Ante una oposición con sus reiteradas “fugas éticas” y holgazanería sumada a una Diputada de la Nación que en un inédito elogio de la parresia, confiesa no saber qué hizo cuando recientemente aprobó nada menos que la unificación de los Códigos civil y comercial de la Nación, bueno, ante semejante crisis representativa, republicana y federal, debemos preguntarnos ¿dónde está la ética cívica y republicana?… y entonces ¿por qué y para qué la representación indirecta del pueblo?
Sólo el pueblo es el titular directo e inalienable de todo el poder porque la soberanía nacional reside en el mismo, del cual emanan los poderes del Estado.
Mucha oposición con mil excusas, fue adhiriendo a una época peculiar de privilegios, corrupción e impunidad que se fue traduciendo en nuevas «aristocracias públicas y privadas».
“La ley esta escrita por los que mejor comen, y se aplica ante todo a los que peor lo hacen” (Mariana Dimópolus); un apotegma que atrapa a demasiada oposición en las tres últimas décadas.
Esto fue mellando la confianza y desalentando a mucho pueblo argentino respecto de los beneficios reales del sistema democrático, un sistema que adicionalmente hoy está acechado por viejos fantasmas y gravísimas patologías, pudiendo citar entre los primeros a nuestro pasado dictatorial; de las segundas: anarquía, corrupción, violencia, relato, viles e impunes privatizaciones con funcionarios de esta democracia obscena e ilícitamente enriquecidos.
En efecto, la última década fue pariendo un régimen autoritario, corporativo, hipercorrupto y antifederal, con una inmensa capacidad clientelar de cooptación, representación y alineamiento frente a una oposición implosionada, atomizada y patética, a la que en estas condiciones le resulta harto difícil cualquier esquema de reflexión e introspección para proponer electoralmente un poco más que algo puramente refractario.
Así se explica y predice una oposición cínica a la que, atónitamente, le resulta mucho más fácil, cultivar toda ‘alquimia’ política vernácula, tarea que ha emprendido con todo empeño sin tapujos ni pudores, ¡faltaba más!
Acredita esto último los ambiguos acuerdos que se insinúan y se vienen cerrando, contradictoriamente, entre las mismos actores políticos Vg., en una provincia respecto de otra; Tanto las escisiones y secesiones de masa peronista como el PRO (Compromiso para el cambio+Recrear para el crecimiento+Propuesta republicana) con el predicado Unen/radical, hacen a la mejor ilustración de lo antedicho pero, en el interior de lo profundo advertimos que no se trata de acuerdos ni de uniones programáticas sino, de meras y burdas “escalas o pool electorales para amontonar y acopiar más votos” en pos de enfrentar con alguna posibilidad aparatos y espantos, que de eso se trata.
Una de las quimeras insuperable para la oposición es la grandeza para lograr grandes acuerdos creíbles y duraderos, sumatorios y potenciadores de todas aquellas coincidencias básicas que prevalezcan sobre eventuales discrepancias coyunturales, territoriales, personalistas o de orden inferior superables.
El desacuerdo como rostro principal de la realidad política argentina es la moneda cuyo anverso y reverso, revela toda mezquindad para acordar y construir una alternativa que entusiasme y contagie a todos.
Preconclusivamente, las ciencias políticas sostienen y enseñan que no hay vacíos de poder, arguyendo en cambio: ¡simplemente cambia el inquilino de ese espacio!
Pero cuidado, si el poder constitucional de jure no ejerce soberanía, autoridad y servicio, ese espacio vacío podría ser okupado por algún poder de facto.
Finalmente, ante este estado de cosas y catálogo de posibilidades, bueno será tener siempre presente una célebre frase de Roosevelt: «Una gran democracia debe progresar o pronto dejará de ser grande o democracia», frase que hoy cabe, encarna y complica como a nadie, la gran mayoría de la oposición argentina en franca descomposición.
(*) Premio Adepa-Faca a la Abogacía, 1990