viernes 29, marzo 2024
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La mundialización de la protesta, la buena noticia del 2019

Por Enrique Uribe Carreño*

En un texto sobre Walter Benjamin, la filosofa H. Arendt trae a cuento la actividad del pescador de perlas como metáfora del trabajo del historiador, el cual tendría que bucear en las profundidades del pasado y traer a la superficie las perlas que son tesoros escondidos. Dichos tesoros son los grandes hallazgos que la humanidad ha encontrado para resolver sus problemas y que han sido olvidados.  Hoy las calles del mundo entero no solo nos alertan sobre las insoportables injusticias y la delicada salud del Planeta Azul,  sino que también nos recuerdan valiosos hallazgos del pasado. En las marchas hoy se llama a remplazar la competición por la cooperación, se reivindica la democracia directa de las asambleas populares de la revolución francesa y estadounidense o se escriben eslóganes que nos recuerdan los hallazgos de la economía medioambiental de los pueblos llamados primitivos. Estos hallazgos son las perlas o tesoros escondidos de los que hablaba Walter Benjamin.

Se hace camino al andar

Juntarse para caminar es crear una nueva historia. Es compartir legados del pasado y forjar sueños de avenir. Los grandes éxodos han comenzado con un puñado de inconformes que se atreven a dar un primer paso juntos. La historia de la humanidad se podría leer como una sucesión de desplazamientos. En la Eneida, uno de los textos fundadores de la cultura occidental, la marcha de los desplazados de la guerra de Troya termina  con la fundación de Roma. En otras mitologías (semíticas, asiáticas, africanas o precolombinas), la marcha o el éxodo tiene también una misión de búsqueda de la utopía. Es una caminata hacia la tierra sin mal, como sucede muy explícitamente en la mitología guaraní.

La sociedad sí existe

Contrariamente a lo que habían decretado los profetas del neoliberalismo, las marchas que ocupan la actualidad nos muestran que la sociedad sí existe. Siempre ha existido pero no se le ha escuchado. En pleno auge de la ideología neoliberal, en el año 1989, la sociedad salió de su silencio con protestas a escala planetaria. 1989 es el año de la caída del Muro de Berlín, de las manifestaciones de la plaza Tian’anmen en Pekín, de los cacerolazos en Caracas y Buenos Aires. Luego, a principios de los noventa, vinieron las cumbres alter-mundialistas en Porto Alegre, Seattle, Praga, Genova, Barcelona…. El levantamiento de Chiapas en 1994 fue la primera revolución que utilizó la internet con el objetivo de mundializar su voz de protesta. Luego, múltiples crisis van a combinarse, las de México y Argentina mostraron lo que iba a venir. Se recuerda especialmente el cacerolazo del 20 de diciembre de 2001 que hizo dimitir al presidente De la Rúa . Las imágenes del presidente huyendo de la Casa Rosada en helicóptero le dieron la vuelta al mundo. A partir de 2010 tuvieron lugar las primaveras arabes. En 2011, el cacerolazo islandés terminó con la caída del gobierno y una Asamblea Constituyente. Ese mismo año, los indignados españoles y Occupy Wall Street se plantaron en la actualidad Española y de los Estados Unidos. En 2018, los Chalecos amarillos franceses que hoy siguen activos desvelaron el  malestar de las clases medias en vías de empobrecimiento. Este año la lista de ciudades en el mundo ocupadas por las protestas se sigue alargando, creando una gran diversidad de performances. En Bogotá son centenares de músicos, en Santiago y Valparaiso una coreografía que denuncia el machismo es reproducida en numerosos países, en París las bailarinas de la Opera protestan bailando en la calle…

Pensamiento global, acción local.

El cemento de las calles de las grandes ciudades del mundo es la nueva arena donde se expresan las  preocupaciones y sueños de la gente de a pie. Cada marcha es una suerte de cruzada en busca de la tierra sin mal, ocupada hoy por los mercaderes enfermos por la codicia, sin que ningún gobierno logre ponerles el “tatequieto”. Cada protesta obedece a una realidad nacional, heredera de una historia social propia. Pero es innegable que los sucesos actuales comparten muchas características comunes. Es así que las marchas y ocupaciones callejeras no se dejan canalizar por los medios clásicos de representación, que son los partidos tradicionales y los sindicatos. Tampoco se estructuran de manera jerárquica, salvo cuando se convierten en partidos, como fue el caso de Podemos en España. Tampoco tienen un programa político definido. Se trata mas bien de la creación de espacios en donde la palabra crea nuevas posibilidades, permitiendo la emergencia de proyectos alternativos y utopías posibles. La gente no camina detrás de un líder carismático, como sucedía en la manifestación que acompaña al protagonista de la película Forrest Gump. Al contrario, los que participan en las marchas hoy no llevan necesariamente la misma reivindicación o el mismo proyecto, ni siquiera buscan un líder. Lo que los une es la búsqueda de soluciones a corto y largo plazo. Los une también el hartazgo y el sufrimiento que, igual al desempleado que en La chispa de la vida de Alex de La Iglesia pasa toda la película con un clavo de hierro en la cabeza, sintiéndose humillado, fracasado, perdedor, inútil e impotente al ver su vida hipotecada a los bancos, sin saber cómo pagar la universidad de sus hijos, o cómo sufragar los gastos básicos de su familia… Los cacerolazos son caminatas de todos aquellos que sienten un hierro clavado en la cabeza y no quieren seguir sufriendo solos. Son espacios donde se crean especies de grietas en donde se transgrede el statu quo para que florezcan nuevos valores, aunque también allí puede fomentarse la violencia contra el débil.

La luz y las tinieblas

En las calles también camina el hartazgo tenebroso de los que perdieron la esperanza y se dejan manipular por los discursos del odio nacionalista cuyo ideal es sacrificar un chivo expiatorio y fundar sociedades bajo el eje racial. Este hartazgo tenebroso, poco imaginativo, siempre embiste contra el débil o el extranjero, el cual seria el culpable de las desgracias. Es el centroamericano en México, el mejicano en los Estados Unidos, es el venezolano en Colombia, el boliviano en Argentina, es el sirio en Turquía, el turco en Alemania, el magrebí en Francia, el sudaca en España, etc. Es sencillamente asombroso que la ideología racista que en Europa causó la muerte de 60 millones de personas vuelva a reencaucharse 80 años después y llegue, en todos los países europeos, con la excepción de Portugal, a ocupar escaños en los parlamentos. En Alemania de los 600 diputados 91 son del partido ultra derechista AFD. Francia lleva 30 años en convalecencia al borde de caer en manos del xenofobo Frente Nacional, el cual ha disputado en dos oportunidades la segunda vuelta de las presidenciales. Austria e Italia ya tuvieron gobiernos dirigidos por partidos nacionalistas. Los países nórdicos tampoco escapan a esta peste. Otros síntomas son los éxitos de los partidarios del Brexit (Inglaterra), Trump (EEUU), Bolsonaro (Brasil), Orban (Hungria), Dugarte (Filipinas) que son representativos de lo que el dramaturgo Bertold Brecht llamaba la tentación del fango, aquella tendencia que aparece en ciertas épocas y que vuelve casi natural la inclinación a deleitarse en un mar de odio y violencia. Esta tentación casi siempre se resuelve con una guerra.

Una utopía posible y necesaria

Para evitar guerras anunciadas, habría que escuchar la dosis de sabiduría que hay en las protestas callejeras, aquellas que nos dicen que la gente quiere ser sujeto de la historia, participar en la toma de decisiones, compartir viejas y nuevas lecciones de la historia, aquellas que están dispuestas a innovar, fundar o refundar espacios de vida en donde prime la cooperación y no la competición de todos contra todos, que apuestan por una vida digna para todos, y por combinar las tradiciones con los progresos técnicos que respeten a la madre tierra. Parece sencillo. Una utopía posible, siempre y cuando salgamos de la jaula de acero en la que nos ha encerrado el capitalismo.[1]

[1]Max Weber utiliza “la jaula de acero” como metáfora de las cadenas mentales con las que debe vivir el individuo en el sistema capitalista.

(*) Enrique Uribe Carreño, profesor en la Universidad de Estrasburgo, Francia.

 

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