Apenas 24 horas después de la noticia triunfalista, el propio presidente del país, Laurentino Cortizo, debió ocupar espacio en cadena nacional de radio y televisión para alertar que las buenas nuevas no pueden permitir el relajamiento, pues se requieren al menos otras dos semanas para asegurar que el contagio está bajo control.
Al margen de criterios a favor o en contra, el análisis de la estadística epidemiológica refleja un desarrollo de la pandemia, donde la curva de propagación tuvo su expresión máxima el 8 de abril pasado con 279 positivos, cifra diaria que en las dos semanas siguientes fue inferior, lo que confirma la disminución del índice de contagio.
A juicio de expertos, ese indicador marca el control cuando el promedio matemático arroja que potencialmente un infectado traslada el virus a una sola persona o menos, lo que consideran óptimo; según el presidente, el indicador está en 0,95 infectado por cada enfermo.
Otro elemento a tener en cuenta es que la demanda de las camas hospitalarias se estabilizó, en especial las de cuidados intensivos, donde el empleo de respiradores artificiales es casi obligatorio para todos los pacientes graves, tomando en cuenta que la Covid-19 ataca principalmente a los pulmones.
La estrategia del grupo médico encabezado por la ministra de Salud (Minsa), Rosario Turner, fue ampliar las capacidades en salas de cuidados intensivos para evitar el posible colapso hospitalario, pero la detección temprana de los enfermos y la efectividad de los tratamientos permitió contener en un centenar o menos los graves simultáneos.
El pesquisaje masivo, estrictos cordones sanitarios en focos importantes del virus SARS-CoV-2, cuarentena oportuna y paralización de las actividades que generan concentración de personas fueron medidas adelantadas a lo aconsejable para la etapa de la pandemia, que ahora evalúan como exitosas en sus resultados.
De lograr consolidar la situación, Cortizo refirió que se analizaría entonces un proceso paulatino de apertura de comercios, con muchas restricciones sanitarias para evitar el rebrote, e insistió en que la ‘situación aún es grave y la epidemia no llega a su fin’.
Las actividades económicas panameñas sufren actualmente la parálisis necesaria para salvar la vida, según las autoridades, a pesar de fatales consecuencias en los ingresos de los trabajadores y peor aún, para quienes dependen del mercado informal; las múltiples protestas callejeras dan fe de lo difícil que resulta quedarse en casa sin alimentación mínima.
El Estado previó la ayuda para mitigar la situación de los más vulnerables a través de bolsas de comida y bonos de 80 dólares, lo que, además de insuficiente para quienes viven en extrema pobreza, resulta engorroso ejecutarlo con un improvisado sistema de distribución que aún no logró llegar a todos los necesitados.
Empresarios arrogantes aparecieron en medios públicos y redes sociales con sugerencias a los más pobres de que debían planificar comer menos, y otro que lidera un gremio empresarial, justificó las presiones para reabrir empresas aduciendo que ‘de nada vale tener personas sanas que salgan de la pandemia, si no hay economía’.
Tales actitudes y los mensajes diarios de que ‘lo peor está por venir’ provocaron suspicacias de que el aparente golpe de timón oficial con la cuarentena obligatoria respondía a presiones de grupos de poder económico.
Resulta evidente que las matrices de opinión contradictorias crearon confusiones, lo que explica, en parte, cierta desorientación pública con la posibilidad de terminar el aislamiento, después de recibir durante semanas el criterio contrario de las autoridades y especialistas.
Analistas coinciden en que la estrategia del grupo de salud es la correcta, pero el júbilo por una etapa vencida les hizo cambiar el cotidiano discurso conservador sobre posibles escenarios difíciles, aunque están convencidos que es solo una ‘meta volante’, como en el ciclismo, porque ahora empieza el sprint final.