Alocución, tras el bautizo del edificio de la Municipalidad de Sarapiquí con el nombre de don Juan Rafael Mora Porras, más la develación de una placa conmemorativa en La Trinidad, el lunes 22 de diciembre de 2014.
Cuando, en 1848, el descubrimiento de importantes yacimientos de oro en California espoleó el flujo de aventureros desde la costa oriental de los EE.UU. hacia allá, el río San Juan y el lago de Nicaragua se convirtieron en un providencial y expedito paso entre ambos océanos, de modo que se evitaba descender hasta el Cabo de Hornos, con gran ahorro de tiempo y de dinero. Esto lo captó con avezado ojo comercial el comodoro Cornelius Vanderbilt, quien con algunos socios decidió establecer una línea de vapores, denominada Compañía Accesoria del Tránsito. Para obtener la tan deseada concesión, pactó con el gobierno nicaragüense regalías equivalentes a 10.000 dólares anuales, más el 10% de las utilidades netas.
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Pero tan floreciente negocio tocó fondo cuando, a mediados de febrero de 1856, mediante diversos tipos de artilugios, el jefe filibustero William Walker -que había llegado a Nicaragua en junio de 1855-, se las ingenió para revocar esa concesión y embargar los bienes de Vanderbilt. Para entonces Walker tenía tanto poder, que dominaba a su antojo al presidente Patricio Rivas, auténtico títere.
De esta manera, la llamada Vía del Tránsito -es decir, el río San Juan, más el lago y una angosta franja de tierra entre éste y el puerto de San Juan del Sur, en el Pacífico- quedó bajo la tutela de Walker, quien decidió establecer guarniciones en el fuerte San Carlos, el Castillo Viejo y La Trinidad. Pero, también, los vapores de la Compañía se convirtieron en su flota naval, pues los utilizaba para transportar tropas, armas y demás pertrechos. Esto lo denunció a tiempo nuestro gobierno ante varios de sus homólogos, sin que se lograra poner coto a los aviesos planes de Walker. Más bien, sin intimidarse en absoluto, la reacción de éste fue la prepotencia, como se verá pronto.
Cabe hacer una digresión aquí, para indicar que el correo que llegaba a Costa Rica desde Europa, ingresaba por San Juan del Norte o Greytown, en el Caribe de Nicaragua. Dos veces al mes, un posta o cartero nuestro iba a recogerlo, para lo cual debía cruzar en mula las densas y muy lluviosas montañas de Sarapiquí, y navegar después hasta allá por los ríos Sarapiquí y San Juan.
Al respecto, el viaje del cartero ocurrido en la segunda quincena de febrero de 1856 fue frustrante, y la prensa lo consignó así: «Anoche a las diez llegó el posta de San Juan del Norte sin correspondencia. A pesar de haber aguardado 72 horas, el vapor inglés no había llegado aún» (Boletín Oficial, 23-II-1856, No. 174, p. 368). Por cierto, en ese mismo número del periódico se informa que Louis Schlessinger, truculento emisario de Walker que había llegado a Puntarenas el 21 de febrero y que don Juanito Mora ordenó expulsar en el acto, a manera de juramento expresó, al retornar a Nicaragua: «Ya que Costa Rica no quiere la paz que le venía a ofrecer, [esto] le traerá la guerra, lo mismo que a Guatemala». Poco después, Walker lo respaldó por completo, y desde su cuartel en Granada le declaró la guerra a Costa Rica
En cuanto a la correspondencia, cabe suponer que enviaron a otro cartero a recogerla días después, para no tener que esperar toda una quincena sin noticias, sobre todo en medio de tanta tirantez política y militar. No he hallado evidencias al respecto, aunque pareciera que la incomunicación persistió por más tiempo, pues dos semanas después otra noticia consignaba lo siguiente: «1° de marzo- No ha llegado aún el [correo] de Europa por la vía de Sarapiquí, pero por el vapor Emilia, venido de Panamá el 4 del corriente, tenemos noticias de Inglaterra hasta el 2 de febrero» (Boletín Oficial, 8-III-1856, No. 177, p. 380).
Para agravar las cosas en cuanto a incomunicación, a mediados de marzo el posta Manuel Gutiérrez retornó a la capital, pero sin los respectivos fardos del correo. Portaba tan solo un papel, que decía: «Hipp’s Point y 18 de marzo de 1856. -Certifico haber quitado a Manuel Cucheres el día 16 del corriente todos los costales del correo que llevaba dirigiéndose a San José, capital de la República de Costa Rica: dichos costales los traía de San Juan del Norte. Doy este certificado para que el Administrador de correos de dicha República no venga a creer que él los había abierto o robado-. John M. Baldwin, Teniente Comandante de la horqueta de los ríos San Juan y Cherepiquí». Esta cita aparece en el libro «Costa Rica y la guerra contra los filibusteros», de don Rafael Obregón Loría.
Entre la hilaridad que provoca el cambio de apellido de Gutiérrez por Cucheres, así como del río Sarapiquí por Cherepiquí, más el empleo del término horqueta por confluencia o juntura, el mensaje de fondo era funesto: se violaba de manera arbitraria la confidencialidad de la correspondencia gubernamental, así como la privacidad de aquellos ciudadanos que utilizaban el correo con fines personales.
Guerra de inteligencia o de información -dirán los expertos hoy-, esta muestra de altanería equivalía a una declaratoria de guerra. Aunque lo cierto es que ya ésta estaba declarada por Walker, a la cual respondió nuestro país el 1° de marzo. De hecho, cuando Baldwin incautó la correspondencia, nuestras tropas ya iban rumbo a Guanacaste, donde se pudo repeler al invasor el 20 de marzo, en la batalla de Santa Rosa.
Pero, más serio aún, el filibustero Baldwin en realidad decomisó la correspondencia en territorio costarricense y no en Nicaragua, como se verá después. Esta es una evidencia de que habíamos sido invadidos, hecho que no figura con la debida claridad en los anales de nuestra historia, y que ahora me he propuesto desentrañar.
Para entender esto, debe partirse del hecho de que La Trinidad o Punta Hipp era un punto algo confuso o impreciso en nuestra geografía, a lo cual aludí en el artículo «En la boca del Sarapiquí» (Nuestro País, 28-XII-2011). La mejor evidencia de lo que sucedía en ese entorno aparece en el relato de los viajeros europeos Moritz Wagner y Karl Scherzer, quienes al llegar en abril de 1853 a ese sitio, observaron que “en ambas orillas del San Juan se encuentran cabañas abiertas con paredes de caña perforadas y techos de hojas secas de palmera. Son ellas posadas para los pasajeros de los vapores. Una de éstas, en la orilla nicaragüense, es propiedad de un alemán; la otra, en la orilla costarricense, pertenece al mismo don Alvarado”.
El citado alemán era Wilhelm Hipp, quien surtía con leña a los vapores de la Compañía del Tránsito, además de ofrecer servicios de comidas, bebidas y hospedaje; eso explica que a su sitio se le denominara Hipp´s Point, es decir, el Punto de Hipp, aunque también se le ha traducido como Punta Hipp, por la morfología algo puntiaguda de ese paraje ribereño. Por su parte, en nuestro territorio, el botero Francisco Alvarado, que fue quien transportó a Wagner y Scherzer desde San Juan del Norte, también socorría a los viajeros con viandas y albergue.
Aquí cabe preguntarse por qué, en vez del negocio de Alvarado, no había una garita o una guarnición militar, si ese era el lugar de ingreso al territorio de Costa Rica. No obstante, los libros de historia que he leído son omisos al respecto, al igual que una gran cantidad de documentación histórica que he revisado, tratando de despejar esta incógnita.
Por fortuna, tras nuevos intentos de búsqueda, por fin recientemente hallé la respuesta en un documento del Archivo Nacional (Fomento- 050), cuyo significado histórico es de gran trascendencia, como se verá posteriormente.
En efecto, el 1° de julio de 1851, el comerciante inglés Juan Marcial Young y el botero Alvarado enviaron una carta al presidente Juan Rafael Mora, en la que le exponían una situación preocupante. Su inquietud era que las embarcaciones que traían mercaderías importadas debían descargarlas «en el lugar llamado el Punto, en donde está el resguardo», y no había condiciones adecuadas para su almacenamiento, aparte de que solían permanecer allí incluso por meses; además, se dependía de cargadores poco diestros, que debían transportarlas hasta Muelle -a unos 55 kilómetros-, en canoas pequeñas e inseguras. Como solución, proponían que se permitiera la navegación de aquellas embarcaciones hasta Muelle, para que descargaran las mercaderías ahí.
Tres días después, con las firmas del presidente Mora y su ministro Manuel José Carazo, se acogían «las poderosas razones expuestas por los petentes» y se refrendaba la atinada propuesta de Young y Alvarado. En consecuencia, se acordó construir «una casa formal» en Muelle, para depositar las mercaderías de manera temporal, de la cual «saldrán guiadas para la Aduana de esta Capital». Asimismo, por lógica, se decidió trasladar a Muelle «la guarnición de Sarapiquí situada actualmente en el lugar llamado el Punto», aunque permanecería «una vigía de dos soldados en el Punto, la cual se relevará el lunes de cada semana».
Fue a fines de noviembre de ese año, que se aprobó el contrato para levantar una edificación que sirviera como almacén y también para albergar al Resguardo. A un costo de 450 pesos, fue encomendada al alajuelense Francisco González Brenes, con el compromiso de entregarla en marzo de 1852.
De unos doce metros de longitud, seis de ancho, y tres y medio de altura, tendría el techo de paja o palma, y debía estar «cercada toda de estacón grueso» con las mejores maderas del lugar, usadas también «para la techumbre y horconaje». Es decir, las paredes eran una empalizada, formada con troncos de diámetro parejo. Al interior de la casa, y en su extremo menos expuesto al viento, habría un entrepiso, para que sirviera de dormitorio a los soldados de la guarnición; mediría cinco metros de largo y dos de alto, con el mismo ancho de la casa, y tendría un corredor de dos metros y medio de ancho, como protección contra el sol y la lluvia. Finalmente, se debía construir una cocina a unos diez metros de la casa, de cinco metros en cada costado y tres de alto, techada con paja o palma.
Ese fue el rancho que vieron Wagner y Scherzer, un año después de erigido. De la localidad de Muelle, ellos acotarían que «las tres chozas cubiertas con hojas de palmera, que solo disponen de sencillísimas paredes de tallos clavados, se encuentran en medio de una espesura del bosque; los árboles han sido aclarados en unos quinientos pasos a la redonda, pero con excepción de algunos bananos y papayas no se cultiva nada». Y de los soldados, anotarían que eran «figuras pálidas, enflaquecidas y medio desnudas», a quienes «en cualquier ciudad alemana se les habría tenido por inquilinos de un hospital; pero se trataba de guerreros costarricenses que estaban alojados en las cabañas con el fin de guardar la frontera».
Está claro, entonces, que con excepción de los dos vigilantes que se mantenían en La Trinidad, nuestra malcomida tropa fronteriza estaba bastante lejos del lindero con Nicaragua, lo cual explica la facilidad con que tres años después incursionaría en nuestro país el ejército filibustero. Aunque es preciso investigar más al respecto, cabe suponer que los mencionados vigías no siempre permanecieron en su sitio, a juzgar por varios hechos bélicos, cuya importancia conviene resaltar.
En primer lugar, la facilidad con que el jefe filibustero Baldwin detuvo al posta Gutiérrez para despojarlo de la correspondencia, sugiere que éste no tuvo quién lo auxiliara. A su vez, deja entrever que el ejército filibustero tenía un dominio completo de La Trinidad, al punto de que quizás hasta se había acantonado en territorio costarricense.
En segundo lugar, y sin oposición alguna, apenas tres semanas después el propio Baldwin, al mando de más de cien hombres, en la mañana del 10 de abril penetró por el río Sarapiquí en cuatro lanchas grandes y dos pequeñas, mientras que una columna lo hacía por la vereda del río. No obstante, con gran gallardía, una tropa de cien alajuelenses que iba por tierra para La Trinidad, y que estaba en esos momentos en el estero del río Sardinal, sostuvo un intenso combate que los hizo huir, mientras que otros quedaron muertos en las aguas del río. Es decir, se les expulsó del territorio nacional.
En tercer lugar, ya para la segunda etapa de la Campaña Nacional, sin ningún reparo el ejército filibustero se instaló en nuestro territorio, exactamente en la ribera izquierda del río Sarapiquí, en su punto de confluencia con el San Juan. Enterado de esto, nuestro gobierno visualizó que, en vez de enfrentarlo por el Sarapiquí, la única manera de derrotarlo era atacarlo por la retaguardia, ingresando al San Juan por el río San Carlos. Tras numerosas e inenarrables dificultades y vicisitudes, bajo la conducción del mayor Máximo Blanco, el objetivo se logró el 22 de diciembre de 1856, al vapulear al regimiento comandado por el capitán Frank A. Thompson. Con ello se inició la debacle definitiva de Walker, hasta su rendición en Rivas, el 1° de mayo de 1857.
Nótese, eso sí, que la exitosa batalla de La Trinidad permitió desalojar a las huestes filibusteras por segunda vez en la región de Sarapiquí, lo que sumado a la batalla de Santa Rosa, en Guanacaste, patentiza que las tres veces que se atrevieron a hollar con su malévola bota el territorio nacional, nuestros bravíos y astutos combatientes los expulsaron, y casi siempre a un bajo costo en vidas y sangre.
Por eso es tan importante este sitio, que Baldwin llamara torpemente la horqueta del Cherepiquí, y del cual, enseñoreados, él y su ejército filibustero se creían dueños absolutos.
Pero, además, los hallazgos recientes, aquí relatados, confirman de manera fehaciente que los filibusteros fueron expulsados tres veces del territorio nacional. Con esto se rebate de manera irrefutable lo expresado por el ex-diputado socialcristiano José Roberto Rodríguez Quesada, quien, tras varias consideraciones semánticas, en el año 2010 objetó que a don Juanito Mora se le confiriera el galardón de libertador nacional, al aseverar lo siguiente: «Pero Don Juanito ¡no libertó! El país no estaba invadido. A nosotros los costarricenses, no nos libertó nadie».
Sobran las palabras, obviamente, pues fiel a su compromiso y deberes de jefe de nuestro Ejército Expedicionario, don Juanito no solo fue el guía moral y militar durante la Campaña Nacional, a la que convocó para repeler al filibusterismo esclavista del territorio centroamericano, sino que en la primera etapa de la Campaña él mismo fue a los frentes de batalla en Guanacaste y Nicaragua.
Por eso hoy, aquí en La Trinidad, donde se empezó a sellar el final definitivo de Walker, en este año en que hemos celebrado el bicentenario de su nacimiento, una vez más le decimos, con el corazón vibrante de libertad: ¡Gracias, don Juanito! ¡Gracias, Capitán General de nuestras tropas! ¡Muchas gracias, Libertador de Costa Rica y de Centro América!
Un excelente artículo mi estimado amigo Luko Hiilje, pero si observo la falta de mención del acto heroico del Héroe Nacional Nicolás Aguilar Murillo del 22 de diciembre de 1856. Lo he citado varias veces y se que usted lo ha hecho, debemos como costarricenses y estudiosos de la Campaña Nacional de 1856-1857, exaltar la hazaña heroica de uno de nuestros más grandes valientes soldados, como lo fue el Coronel Nicolás Aguilar Murillo.
Estimado amigo Erick Francisco, aunque todos quisiéramos que no se omitiera ningunos de las decenas; sino cientos de nombres de heroicos compatriotas y abnegados civilistas que no siendo costarricenses por nacimiento, amaron este terruño más que muchos naturales al punto de no dudar al llamado del Presidente Mora a defender la «Patria Mancillada» esto por supuesto por limitaciones editoriales, comerciales, de espacio físico y de premura de tiempo y a veces por flaqueza de memoria (en todo caso involuntaria) lo condiciona, la heroicidad del excelso patriota y heróico militar Nicolás Aguilar Murillo, ha sido expuesta y defendida por pocos, con el ahínco, el valor y la generosidad en que lo ha propalado en sus escritos por el Dr. Hilje Q. Creo que factores como lo que he apuntado y nada más explican la involuntaria omisión. Por lo demás el Dr. Hilje como siempre lo hace con esa forma sobre, pero aguda y meticulosa, sigue enriqueciendo nuestro conocimiento históricopatriótico y civilista con datos de la epopeya de 1856 1857 que muchos (me ruborizo al admitirlo) no los conocíamos. Adelante Dr. Hilje siga con su infatigable labor y sino del profeta historiador incomprendido por algunos vilipendiado por otros , pero que siempre leal a la verdad y la justicia heroica no anhelan más que acercar un poco más a sus lectores al conocimiento y la verdad histórica, que busca rendir tributo a aquellos valientes y nobles patriotas que no dudaron en exponer sus vidas en defensa de la Patria, la Justicia y la verdad…recordando aquello de que «…la verdad os hará libres!….»