“Mi oficio es escribir, y yo lo conozco
bien y desde hace mucho tiempo. Confío
en que no se me entenderá mal: no sé
nada sobre el valor de lo que puedo
escribir. Sé que escribir es mi oficio”.
Natalia Ginzburg.
La autora del epígrafe fue una persona muy afortunada, independientemente de las tristezas que le deparó la vida. Y lo fue porque conoció la alegría de haber encontrado una vocación que le apasionó al punto de tener claro, desde muy joven, que se dedicaría a ella hasta la muerte. De esto me enteré con la lectura de Mi oficio, el relato autobiográfico de Natalia Ginzburg recopilado en su libro: Las pequeñas virtudes (Alianza Editorial, Madrid, 1966). La autora cuenta que cuando se pone a escribir se siente excepcionalmente a gusto y se mueve en un elemento que le parece comprender extraordinariamente bien: “utilizo instrumentos que me son conocidos y familiares y los siento bien firmes en mis manos”.
Escribir no es mi oficio, pero sí mi gran afición, y por eso conozco la sensación de sentirme muy a gusto mientras escribo; sin embargo, no puedo afirmar que escribiendo me siento extraordinariamente a gusto, como le sucede a Natalia Ginzburg, porque soy un poco disléxica (por eso la prisa y el estrés me sientan fatal: los síntomas disléxicos se agudizan). Así que antes de publicar requiero de ayuda para encontrar los gazapos. Pese a lo anterior, una de las mejores cosas que me ha sucedido –desde que cometo el atrevimiento de publicar mis textos de aficionada–, es sentir que estoy superando el temor a equivocarme y que combato dentro de mi el ideal de perfección tan de moda en estos tiempos. Publicar es mi manera de evitar que los detalles gramaticales limiten mi libertad de expresión. En ese sentido soy como la persona tartamuda que decide actuar o cantar en público. Es un reto personal y sé, por experiencia propia, que funciona…en la medida de lo posible, claro está.
Pero volviendo al relato de Ginzburg, fue hermoso para mi leer las razones que la llevaron a la convicción de que su oficio es escribir y esto me hizo preguntarme ¿por qué escriben otras mujeres? Sobre el tema recordé un estupendo ensayo que me recomendó Yadira Calvo y que fue escrito por Rosario Ferré. Se titula: La cocina de la escritura (está en Internet). Ahi leemos que, a lo largo del tiempo, las mujeres narradoras han escrito por diferentes motivos. Según Ferré: “Emily Bronté escribió para demostrar la naturaleza revolucionaria de la pasión; Virginia Woolf para exorcizar su terror a la locura y a la muerte; Joan Didion escribe para descubrir lo que piensa y cómo piensa; Clarisse Lispector descubre en su escritura una razón para amar y ser amada”. Y la misma Ferré explica que, en su caso, escribir es una voluntad constructiva y destructiva, al mismo tiempo; así como una posibilidad de crecimiento y de cambio. “Escribo para edificarme palabra por palabra, para disipar mi terror a la inexistencia, como rostro humano que habla”.
Pues bien, aún como simple aficionada, puedo asegurar que algunas de esas razones y pasiones para escribir han sido mías –en diferentes circunstancias, incluidas las cartas y mensajes que envio a las amistades y parientes–, porque escribir no es mi oficio, pero es algo que realmente disfruto y encuentro sumamente liberador.
Es más, puedo agregar otra razón para escribir con la que me identifico. Me refiero a la que ofrece Rosario Castellanos en uno de mis libros preferidos: Mujer que sabe latín (Fondo de Cultura, México, 2004). Castellanos descubrió que su vocación era entender, y que esa urgencia de entender es algo que, inconscientemente, identificó con la escritura. Redactar le producía alivio a su angustia como si, por un instante, se hubiera emancipado del dominio del caos. “Reinaba el orden, irrisorio tal vez, seguramente provisional, pero orden al fin”. De mi parte, ese deseo de ordenar mis pensamientos y sentimientos es posiblemente lo que más me inclina a escribir. Expresar por escrito mis ideas y las de otras personas o narrar lo que logro comprender de mis lecturas y vivencias es un ejercicio de comunicación que me encanta realizar y me provoca un gran alivio emocional.
Volviendo a Ginzburg, ella nos recuerda que cuando se escribe en serio aparece el cansancio, y que es mala señal no cansarse, porque “Uno no puede esperar escribir algo en serio así a la ligera, como con una mano solo, alegremente, sin molestarse apenas. No se puede salir del paso como si tal cosa. Uno, cuando escribe algo en serio, se mete dentro de ello, se hunde en ello hasta los ojos; y si tiene sentimientos muy fuertes que inquietan su corazón, si es muy feliz o muy infeliz por alguna razón, digamos terrestre, que no tiene nada que ver con lo que está escribiendo, entonces, si lo que escribe vale y es digno de vivir, cualquier otro sentimiento se adormece en él”. Justo como sucede con cualquier otro oficio que se realiza con sinceridad y entusiasmo: nos hace vivir y concentraranos en el más absoluto presente. Mientras lo practicamos nos sentimos “en el mero goce”, para decirlo con la divertida expresión mexicana.
Ginzburg concluye explicando que uno de los peligros del oficio de escribir es el de estafar con palabras que no existen realmente en nosotros; porque escribir con sinceridad es realizar una actividad que se alimenta de nuestra vida y de la vida de los demás, asi como de nuestras lecturas, de las imagenes, de los pensamientos y hasta de las conversaciones. Pero no debemos olvidar que “Es un oficio que se nutre también de cosas horribles, come lo mejor y lo peor de nuestra vida, a su sangre afluyen lo mismo nuestros sentimientos buenos que los malos. Se nutre de nosotros y crece con nosotros”.
No soy Natalia Ginzburg, sin embargo sé que mi afición por la escritura, independientemente del valor que pueda tener lo que escribo, y mi gran amor por la lectura; son de las cosas que más me gratifican en la vida.
Considero que es una gran fortuna encontrar algo que nos permita vivir con entusiasmo. Algo que le de significado a nuestra existencia. No sé qué es lo que te apasiona más en la vida, pero sé que yo escribo por todos estos motivos y por otros totalmente injustificables que son como una intuición, que no podría expresar con palabras, pero que a veces siento vagando dentro de mi y me provocan una sensación tan deliciosamente insoportable que me mueve a repetir aquella exclamación de Fausto ante el momento fugaz: “Detente ¡eres tan hermoso!”
Nuria Rodríguez Gonzalo es Abogada
Me encantó tu artículo Nuria. Y coincido con vos acerca de esas sensaciones y experiencias que producen el hacer lo que se ama; viene a ser la prolongación de la propia existencia. Saludos para vos y para el maestro Walter
Escribir es también otra manera de desnudarse y si uno se desnuda no hay por qué preocuparse del arreglo de las ropas. Gracias, Nuria, por su textos y por los que habrán de venir.