viernes 19, abril 2024
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De Quito a Santiago

Los pobres no somos caprichosos, menos caprichosos lo son los muy miserables. El  mundo es asfixiante porque asfixia (disculpen esta obligada tautología), porque sino morimos  físicamente a destiempo, fenecemos, desgraciadamente a tiempo, cuando nos confiscan el tiempo libre, el derecho al ocio y a la contemplación.  

El dinero en lugar de ser ventura se vuelve tortura cuando no alcanza y, también, para no pocos, cuando alcanza.  Cuando el dinero alcanza mucho (ahora hablo de la minoría minoritaria), aparecen nuevos problemas, nuevos parientes, nuevos amigos y nuevas cortesías.  

Pero volviendo a  los pobres y miserables.  Hemos asistido en los últimos días a  una sublevación de las masas en Ecuador y Chile (no creo que sea el caso en Bolivia), con una pretemporada en Argentina que encontrará su desahogo pronto por  la vía electoral; antes, las masas se insubordinaron en Venezuela y en Nicaragua. Los protestantes se han lanzado a las calles por un detalle no menor: el derecho a tener una vida decente, no solamente en lo material, pero también en lo emocional y lo espiritual.  No piden lo imposible, ni piden golosinas como la dulce abolición del estado y las clases sociales.

Sus protestas nos han tomado por asalto. Nos han sorprendido. Pero tampoco es  un secreto insoluble. La gente ha perdido su paciencia simplemente porque “esta” gente es muy humana, porque siente y se conmueve, porque se indigna y reacciona, porque las condiciones sociales de la vida les son muy adversas. También porque un difuso sentimiento de muerte se apodera del alma cuando es poca la comida que se lleva a la mesa familiar. Es angustia, es frustración lo que la calle transpira.

Las masas pasan de mansas a furibundas por una alarma que les dice “ya no aguanto más”, y por una angustia existencial que invita a gemir “no más suplicio”.  El verdadero debate ha de situarse no en las etiquetas ideológicas (esa babosada de “izquierda”, “centro”, “derecha” y sus derivados), sino en la realidad misma, en el desnudo de nuestras sociedades.  En América Latina no hay un solo gobierno que sea libre; todos se encuentran obligados a administrar una crisis que nunca termina porque se esculpió para siempre durar y, cuando hay un alivio, éste ha de ser corto  en sus plazos, discreto en sus alcances y decepcionante al final de la trocha. Pero para el FMI esto es fascinante.  La sola realidad de una crisis permanente significa la gloria de los banqueros globales. Nuestros países son esclavos de la banca internacional; nuestros gobernantes son, simplemente, sus  capataces. Sin naciones esclavizadas no habría banca global y las ideas preconcebidas de lo que significa el trabajo asalariado enfrentan mejores desafíos. Lo cierto es que el mundo vive literalmente bajo una dictadura financiera internacional.  No somos tan libres como pensamos; no hago una valoración moral, simplemente evidencio un hecho.

¿Cuánto somos libres?  ¿Cuánto no los somos? ¿Qué hacer? ¿Cómo valorar estas interrogantes? Porque hay que partir de que no somos totalmente esclavos, ni de que somos totalmente libres aunque se recite en los recintos académicos. Ni lo uno ni lo otro.  

El mundo no es seguro, es injusto y es violento, se encuentra infestado de arpías como la señora Lagarde, directora del FMI. Nuestro querido país debe blindarse lo que pueda. Será ello con más justicia, mejores instituciones democráticas y una sólida cultura democrática regada entre sus ciudadanos. La masa descreída, sin hábitos analíticos racionales,  y sin aprendidas convicciones democráticas, se puede convertir en enemiga de la libertad como hoy en no pocos países.

Volviendo al tema de las luchas callejeras veo que no son hijas de la arbitrariedad, sino del abuso de los poderosos y sus banqueros. Los pueblos descubren lentamente su vocación de libres (en esto llevamos miles de años) y su capacidad de utilizar la política para su liberación. Hemos avanzado pero mucho falta por recorrer.

(*) Allen Pérez es Abogado

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3 COMENTARIOS

  1. Como siempre, todo se reduce a educación. A los pobres no hay que regalarles nada, todo lo contrario, hay que habilitarlos para que ellos mismos puedan generar su propia riqueza, no solo poner la mano y esperar que alguien se apiade.
    Si toda la plata que se a utilizado para andar «de colacho» en asistencialismo se utilizará para educación de calidad a los necesitados, el asistencialismo no sería necesario y tendríamos una sociedad mejor.
    El problema en nuestro país es que cuando se habla de invertir en educación, cteen que es ir y gastarse un dineral en infraestructura que no es prioritaria, o en subirle el salario a un montón de incapaces, lo que se requiere es que la capacitación de docentes sea de los mas altos estándares, como la medicina, que solo los que tienen la vocación puedan ejercer, actualmente cualquier «chambon» se hace docente.

  2. El problema de nuestros países latino-americanos, empieza por la corrupción que se cuela por todas las aristas posibles, la falta de valores, la falta de verdadero amor hacia nuestro suelo patrio; sumado a esto, políticos que en unión de grupos poderosos económicamente, gobiernan en su favor; cargando sobre los hombros de las clases más desprotegidas, todos los tributos; mientras se perdonan las deudas a los económicamente poderosos, privatizando todas las empresas estatales que son rentables. Es aquí donde entran los banqueros «judíos-sionistas» a ofrecer sus dineros a cambio de condiciones desfavorables al país que adquiere sus compromisos con estos banqueros, al final la deuda crece en forma desproporcionada; siempre a cambio de los recursos de estos países; llámese «agua, petróleo, o minerales» por mencionar algunos. Después estos banqueros imponen a estos países sus modelos neo-liberales, a los cuales el papa Juan Pablo II, llamó «capitalismo salvaje». Al final la condición de los más desprotegidos viene ha ser aún más paupérrimas, mientras un reducido grupo de poderosos son archi-millonarios. Es aquí donde empiezan a manifestarse el descontento de los pueblos.

  3. Más que una buena educación y conciencia sobre la realidad del mundo, nuestras sociedades latinoamericanas necesitan un cambio de cultura, dejar la cultura de la apariencia y el deseo por lo banal, mientras nuestras esperanzas se enfoquen en el deseo por los lujos y todo aquello que conlleva un gran gasto de recursos con el único fin de proyectar una imagen en los otros, la industria y los gobiernos no van a cambiar. Mientras nuestros sueños sean ser famosos y millonarios en vez de buenas personas y felices, mientras nuestros anhelos sean los de tener una vida artificial y de desperdicio como las «celebridades» de la televisión, seremos sus esclavos, porque han sido las corporaciones y los bancos quienes han creado la propaganda que genera estos deseos.
    Yo sueño con un mundo (o país por lo menos) donde nadie quiera una mansión y todos tengan un hogar digno, donde nadie desee tener más que los demás y todos tengan lo necesario para ser felices, pero una felicidad real, esa que se siente cuando se ama, cuando se hace deporte, cuando se comparte con amigos, la felicidad de eforzarse en una profesión que mejora nuestra calidad de vida y la de los demás humanos. No esa farsa que nos venden como felicidad. Apelan a nuestros instintos básicos de primate para manipularnos, nuestro deseo de ser parte del grupo para vendernos moda, nuestro deseo de reproducción para vendernos la idea de que la promiscuidad es sinónimo de éxito, nuestro gusto de simio por los metales y piedras brillantes para vendernos esos artilugios inútiles que llaman joyas.
    Como dijo el poeta contemporáneo Tyrone González : «la inseguridad, en estos días es en realidad, una moda más que una necesidad pues el subdesarrollo empieza en la mente de la sociedad»

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