas. La conservadora Hermandad Musulmana en Egipto, y Otpor (luego CANVAS) en Serbia, fueron referentes fundamentales de estos acontecimientos.  El primero, como un hijo no deseado y, el segundo, como el hijo querido, el que iba a influir en un grupo universitario de estudiantes venezolanos.

Las raíces políticas foráneas de Juan Guaidó se remontan al escenario descrito en East Boston. El enjuto joven leyó ávido el libro De la Dictadura a la Democracia y otros del mismo autor. Guaidó se fijó -según algunas personas que lo recuerdan bien-  sobre todo en los 198 métodos no violentos de acción que lo inspiró a pelarse las nalgas, protestando contra Hugo Chávez en el 2007.

Cabe ahora  hacer la siguiente acotación: a las simples y detalladas compilaciones de Sharp sobre la protesta no violenta, se le han endilgado erróneamente poderes “mágicos” que no tienen, ni es tampoco este compendio una guía científica para botar gobiernos como si ello pudiera existir o siquiera ser posible. En justicia, Sharp siempre lo supo y siempre lo dijo.

Si las derechas se apropiaron de algunas consignas y métodos propios de la arenga “progre” fue porque supieron leer e interpretar la ira o el desasosiego radical de las masas empobrecidas por la economía global, carentes ellas de alternativas propias ante los anchurosos espacios abruptamente dejados por el estalinismo, la socialdemocracia, los movimientos de liberación nacional y sus aliados.

En consecuencia, el neoliberalismo tuvo que ensayar reinventarse paulatinamente, sacar de su armario un empolvado populismo democrático -convertido ahora en radicalismo militante- con el propósito de matricular a las masas en sus propios proyectos hegemónicos. Terminada la Guerra Fría, el neoliberalismo con sus cuestionadas consecuencias sociales se adelantó a inocularse de su propio veneno, y lo hizo creando un populismo inquieto y heterodoxo, vibrante y retórico, capaz de insurreccionar a las masas frente a sus percibidas amenazas, sea, por ejemplo, Abidine Ben Ali en Túnez o Víktor Yúshchenko en Ucrania.

Ocurrió que por esos azares de la vida los libros de Gene Sharp encuadraron bien -como anillo al dedo- en las mentes de nuevas generaciones de la post Guerra Fría que necesitaban maquillar sus revueltas con la “no violencia” para hacerlas moralmente atractivas en medio del caos. Lo que se conocería como las revoluciones de colores fueron realidades, mejor dicho, dinámicas sociales ya establecidas que sobre la marcha adoptaron algunos conceptos y algunas acciones prácticas propuestas por Sharp; dinámicas que también permitieron la emergencia de grupos como Otpor.

Gene Sharp no fue otra cosa. Este académico sin duda ideólogo de su propio pequeño círculo, tuvo una relativa eminencia porque a nivel global contribuyó a generar una semántica y un simbolismo urgentes, así como un optimismo  generacional e intelectual frente a una izquierda que se encontró mentalmente dispersa, moralmente desarmada y famélica de argumentos. La izquierda, además de perder las calles, cedió su capacidad para pensar e innovar. Fueron las derechas las “empoderadas”, las que empezaron a amar el término “revolución”, tan odiado antes.  América Latina fue la excepción durante un poco más de una década de gobiernos progresistas. La Revolución Bolivariana -sobre todo de la mano de Brasil y Argentina- se convirtió en una potente luz hemisférica que irritó a los Estados Unidos. En todo caso, entonces se respiraba un inédito optimismo a pesar de los enormes desafíos continentales. El socialismo de Chávez -el del siglo XXI- pareció confirmarlo en la región. Como sabemos, hoy no es así.  El péndulo se aceleró.

Guaidó estuvo brevemente en Boston en el invierno del 2005. Fue una fugaz parada para un destino más lejano: Belgrado. Ya para entonces era un beneficiario de la organización serbia Centro para la Aplicación de Acciones y Estrategias No Violentas (mejor conocida como CANVAS por sus siglas en inglés y retoño internacionalista de Optor). A finales del mencionado año ya participaba o se “entrenaba”en Belgrado, sin drama alguno ni novedad, como un “cruzado” de las nuevas insurrecciones. En un par de semanas hizo su pasantía en los Balcanes, regresó a su país y terminó recibiéndose de ingeniero en la Universidad Católica Andrés Bello. Luego, en el 2007, se matriculó en un programa de Administración Política y Gobernanza establecido cooperativamente entre la UCAB y la Universidad George Washington.   

Fue Guaidó un desconocido de la Generación del 2007 que en parte contribuyó a la derrota del expresidente Chávez en un referéndum sobre la posibilidad de reelegirse él de forma indefinida. De igual manera, Guaidó fue un activista esforzado en las amplias protestas en contra de la clausura de Radio Caracas Televisión. Estos dos últimos acontecimientos -unidos a una creciente ruptura generacional de los milenios con Chávez- marcan un punto de inflexión en la historia de la Revolución Bolivariana que se profundizará con la muerte del caudillo.  

El estudio de la Generación del 2007 es esencial para comprender lo que ahora ocurre. Es una pieza clave.  Sin ella no se entendería la emergencia de Voluntad Popular y Primero Justicia, bastiones fundamentales de la derecha dura. Nombres como los de Yon Goicoechea, Ricardo Sánchez, Juan Andrés Mejía, Stalin González, Miguel Pizarro, Nixon Moreno, Freddy Guevara, David Smolansky, entre otros, dan cuenta de dicha generación y de su actual impacto.

Voluntad Popular -dirigida por Leopoldo López- del que Guaidó fue siempre un cuadro secundario, aún después de ser electo diputado suplente (2010) y diputado propietario (2015), se vio forzada a delegar en el joven político del estado Vargas la pesada responsabilidad de presidir la Asamblea Nacional. En el 2019 le correspondió a este partido liderar el Directorio y por estar sus principales líderes inhabilitados a ejercer dicho mando debido a la represión política, Guaidó fue sacado de la reserva para hacerlo, estando él en los últimos escalafones de la jerarquía. Los dos veteranos de Voluntad Popular, Leopoldo López y Carlos Vecchio, seguramente vieron en Guaidó una pieza leal, manipulable e incondicional: un cachorro.

Cabe reconocerle a Guaidó -sobre todo por su inexperiencia-  que haya tenido el valor de ponerse en la boca del león, no solo por lo que el gobierno más astuto significa, sino también porque al interior de su oposición prevalecen nidos con viboras venenosas. Ello no lo exculpa, sin embargo, de sus apátridos vicios o de su horizonte antinacional.

Es de presumir que Guaidó no viajó solo a Belgrado y es creíble que quisiera conocer a Gene Sharp. Es probable que entre el pequeño grupo de estudiantes venezolanos recibidos por los fundadores de Otpor y CANVAS, Srdja Popovic y Slobodan Djinovic, se encuentren algunos nombres de los dirigentes estudiantiles antes mencionados. Lo que parece cierto es que la Generación del 2007 es la más frustrada entre sus hermanas de otras latitudes. No ha tenido dicha generación su Revolución Rosa (Georgia, 2003), o, su Revolución Naranja (Ucraniana, 2004); ni tampoco un Revolución de Tulipanes (Kirguistán, 2005), o, una como la magnánima Revolución de Terciopelo (Checoslovaquia, 1989), entre otras flores y otros colores.  

Es probable que Voluntad Popular y Primero Justicia lleven a cuesta el trauma de “no ganar rápido”, por “nocaut”; es probable que en el análisis subestimaron al chavismo, todavía muy fuerte en el 2007 y al través de un quinquenio después. Tampoco administraron con sabiduría la impresionante victoria en las legislativas del 2015, hora cúspide de un pueblo cívicamente insubordinado.

Cuando escucho hablar a Juan Guaidó, y por intermedio de él a Leopoldo López, donde el primero como Presidente de la Asamblea Nacional abre la puerta a una intervención armada estadounidense, queda claro el fracaso final de la Generación del 2007. De nada le sirvieron los manuales de Gene Sharp, ni los premios Sajarov, ni los viajes al exterior costeados por Washington y sus ONGs, ni los sacrificios y riesgos corridos, ni la sombra de CANVAS, ni los muchos votos sacados, como para unificar a la oposición con un sentido de disciplina, generosidad y destino común.  Al final los devoró un desquiciado sectarismo del que quizá Guaidó sea el menos responsable sino su víctima.

Mientras lo referido y mucho más acontecía, allá, superado el Caribe, en un viejo despacho de East Boston, quizá ya tarde en la penumbra y con una pequeña lámpara capaz de desnudar el reclinable y una arracimada biblioteca, alguien cavilaba solo, con inquietud, sobre la “cuestión venezolana”. Gene Sharp sabía, después de todo, que a nadie había prometido colores ni flores, ni que él siempre las esperaría tocando a su puerta.

(*) Allen Pérez es Abogado

Noticias de Interés

2 COMENTARIOS

  1. Un excelente retrato, con muestras de un gran estilo, acerca de las fuentes ideológicas e incluso financieras y organizativas de la ultraderecba venezolana, encarnada por los partidos Voluntad Popular y Primero Justicia, los que terminaron por desplazar a la oposición democrática como resultado de una larga conspiración, la que se remonta a la década anterior. Un oscuro Juan Guaido abrevó, por así decirlo en las fuentes del fallecido Gene Sharp. Gracias Allen Pérez.

DEJA UNA RESPUESTA

Por favor ingrese su comentario!
Por favor ingrese su nombre aquí

Últimas Noticias