Columna “Pensamiento Crítico”
Esta es la cuestión a dilucidar
He recibido varios comentarios y cuestionamientos a las tesis esbozadas en la anterior columna (Ver: https://www.temp.elpais.cr/2014/11/19/el-liderazgo-presidencial-de-lgs-a-seis-meses-de-iniciada-su-gestion/) que merecen una respuesta. Ello, a efectos de dilucidar si, dentro del tablero político nacional tal como quedó dispuesto después del pasado balotaje o segundas elecciones del 6 de abril, las piezas del ajedrez van a permanecer siendo movidas igual que antes. O si, más bien, lo acaecido fue un plebiscito nacional sin precedentes y no un proceso electoral más de la larga serie a que nos han acostumbrado los de arriba, luego del cual las cosas continúan igual o peor que antes. Que esta vez ocurrió algo fuera de lo acostumbrado dentro del sistema político-electoral, es nuestra tesis ya planteada y explicada con anterioridad en este mismo espacio (Ver: https://www.temp.elpais.cr/2014/10/28/en-costa-rica-hubo-un-plebiscito-que-muchos-no-captan-y-la-derecha-quiere-enterrar/).
Hubo una “Revolución Ciudadana” a la tica
Si en efecto las cosas en este país NO van a persistir como venían de antes -como realmente creemos que lo espera la gran mayoría de casi un 80% de los ciudadanos que salieron a votar por LGS el pasado 6 de abril-, lo que entonces cabe vislumbrar que se produzca, luego de la inauguración del Gobierno PAC-Solís en mayo, es una efectiva ruptura con el estilo y las prácticas de la Partidocracia tradicional; o sea, de una desprestigiada y corrupta mancuerna oligárquica de cúpulas conservadoras y neoliberales de derecha pertenecientes al PLN, el PUSC, los Libertarios, el PASE, las turecas evangélicas del PLN, y en la cola el ala derechista y ultramontana del PAC comandada por Ottón Solís.
Una ruptura así claro que no sería una Revolución con mayúscula, siguiendo la acepción comúnmente dada al término por las Ciencias Sociales y Políticas, con el cual se apuntaría a un cambio radical y violento de las estructuras socioeconómicas y políticas existentes a fin de inaugurar un nuevo tipo de sociedad. Tampoco se trataría de un golpe de Estado resultante de una conspiración de palacio apoyada militarmente, o disimulado como el de tipo constitucional o técnico como el que se le dio en 1984 al entonces Presidente Monge Álvarez y a la llamada “minifalda” del PLN por parte de una coalición político-empresarial de derechas, apoyada veladamente por la Embajada Americana y más manifiestamente por la inefable Agency of Internacional Development, o AID.
En vez de ello, hablamos aquí de algo más modesto, de una revolución si se quiere con minúscula, pero que alcanzó el nivel de un cambio cualitativo en el alineamiento de las fuerzas y actores políticos dentro del encuadre electoral y de los partidos. Una especie de “Revolución Ciudadana” en forma de un vendaval de aire fresco, que se generó como una onda muy silenciosa, ya que además llegó repentina, sigilosa e inesperadamente como el bíblico ladrón en la noche que nadie presagiaba ni esperaba. Fue, en toda su contextura, un evento pacífico y legal que fue encumbrado por un ejercicio creativo de liderazgo político, en nuestro criterio muy cercano al de tipo carismático, desplegado por LGS e iniciado escasas semanas antes de la segunda ronda.
Una breve pero requerida digresión sobre el tema del liderazgo
Y afirmamos lo anterior no obstante las opiniones contrarias de varios lectores, uno de los cuales (cuyo nombre no estamos autorizados a citar) opina que se trató, no del surgimiento de un líder, sino de una “figura gris sin cualidades para atraer seguidores. Segundón en el PLN no brilló con luz propia, como muchos de diversos partidos especuló con mayores posibilidades en un novel partido sin liderazgos emergentes ante la desgastada figura de Ottón.” Mas el quid del asunto es que, sociológicamente hablando, no evaluamos aquí las cualidades personales o intrínsecas de la persona (un candidato presidencial en nuestro caso) quien decide ponerse, o es llevado a ponerse, al frente de un movimiento social de masas electorales, sino la relación “líder-grupo de seguidores”; en la cual lo decisivo es que éstos le imputen a aquél unas determinadas propiedades o atributos, un acto que les lleva a admirarlo y obedecerle, sean en la realidad ellas ciertas o no desde un punto de vista racional y científico. El carisma es, por tanto, una investidura y no una cualidad genética o psicológicamente portada por el designado a ser el conductor colectivo. En el caso de lo que denominamos un “caudillo” – y está por verse si LGS se consagra o no con tal rango a futuro- sucede exactamente lo mismo, solo que con más carga de emociones y deslumbramientos: lo importante es la atribución de rasgos que le hacen sus prosélitos, y no si la figura es realmente poseedora de los mismos. De donde no debe sorprender que, así como es otorgado el carisma, el prestigio y la influencia de él derivado, igualmente pueden ser retirados por los incondicionales en cualquier momento, son efímeros y siempre precarios.
En síntesis: ocurrió un plebiscito nacional y no cualquier elección
Volviendo al análisis de lo acontecido a raíz de las últimas elecciones presidenciales, pensamos que se produjo con ellas una sorpresiva y peculiar revolución relativamente tranquila, sin demasiado sobresalto. Fue una especie de “Primavera Tica”, dentro de los marcos y límites de posibilidad ofrecidos por el sistema electoral y la Constitución Política; lo cual debe entenderse como el designio portentoso de una enorme mayoría social, alcanzado mediante un proceso atípico que hemos calificado como una “elección crítica” con realineamiento de fuerzas y tendencias político-ideológicas; donde esa mayoría claramente, primero, repudió el camino seguido por la Partidocracia neoliberal en los últimos treinta años en materia de gobierno, administración y política económica, y, segundo, aceptó respaldar al candidato ganador y al Gran Cambio que anunció a los cuatro vientos y que lo catapultó al poder. Una escogencia de “Nuevo Camino” realizada en lo que puede, por tanto, calificarse con un gran plebiscito nacional, con resultado totalmente desfavorable para el PLN y sus aliados del centro-derecha. Y el cual algunos comentaristas -como el panameño Nils Castro- han calificado de altamente favorable a las izquierdas y parte de una oleada reciente de gobiernos progresistas en Latinoamérica, un tema sobre el cual volveremos más adelante.
¿Iremos hacia una “Democracia de Ciudadanos” y no solo de Partidos?
O sea, que en el fondo el electorado nacional envió la señal de que aspiraba –y pensamos que aún aspira- a un relevo de la gastada y desprestigiada actual coalición política, mediante el ascenso al poder de una nueva coalición encabezada por el PAC y apoyada por otras agrupaciones y fuerzas de amplio espectro; particularmente por las vinculadas al movimiento social sindical y no-sindical que fue un factor decisivo en la victoria de LGS. Una victoria que solo en muy escasa medida podría atribuirse al desempeño del PAC.
De ser, o de llegar a ser, así las cosas a corto-medio plazo, presenciaríamos a una nueva mayoría ciudadana convertida en poder político de ancha base ciudadana; un poder que se aproximaría lo más posible a una “Democracia de los Ciudadanos” o del Pueblo, para el Pueblo y por el Pueblo – y agregaríamos a la trilogía esbozada por Abraham Lincoln: con el Pueblo-. Lo cual significaría el ponerlos al frente del sistema y el proceso político, y no en la retaguardia como están hoy día, reducidos a solo votar cada cuatro años, en manada y en medio de una pasmosa pasividad manipulada desde arriba con el apoyo evidente de los poderes fácticos y mediáticos de la clase dominante y sus aliados.
¿Sobrevendrá en consecuencia el entierro de la mafia partidocrática?
Una opción como esa acabada de mencionar, podría ponerle fin, mediante una revuelta en las urnas, a una estrategia perversa de perfil anti-democrático; el mismo que le ha permitido a la oligarquía partidocrática hacer lo que le da la gana por varias décadas con los partidos (incluidos los de una domesticada oposición) y con el (su) Estado. Un aparato decadente e ineficiente, pero en extremo útil como fuente de recursos prebendarios que pueden manipularse para alimentar el clientelismo de un gigantesco sistema de corrupción. Es decir, una fronda burocrática ayuna tanto de decencia, como de transparencia. Y lo peor: un Estado prebendario y clientelar basado en la nefasta fórmula del “Gobierno de los Amigos”, de cuates o compinches, padrinos y madrinas mafiosas; el inaugurado como un verdadero “Estado Paralelo” en la sombra del poder por los Arias en su primera administración (1986-90) y al cual hay que considerar como el gobierno realmente existente, y no el que está plasmado en la Constitución y en las leyes, el formal y aparente que se vive como una ficción a la altura de miras de nuestra opinión pública; el mismo que los medios de comunicación más poderosos se esmeran por opacar y encubrir, salvo en algunos momentos que reportan algunos episodios aislados del síndrome que hacen para ellos noticia sensacionalista.
En tal escenario crítico de un eventual Gran Cambio, se requeriría un renovado ejercicio de maestría, voluntad y fortaleza políticas del ahora presidente LGS y su equipo de gobierno, un extraordinario giro hacia la ciudadanía, y en contra y por encima de la partidocracia y el gobierno de las mafias. En otras palabras, un ejercicio de liderazgo carismático y de auténtica democracia popular de su parte.
Para no extendernos demasiado en este análisis, lo dejaremos en este punto para retomarlo la semana entrante, momento en que enfocaremos la otra opción que nos acecha.
(*) José Luis Vega Carballo es Sociólogo.
Para saber dónde estamos en cuanto a liderazgo y autoridad presidencial, hay que escuchar a todos, leer a todos y creerle a nadie. Solo la reflexión personal dirá desde dentro como está el asunto. Al haber emprendido los medios una guerra contra Luis Guillermo Solís, han vuelto cualquier información o acontecimiento relatado por ellos como un acto de interesado de la Neo-oligarquía (ramificación AID sus familias serviles locales, oligarcas de Centroamérica, cartel español, plataforma narco-político-empresarial, etc.), como una desinformación o como una simple mentira. Esa guerra de los medios al servicio de la neo-oligarquía no permite saber si L. G. Solís está haciendo las cosas bien o no, no permite saber que es real y que no, pero usted se va aproximar a la realidad usando el sentido común.