Nada mejor que leer las actuales elecciones a la luz de la historia brasilera con la tensión entre las élites y el pueblo. Voy a valerme de la contribución de un historiador serio con formación en Roma, en Lovaina y en la USP de São Paulo, el padre José Oscar Beozzo, una de las inteligencias más brillantes de nuestro clero.
Dice Beozzo: «la cuestión de fondo en nuestra sociedad es la del derecho de los pequeños a la vida, amenazada siempre por la abismal desigualdad de acceso a los medios de vida y por las exiguas oportunidades abiertas a las grandes mayorías del piso de abajo.
Como nos enseña Caio Prado Júnior, nuestra desigual formación social reposa sobre cuatro pilares difíciles de remover: a) la gran propiedad de la tierra concentrada en las manos de unos pocos, de tal modo que no haya tierra “libre” y “disponible” para quien la trabaja o para quienes fueron sus dueños originarios, los pueblos indígenas; b) el predominio de la monocultura; c) la producción enfocada al mercado externo (azúcar, tabaco, algodón, café, cacao y hoy soja); d) el régimen de trabajo esclavo.
La independencia de Portugal no alteró ninguno de esos pilares. Los que en aquella época soñaron con un Brasil diferente proponían el cambio de la gran propiedad por la pequeña propiedad en manos de quien la trabajaba; de la monocultura por la policultura, de la producción para el mercado internacional por otra dirigida al autoconsumo y al abastecimiento del mercado interno; del trabajo esclavo por el trabajo familiar libre. Esto pudo darse en pequeñas regiones periféricas a las monoculturas tropicales, en la sierra gaucha y catarinense, con colonos alemanes, italianos, polacos, en una propiedad más democratizada.
Hubo una oposición general de los grandes propietarios esclavistas a cualquiera de esas medidas y fueron eliminados a sangre y fuego los levantamientos populares que apuntaban a cualquier medida democratizadora en la economía, en la política y sobre todo en las relaciones laborales. Basta recordar algunas de esas revueltas: la insurrección de los esclavos Malês en Bahía, la Balayada en Maranhão, la Cabanagem en la Amazonia, la revolución Playera en Pernambuco, la Farroupilha en el Sur.
La revolución del 30, con su rasgo nacionalista, desplazó aunque parcialmente el eje del país del mercado externo hacia el interno; del modelo agrario exportador al de sustitución de importaciones; del dominio de las élites exportadoras de café del pacto Minas/São Paulo hacia nuevos líderes de las zonas de producción para el mercado interno, como las de arroz y charque de Rio Grande del Sur; del voto restringido al voto “universal” (menos para los analfabetos, en aquella época todavía mayoría entre los adultos), del voto exclusivamente masculino al voto femenino; de las relaciones de trabajo dictadas solamente por el poder de los patrones a su regulación, por lo menos en la esfera industrial, con la creación del Ministerio de Trabajo y de las leyes del trabajo enfocadas hacia la clase obrera. No se consiguió tocar el dominio insoslayable de los propietarios de tierra en la regulación del trabajo dentro de sus propiedades, lo cual ocurrirá sólo después de 1964, con el Estatuto del Trabajador Rural.
Getulio implantó una política corporativista de apaciguamiento entre las clases y de “cooperación” entre capital y trabajo, entre los obreros y los capitanes de la industria en torno a un proyecto de industrialización y de defensa de los intereses nacionales.
En esta campaña electoral ciertos medios de comunicación han creado el eslogan: “Fuera PT”. Se busca acabar con la dictadura del PT para instaurar la “dictadura del mercado financiero”. ¿Qué es lo que molesta realmente? ¿La corrupción y el “mensalón”?
A mi modo de ver, lo que incomoda, pese a todos sus límites, son las medidas democratizadoras como la Pro-Uni, los cupos en las universidades para los estudiantes venidos de la escuela pública y no de los colegios particulares; las cupos para aquellos cuyos abuelos vinieron de las bodegas de la esclavitud; la reforma agraria, mucho menor todavía de lo que sería necesario; la demarcación y la homologación en área continua de la tierra Yanomami contra media docena de arroceros apoyados por el coro unánime de los latifundistas y del agronegocio, así como todos los programas sociales de Bolsa Familia, Luz para todos, Mi Casa, mi Vida, Más Médicos y de ahí por delante.
Nunca molestó a estos críticos que el Estado pagase los estudios a jóvenes estudiantes de familias ricas que dieron a sus hijos una buena educación en escuelas particulares, lo que les franqueó el acceso a la enseñanza gratuita en las universidades públicas, profundizando la desigualdad de oportunidades. Esos estudios cuestan mensualmente al Estado en los cursos de Medicina de seis a siete mil reales. Nunca protestaron esas familias contra esa “bolsa-limosna” dada a los ricos, considerada como un “derecho” debido a sus méritos y no como un puro y escandaloso privilegio. Son los mismos que se niegan a ejercer de médicos en el interior y en las periferias que no disponen ni de un solo medico.
Los que suben el tono diciendo que en el país todo va mal, que pese a la mejora del salario mínimo, la creación de millones de empleos, la ampliación de las políticas sociales dirigida a los más pobres, la creación de Más Médicos, se posicionan en contra de las políticas del PT que pretenden asegurar derechos ciudadanos, ampliar la democratización de la sociedad, combatir privilegios y sobre todo poner un poco de freno (insuficiente a mi modo de ver) a la ganancia y a la dictadura del capital financiero y del “mercado”.
Esta es la razón de mi voto para otro proyecto de país, que atienda las demandas siempre negadas a las grandes mayorías. Por eso, voté a Dilma en la primera vuelta y lo volveré a hacer en la segunda, respetando otras opciones».
Me asocio a esta interpretación, también en el voto a Dilma Rousseff.
(*) Teólogo