jueves 18, abril 2024
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Coronavirus: ¿Qué hacer del encierro? Un pedazo de cielo, el hallazgo de Rosa Luxemburgo.

Ante la magnitud de la crisis sanitaria mundial y siguiendo la consigna dada en otras latitudes, este último lunes el presidente francés restringió las salidas a la calle. Se trata de prohibir los paseos que no se puedan justificar y así tratar de interrumpir la propagación del virus corona.

Hoy, la gente que está en la calle ya ha bajado de Internet un formulario, puesto rubrica, fecha, motivo de la salida de casa y embolsillado el pase. Ante la perspectiva de enclaustramiento, surge la pregunta de qué hacer con un tiempo que puede ser indefinido y que va transcurrir en un espacio reducido en donde la mirada choca con las paredes de la casa del vecino. Esta situación la vivimos a menudo, sin que nos inquiete, ya que sabemos que en condiciones normales en cualquier momento podemos salir e ir por doquier. En los tiempos del coronavirus la cosa cambia. La reclusión se impone.

El tiempo nunca sobra. En casa siempre hay faena. Sobre todo, ahora con el acceso masivo a las tecnologías digitales. Las tareas laborales no cesan al dejar la oficina. Nos persiguen como nuestra propia sombra y allá donde estemos nos llegan a recordarnos que el mundo nunca duerme. A pesar de las cadenas que aceptamos al haber dado el sí a Internet, en estos días aciagos con la tregua en los desplazamientos y la ausencia de oferta de ocio exterior, se ha liberado un lapso de tiempo libre que necesita ser ocupado con sentido.

¿Qué hacer del tiempo libre en el encierro? ¿Qué hacer con el encierro? A priori, las ideas no faltan. Aunque si faltaran, podemos echar mano de los hallazgos hechos por aquellos que han estado en situaciones parecidas. Ya sea en la cárcel, ya sea en reclusión voluntaria. Si se piensa en personajes conocidos que han vivido la experiencia del encierro la lista es larga: Thomas Moro, Sade, Mandela, Gramsci, Gandhi, Zola, Verlaine, Fray Luis de León, Voltaire, Wilde, Dostoyevski , Solzhenitsyn, José Martí, Castro, Chávez, Mujica, Rouseff, Assange… Y hay también muchos otros casos singulares de reclusión voluntaria (Sor Juana de la Cruz, Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Emily Dickinson…). Sus biografías son una mina de ideas para ocupar el tiempo vivido en reclusión. De cada una de estas vidas podríamos sacar hallazgos originales y estrategias de sobrevivencia singulares.

Entre las lecciones de experiencias de encierro, sobresale por su ejemplaridad y sencillez la de la teórica marxista Rosa Luxemburgo. Desde que leí su testimonio me pareció fascinante e inagotable por su gran impacto poético. Lo esencial de su concepción del estar en el mundo se encuentra condensado en una carta que ella le escribió al médico Hans Diefendbach en 1917. En dicha misiva, la revolucionaria germano-polaca expresa su sentimiento de apasionada gratitud por el pedazo de cielo que puede contemplar en la cárcel de Wronke. Es con inmensa gratitud hacia ella, quien nos enseña cómo convertir un pedazo de cielo en una infinita sinfonía, que comparto aquí abajo su epístola, la cual opera como una boleta de entrada al cotidiano y gratuito espectáculo celeste. Queda pendiente hablar del cielo nocturno y de otras innumerables maneras de ocupar el tiempo libre en situación de reclusión, como llevar un diario, escribir un haiku, describir el silencio y los ruidos insignificantes de nuestro entorno, plagiar un autor que nos gusta, copiar el estilo de un pintor, descubrir los beneficios de los masajes del pie, etc. Agradecer también a Internet por permitirme copiar esta carta, y a El Pais.cr por compartirla en estos momentos de encierro planetario. He aquí la carta de Rosa Luxemburgo a su amigo Hans Diefenbach.

Hoy tuvimos de nuevo un día de increíble belleza. Normalmente vuelvo a mi celda a las diez de la mañana para trabajar, hoy no pude hacerlo. Estaba tumbada en mi silla de mimbre con la cabeza inclinada hacia atrás y, sin moverme, me quedé mirando fijamente el cielo durante horas. Unas enormes nubes de formas fantásticas cubrían el azul suave del cielo que pasaba aquí y allá entre sus bordes dentados. La luz del sol brillaba en las nubes con un blanco espumoso brillante, y en el corazón de las nubes grises, que eran de un gris muy expresivo, que pasaba por todos los matices, desde el más suave velo plateado hasta el más oscuro tono de la tormenta.

¿Alguna vez has notado la belleza y la riqueza del gris? Hay algo tan distinguido y modesto en él, que nos ofrece tantas posibilidades. ¡Qué maravilla, todos estos tonos del gris con el fondo del suave cielo azul! Cómo sale de bien un vestido gris con ojos azules profundos. Mientras tanto, delante de mí, el gran álamo de mi jardín crujía, sus hojas temblaban como en un voluptuoso escalofrío y centelleaban al sol. Durante esas pocas horas en las que estuve completamente inmersa en sueños grises y azules, tuve la sensación de que estaba viviendo milenios.

Kipling cuenta, en una de sus historias indias, que todos los días a eso del mediodía una manada de búfalos es llevada lejos de la aldea. Estas gigantescas bestias, que en pocos minutos podrían aplastar una aldea entera bajo sus cascos, siguen obedientemente el ejemplo de dos menudos campesinos de piel oscura, vestidos con simples prendas de punto, que los conducen con un paso decidido hacia el lejano pantano. Allí, los animales, en medio de un enorme alboroto, se dejan deslizar en el barro, se revuelcan en él con deleite y se hunden en él hasta las narices, mientras los niños se protegen de los despiadados rayos del sol a la sombra de una delgada acacia, comen lentamente un pastel de arroz que han llevado consigo, observan los lagartos que duermen al sol y, en silencio, ven vibrar el espacio…. “Una tarde como esas les parecía más larga que una vida para muchos hombres” escribe Kipling, si no recuerdo mal. Qué bien lo dice, ¿verdad? Yo también me siento como esos niños indios cuando vivo una mañana como la de hoy.

Sólo hay una cosa que me duele: tener que disfrutar de tanta belleza yo sola. Me gustaría gritar por encima del muro: por favor, ¡les ruego contemplar este hermoso día!

No olvides, aunque estés ocupado, aunque te apresures a cruzar el patio, absorto en tus tareas urgentes, no olvides levantar la cabeza por un momento y mirar esas inmensas nubes plateadas y el pacífico océano azul en el que flotan. Presta atención a ese aire lleno del apasionado aliento de las últimas flores de tilo, al brillo y esplendor de este día, porque este día nunca, nunca volverá a llegar. Él se te ofrece como una rosa abierta a tus pies, esperando que la tomes, y la presiones contra tus labios”.

Rosa luxemburguesa, Extracto de una carta a Hans Diefendbach, Wronke, 6 de julio de 1917, viernes por la noche.

(*) Enrique Uribe Carreño, profesor Universidad de Estrasburgo, Francia.

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2 COMENTARIOS

  1. Muy buen artículo, de paso he sido admirador de Rosa Luxemburgo, aunque no comparto la mayoría de sus ideas, pero sin duda una mente brillante.

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