martes 16, abril 2024
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La palabra

He perdido mucho  interés de convencer a alguien de algo y si lo tuviera que hacer sería como una excepción. La gente es como es y los ríos siguen su curso. Pienso, por ejemplo, -lo he dicho en mi iglesia-  que la labor misionera cristiana ya no debe enfocarse para que las personas crean ciertos dogmas, sino que debiera enfocarse  en crear, sin ningún sectarismo, obras que reflejen la ética amorosa de Jesús. Pero, tampoco, me voy a mortificar si la institución difiere de mi criterio. Me importa, sí, pulir mis argumentos para que la comunidad me entienda. Porque lo relevante es, si ha de existir una interlocución fluida, que la palabra humana se ordene y sea honesta. Lo que sigue -si el lector es amable en continuar con esta reflexión- tiene que ver con esa bruma tupida del mundo de las palabras.

Hay palabras en la vida que son de un contorno preciso, que son valiosas e importantes en el saber especializado como en la ciencia.  Ejemplos: “gravedad” como en la física, “número” como en la matemática, o, “sintaxis” como en la gramática. Existe un entendimiento universal (imperfecto a veces) sobre sus significados. Debatir estos conceptos exige especialización y, por lo tanto, no es materia que atraiga mucho la atención popular.  No digo que sea este un lenguaje superior o el mejor de todos cuantos existen, sino diferente, con demandas y finalidades propias.

Por otra parte, hay vocablos que si bien necesitan de una precisión descriptiva, se utilizan liberalmente como viejas banderas -en idas y venidas- para decir “algo” que está en boga o que es moneda de uso común, o, que se ha instalado como dogma en un periodo histórico.  Detrás de las palabras  se esconden discursos hasta groseramente arbitrarios, y que no pocas veces suplantan lo “objetivo”, el juicio razonable y honesto, que en su falsedad podría ser del agrado de las masas y contrarias, paradójicamente, al propio interés de la multitud. Locuciones como “libertad”, “dios”, “democracia”, «populismo“, comunismo, “neoliberalismo” y “neopentecostal”, se utilizan en abundancia y en dicho océano cunde la vaguedad y un caótico oleaje. Estas palabras, entonces, devienen en conceptos vacíos, solo útiles para el demagogo, para el manipulador de emociones.  Son vacías estas palabras porque pueden significar cualquier cosa.

A causa de lo anterior no puedo olvidar una cierta máxima que decía: “si quieres tener un debate serio e inteligente sobre cualquier materia, define tus conceptos con claridad, contrástalos con los de tu polemista, para saber si disputarán sobre lo mismo y si el conservatorio tendría un sentido racional”.  Esta inteligente excitativa, un poco como de Perogrullo, básica, es de suma utilidad, pero es escandalosamente ignorada en la paz y la controversia de la vida cotidiana, tanto como en debates de interés público. De ahí que la narración bíblica de la torre de Babel no sea tan mítica, pues nadie desconoce los enredos, dilemas y dolores de cabeza que la “comunicación” produce hoy, ahora, con tanta significación caótica.  Baste con solo escuchar los “debates” de nuestra Asamblea Legislativa donde no pocas veces se constatan incoherencias verbales y lógicas.

Esta “hechicería” propia de la palabra fue la mayor revelación intelectual de mi juventud. Fue en la facultad de Derecho donde aprendí -bajo la guía del Dr. Pedro Enrique Haba-, un profesor/jurista/filósofo, además uruguayo, a quien los estudiantes temían por su rigurosidad, donde supe de los casi infinitos espejos del lenguaje y de las densas formas y deformaciones que pueden reflejar. Nunca llegué a ser un discípulo cercano del Dr. Haba -aunque siempre le estudié la materia con afán-, pero creo que le agradaría saber que sus lecciones sobre la filosofía del lenguaje me impactaron de por vida, abriendo ellas, en lo intelectual y profesional, un pórtico generoso de aventuras en cuanta cosa hice. En fin, puedo asegurarles, desde mi experiencia personal, que entre todas las deidades que rodean a Dios, la primera es la palabra. Por ello, procuro, a veces sin éxito, cultivar la honra que en ella mora.

(*) Allen Pérez es Abogado

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1 COMENTARIO

  1. La deshonestidad y la estulticia de muchas gentes parecen marchar juntas, es algo que se ha evidenciado en el uso abusivo y reiterado de un lenguaje, de unas palabras y hasta de una sintaxis disparatada que rayan en el absurdo…en vez de ser herramientas para construir conocimiento se han convertido en los componentes esenciales de un conjunto de estribillos y frases que se encargan de ocultar la realidad, es decir alejarnos de lo que al menos pueda aproximarnos a la realidad, aunque ya sabemos que nunca podremos conocerla integralmente, pues eso que el sociólogo ruso francés Georges Gurvitch llamaba «la extensión real única» no está a nuestro alcance, sólo podemos aproximarnos a la realidad de manera honesta y crítica. Como me hubiera gustado conocer a ese profesor uruguayo que tuviste cuando estabas en la Facultad de Derecho, en fin un bello texto sobre las palabras que también pueden servir para elaborar una estética y una ética que hagan menos absurda nuestra existencia. Gracias Allen por tus aportes.

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