viernes 19, abril 2024
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Evocaciones de una universidad pública (1)

A la memoria de Guillermo Villegas Hoffmeister, un gran amigo de mi juventud.

                                                                                                  I

Un día cualquiera del mes de diciembre de 1973 me encontré de repente frente a unos edificios de la ciudad de Heredia, para ser más exactos en su extremo digamos que oriental y con vista al Volcán Irazú, los que según mi memoria no tan reciente habían sido el escenario de la existencia y actividades de la Escuela Normal de la ciudad durante un cierto tramo de su larga existencia, a partir de 1915, y más recientemente de la Escuela Normal Superior de Costa Rica, destinada a la ejecución de un importante esfuerzo para fortalecer la formación de profesores de secundaria. El rótulo era más que evidente, de ahora en adelante ahí se ubicaba el quehacer de la recién fundada UNA o Universidad Nacional de Costa Rica, pero lo que no podía saber aún es que me había encontrado de frente con lo que serían un tiempo y un espacio que habrían de ser cruciales en mi vida ¿sería acaso una especie de amor a primera vista que me dejó cautivo por tantos años y donde he realizado algunas de las vivencias más importantes de mi existencia, en el lento transcurrir de varias décadas?

Después de más de treinta y seis años ha llegado el momento de decir adiós a una larga etapa de mi vida, la que ha transcurrido en las aulas, los pasillos y las oficinas del campus Omar Dengo de nuestra Universidad Nacional de Costa Rica (UNA), en la ciudad de Heredia. Cuando llegué a laborar en la Facultad de Ciencias Sociales de la UNA, comenzando el mes de marzo de 1976, no había cumplido aún los veintinueve años y ahora, cuando me dispongo a jubilarme acabo de cumplir los sesenta y seis. Podría decirse que gran parte de mi vida la he dedicado a la docencia y a la investigación de los más diversos temas académicos, además de participar intensamente en los debates sobre la vida universitaria y sobre los dramas del discurrir de la nación en que vivimos ¿continuará acaso siendo la misma? cosa que hasta el más elemental sentido común me obliga a afirmar que resulta imposible. De aquel estado benefactor y de aquellos sueños y esperanzas, dentro de las que nos nutrimos los de mi generación (la del Baby Boom, con su numerosa cosecha de almas jóvenes y generosas que ahora comienza a desgranarse) para la forja de una humanidad mejor, a partir de la concreción de un proyecto colectivo parecen quedar solo ruinas y añoranzas que nos pueden llevar a transitar por los equívocos caminos de la nostalgia. El extremado individualismo y la búsqueda personal del éxito, basados en una visión de mundo cuyo leitmotiv es la competencia y el fomento de la competitividad, como una especie de entes que terminan por corroer hasta el más sublime de los sueños de esperanza, de solidaridad y amor que hoy parecen estar ausentes en esta necrófila sociedad, han terminado por imponerse en el horizonte de este nuevo siglo ¿sin el amor y la esperanza que puede quedar para hacer digna y plena de luminosidad la existencia del ser humano concreto, de carne y hueso?  me pregunto, una vez más, con la majadera y machacona insistencia de siempre.

Nuestra Universidad Nacional de Costa Rica, la UNA de los años 1970, que fue desplegando su accionar durante los últimos años de esa década y los primeros de la siguiente era un bullir de ideas, de sueños, anhelos e inquietudes que no resultaban fáciles de mercantilizar u operacionalizar, tal y como ha sucedido posteriormente, casi sin darnos cuenta. De aquella universidad con sus certificados integrados en cada tramo curricular dentro de las distintas escuelas y sus alternativas propedéuticas no ha quedado casi nada, ante el estallido y la consolidación del universo de la departamentalización, la que ha terminado por convertir a la institución en un archipiélago de grupos y gentes que no mantienen ninguna relación verdadera entre sí, de tal manera que lo que hace cada uno resulta totalmente desconocido para los demás. Las áreas disciplinarias que dieron origen a las facultades, dentro de aquella modalidad napoleónica de universidad, ha perdido casi todo contacto entre sí, para convertirse en meras instancias administrativas y con muy pocos espacios para compartir experiencias y conocimientos, mientras la tecnocracia con su burda manera de accionar parece encontrar en el zenit de su aceptación. Debo, eso sí, salvar muchas experiencias e intentos valiosos de construir y divulgar experiencias y conocimientos, por parte de algunos compañeros de las más diversas escuelas e institutos de nuestra facultad( verdad que sí Maynor Mora, Luis Gómez, Henry Mora, David Smith, Maritza Rodríguez, Gerardo Morales, Carlos Buezo, Max Saurez, Rosa Segura, Francisco Sancho, Irma Sandoval, Mario Hidalgo, Miriam Jiménez, Carlos Naranjo, Ernesto Herra o Carlos Hernández por mencionar algunos (as) y con el seguro riesgo de ser injustos con muchos otros) por no ir en este caso más lejos en ese reconocimiento hacia otros universitarios(as) que también lo merecen y a los que agradezco su colaboración y múltiples expresiones solidarias, a lo largo de tantos años.

II

Aquella institución, que nació a la vida en el mes de febrero de 1973 y cuyo primer rector fue el doctor Benjamín Núñez Vargas, estaba comprometida por muy diversas vías con el espíritu revolucionario de la época, de una manera tal que el propio Benjamín venía de librar una fuerte batalla, junto con un importante grupo de compañeros de su partido, en contra del lesivo contrato ley otorgado a la transnacional Aluminiun Company of America (ALCOA) para que explotara la bauxita del Valle de El General y por el cual el país se obligaba, entre otras cosas, a endeudarse para construirle una carretera y un puerto en la playa de Uvita, la del famoso Paso de Moisés, a dicha empresa. En esa lucha se había enfrentado al mismísimo José Figueres Ferrer, recién reelecto presidente de la República para un tercer período, quien era y fue siempre una especie de alter ego suyo, desde la segunda mitad de la década de los cuarenta, cuando ambos optaron por la vía insurreccional para intentar resolver el conflicto político planteado, durante las administraciones de Calderón y Picado o ¿acaso para irrumpir con una dosis de legitimidad importante en un escenario político muy cerrado para las nuevas generaciones?. Además había promovido, a partir de 1968, en su casa finca de San Isidro de Coronado el Manifiesto de Patio de Agua para una revolución democrática, junto con un importante grupo de jóvenes estudiosos preocupados por el giro conservador y las tendencias  derechizantes (pedimos excusas por tan curioso, por no decir extraño neologismo) que acechaban a un Partido Liberación Nacional (desde luego no el cadáver insepulto de estos primeros años del nuevo siglo, según el certero decir de mi buen amigo Helio Gallardo) todavía impregnado del espíritu fundacional de los jóvenes glostoras del Centro para el Estudio de los Problemas Nacionales, con su acusado keynesianismo rooseveltiano y reformista, pero también buscando ponerse a la altura de las demandas de una época impregnada del espíritu revolucionario de los estudiantes parisinos de aquel mayo de 1968. Núñez debió presentar su candidatura en la primera elección de rector, efectuada en 1974 y enfrentar a Francisco Antonio Pacheco, hasta hoy uno de los connotados adalides del neoliberalismo imperante en esta fase agónica y final del estado benefactor, caracterizada por la aceleración  del asalto a la institucionalidad del país, iniciado un cuarto de siglo atrás.

El PLN de entonces que había jugado, a lo largo de la década de los sesenta el papel de la izquierda o centro izquierda en el poder, pero al mismo tiempo persiguiendo a la izquierda del Partido Vanguardia Popular, sus rivales a quienes había derrotado en la guerra civil 1948, dentro de aquel sombrío espíritu de guerra fría imperante, en una atmósfera política que sintió el desafío de la naciente revolución cubana, y en una especie de consenso momentáneo con el calderonismo histórico (el de Rafael Ángel Calderón Guardia y no el del oportunismo electoralista de su hijo, Calderón Fournier) que volvía a la escena política, buscaba hacia el fin de esa década, girar más hacia la izquierda, sobre todo en la medida en que se sentía amenazado por el giro a la derecha que representó el gobierno de José Joaquín Trejos Fernández(1966-1970), del que formaron parte los seguidores de Rafael Ángel Calderón Guardia. De ahí el acercamiento tácito que da inicio entre esos sectores liberacionistas con las gentes de Vanguardia Popular y con los sindicalistas herederos de la vieja Confederación de Trabajadores de Costa Rica, la CTCR (que el propio Núñez desde el Ministerio de Trabajo había disuelto al concluir la guerra civil, en 1948), a quienes contribuyó a sacar del ostracismo político para convertirlos en actores de la política electoral, y de la escena parlamentaria durante las siguientes décadas: los jóvenes militantes de ambos bandos que se habían enfrentado en los campos de batalla de El Tejar y San Isidro de El General se reencontraban entonces, un poco más maduros y reconociendo que sus diferencias no eran tan importantes.

De acuerdo con mi opinión, la que asumo en todos sus alcances, aunque no como dogma de fe ni leyenda negra o rosada, fue así como, dentro de las circunstancias de ese particular contexto histórico, que el Partido Vanguardia Popular y otros sectores de la izquierda estuvieron presentes en la fundación de la nueva universidad, con sus iniciativas, proyectos y áreas de influencia, todo dentro del marco de la llamada universidad necesaria, cuyos trazos más importantes se apresuró a codificar –el propio Benjamín Núñez- en un pequeño opúsculo, sobre cuyos contenidos sería conveniente volver a  reflexionar. Entonces no era un delito, ni tampoco un desatino hablar del compromiso de la universidad pública con los sectores populares, dentro de lo que fue una época de fe, entusiasmo y esperanza,  exteriorizadas dentro del dinamismo propio de esa etapa fundacional.

(*) Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor.

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1 COMENTARIO

  1. Añoranzas tengo de esos tiempos, cuando recibíamos cursos de verano patrocinadas por la Normal de Perez Zeledón en el Liceo de Heredia. Luego fueron trasladadas a la Escuela Normal de Costa Rica, donde comenzaría a funcional la Normal Superior que daría paso a Universidad Nacional.Ahí recibí mi título de Pofesor de Enseñanza primaria (PT3) de manos de mi primo segundo, el Padre Benjamín Núñez. Ahí, en esas aulas, nació el SEC, con 90 afiliados, sindicato que tiene treinta mil afiliados cincuenta años después y fue el suscritor de la primera convención colectiva con el Ministerio de Educación.jf

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