martes 23, abril 2024
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¿Cómo encarar el abuso en las redes sociales?

Llámense WhatsApp, Facebook, Twitter, Telegram, como se quieran denominar las redes sociales, son una poderosa herramienta para la transmisión del pensamiento en sociedades esencialmente democráticas. O lo que es lo mismo: son incompatibles con los modelos de gestión política autoritarios.

Para bien o para mal, para difundir verdades o mentiras, para fomentar el respeto a la honra ajena o para devastar honores, para predicar el amor y la solidaridad o para atizar el odio y la rencilla, tenemos claro que las redes sociales encuentran su más amplia expresión en estructuras políticas caracterizadas por su esencia libertaria y su vocación democrática. Allí donde resplandece la libertad, las redes sociales hallan el ambiente idóneo para manifestarse.

Lo serán para fomentar la crítica, para espulgar al sistema, para disputar el poder, para contrariar los centros de mando, para exigir la rendición de cuentas, para reclamar elecciones.

Por eso los regímenes autoritarios restringen la libertad de expresión, para avasallar ese el entorno ideal de las redes sociales.

Si vamos al fondo del asunto, veremos que la cuestión es cultural. Como lo es regla de conducta la forma en que el ciudadano se conduce en sociedad y el uso de los compromisos que se derivan de una vida en convivencia social. Habrá quienes no sientan el más mínimo conflicto de conciencia por emplear las redes sociales para fomentar pasiones malsanas. Como habrá otros convencidos del deber de comportarse con distinto talante a la hora de echar mano a los inmensos potenciales que incuban esas redes.

Las redes sociales son maravillosa palanca para promover los espacios de libertad, para atizar la vocación democrática, para promover el debate en la amplia diversidad de vertientes sociales, para depurar vicios y purificar virtudes. Han demostrado lo que valen en el libre juego de las fronteras políticas y la construcción de plataformas ideológicas, en las disputas por el gobierno, en toda esa panoplia de alternativas que en otros tiempos se caracterizaban por proveer un acceso discriminatorio. Hoy, fuertes y débiles, los de una condición y los de otra, pueden acceder a las redes sociales con solo disponer de un pequeño aparatito.

Por el otro lado, también han servido grandemente para arremeter contra los valores tradicionales de una sociedad, para fomentar el odio y las pasiones negativas, para difundir mentiras y verdades a medias, para falsear el pensamiento de terceros, para estimular el fanatismo.

Todo depende de la tabla de valores y de la formación cultural de quien eche mano a ellas.
Así se evidencia en la lucha de los pueblos por abrir espacios a la libertad, a la verdad y a la consolidación de los mejores valores. Lo hemos visto en Puerto Rico.

Y a la inversa, aquí mismo y a propósito de la intensa puja por la definición de una plataforma política que enrumbe la economía, las finanzas, la justicia social hacia otros paralelos.

Hay quienes confunden las fichas del tablero. Piden achicar los espacios donde anidan las operaciones de las redes sociales, sinrazón evidente pues los excesos en el uso y empleo de las redes sociales han de quedar afectados a lo que dictan las leyes a partir del principio que impone responsabilidad por los abusos en el ejercicio de la libertad de expresión.

La democracia tiene sus costos. Es –como dijo Winston Churchill- el peor de los sistemas de gobierno diseñado por los hombres, con excepción de todos los demás.

Vienen estas reflexiones a propósito de esa andanada de intolerancia que, desde un lado y desde otro, por una razón o por otra, está asfixiando nuestra democracia con efectos corrosivos sobre el componente libertario de nuestro sistema.

(*) Álvaro Madrigal es Abogado y Periodista

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