viernes 19, abril 2024
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Ser solidarios, más que un deber hoy

La palabra solidaridad es de uso muy común, casi cotidiano. En el diccionario de la Real Academia Española (RAE) se le define con una sola acepción: “la adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros”. La verdad es que esta definición me parece débil, blandengue y hasta insulsa, carente de la fuerza intrínseca que posee este concepto, a como creo que lo entendemos la mayoría de las personas. Porque, en realidad, es un término con mucha hondura, no solo en la vida humana, sino que también en algunas especies del mundo animal que practican al altruismo; algunas lo hacen dentro de su misma especie, pero otras incluso ayudan a otras especies.

En congruencia con esto, al consultar en internet, con satisfacción me topé con que su etimología sí es más elocuente y diferenciadora. En efecto, la segunda partícula o sufijo, “dad”, alude a una condición o cualidad, en tanto que la primera proviene del adjetivo latino solidus (masculino), solida (femenino) y solidum (neutro), el cual significa sólido, firme, macizo o compacto. Nótese que esa condición está ausente de la definición oficial —la de la RAE—, además de que se le restringe a ciertas circunstancias o coyunturas, lo que le da una connotación de temporalidad o transitoriedad.

Sin embargo, al igual que la tolerancia, la honestidad, la justicia, la gratitud, la responsabilidad, el respeto, la cortesía, la cooperación, y otros más no menos importantes, la solidaridad es uno de los llamados “valores”. Y, en términos sociológicos, corresponden a virtudes o principios —que deben emerger de manera espontánea desde lo más hondo del ser, así como fomentados en el hogar y la escuela—, para hacer posible la convivencia armónica en sociedad. Por ello, deben ser permanentes y no pasajeros, aunque en ciertas coyunturas su expresión debe intensificarse, por supuesto.

Y este es el caso de la actual crisis provocada por la pandemia del coronavirus covid-19, cuando el primer acto solidario —tan sencillo como eficaz, aunque muchos irresponsables aún hoy no quieran entenderlo ni practicarlo— es protegerse uno mismo, con la clara conciencia de que, al hacerlo, protegerá a los demás de cualquier contagio.

Pero, además, son muy loables las medidas solidarias que nuestro gobierno ha adoptado en estos días, en especial con el bono Proteger, con la posibilidad de que algunos trabajadores puedan recurrir al adelanto de sus ahorros del fondo de capitalización laboral, y con otras disposiciones económicas. Con ellas se trata de paliar la muy seria situación de tantos hogares cuyos ingresos han decaído de manera abrupta, por despidos o por la reducción de las jornadas laborales, sobre todo en aquellas empresas asociadas con sectores de la economía muy sensibles, como el turismo, tan importante y determinante como fuente de divisas.

Ahora bien, a la luz de la presente situación, y debido a su pertinencia, me parece oportuno compartir algunos hechos concretos que reafirman que, a lo largo de su historia, Costa Rica ha tenido siempre la solidaridad como uno de los pilares de su desarrollo social, sobre todo en tiempos de crisis o de tragedias humanas.

En efecto, como lo comentáramos en nuestro reciente artículo Recuerdos y lecciones de una antigua pandemia (Nuestro País, 23-III-2020), la primera gran afección del cólera morbus o cólera asiático ocurrió en 1817, pero sin alcanzar el continente americano. No obstante, la segunda, iniciada en 1829 también en la India, ocho años después, en 1837 llegó a Nicaragua. Fue ante tan apremiante situación, que el gobierno de don Manuel Aguilar Chacón, nuestro sexto jefe de Estado —pues aún éramos parte de la República Federal de Centro América—, debió tomar medidas urgentes. Éstas incluyeron la emisión de los decretos gubernamentales XII-XVI, fechados el 16 de mayo de 1837.

Manuel Aguilar Chacón.

 

Por fortuna, en ese entonces el país se libró de esta peste, aunque sería avasallado por ésta en 1856, cuando gobernaba el país Juan Rafael Mora Porras, yerno suyo, pues estaba casado con su hija Inés Aguilar Cueto. En tan difíciles días, como lo narré hace unos años en el artículo Una carta de mi tatarabuelo a don Juanito Mora (Nuestro País, 28-II-2013), mi ancestro Ramón Rojas Aguilar, que era primo hermano de Aguilar, le escribió a don Juanito para pedirle que lo eximieran del pago de un empréstito o contribución que algunos ciudadanos de las clases media y alta debieron hacer, para de manera solidaria cubrir en parte los gastos en que se incurrió durante la Campaña Nacional contra el ejército filibustero de William Walker.

En sus propias palabras, este moraviano de cepa expresaba que “hace un mes me atacó el actual accidente que tanto ha afligido principalmente a la gente pobre: pude mejorar, pero mi esposa y un hijo que les atacó también el cólera, y que de él murió un hijo, han sido la causa de mi completa ruina, porque no habiendo podido conseguir el médico del pueblo, me fue preciso ocurrir por medicinas compradas a un precio extraño. Los grandes gastos en esta parte, me han escarriado [arruinado] y puesto en la triste situación de suplicar a V.E. me exima del pago del actual empréstito, puesto que no he podido conseguirlo ni aun ofreciendo por la mitad de su valor, lo que primero me compren”. En realidad, por entonces con unos 39 años, él no era pobre, sino un pequeño agricultor de clase media, pero la situación del momento lo llevó a la insolvencia económica. Ignoro si el Estado le condonó esa deuda.

Ahora bien, para retornar a la pandemia de 1837, por entonces se desconocía que el cólera era causado por una bacteria, y se le imputaba a miasmas, que eran supuestos vapores nocivos para la bilis, liberados por las aguas estancadas o la materia orgánica en descomposición. Esto permite entender a plenitud el texto del artículo 5 del decreto XIII, que decía así: “Se prohíben absolutamente depósitos de basuras y materias corruptibles, aguas detenidas y en general todo cuanto pueda contribuir de algún modo a infectar el aire, y proporcionar corrupción o humedad”. Por ello, se obligaba a las familias a mantener la higiene personal, a la evitación de ciertos tipos de comidas irritantes, chicha y otros fermentos, al frecuente lavado y asoleado de las ropas, al encalado de las paredes de las casas una vez al mes, a la fumigación de los aposentos dos veces por semana, con agua de cal, tabaco, vinagre, anís, sal marina o azufre, a la poda de los árboles en los solares, para evitar la humedad y favorecer la circulación del aire, al barrido y desyerba de las calles dos veces por semana, así como a la limpieza constante de las acequias que conducían el agua hacia las casas.

Pero, además, se planteaban medidas mucho más drásticas, varias de ellas vigentes hoy, ante la epidemia causada por el coronavirus que nos afecta tan seriamente. Estas incluían el cierre de la frontera con Nicaragua y la cuarentena de los barcos que llegaban a Puntarenas y, en caso de llegar la enfermedad al país, el cierre de las iglesias, de los tianguis o ventas públicas masivas y de las aglomeraciones de gente, la prohibición de las velas de los difuntos y la unción de los moribundos con los santos óleos, el entierro de los muertos en un máximo de 12 horas, sin funeral alguno, y el rociamiento con cal viva de los cadáveres al ser enterrados.

Sí, abundantes recomendaciones, restricciones y prohibiciones, todas de carácter preventivo, para evitar la diseminación del microbio. Sin embargo, lo que más deseo destacar aquí es que de los cinco decretos, que comprendían nada menos que 27 páginas, el prioritario —y por ello fue el primero de ellos— se refería a proteger a las personas más necesitadas, lo cual denota un profundo sentido de humanidad, caridad y solidaridad. Dicho decreto rezaba así:

El Jefe Supremo de Estado libre de Costa Rica.

Atendiendo a que invadida la República [Federal de Centro América] ya de la terrible peste del cólera-morbo, no es remoto que se introduzca en el Estado [de Costa Rica] a pesar de las precauciones que se tomen. Con objeto de que en este caso la humanidad indigente no perezca por falta de recursos, en uso de las facultades que concede el decreto de 13 de diciembre del año anterior, he venido a decretar y decreto.

Art. 1°. La Intendencia hará que en la Tesorería General se entregue al Sr. Jorge Stiepel la cantidad de tres mil pesos, que conservará en depósito, para distribuirlos conforme órdenes de este Gobierno, que le pasará la misma Intendencia.

Art. 2°. El objeto de este depósito es precisamente socorrer a los menesterosos de todo el Estado, si por desgracia el cólera-morbo se introdujese en él, y para este fin desde luego se prepararán los artículos de primera necesidad, designándose por ahora cuatro mil varas de gerga, doce cajas de aceite y un cajón de láudano, todo contratado ya, cien quintales de harina, cien quintales de arroz, y trescientas fanegas de maíz.

Art. 3°. El acopio de la harina se encarga al ciudadano Pío Murillo en Heredia, el del arroz a los ciudadanos Ignacio Saborío y Juan de Jesús Alfaro en Alajuela, y el del maíz a los ciudadanos Eusebio Rodríguez y Manuel Mora en esta ciudad.

Art. 4°. El Gobierno espera de todas las personas mencionadas en el presente decreto que se prestarán gustosas a hacer el servicio que se les designa, como tan patriótico y de tanto interés para la humanidad.

Dado en la ciudad de San José a los dieciséis días del mes de mayo de mil ochocientos treinta y siete.

Manuel Aguilar Al Ministro del Despacho.

En síntesis, con este decreto se trataba de auxiliar con alimentos, vestimenta y medicinas a las personas más pobres y desvalidas. Al respecto, es oportuno aclarar que la jerga era una tela gruesa y tosca, que generalmente se importaba desde Guatemala, y se utilizaba para la confección de prendas de vestir. Por su parte, el láudano era un jarabe extraído del opio, mezclado con azafrán, canela, clavo de olor y vino de Málaga, y se usaba contra la gastroenteritis.

Un hecho a destacar de este decreto es la mención de Jorge Stiepel, que junto con su amigo Eduardo Wallerstein fueron los primeros alemanes dedicados al comercio de café en Costa Rica; proveniente de Perú, donde se había casado con Francisca Otoya Seminario, era un notable y respetado practicante de la masonería. Depositar en sus manos tan cuantioso fondo, denota la confianza que siempre tuvieron nuestros gobernantes en los ciudadanos alemanes, y que varios de ellos supieron honrar, incluso al precio de sus vidas, durante la Campaña Nacional. Por cierto, aunque para entonces ya no residía en el país, fue Wallerstein quien actuó como intermediario para comprar en Inglaterra el moderno armamento con el que fue posible derrotar a Walker.

Para retornar al contenido del decreto, sin duda que reafirma una tradición que ennoblece al país, cimentada en el Estado social de derecho, benefactor de las grandes mayorías, de la cual es una fehaciente expresión la Caja Costarricense del Seguro Social. Esa concepción del Estado —a la que muchos no les gusta—, que emergió de luchas fratricidas de 1948 y cuya construcción costó tantas vidas y sangre, por supuesto que puede cambiar y evolucionar, pero su esencia no debe perderse nunca. Y menos hoy, cuando tantas personas lo necesitan: seres humanos laboriosos y sacrificados, con sentimientos, hambre, dolores y carestías, los más humildes y marginados que, frente a cada nuevo día, no saben si tendrán cómo resolver sus necesidades inmediatas de alimentación, alquiler de vivienda, aseo, vestimenta o medicinas.

En el momento en que estaba por terminar de escribir este artículo, recibí por internet una carta que, con el título En pro de la solidaridad, frenando la desigualdad, recientemente remitieron 402 ciudadanos al presidente de la República Carlos Alvarado Quesada. En uno de sus párrafos se lee lo siguiente: “Llamamos a todos los sectores que tienen sus ingresos y necesidades satisfechas, que sí pueden ponerse en cuarentena mientras dure la crisis sanitaria, para que contribuyan solidariamente: grandes contribuyentes, grandes empresas que no contribuyen lo que les corresponde (gracias a amnistías tributarias o declaración de cero ganancias), empresas de zonas francas y empresas exportadoras, comerciantes que están viendo aumentar sus ingresos en estos momentos, personas con salarios y pensiones netas altas de los sectores público y privado, y profesionales liberales”. Ojalá que, más que un llamado, sea un remezón a la conciencia de quienes aún no han mostrado la solidaridad y el genuino patriotismo que las circunstancias demandan

Esto me ha llevado a evocar, de manera inevitable, un aleccionador pasaje de nuestra historia, asociado con la Campaña Nacional. En efecto, superada la epidemia del cólera, había que reanudar las acciones bélicas, pues para entonces Walker era presidente de Nicaragua y estaba más fuerte que nunca. Sin embargo, la primera etapa de la Campaña y el cólera habían quebrado nuestra economía, a tal punto de que era muy difícil enfrentar una nueva aventura bélica.

Al respecto, en su libro Walker en Centro América, el célebre intelectual y político guatemalteco Lorenzo Montúfar Rivera narra que se trató de conseguir préstamos con Perú y Chile, “porque en Costa Rica faltaban fondos para las expediciones. Había capitalistas; pero no estaban en disposición de prestar sus fondos para la campaña. Esta renuencia fue produciendo en el pueblo alguna predisposición contra ellos. En las reuniones que se hacían con el fin de estimular a la gente, se oyeron algunas palabras alarmantes. Hubo hijos del pueblo que dijeron: “Cada uno debe contribuir con lo que tiene; nosotros contribuimos con nuestra sangre; que los ricos contribuyan con su plata”. Y agrega: “El señor Jerónimo Pérez refiere un suceso que el autor de estas líneas no presenció, pero juzga muy verosímil. Dice que hablando el presidente Mora con el señor Vicente Aguilar [gran capitalista y exsocio comercial suyo] sobre la segunda expedición a Nicaragua, Aguilar dijo a Mora: “¿Con qué fondos cuenta Ud. para la guerra? Y que Mora le respondió: Cuento con mi capital y con el de Ud..

¡¡¡Cuánto enseña la historia!!!

(*) Luko Hilje Quirós

(luko@ice.co.cr)

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5 COMENTARIOS

  1. Hola. Muy interesante su artículo. Si me lo permite, quisiera agregar un comentario que complementa su argumento. En mi opinión, la solidaridad en nuestro territorio se remonta a nuestras raíces indígenas, antes y después de la colonia. En las sociedades occidentales, el principio ordenador del mercado es la acumulación; en contraposición con la economía indígena, cuyo principio básico es la distribución. La reciprocidad se muestra en la capacidad de dar y recibir, lo que a su vez conforma un fuerte tejido social. Entre las personas indígenas es más importante la tierra y los recursos naturales (que garantizan la seguridad alimentaria), que el nivel de ingresos o producción. La solidaridad social, entre indígenas, reduce la desigualdad social, y ésta se manifiesta también en momentos de crisis.
    Tob’anik es el concepto maya que en español se traduce a solidaridad. Pero no sólo en América del Sur se presenta este valor. En las comunidades indígenas también persisten estos valores. Un ejemplo reciente es la donación que hizo la comunidad bribri de alimentos para las personas más afectadas por la pandemia.
    Es un hecho que nuestra sociedad debe transformarse para lograr sobrevivir, y buscar en nuestras raíces ancestrales es un imperativo.

    • ¡Hola Elena! En la misma línea de su comentario, el 3 de marzo del 2011, publiqué en mi blog un análisis basado en el Principio Ancestrao del Ayni o de la Reciprocidad (https://alephcr.wordpress.com/2011/03/03/hacia-una-astrologia-mestiza/)

      En este momento, tengo un conflicto, porque si bien, soy un practicante de dicho principio, en un momento como éste, la manoseada «solidaridad» (negocio para muchos que se dedican a lucrar con la lástima de nuestros pueblos) se ha convertido en una obligación que termina por encubrir la incapacidad de los insaciables gobiernos para resolver los crecientes problemas de grandes masas de la población en pobreza o en la miseria. ¿Adónde queda la Reciprocidad cuándo toda la estructura está carcomida por la corrupción y la voracidad fiscal de quienes deberían ser los primeros llamados a servir? Sinceramente, somos un pueblo alcahueta e ingenuo y por esa vía, será muy difícil podernos levantar de los efectos que se derivarán de este cataclismo global.

  2. Don luko, le agradezco su valuoso aporte. Adentrarse en nuestra historis para develar esa rica veta de solidaridad humana es fundamental, si queremos avanzar hacia un pais mejor. Muy oportuna esta referencia histórica. Ojalá nuestros gobetnantes y gobernados tengamos la voluntad y valentia politiva que exigen lad condiciones actuales para tomar decisiones atrevidas que realmente logren aplanar la curva de la desigualdad, la pobreza y el desempleo. Es un momento oportuno para dar un golpe de timón a este barco que hace rato anda a la deriva y con el peligro de hundirse. Este país ha sido muy solidario, pero hace décadas el virus del neoliberalismo nos contagio de insolidaridad y frivolidad. Quiza este otro virus despierte nuestras conciencias para potenciar la empatia y afectividad necesarias para retomar el rumbo de la Costa Rica solidaria.

    • Gracias Luko «por la sacudida» general que has dado, en momentos en que el hambre se multiplica como virus al interior de innumerables familias, mientras un frío ministro de Hacienda, tiene su vista fija en los índices económicos que no sacian el hambre de miles de niños.

      • Muy acertado e interesante el artículo de Luko. Creo que mos hace reflexionar acerca de la solidaridad del pueblo a sus iguales y la frialdad de los que poseen riquezas en nuestro país, al punto que instituciones del gobierno se apoderan de recursos provenientes de asalariados conmovidos por desastres naturales como sucedió o está sucediendo con los centenares de millones recolectados directamente del pueblo y que en vez de ser utilizados para su objetivo, todavía, 3 años después están en las arcas de la Comisión nacional de Emergencia, mientras las personas afectadas continúan viviendo en ranchos remendados con pedazos de madera y plástico

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