Hace más de dos años, en el Frente de Acción Unitaria (FAU), planteamos la urgencia de impulsar y provocar un cambio, radical y profundo, en Costa Rica. Para sus integrantes y las personas que han venido acompañándonos de alguna manera durante este tiempo, ese no es un tema nuevo.
Cuando elaboramos nuestro documento «GENTE VIVIENDO CON DIGNIDAD», la aspiración por un cambio cualitativo, en lo estructural político económico y socio cultural, estuvo en el centro de toda la reflexión y la propuesta país. Asimismo, teníamos la claridad que para lograr dicha transformación era condición necesaria la construcción de un nuevo poder. Se trata, desde nuestra propuesta país, de la constitución de un poder popular que privilegie la vida humana y la naturaleza en general y el respeto por las normas más positivas de convivencia.
Desde nuestra propuesta país, ese nuevo poder popular debe trabajar en dos sentidos. Por una parte, se debe construir una conciencia social que trabaje por el bien común día con día para impedir el secuestro de las instituciones públicas por la politiquería demagógica que sólo busca enriquecerse y servir en bandeja de plata estas instituciones a los intereses privados.
Por otra parte, está llamado a desplazar y sustituir el poder tradicional de las élites explotadoras, usureras, sobornadoras, corruptoras, que han copado la institucionalidad estatal, hegemonizan la vida nacional en una deriva consumista e individualista, y han expoliado la riqueza de este país, destruyendo la fuente para generarla, que son el medio ambiente y la vida humana concreta.
Ese es el cambio que concebimos y por el cual muchas otras personas, al igual que nosotros, hemos apostado.
El pasado 6 de abril se movilizó más de un millón trescientos mil costarricenses con la esperanza de un cambio.
Ahora bien, no vivimos en un mundo de ilusiones, ni creemos que la sola buena voluntad del ciudadano Luis Guillermo Solís Rivera, quien hizo tal oferta y que ahora, gracias a ella, ocupa la Presidencia de la República, sea suficiente para generar el cambio hacia el cual aspiramos. Esto ha quedado claramente evidenciado en las reacciones a su “Informe de los 100 días”.
De hecho, las fuerzas aferradas a los privilegios acumulados por décadas y con la connivencia de los gobiernos de turno anteriores, están movilizadas desde antes del 6 de abril; algunas incluso son parte de las sensibilidades que hacen vida al interior del partido gobernante, lo cual pone al Ejecutivo en una tesitura muy comprometida, que nos recuerda aquel titular cinematográfico: “Durmiendo con el enemigo”.
Advertidos estamos: ya conocemos las tácticas que emplean las fuerzas del poder tradicional, sustentador del «statu quo», de modo que quien no lo asume es porque no desea hacerlo o no le conviene.
Desde el FAU, sabemos que, si queremos un cambio significativo, necesitamos construir un nuevo poder popular; no se trata una insinuación sutil, pretende ser una convocatoria directa y clara a movilizarnos.
Esta convocatoria va dirigida a ese millón trescientos mil personas que dijeron sí al cambio en las urnas electorales y a aquellas que, al margen del proceso electoral, han venido denunciando los abusos, la corrupción, y clamando por una Costa Rica inclusiva, pluralista, solidaria y equitativa.
Entre ellas, en primer lugar, a quienes conforman las organizaciones populares, pues, en este momento crucial de nuestra historia, deben jugar el papel que les corresponde, ya sea con información oportuna o con iniciativas populares. Debemos dirigir los esfuerzos hacia la unificación de las fuerzas populares en la dirección del cambio que urgimos. ¡Costa Rica requiere unidad de propósitos en la organización popular!
Para lograr esa unidad de propósitos, falta organización en ciertos sectores; también falta una cultura de rendición de cuentas a ciertas dirigencias que no quieren o no pueden asumir la responsabilidad para con el bienestar integral de sus representados. Esas carencias nos exigen, entonces, crear más organización y establecer liderazgos más congruentes.
En fin, el movimiento de construcción de ese nuevo poder popular que haga posible y sostenga el cambio, no puede ser parte de una retórica populista desprestigiada, pues de ser así las fuerzas antipopulares retomarán el poder instituido con mayores arrestos, cercenando la esperanza y la dignidad de las mayorías populares.
¡Manos a la obra, que mañana puede ser muy tarde!
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