Sube de prisa las escaleras del tercer piso, jadea, sigue hasta el descanso donde aparecen varios nombres, es un rótulo de bronce con cuatro nombres grabados, verifica el que le dieron de la psicóloga, es ella, la Dra Arias, parece que como psicoanalista es brillante: utiliza la hipnosis que le enseñó el doctor Alvarenga, él mismo conoció al doctor Alvarenga. Toca la puerta con tres tímidos golpes y se escucha la cerradura, le da temor y siente un susto en la boca del estómago.
Una cara delgada de grandes ojos negros y un cabello largo lacio y negro, le pregunta si tiene cita.
-¿Tiene usted cita, con la Dra Arias?
-Si, tengo una cita con la doctora…-respira profundo y continua-tengo cita a las tres.
-Pase adelante, ella lo espera-ve el reloj y son las tres y veinte.
-Mucho transito. Dice él tímidamente.
-Todos dicen lo mismo, responde el rostro de Anais Nin.
Es idéntica, piensa mientras le mira un pecho plano, completamente plano.
Camina hacia la puerta que luce entreabierta y con el nombre de la doctora. Se siente totalmente invadido por una aprehensión que hacía muchos años no sentía, recordó sentir eso la última vez que visitó un burdel en Puntarenas, tendría unos quince años. Ve en la puerta aquel pasaje boscoso de la finca que tenía su padre, el arenal, le llamaban y parecía un túnel del tiempo, las piernas le flaqueaban pero continuó hacia adelante:
Unos ojos color miel le dieron calurosamente la bienvenida, dentro del frío de este enero inusualmente helado, los ojos que le miraban lo hicieron sentir la cómoda sensación de tibieza, caminó un poco más para tomar la mano pequeña y bonita con uñas pintadas de rojo bermellón, que alargándose frente a él lo esperaba para saludarlo.
-Mucho gusto, soy la doctora Arias.
-Mucho gusto, Rubén Mendoza a sus órdenes.
-Siéntese por favor.-señalando un sofá estilo Luis XVI.-Prefiero no poner obstáculos físicos en las entrevistas…-Sonrió.
Me arrellané en el sillón, ella se sentó prudentemente en un sillón similar de una plaza frente a mi. Vestía una falda corta azul marino con un blazer rojo que hacía juego con sus uñas, sus piernas estrepitosamente blancas eran perfectas, terminaban en unos pies pequeños enfundados en zapatos blancos de tacón alto, una blusa blanca ajustada mostraba unos pechos voluptuosos que invitaban a amar. Sintió miedo de no poder reprimir sus instintos animales, ella debió olerlo en el aire pues se levantó y tras un biombo de color rosa, se cambió el blazer por una bata blanca. Caminó hacia el sillón y él se sintió alivio, ahora lucía oculta en parte. Sus instintos no se sublimaron, se calmaron parcialmente, esto debió notarlo ella pues le miró inquisitivamente y dijo sin preámbulos:
-No le haré un interrogatorio, usted mejor me habla de usted, como quien habla de una persona que está afuera. Yo le escucho y usted habla con plena libertad, no grabo nunca las entrevistas.
Una fotografía con sus padres, ella una niña que mostraba perfectamente cómo habría de ser ahora.
-Muy bien, le explicaré dos cosas antes de la sesión de hipnosis, particularmente yo utilizo un sistema chino milenario, utilizado por Jung en su consulta. ¿Conoce el I Ching, o Yijing?
-Si, se a que se refiere.
-Bueno, usted lanzará las monedas seis veces y yo anoto el resultado, pero antes procure pensar muy profundamente en la razón para haber buscado ayuda.
-Perfecto-automáticamente respondió.
-Tome.
Las lanzó con cierta aprehensión, nueve al primero, luego siete tres veces seguidas, nueve en quinto lugar y nueve al tope.
-Aunque todo indica buen pronóstico, hay muchas posibilidades de fracaso.
No respondió, había estado preso por una acusación de feminicidio contra su esposa, luego de veinte años fue liberado por falta de pruebas. Trató inútilmente de encontrar al culpable y acabó con gran parte de su dinero pero al final apareció un sicario, quien dijo que el autor intelectual fue el señor Rojas, un diputado que había tratado en vano de cortejar a su esposa y ante la rotunda negativa de ella, la mandó matar.
En vano fue a hablar con Justo Rojas Rojas, este se negó a recibirlo en la oficina y en el domicilio. Le envío una advertencia con un tercero para que no siguiera importunándolo.
-Ahora tendrá que sentarse en aquel sillón para la sesión de hipnosis, estará quieto y solo verá un péndulo que usaré y lo demás será será más sencillo, no tema, ¿ha sido hipnotizado alguna vez?, no, bien será algo sencillo y rápido, usted no podrá decir lo que no quiera decir.
Tímidamente se sentó esperando que la doctora lo hipnotizara.
-Mire el péndulo y trate de no pensar en nada, solo mire los movimientos sin mover la cabeza. Iré diciendo los números del diez al uno despacio y al llegar a uno usted estará totalmente dormido.
Tímidamente se dejó llevar por la terapeuta, empezó a sentir su cuerpo pesado y los ojos queriendo cerrársele, le costó llegar al uno: se quedó dormido.
Las preguntas no llegaron pues Rubén empezó a contar que era un fraile dominico en Flandes del siglo XIV, era asesinado por otro fraile en la biblioteca de la Abadía benedictina donde estaba de paso. Lo ahorcó con las manos. Luego dijo ser un eunuco de la Ciudad Prohibida, al servicio de la emperatriz regente Xixí, que se enamoró de él y llegó a tener vida íntima a pesar de su mutilación genital. Al salir asistido del estado hipnótico, la doctora le pidió tranquilizarse y ella le explicaría todo en la próxima cita, revisaría esa noche los trigramas del Yijing y mañana se verían a las tres de la tarde en el consultorio.
Él salió hacia la calle y se perdió entre la multitud que se apiñaba en las aceras para tomar un bus, camino hasta el paseo Colón y de ahí tomó un taxi al Bulevar de Pavas, donde vivía en un loft, lo único que le quedó entre defensas de abogado y luego investigación del papel de Justo Rojas en todo el asunto del crimen de su esposa. Esa noche le costó dormir, hubo de tomar una pastilla para agarrar sueño a las dos de la mañana.
El día siguiente se dedicó a visitar amigos que hacía años no veía. La doctora Arias por su parte, luego de la sesión de hipnosis de la tarde, en la noche interpretó el hexagrama que correspondía al primero del I Ching, si bien las líneas cerradas daban cierta resistencia, la falta de movimiento daba un mal presagio en la línea del nueve al tope. Le parecía un caso muy difícil y el paciente un hombre acabado: recordó el libro de Papini, pensó que el agravante era que ya no tenía tiempo para redimirse como Papini con la “Vida de Jesús “.
Oyó varios disparos y Anaïs Nin, su secretaria, entró corriendo con el rostro desencajado.
-Han matado un hombre en el descanso del tercer piso…-No atinaba a decir más.
La doctora se asomó a la puerta y vio a Rubén Mendoza muerto con los ojos abiertos que la miraban: ese era el nueve en el quinto puesto. Jung tuvo razón, pensó mientras bajaba las escaleras con los demás inquilinos y la policía subía.
(*) Dr. Rogelio Arce Barrantes es Médico
1 Comment
Frank Ruffino
Me gustó el cuento, entretenido y buen cierre. Le felicito colega.