jueves 28, marzo 2024
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Evocaciones de una universidad pública (III) junio-julio 2012.

A la memoria de Guillermo Villegas Hoffmeister, un gran amigo de mi juventud.

V

El compromiso que asumí con nuestra Escuela de Sociología de la UNA, a la que vine a laborar a tiempo completo, inaugurando el que me parece ahora no tan cercano año de 1995, creo haberlo cumplido a cabalidad, aunque serán mis compañeros y las distintas generaciones de estudiantes quienes habrán de dar su juicio definitivo, o al menos eso es lo que pienso, de una manera un tanto pretenciosa  ahora que me dispongo a acogerme a mi jubilación, a partir del mes  entrante, cuando concluyen casi diecisiete años de laborar para la escuela. Lo que conversé, durante el segundo semestre de 1994, con Olga Marta Sánchez, entonces nuestra decana en la Facultad Ciencias Sociales, distinguida dama a quien saludo y agradezco por su tratamiento considerado hacia mi persona y el recordado compañero Jorge Riba Bazo (fallecido el año anterior), entonces director de esa unidad académica, dio lugar a mi traslado a ella desde el decanato y los otros programas de facultad en que venía colaborando, entre ellos los Estudios Introductorios, que fueron algo así como la fase final del Propedéutico de Ciencias Sociales.

Durante todos estos años, que representan más de una década y media, en medio de este cambio de siglo, me consagré a trabajar en las cátedras de Teoría Sociológica, aunque no manera exclusiva, puesto que también laboré y reflexioné mucho  sobre temas culturales especialmente en el curso de Realidad Social y Conocimiento y en la cátedra de Sociología contemporánea, para la que escribí una serie de lecciones inaugurales entre los años de 1999 y 2006, las que recogen muchas de las inquietudes personales y de algunos compañeros, académicos y estudiantes de ese período el que coincidió con la trimestralización y las luchas que hubimos de librar para regresar al plan de estudios semestrales en la UNA, a los que el oficialismo bautizó como ciclos, en vez de semestres, para no dar el brazo a torcer.

En el quehacer académico de nuestra escuela, dentro de lo que se constituyó en todo un esfuerzo por concentrarme en la reflexión teórica, pero con especial insistencia en el planteamiento y discusión de algunos de los problemas y temas, a los que se enfrentaron algunos autores clásicos de la sociología, tales como Emile Durkheim, Max Weber y Talcott Parsons, entre otros, en lo que se refiere a lo que hemos llamado, de una manera convencional, la sociología conservadora o pro statu quo surgido durante el período de ascenso de la burguesía decimonónica, pero también sobre aquellas posturas ideológicas que buscaban sustituir o derribar el orden social y político surgido en la postrevolución francesa, con su paréntesis de la llamada restauración, retomando algunos de los temas sociales planteados por los llamados socialistas utópicos, los anarquistas y también procurando destacar aquellas aportaciones hacia la sociología, presentes en la obra de Carlos Marx, con la intención de preguntarnos si cabe hablar de una sociología marxista o marxiana, tal y como se habla de la sociología comprensiva de Max Weber o de la sociología francesa, de raigambre positivista. Por otra parte, en todo este proceso de discusión y reflexión sobre la teoría sociológica, he tratado de reflexionar con detenimiento acerca de los alcances de aquella especie de intento fallido de consolidar una nueva disciplina, la física social llamada después sociología, un hecho que  presentó la obra de Augusto Comte, el primero en darle esa denominación empleando ese híbrido lingüístico (compuesto de una raíz latina y otra griega). Fue precisamente, el autor de la célebre ley de los tres estados, con su obsesión por la cohesión social y los aspectos más autoritarios de la organización del catolicismo medieval, quien terminó haciendo más ideología (en el sentido negativo del término) que ciencia, al declararse sumo sacerdote de la religión de la humanidad, durante esa  primera fase de la nueva ciencia que estaba naciendo, en la que hubo más el despliegue de una declaración de intenciones que la concreción de un trabajo científico, en estricto sentido, tal y como lo destacó Émile Durkheim en sus críticas a la obra de Comte y Spencer.

El planteamiento e investigación de algunos de los grandes temas de la vida social contemporánea aparece a fines del siglo XIX, con la emergencia y consolidación de la nueva ciencia en los medios académicos, a partir de la extensa obra de autores como Durkheim y Weber, sobre cuyos aspectos más esenciales he procurado reflexionar a lo largo de estos años, dentro de lo que han sido algunas de las aportaciones que he podido dar al trabajo académico entre nosotros y a las que habría que darle continuidad en beneficio de las nuevas generaciones de estudiantes. Salud compañeros de mi escuela, la tarea está apenas empezando pues hay muchos aspectos de la teoría social sobre los cuales hay que investigar y construir pensamiento sociológico, especialmente a partir de la obra de autores (sin olvidar los ya mencionados) como el sociólogo alemán Ferdinand Tönnies, aparecida bajo el título de Comunidad y Sociedad (1887), que tuvo su impacto durante los últimos años del siglo antepasado, la que -en mi opinión- vuelve a cobrar una creciente importancia, a partir de algunos de los conflictos más recientes en la región latinoamericana, especialmente por el choque entre la visión de mundo de los pueblos originarios con la brutal imposición de políticas para la explotación acelerada de los recursos naturales, por parte de los estados nacionales (recordemos los casos de Panamá, Perú y más recientemente Colombia).

VI

Cuando allá por los inicios de la década de 1960 me asomaba hacia el horizonte social y político, un asunto en el que muchos de mi generación fuimos bastante precoces, queriendo hacer mis primeras armas en ese campo y mientras tenía la oportunidad de tomar contacto con lo que se ha dado en llamar las posiciones del marxismo revolucionario, como de soslayo me encontré con las del socialismo democrático y libertario, en otras palabras del pensamiento anarquista, al llegar a mis manos un ejemplar del periódico El Sol, que editaba el doctor José Néstor Mourelo y Vila, un médico comprometido con las necesidades populares, además de un gallego nacido en Santiago de Cuba, quien entre nosotros se convirtió en el divulgador por excelencia del pensamiento, la cultura y hasta la estética anarquista y libertaria, todo ello a lo largo de varias décadas. Editada, de manera impecable, con las técnicas de impresión de la época del linotipo, de las que por cierto tuve conocimiento en mi juventud, pude leer allí una serie de artículos de Ángel Samblacat, Federica Montseny, Federico Urales, Diego Abad de Santillán y otros próceres del anarquismo catalán, además de múltiples y detalladas referencias a temas científicos, a la divulgación de diversos requerimientos en materia de salud y hasta novedades acerca de la evolución del esperanto, una especie de proyecto de lengua universal que si mal no recuerdo, surgió a comienzos del siglo anterior.

En medio de la atmósfera política y cultural un tanto enrarecida, a veces nauseabunda de la década de los 1960, la confrontación ideológica en el marco de la guerra fría había estrechado el horizonte cultural y espiritual de las gentes, por lo general carentes de una cultura política siquiera elemental, encaminándolas hacia un monstruoso dualismo, un blanco y negro que se tornaba intolerable para quienes quisieran explorar la realidad, desde una perspectiva creadora y más matizada de una realidad de la que nunca podremos captar, ni siquiera como un esbozo, la totalidad de sus componentes y múltiples posibilidades de conocimiento a que podría dar lugar, ampliando nuestros horizontes si la abordamos desde una perspectiva menos dogmática y mucho más abierta, lejos de los enfoques simplistas de los cortesanos de siempre.

La satanización dirigida hacia quienes se atrevieran a pensar en contra de los dogmas y prácticas del orden establecido, se reducía a darles el calificativo excluyente de “comunistas”, pero no como un sustantivo sino como adjetivo calificativo epíteto, la que se hacía extensible no sólo hacia los militantes de esa corriente social y política, de la que resulta obligado decir, en honor a la verdad histórica, que jugó un papel muy importante e incluso decisivo no sólo en la organización de los obreros y campesinos, en especial durante las décadas de los 1930 y 40, dentro de la vieja Confederación de Trabajadores de Costa Rica (CTCR), disuelta por sus adversarios al concluir la guerra civil de 1948, sino también en el logro y la concreción de una serie de conquistas de vital importancia para la clase trabajadora, especialmente en estos tiempos de restauración capitalista neoliberal, la que busca reducir a los trabajadores a una nueva-vieja esclavitud, equivalente a las condiciones de vida de un siglo atrás, en aquella belle époque anterior a la Primera Guerra Mundial, tan buena para las clases dominantes y tan espantosa para los trabajadores y sus familias.

Mi experiencia de muchos años cerca del movimiento comunista y de la llamada socialdemocracia, ambas tributarias del pensamiento político de tradición marxista, me ha llevado al cabo de mucho tiempo a tomar una posición más definida frente a lo que representan: en realidad no me considero ni socialista o socialdemócrata ni tampoco comunista, prefiero decir que me identifico con el pensamiento anarquista y libertario, el único verdadero socialismo democrático, cuya experiencia más plena se dio durante la guerra civil española en las comuna agrícolas e industriales de Cataluña y Aragón, bajo la influencia de la Confederación Nacional del Trabajo (CNT), la organización sindical más importante de los trabajadores españoles al inicio de esa desdichada guerra civil (¿puede haber algo más espantoso y despiadado que la actuación de los contendientes en una guerra civil?), cuando esta organización anarcosindicalista contaba con más de un millón de afiliados y su brazo político, la Federación Anarquista Ibérica (FAI), que había sido fundada en 1927, por connotados militantes del anarquismo español de la época.

Mi cercanía con el Partido Vanguardia Popular en alguna época de mi vida y con el Partido Liberación Nacional en otro tramo de ella, casi como únicas opciones posibles en esta pequeña nación centroamericana, me llevaron a conocer  toda clase de experiencias liberticidas, en donde tanto en el caso de unos como en el de otros no se respetaba el proceso democrático en la toma de decisiones, lo que era justificado en el blanco y negro de la visión de mundo imperante durante aquellos años de la guerra fría, cuando la naciente revolución cubana vivía su etapa carismática y se había convertido en el terror de las clases dominantes de la región, habiendo propinado su primera derrota al imperio del norte en la así llamada Bahía de Cochinos, en el mes de abril de 1961. El empleo de la estigmatización y el calificativo de “comunistas”, proveniente del mundo de la política burguesa o la de “reaccionario” o “revisionista” de los dogmas estalinistas, del otro lado de la acera, eran estrategias o trampas en la lucha política, unos ardides muy convenientes para desplazar a posibles rivales dentro de los juegos clientelistas y de poder que siempre se han puesto de manifiesto en los círculos del poder, de ayer y de siempre.

Esta toma de distancia de ambos sectores políticos, y mi convencimiento de que el socialismo democrático solo fue impulsado, de manera sincera y consecuente desde el anarquismo militante, dentro de coyunturas muy específicas, y no como parte del juego de concesiones a la dominación burguesa, impulsado por la socialdemocracia durante la Guerra Fría (1945-1989), al definir socialismo democrático como simplemente “no comunista” (un espantajo que algunos supieron manejar, durante muchas décadas, con gran acierto), sin que por ello constituyera una experiencia realmente democrática y autogestionaria, como las que se han materializado desde las posiciones del pensamiento anarquista y libertario.

Estas reflexiones no implican la expresión animadversión personal alguna hacia las personas honestas y consecuentes, de uno y otro bando dentro de la presunta izquierda (Jamás estuve de acuerdo con las derecha, en estricto sentido y menos en su defensa de un orden social inhumano y opresivo, en todos los órdenes de la vida social) con quienes compartí luchas y esperanzas comunes, por el contrario de mis experiencias en ambos sectores de la vida política contemporánea, extraigo la consideración de dar gracias a la vida por haber conocido a personas muy valiosas en esas épocas, cuya amistad y aprecio sigo manteniendo al cabo de los años, en lo más hondo de mis mejore sentimientos. Sin embargo, el viejo lema del anarquismo español de “paz a los hombres y guerra a las instituciones” ha calado hondo en mi conciencia y me reafirma en mi postura de que cuando los anarquistas hablamos del ser humano, lo hacemos pensando en ser concreto de carne y hueso, jamás de una abstracción como sucede en otras corrientes del pensamiento político, social y religioso de todos los tiempos. Eso sí que quede claro que no pretendo adueñarme del pensamiento libertario, ni darle lecciones de moral a nadie (faire la moral a quelqu’ un jamais), pues en su inmensa pasión por la libertad carece de dogmas y de doxas a seguir, siempre sospechosas por muchísimos motivos, las que no van con su esencia y podrían venirle muy bien a los fascistas de todo pelaje, a los viejos o nuevos estalinistas, a los liberales-neoconservadores  o a los católicos integristas, con su religión opio del pueblo y su eterna asociación con el poder y la riqueza material de las élites.

(*) Rogelio Cedeño Castro, sociólogo y escritor.

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2 COMENTARIOS

  1. De Marco Aureliano Barrantes: Hace como 3 años, intenté ingresar a Sociología de la UNA, note varias carencias, sobre todo con respecto a pensamiento crítico latinoamericano, pero lo que más me asombró, al margen del contenido, fue epistemología, un curso obligado introductorio, estuviera al final de la carrera.

  2. ¿Qué podría responderle? la verdad es que hace años me desligué de la institución universitaria donde trabajé durante casi cuatro décadas. Pienso que sus observaciones son correctas, habría que recabar información y examinar el tema directamente, eso de la epistemología al final no me suena, por así decirlo, de manera folklórica, es poner los caballos adelante del carretón. No sé cómo podría faltar el pensamiento crítico latinoamericano, para mí debe ser una parte esencial del currículum de Sociología.

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