jueves 25, abril 2024
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Ante la partida de Raúl Aguilar

A veces uno toca una puerta, pero lo que se abre es un corazón. Y, en este caso, un corazón noble y bondadoso, henchido de terruño y de patria. Fue exactamente eso lo que percibí hace unos 15 años cuando, tras toparme meses atrás con la tumba del Dr. Karl Hoffmann —naturalista alemán y Cirujano Mayor del Ejército Expedicionario en la guerra libertaria contra el ejército filibustero de William Walker—, decidí profundizar en su vida y su obra.

Obviamente, me resultaba obligatorio visitar el Museo Histórico Cultural Juan Santamaría, adonde había ido solo una vez muchos años antes, y apenas de pasadita. Sin embargo, visitar Alajuela siempre llena de alegría mi corazón, quizás por ese fuerte calor, que percibo como genesíaco, pues fui engendrado un verano en mi natal Naranjo, donde los escasos 65 m con que superamos la altitud del cantón central de Alajuela no dan para atenuar tan sofocantes temperaturas. Así que una mañana me dirigí hacia allá, para hacer algunas búsquedas en su centro de documentación, donde fui atendido con gran gentileza por Dhamuza Coudin —celosa guardiana de tantos materiales valiosos—, así como por Marjorie Campos y Antonio Vargas, desde entonces amigos míos.

En ese momento no me pudo atender su director, el Lic. Raúl Aguilar Piedra, pues estaba en una reunión. Sin embargo, informado de mi presencia, tan pronto como se desocupó me llamó a su oficina, e iniciamos una larga y sabrosa conversación, que me abrió nuevos horizontes en mis investigaciones. Fue entonces cuando capté con claridad meridiana que era imposible entender y valorar a cabalidad los aportes del Dr. Hoffmann sin conocer a fondo los orígenes, sucesos y entretelones de la Campaña Nacional de 1856-1857.

Antonio Vargas y Raúl Aguilar (d)

Por ejemplo, yo nunca había oído mencionar al general venezolano Narciso López, creador de la bandera de Cuba junto con algunos colaboradores, la cual él mismo izó por primera vez en 1850. Sin embargo, más que esto, López emprendió aventuras para independizar a Cuba del Imperio Español y anexarla a los Estados Confederados de América, es decir, los esclavistas del sur de EE.UU., posteriores patrocinadores de Walker. De hecho, ya muerto él, algunos de sus compinches se incorporaron a las fuerzas filibusteras de éste. Como una irrefutable evidencia de este hecho, durante la batalla de Rivas un batallón de cubanos portaba una gran bandera de Cuba —a la que aún le faltaba medio siglo para ser independiente—, la cual fue incautada por nuestras tropas, y hoy se exhibe en una vitrina del Museo.

Para retornar a ese encuentro con Raúl, en efecto, toqué su puerta pero se abrió su generoso corazón. Y así sucedía cada vez que yo visitaba el Museo, donde siempre me han hecho sentir como en mi propia casa. Voraz lector, amante de la música clásica, humilde, introvertido, de hablar parsimonioso y mesurado, era un verdadero erudito. Asimismo, ajeno a toda mezquindad o egoísmo, a Raúl le encantaba compartir sus conocimientos y, sobre todo, estimular a otros para emprender sus propias aventuras académicas y cívicas. Por eso mismo, ya cristalizados mis empeños de historiador aficionado, acogió con gran alegría mi primer libro, Karl Hoffmann: naturalista, médico y héroe nacional, para que fuera presentado en el auditorio del Museo, lo cual ocurrió una hermosa noche de agosto de 2006, año del sesquicentenario de la Campaña Nacional.

Para entonces yo ignoraba que él era hermano de mi muy apreciado colega Hugo Aguilar, reputado experto en ácaros, destacado profesor en la Facultad de Ciencias Agroalimentarias y actual director del Museo de Insectos de la Universidad de Costa Rica. De cuna rural, Raúl nació en el entonces villorrio de Daniel Flores y Hugo en San Isidro de El General, cabecera del cantón de Pérez Zeledón.

Oriundo de San Juan de Dios de Desamparados y casado en Aserrí con la lugareña Corina Piedra Rivera, su padre Raúl Aguilar Jiménez se estableció primero en el distrito de Daniel Flores y después en el centro de Pérez Zeledón. En diferentes épocas trabajó como agricultor y agrimensor, y después tuvo una panadería en la que su esposa y un ayudante preparaban los panes y la repostería. Fue gracias a esos esfuerzos y a su visión que, de la prole conformada por Raúl, Hugo y cuatro mujeres, cuatro pudieron obtener títulos profesionales. Sin duda, con sus aportes, Raúl y Hugo —que son los que conozco—, han sabido honrar a sus laboriosos padres, a su tierra generaleña y a Costa Rica.

Aunque ignoro sus habilidades de administrador, dice mucho de Raúl que, además de ser el primer director del Museo, se mantuviera en dicho puesto por nada menos que 33 años —intervalo equivalente a ocho períodos presidenciales—, entre 1977 y 2010. Por tanto, lo que es hoy el Museo, que se yergue en el bello y remozado edificio otrora ocupado por el Cuartel de Alajuela, tiene grabada su impronta de manera indeleble.

Frontispicio del Museo Histórico Cultural Juan Santamaría.

No obstante, también destacó en su campo, pues al lado de las desgastantes labores de gestión administrativa de un ente como ese —que debió enfrentar serias vicisitudes—, nunca dejó de lado su vocación y formación de historiador. Por ejemplo, aparte de los aspectos propiamente museográficos, se empeñó en que el Museo tuviera una constante actividad editorial, y fue así como promovió el surgimiento y mantenimiento de la muy gustada serie 11 de Abril: Cuadernos de Cultura, al igual que la publicación de numerosos libros. Entre estos destacan tres clásicos, bellamente diagramados: Costa Rica y la guerra contra los filibusteros, de don Rafael Obregón Loría, Walker en Centroamérica, del célebre abogado y político guatemalteco Lorenzo Montúfar, y William Walker: el predestinado, del médico e intelectual nicaragüense Alejandro Bolaños Geyer.

Asimismo, no cesaba de estudiar, investigar y publicar por cuenta propia. Aunque desconozco toda su producción intelectual, deja como legado cuatro antologías de la Colección Ruta de los Héroes, a las que se suma la obra La guerra centroamericana contra los filibusteros en 1856-1857: una aproximación a las fuentes bibliográficas y documentales. Además, en años recientes, junto con Armando Vargas Araya coeditó el libro Palabra viva del Libertador, y publicó el amplio artículo Juan Rafael Mora y la Campaña Nacional, en un número especial de la revista Comunicación, del Instituto Tecnológico de Costa Rica.

Ya jubilado, fue cuando preparaba el libro con Armando que me lo topé un par de veces en el Archivo Nacional. Aunque estaba enfermo de un mal crónico y degenerativo, que le detectaron después de su jubilación, ocurrida en 2010, se mantenía activo.

Por fortuna, antes de que enfermara, gracias a la Municipalidad de Sarapiquí, en 2011 nos acompañó en un viaje al legendario punto de La Trinidad, en la confluencia de los ríos Sarapiquí y San Juan, donde ocurrió la batalla del 22 de diciembre de 1856, que marcó de manera irreversible el final de la aventura esclavista de Walker, con su rendición cuatro meses después. Además de una alocución suya en tan memorable lugar, aprovechamos para esclarecer in situ algunos asuntos nebulosos relacionados con la citada batalla, por lo que su visita resultó providencial.

Raúl (al centro) en su alocución en La Trinidad.

De regreso, mientras navegábamos en la lancha, sentados en asientos contiguos, recuerdo que insistió en que era necesario colocar un hito en las cercanías del estero de Colpachí, entorno emblemático como parte de la batalla de La Trinidad. Asimismo, nos exhortaba a que, como biólogos y conservacionistas, impulsáramos acciones para la reforestación de la cuenca del río Sarapiquí, que tanto se ha deteriorado en los últimos decenios. Al respecto, por una feliz coincidencia, me alegra que en la actualidad se esté impulsando la Ley para la promoción del desarrollo sostenible de la cuenca del río Sarapiquí y la protección su cauce principal, por iniciativa de la Asociación para la Protección de la Cuenca del Río Sarapiquí (APROCSARA).

Por cierto, gracias a la Municipalidad de Sarapiquí, tan consecuente y comprometida con la historia de su comunidad, desde el año 2014 se yergue en La Trinidad una inmensa placa de metal en la que, entre 11 nombres de quienes hemos colaborado en el rescate de los hechos y los personajes que participaron en las importantes batallas de Sardinal y La Trinidad, figura el de Raúl. Y no podía ser de otra manera pues, entre muchas otras cosas, él fue quien logró impulsar con éxito la colocación, en varios puntos de la geografía nacional —para que nunca nadie olvide que ahí estuvieron y allí triunfaron—, de los hitos demarcatorios de la Ruta de los Héroes, al lado de uno de los cuales está la citada placa.

Placa metálica e hito en La Trinidad, con el río Sarapiquí a la izquierda y el San Juan a la derecha.

Duele mucho, en realidad mucho, que Raúl ya no esté con nosotros, pues además de su calidad humana, representaba una inagotable fuente de sabiduría para despejar nuestras dudas, lo que hacía por correo electrónico en los últimos años, debido a su padecimiento. Soldado irremplazable en la causa patriótica cuya bandera supo enarbolar y enaltecer, no estaba dispuesto a abandonar las filas, y menos a desertar. Quizás se sentía genuino heredero y continuador de la obra cívica de intelectuales que han sabido preservar y revigorizar la memoria nacional, como don León Fernández Bonilla, don Ricardo Fernández Guardia, don Rafael Obregón Loría, don Francisco María Núñez, don José Luis Coto Conde, don Octavio Castro Saborío y don Carlos Meléndez Chaverri.

Hoy, en esos insondables arcanos adonde arribó el 3 de diciembre, tras completar 74 años de vida, ya su espíritu cohabita con los de quienes, en su paso por la vida terrenal, y yo diría que “terruñal”, demostraron de manera incontrovertible cómo se aman y defienden los valores de un pueblo, así como la soberanía de una nación. Y, ahora, también podrá departir —mientras vamos llegando los demás contertulios— con Eduardo Nassar Barahona, Clotilde Obregón Fonseca, los hermanos Arturo y Jorge Alfredo Robles Arias, José (Pepe) Aguilar Sánchez, Emilio Obando Cairol, Ricardo Acosta Ruiz y Abel Salazar Vargas, compañeros de causa que partieron en tiempos recientes, vale decir, de una causa que es casi tan infinita como la eternidad.

(*) Luko Hilje Q.

(luko@ice.co.cr)

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4 COMENTARIOS

  1. Luko, eso de «historiador aficionado» es un golpe amable en el hombro de los jóvenes estudiantes de historia, a los que parecés decirles ¡VEAN MUCHACHOS, ASÍ SE ESCRIBE LA HISTORIA!

  2. Luko
    Un abrazo enorme después de tantos años sin vernos.
    Felicitaciones por tu trabajo.
    Y, de paso, saludos a Carlos Morales y a Freddy Pacheco.
    Espero seguir muchos años recibiendo noticias de todos Uds.
    Abrazos para todos

  3. Hola Luko:
    Queremos agradecerte este artículo en donde hacés una acertada reseña de la vida de mi hermano Raúl. Todos en la casa estamos muy agradecidos por tu iniciativa de efectuarle este homenaje.
    Al ver esa fotografía que tomaste del edificio que alberga el Museo Juan Santamaría hoy día, me remonto a más de 40 años, cuando Raúl fue nombrado director de, en ese momento, “un proyecto”, o “un sueño”, o “una idea”. Comenzaron con dos pequeños aposentos ahí donde estaba, o está (no sé si todavía), el edificio de la Municipalidad de Alajuela, al costado oeste del parque; quizá desde donde tomaste la foto. Tenía como compañeras de trabajo a una asistente de museografía, una secretaria y una miscelánea. Así empezó esa labor titánica de “crear” la casa de aquellos que lucharon por la libertad, como fueron Juan Santamaría, Juanito Mora y tantos correligionarios de entonces.
    Muchos recuerdos tengo yo también, porque me tocó darle seguimiento al trabajo de Raúl. Cuando estaban remodelando la vieja e histórica cárcel de Alajuela, ubicada 100 m al norte de la esquina noroeste del parque, fue un momento memorable porque, ya se les daría una “casa” a los héroes que tanto la merecían.
    Un día llegó José León Sánchez, quien pidió hablar con el director del museo y, le contó a Raúl, que esa había sido la última cárcel en la que él estuvo. No deja de ser un detalle histórico e interesante. Luego, con el tiempo, el museo creció y creció.
    Me excedí en recuerdos pero, la finalidad de este mensaje, Luko, es la de expresarte el agradecimiento profundo y sincero de toda la familia; en verdad que tocó nuestros corazones. Algún día lo haré en persona. Sinceramente,
    Hugo

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