viernes 29, marzo 2024
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En aquel áspero diciembre

Alocución en la conmemoración del 163 aniversario de la batalla de La Trinidad, el sábado 21 de diciembre de 2019, en el sitio exacto del combate, por primera vez abierto a la ciudadanía.

Empezaba noviembre de 1856. En el país se respiraba aflicción pues, aunque la epidemia del cólera morbus se había desvanecido desde mediados de julio, dejó una grave estela de desolación, luto y pavor. Nadie quería oír hablar de guerra, pues fue excesivo el precio pagado en vidas, es decir, en irremediables ausencias, viudeces y orfandades. Sin embargo, de nada habría valido todo el esfuerzo realizado hasta entonces, si no se reanudaban las acciones bélicas, pues también desde mediados de julio —ya ejerciendo como presidente de Nicaragua— William Walker estaba más fuerte que nunca. Por tanto, había que ir a enfrentarlo en sus propios dominios.

Fue por ello que el primer día de ese noviembre, nuestro presidente don Juanito Mora emitió un decreto para convocar de nuevo a la guerra, aunque en realidad se había adelantado unas dos semanas en sus acciones, cuando instruyó al general José María Cañas —quien desde tiempo atrás disponía de una tropa de 300 combatientes en territorio guanacasteco— para que se desplazara de Liberia hacia San Juan del Sur, en el Pacífico nicaragüense. Este sería uno de los frentes de guerra, al igual que ocurrió en la primera etapa de la Campaña Nacional. De hecho, Cañas y la división de vanguardia de nuestro ejército partieron hacia ese puerto el 2 de noviembre, “en medio de los vivas más entusiastas a Costa Rica, al Presidente, a la unión y a la independencia centroamericana. Los soldados y el pueblo repetían con frenesí sus vítores al General Cañas, en quien tanta confianza tienen, y los mueras a los filibusteros que tanto aborrecen”, según el Boletín Oficial, el único periódico de entonces.

Por su parte, el otro frente de guerra, más importante y determinante, era este majestuoso río San Juan, que ahorita colma nuestra vista. Y lo era, porque estaba bajo completo dominio del ejército filibustero, que tenía destacamentos en cuatro puntos estratégicos: San Juan del Norte en la costa, La Trinidad aquí en la desembocadura del Sarapiquí, el Castillo Viejo aguas arriba, y el fuerte de San Carlos, en la entrada del lago de Nicaragua.

Con sapiencia y sagacidad, nuestros mandos militares concibieron una estrategia para tomar posesión de esos cuatro bastiones enemigos, como parte de la cual había que arrebatarles primero el Castillo Viejo, idea que después se desechó, para optar por La Trinidad. Hecho esto, de inmediato se atacaría San Juan del Norte para incautar algunos de los vapores de los filibusteros y, ya con ellos en sus manos, se visualizaba que sería posible capturar más vapores y tomar el Castillo Viejo, así como el fuerte de San Carlos.

No obstante, asaltar la guarnición filibustera de La Trinidad era muy riesgoso, pues llegar aquí por el río Sarapiquí —que era la ruta habitual de ingreso a Costa Rica país, así como la más expedita— representaba un acto casi suicida. Por tanto, había que atacar al enemigo por la retaguardia, para lo cual era imprescindible navegar por las aguas del río San Carlos hasta su desembocadura en el San Juan, y después avanzar corriente abajo hasta La Trinidad, para llegarles por detrás, de manera sorpresiva.

Vista de La Trinidad desde Punta Alvarado. Foto Luko Hilje

El problema era que, con excepción de un mapa trazado en 1854 por el ingeniero alemán Alexander von Bülow —miembro del Estado Mayor de nuestro ejército, pero por entonces muerto—, bastante impreciso y poco útil con fines militares, nadie conocía bien esa vasta y agreste región. Aún así, un batallón liderado por el mayor Máximo Blanco Rodríguez emprendió su expedición por el rústico camino que comunicaba Alajuela con Grecia, para después avanzar por la escabrosa trocha de montaña que, a través de Zarcero, conducía hasta el incipiente caserío de Muelle, en San Carlos, en la ribera del río homónimo.

Al arribar la tropa, ya estaba ahí el hábil artesano Francisco Alvarado Mora, enviado de previo con un grupo de hacheros y carpinteros, reclutados para construir las embarcaciones. Algunas eran livianos troncos de balsa, articulados para formar una especie de tarima, mientras que las otras eran canoas, confeccionadas al ahuecar con una azuela gruesos troncos de ceiba, cedro amargo, cedro macho y jabillo.

En pocos días de muy intenso y arduo trabajo, y bajo aguaceros torrenciales, a la orilla del río San Carlos fue surgiendo nuestra muy rústica flota naval, de aspecto caricaturesco ante los imponentes vapores que Walker le había incautado a la Compañía Accesoria del Tránsito, de su paisano Cornelius Vanderbilt. Cabe anotar que muy pocos de nuestros combatientes sabían nadar, lo que limitaba mucho cualquier escaramuza fluvial.

Ya era diciembre. En casi todo el país el cielo se teñía de espléndido azul, mientras los frescos y ligeros vientos alisios permeaban los ambientes y las almas, haciendo tiritar los cuerpos con deleite. El rojo de las grávidas bandolas convocaba a las cogidas de café. En las abrigadas casas de adobe, la mezcla de los azucarados efluvios de cohombros, la enervante fragancia de las ramas de uruca —pues entonces no se usaba el ciprés— y el inconfundible aroma del musgo o lana, delataban la presencia de un portal o pesebre en algún acogedor y cálido rincón. De las cocinas de leña emanaban despaciosamente deliciosos los vahos de las viandas propias de la época, en plena cocción. Todo muy grato, pero… ¡nunca se había vivido una Navidad tan dolientemente triste, tan llena de ausencias!

De seguro eso evocaban con nostalgia muchos de nuestros combatientes, alejados de sus familias con tal de defender la patria amenazada, y sin certeza alguna de retornar ilesos a sus hogares.

Desembocadura del río Sarapiquí, con La Trinidad a la izquierda y Punta Alvarado a la derecha. Al fondo, el territorio nicaragüense. Foto Luko Hilje

Ávidos de entrar en acción, cerca del mediodía del 14 de diciembre por fin se pudo iniciar la esperada travesía acuática, pero el primer adversario fue el propio río, que estaba muy henchido e impetuoso, al punto de que pronto la correntada estrelló una balsa contra un banco de arena, en tanto que una canoa repleta de combatientes se volcó. Cundió el pánico y, poco después de ser rescatados, algunos quisieron desertar, pero el mayor Blanco anunció fusilamiento para quienes lo intentaran. Para colmo, la noche del día 18 una balsa grande con unos cañones, otras armas y ropa fue arrastrada por la corriente, lo que dejó a pie y sin alimentos a unos 70 hombres; ellos tuvieron que avanzar haciendo una picada o trillo por la tupida montaña, y no se reencontrarían con sus compañeros sino dos semanas después. Por fortuna, aunque iba a la deriva, la balsa recaló cerca del rancho del nicaragüense Felipe Mena, en el río San Juan, pero él la escondió y la entregaría a los nuestros.

Todo presagiaba desventuras y fracaso. Los aguaceros no cedían. Las armas, las municiones y la ropa estaban empapadas. Sobraba hambre y faltaban víveres. Abundaban los muy necios zancudos, y también los peligros propios de la montaña, como víboras, felinos y manadas de chanchos de monte. En tales condiciones, no es difícil entender a quienes pensaban desertar. Pero era justamente en medio de circunstancias tan crudas y adversas en las que se ponía a prueba la hombría, el coraje, la reciedumbre y el genuino amor a la patria, y por eso siguieron adelante en su misión bélica.

Ya alcanzada la ribera derecha del río San Juan, la tropa navegó con sigilo hasta el estero del Colpachí, a unos cinco kilómetros de La Trinidad. Era la tarde del día 21, y la lluvia no cedía. Ateridos sus cuerpos y estacionados ahí, no era prudente desembarcar. Hacinados en las canoas y hambrientos, al llegar la noche aumentó la ofuscación, por los zancudos. Imposible dormir así, y menos descansar. Pero el objetivo militar estaba muy cerca.

Temprano por la mañana del día 22 ya no llovía, pero tampoco había sol. Bajo el encapotado y plomizo cielo, ellos se internaron en la montaña todo cuanto pudieron para hacer fogatas y medio secar los fusiles y las municiones. Y, cerca del mediodía, con las armas supuestamente secas, tras superar con dificultad terrenos anegados y poblados de arbustos espinosos, se realizó un ataque relámpago al campamento filibustero, donde había varias trincheras y cañones.

 El sitio histórico de La Trinidad, recién abierto al público.. Foto Luko Hilje

Bajo la dirección del mayor Blanco, y distribuidos en cuatro columnas, nuestros 30 combatientes entraron a trote de manera sorpresiva, mientras disparaban sus fusiles, pero tan solo cinco funcionaron. A esta falla se sumaba la desventaja numérica, pues debieron enfrentarse a unos 70 enemigos.

Sin embargo, imbuidos de su indoblegable patriotismo, no se amilanaron. Por el contrario, colmados de fuerza y valor, capturaron rápido una de las trincheras y, cuando desde otra trinchera un filibustero estaba a punto de accionar su cañón, se le abalanzó Nicolás Aguilar Murillo, muchacho barveño de apenas 22 años, y lo levantó con la bayoneta. Fueron las luchas cuerpo a cuerpo, así como el diestro manejo de las bayonetas, lo que permitió que en 40 minutos se ganara la batalla, con un impecable saldo, de apenas dos heridos, mientras que quedaron vivos tan solo seis filibusteros que, aunque escaparon, después serían capturados.

Entre la extenuación por el hambre y la tensión de la reyerta recién concluida, es cierto que había un regusto a victoria, pero en realidad era apenas parcial, pues era necesario continuar de inmediato, para así lograr el objetivo estratégico principal, que era incautar las naves filibusteras que estaban fondeadas en San Juan del Norte.

Por eso, al ser las seis de la tarde, y siempre bajo fuertes lluvias, cinco botes se enrumbaron hacia la costa caribeña, bajo la dirección del mayor Blanco, el coronel inglés George Cauty y el guía naval estadounidense Sylvanus Spencer, a quienes se sumaban unos 40 valientes. Con sagacidad, y sin disparar un solo tiro, al amanecer del día siguiente habían capturado el Wheeler, el Morgan, el Bulwer y el Machuca. Y, como todo urgía, ya por la noche del día 23 los vapores ahora nuestros navegaban aguas arriba por el San Juan, para continuar las acciones previstas en la estrategia concebida de antemano.

Cabe acotar que los navíos se vararon esa primera noche, pero para el mediodía siguiente ya estaban reparados. No obstante, como las corrientes eran tan fuertes, avanzaban tan lentamente, que la noche del día 24 los combatientes estaban en medio río. Ahí los sorprendió la Nochebuena, la cual celebraron con una caja de sardinas y una botella de coñac que había en la despensa de los vapores. Conviene destacar que ese día por la mañana en el Boletín Oficial se había anunciado lo siguiente: “Correo de San Carlos. Ninguna novedad. Las fechas que tenemos alcanzan hasta el 21. A pesar de los mil obstáculos que se presentan, nuestro ejército sigue avanzando hacia el San Juan en buen orden y salubridad”. Es decir, las dificultades de comunicación de la época impidieron anunciar que dos días antes se había tomado La Trinidad.

Río San Juan. Foto Luko Hilje

La gran noticia emergería en dicho periódico el 31 de diciembre, gracias a los emisarios Federico Fernández Oreamuno y Rafael Camacho Muñoz, quienes comunicaron lo acontecido. La noticia se iniciaba con la frase “El río San Juan está dominado y en la Punta de Castilla [San Juan del Norte] ha ondeado el pabellón costarricense. Nuestra división es dueña del gran río y le recorre en los 4 vapores de que se ha apoderado”, para culminar con la siguiente: “Nuestra causa es la más sagrada, y nuestro objeto no es matar, sino tan solo asegurar nuestra paz y nuestra independencia inhumanamente atacadas”.

Tan positiva noticia, sumada al hecho de que no hubo muertos en nuestras filas, debe haber sido el punto central de todas las conversaciones, tanto de casa en casa, como de las personas que, convocadas por los alegres repiques de campanas en cada pueblo, concurrían a la misa de fin de año. ¡Qué hermoso poder conmemorar a medianoche el advenimiento del nuevo año, a sabiendas de que los ausentes esa noche estaban ilesos y jubilosos en las aguas del San Juan!

Sin embargo, en realidad era solo el principio de la misión bélica, pero ¡cuánto regocijo debe haber causado tan buena nueva! Después de tanto dolor, así como de la incertidumbre por lo que acontecía al norte del país, por fin emergía la luz con un innegable triunfo, así como la certeza de que, con decisión, arrestos y coraje, era posible vencer al ejército esclavista agresor, por muy poderoso que fuera.

Es oportuno destacar que fue justamente a la medianoche del 31 de diciembre que arribó al fuerte de San Carlos el general José Joaquín Mora en el vapor Virgen, con la retaguardia de nuestro ejército, que había partido de San José dos semanas antes. Por su ubicación en la entrada del lago, dicho fuerte era el más importante y había sido tomado la víspera, después de que el día 26 se habían capturado la fortaleza del Castillo Viejo y el vapor Scott, así como los vapores Ogden y Virgen el día 27.

Lancha atracando en La Trinidad. Al fondo, el río San Juan. Foto Luko Hilje

Ya solo faltaba incautar el octavo vapor, el San Carlos, que por sus dimensiones y velocidad era el más utilizado por los filibusteros. Con gran astucia de parte de Blanco, ello se logró el 3 de enero, tras lo cual el general Mora emitió una significativa proclama, que comenzaba así: “Centroamericanos: El venero que daba la vida a la siempre renaciente hidra del filibusterismo está cortado. Todos los vapores de que se servía el bandido Walker, y los puertos militares del río San Juan, están en mi poder y bajo la custodia de los soldados costarricenses. No temáis ya que nuevas hordas de asesinos vengan a turbar vuestra tranquilidad por este lado”.

Todo muy cierto, pero Walker no se mantendría impasible. Jamás. Por el contrario, pronto reaccionó y, mucho mejor apertrechado y con más reclutas que antes, semanas después contraatacó con gran fiereza a nuestros combatientes en La Trinidad y el Castillo Viejo, con éxito momentáneo. Sin embargo, nuestro ejército retomaría el control del río, a lo cual se sumaría la captura del neurálgico puerto de San Juan del Norte. Estos hechos, aunados a los logros obtenidos en tierra por la alianza de los ejércitos centroamericanos, conduciría a la capitulación de Walker, lo cual ocurrió en Rivas el 1° de mayo de 1857.

Para concluir, cabe indicar que, al analizar en detalle la totalidad de la Campaña Nacional, que se prolongó por poco más de un año, no cabe duda de que todas las batallas fueron importantes, aunque unas más que otras. En tal encadenamiento de hechos bélicos, bien podemos afirmar —al igual que lo han hecho otros estudiosos de esa extraordinaria gesta patriótica—, que la de La Trinidad, ocurrida en aquel diciembre tan áspero, fue la que marcó el principio del fin de Walker.

Paraje donde ocurrió la batalla de La Trinidad.

Y eso es lo que celebramos hoy en este simbólico sitio, que forma parte del territorio sarapiqueño, tierra venturosa donde varias veces se afianzaron nuestras nacionalidad y libertad, gracias a los valerosos combatientes que no dudaron en ofrendar su vida por la integridad y la soberanía de esta Costa Rica que tanto amamos.

Por ello, en medio de este memorable paraje silvestre donde confluyen con su apacible rumor las aguas de estos dos caudalosos y sempiternos ríos, con el pecho henchido de emoción y con voz tonante los invocamos para decir: ¡¡¡Que vivan siempre nuestros héroes de La Trinidad y el San Juan!!! ¡¡¡Gloria eterna a su memoria!!!

(*) Luko Hilje Q.

(luko@ice.co.cr)

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6 COMENTARIOS

  1. Es sumamente triste mi estimado amigo Luko, que no hayás mencionado que el Coronel Nicolás Aguilar Murillo es Héroe Nacional y haber tratado más acerca de la vida del mismo…

  2. Lindo regalo navideño para los que gustamos de la historia patria y dar relevancia a este acto en que intrépidos marineros de tierra firma, al lograr no sólo vencer a los filibusteros en la boca del Sarapiquí, sino capturar vapores en la vía del tránsito,
    Tuve ocasión de bajar de Pto Viejo hasta el San Juan por gentil invitación del historiador L.F. Sibaja y don Carlos Meléndez (qdDg) y reconocer el sitio Sardinal y luego la Trinidad en la confluencia del Sarapiquí con el San Juan, y de esto hace por lo menos 20 años.
    Cordial saludo.

  3. Apreciado Luko, uno se aventura por esta historia con mucha emoción gracias a tus dotes de narrador. Como mexicano, me siento orgulloso de las hazañas de tus compatriotas, que nuestros lo son también, pues la tierra Costarricense también es nuestra Patria querida. Un abrazo.

  4. Estimado Luko: Siempre disfruto de tu pluma y amenas narraciones. Muy loable que hayas sacado tu tiempo en esta época en que muchos andan preocupados por los regalos, las fiestas y los tamales, para hacer memoria de esta gesta y valentía de nuestros antepasados. ¡Feliz navidad!

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