Pero esta consideración es insuficiente si no se completa con una visión subjetiva, aquella que afecta a las estructuras mentales y los hábitos de los seres humanos. No basta ver y pensar diferente. Tenemos también que obrar diferente. No podemos cambiar simplemente el mundo. Pero siempre podemos empezar a cambiar este pedazo del mundo que somos cada uno de nosotros. Y si la mayoría incorpora este proceso daremos el salto cuántico necesario hacia un nuevo paradigma de habitar la única Casa Común que tenemos.
Nos inspira la Carta de la Tierra, en cuya redacción tuve el honor de participar bajo la coordinación de M. Gorbachov entre otros. Insatisfechos con los resultados finales de la Rio+20 un grupo, entre ellos jefes de Estado, decidió hacer una consulta a las bases de la humanidad para levantar principios y valores con vistas a una nueva relación con la Tierra y a nuestra convivencia sobre ella. Cito la parte final que resume todo:
«Como nunca antes en la historia, el destino común nos invita a buscar un nuevo comienzo… Esto requiere un cambio de la mente y del corazón. Requiere un nuevo sentido deinterdependencia global y de responsabilidad universal. Concluye la Carta: “debemos desarrollar y aplicar con imaginación la perspectiva de un modo de vida sostenible a nivel local, regional, nacional y global”» (n. 16 f).
Nótese que se habla de un nuevo comienzo y no solamente de alguna reforma o simple modificación de lo mismo. Dos dimensiones son imprescindibles: un cambio en la mente y en elcorazón. El cambio en la mente ya ha sido abordado en el artículo anterior: la nueva visión sistémica, envolviendo Tierra y humanidad como una única entidad. Se podría incluir también el universo entero en proceso cosmogénico dentro del cual nos movemos y del cual somos producto.
Ahora podemos profundizar, aunque sucintamente, el cambio del corazón. Para mí aquí está uno de los nudos esenciales del problema ecológico que debe ser desatado, si realmente queremos hacer la gran travesía hacia el nuevo paradigma.
Se trata del degaste de los derechos del corazón. En un lenguaje científico-filosófico es importante, junto con la inteligencia racional e instrumental, incorporar la inteligencia cordial o sensible (véase Muniz Sodré, Adela Cortina, Michel Maffesoli).
Toda nuestra cultura moderna ha acentuado la inteligencia racional hasta el punto de volverla irracional con la creación de instrumentos para nuestra autodestrucción y para la devastación de nuestro sistema-Tierra. Esta exacerbación ha difamado y reprimido la inteligencia sensible con el pretexto de que obstaculizaba la mirada objetivista de la razón. Hoy sabemos por la nueva epistemología y principalmente por la física cuántica que todo saber, por más objetivo que sea, viene impregnado de emoción y de intereses.
La inteligencia sensible y cordial, que reside en el cerebro límbico que posee más de 200 millones de años, cuando surgieron los mamíferos, es la sede de las emociones, de los sentimientos, del amor, del cuidado, de los valores y de sus contrarios. Nuestra realidad más profunda (previamente existe el cerebro reptil con 313 millones de años) es el afecto, el cuidado, el amor o el odio, los sentimientos básicos de la vida. El neo-cortex, sitio de la razón intelectual, empezó a formarse hace 5 millones de años, se perfeccionó como homo sapiens hace 200 mil años y culminó como homo sapiens sapiens dotado de inteligencia racional completa hace apenas cien mil años. Por lo tanto, somos fundamentalmente seres de emociones y de afectos, base de todo el discurso psicoanalítico.
Tenemos que enriquecer la inteligencia intelectual e instrumental, de la cual no podemos prescindir si queremos explicar los problemas humanos. Pero ella sola se transforma en fundamentalismo de la razón, que es su locura, capaz de crear el Estado Islámico que degüella a todos los diferentes o la shoah, la solución final para los judíos. Dice el filósofo Patrick Viveret: «Solo podemos utilizar la cara positiva de la racionalidad moderna si la utilizamos amalgamada con la sensibilidad del corazón» (Por una sobriedad feliz, 2012, 41).
Sin el matrimonio de la razón con el corazón nunca nos moveremos para amar de verdad a la Madre Tierra, reconocer el valor intrínseco de cada ser y respetarlo y para empeñarnos en salvar nuestra civilización. Bien decía el Papa Francisco: nuestra civilización es cínica, pues ha perdido la capacidad de sentir el dolor del otro. Ya no sabe llorar ante la tragedia de miles de refugiados.
La categoría central de esta visión es el cuidado como ética y como cultura humanística. Si no cuidamos la vida, la Tierra y a nosotros mismos, todo enferma y terminamos por no garantizar la sostenibilidad ni rescatar lo que E. Wilson llama biofilia, el amor a la vida. Todo lo que cuidamos también lo amamos. Todo lo que amamos también lo cuidamos.
Para mí, el núcleo de la razón instrumental analítica que nos dio la tecnociencia con sus beneficios y también con sus amenazas debe ser impregnado por el núcleo de la razón cordial y sensible. Juntas constituyen el nudo de una ecología integral.