martes 16, abril 2024
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Entre Joyce y Proust

Leer fue a mi parecer, una adicción que llevo desde joven, muy bien introducida en mi “mismedad”. He podido reflexionar acerca de qué lleva a alguien a leer miles de libros en su vida, comprarlos y guardarlos es un enorme “capital empantanado”, me dijo el señor que me hizo la mayoría de las libreras.

Él no podía entender que alguien normal tuviera seis libros sobre enfermedades y cirugía del pie (aunque fueras seis autores diferentes, para él era el pie…así nada más), otro tanto o más de cirugía de la mano.

Por otro lado, la biblioteca mía siempre, desde que era un joven estudiante de medicina en Guadalajara, fue de todo tipo de temas, aparte desde luego de medicina. Me casé y una de las grandes virtudes de mi esposa, fue tolerar mi pasión por leer y estudiar. Con esto aclaro que si importa mucho la clase de esposa que uno tenga, otra quizá me hubiera forzado a irme por intolerancia o como le llaman ahora “incompatibilidad de carácter”.

Ahora, cuando ya me cuesta encontrar algún libro realmente apasionante, veo que hay un alejamiento enorme de las nuevas generaciones por leer, quizá el auge del internet haya contribuido mucho a este fenómeno.

Cuando entro en una librería y veo jóvenes hojeando y ojeando libros, me doy una sonrisa cómplice porque no todo está perdido. Una vez leí una frase de don Pepe Figueres, ignoro si era suya o plagiada, pero para efectos prácticos igual era de didáctica: “todo libro que lleve más de un siglo y aún se lea con deseos, es un clásico”. Pues si, porque antaño se conocía como clásicos a Homero, Sófocles, Platón, etc. ahora hay libros de los últimos dos siglos que no tienen nada que envidiar a los antiguos.

Uno de los peores errores del último siglo ha sido la creación del Nobel de literatura, debido en gran parte a la caprichosa manera de otorgarlo, Estocolmo no ha tenido el tino en muchos casos, y a otros gigantes los ha ignorado. Desde luego que si no le hubieran quitado el premio a León Tolstoi, él hubiera sido siempre un gigante, Borges fue genial sin necesidad del premio lo mismo que Sabato, Joyce hubiera quizá escrito menos brillantemente con una buchaca en el bolsillo, es posible que sus apuros económicos crónicos lo hicieron crear obras insuperables hasta hoy.

Marcel Proust con muy cómoda posición económica pudo literalmente encarcelarse a escribir las siete tomos de “a la recherche du temps”, no necesitó a Estocolmo. Lo malo es lo contrario: premiar con un Nobel la mediocridad, embarcando a muchos lectores a comprar libros poco menos que mediocres.

Mario Vargas y García Márquez no lo necesitaron, quizá fue más grande la obra de Cortázar, pero no lo galardonaron. No es asunto de merecer, al menos en algunos campos como la literatura o la paz mundial, la subjetividad es escalofriante, dejando muchas veces un amargo sabor en las entrañas. En realidad yo nunca volví a buscar las noticias sobre los premios Nobel así como nunca he visto la de los óscares, ni siquiera el nuestro, el criollo.

Regreso a mi idea, no sé por qué razón me diluyo tanto, quizá tengo autismo Sub clínico, eso provoca que me vaya tras ideas que no eran la idea original, o crea que las ideas no tienen mayor o menor y que todas son iguales; vamos con James Joyce y su obra, especialmente Ulises: libro que tantos dicen haber leído y no lo han hecho y menos estudiado con cuidado.

La descripción del alma humana que hace este irlandés universal, a cualquiera confunde, porque a diferencia de Tolstoi, Joyce hace sus personajes mostrarse desnudos al lector, Tolstoi los explica con sus circunstancias. Joyce nos lleva viviendo dentro de sus personajes sin importar tanto el entorno, aunque él insiste en eso, no es un gran descriptor de imágenes, aunque ubica muy bien la vida de ellos en lugares concretos. No obstante está muy lejos de la descripción cuasi patológica de hechos y lugares de Marcel Proust, quien parece que se pasó la mayor parte de su vida escribiendo libros que eran más bien un ensayo o borrador para “en busca del tiempo perdido”, solo al final, cuando se aisló del mundo y se hundió en el aislamiento, saca de su mente lo mejor y lo plasma en la novela más grandiosa del siglo XX (quizá únicamente necesite una desambiguación con Ulises de Joyce), aunque gigantescas las dos, una se explica por su narrativa exhaustiva y con una serena prosa: Proust, la otra se explica cuando le pierdes el miedo y no solo la lees, la estudias con meticulosidad y la tratas como tratarías a una musa tuya en una playa olvidada: Ulises.

He invertido gran parte de mi vida y mi dinero estudiando ambas obras y a ambos autores desde y hasta sus obras, así como la crítica literaria de su época y la actual.

Incluso los críticos contemporáneos muy conocidos, como Harold Bloom, no consiguen explicar prácticamente nada que ya uno por si solo no hubiera descubierto. Generalmente los críticos literarios lo son porque nunca consiguieron escribir alguna obra particularmente importante: Roland Barthes y Harold Bloom, incluso Barthes escribe cómo escribir una novela y él mismo no logra hacerlo; mientras que Bloom hace una deificación de Shakespeare, sin aceptar la posible compañía del bardo inglés.

Al final, me atrevo a invitar a quienes temen enfrentar esa aventura colosal, que lean a ambos sin miedo, puede que se enamoren de sus obras o al contrario las minimicen. Ulises de James Joyce y En busca del tiempo perdido de Marcel Proust.

(*) Dr. Rogelio Arce Barrantes es Médico

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