A través de las redes sociales me están llegando una serie de fotografías y artículos en los cuales se demuestra cómo, los productos costarricenses que se exportan se venden más baratos a los consumidores foráneos que a los locales. Y las diferencias son, realmente, asombrosas. Por otro lado, se han publicado recientemente algunos reportajes que demuestran que Costa Rica es uno de los países más caros de Latinoamérica.
Inmediatamente se ha insinuado que la culpa la tiene el Estado, con su enorme carga impositiva, lo cual no es del todo cierto, pues en comparación con otros países del continente, tenemos impuestos más bajos que ellos. Excepciones, claro está, de la gasolina y otros derivados del petróleo, que son la caja de donde sale el dinero para pagar la ineficiencia, la ineficacia y la improductividad de la mayoría de las organizaciones públicas.
La causa real está en la ausencia de control de precios por parte del Estado y la voracidad sin límites de unos empresarios locales, nacionales y extranjeros, que ante la ausencia de controles hacen de las suyas sin el menor reparo. Pero cuando tienen que competir fuera de nuestras fronteras, entonces si se adaptan a las realidades del mercado.
Pero, me pregunto, esa voracidad no es también la réplica en el campo privado de la voracidad con que las organizaciones del Estado manejan sus tarifas por los servicios que prestan? Porque la ARESEP está al servicio de los políticos de turno, no de los ciudadanos. Y el epitome de esta forma de comportarse esta palmariamente demostrada en los Bancos del Estado, que se han convertido en casas de préstamo de usureros, en vez de colaboradores en el desarrollo del país y sus ciudadanos.
Y uno se pregunta acerca del origen de este fenómeno tan nefasto, encontrándolo fácilmente en el cambio de mentalidad política y económica que se nos impuso desde fuera y con la colaboración de los maleantes de cuello blanco que nos han gobernado, de todos los partidos políticos, es decir, al mercantilismo neoliberal depredador e inmoral, que promueve la ausencia de controles al sector privado. Y ya hemos tenido pruebas a nivel mundial de sus consecuencias. Para ello solamente debemos recordar la crisis financiera internacional pasada y sus secuelas en la mayoría de nuestros países.
Hemos recogido de cambio internacional impulsado por el neoliberalismo lo peor de lo peor y estamos pagando su precio.
Para nadie es un secreto que estamos en medio de un panorama internacional desregulado y turbulento, y que derivará en el establecimiento de nuevas reglas de juego y mayor inestabilidad en el sistema mundial. Y por ello el panorama internacional futuro se nos presenta lleno de múltiples incertidumbres. Sabemos que nos encontramos al fin de una época y de otra que no ha nacido. La inestabilidad general, de la que ya empezamos a percibir sus primeras señales, se derivará del establecimiento o no de unas nuevas reglas de juego y, casi con seguridad, vendrá acompañada por una serie de factores que serán, a su vez, los que determinarán el grado de inestabilidad del sistema mundial.
Dentro de esta características de inestabilidad se encuentran, por lo menos: a) la inestabilidad monetaria internacional que es, en cierto modo, un reflejo de la inestabilidad geopolítica y la persistencia de fuertes fluctuaciones del dólar con respecto de las otras monedas; b) la generación de una creciente actividad especulativa, en lo que se refiere al mercado de divisas, repercutiendo en los diferentes tipos de cambio de las monedas nacionales. (Muchas veces, por razones de índole especulativa, se movilizan grandes masas de capital financiero que condicionan el equilibrio comercial e incluso llegan a frenar el desarrollo económico de muchos países, que se encuentran en situación de desventaja comparativa debido a la sobrevaloración artificial y especulativa de sus monedas); c) el desarrollo de los países desarrollados, que en gran parte deben descansar sobre sus potenciales endógenos, y que sufre con más frecuencia de lo normal, de oscilaciones que nada bueno auguran; y d) ya se percibe cómo las cuatro quintas partes de los mercados solventes quedarán situados en la dupla formada por la Unión Europea y los Estados Unidos, quedando para los demás solamente la capacidad potencial de consumo, hasta que China empiece a ocupar el lugar que antes ocupaban el Japón y los tigres asiáticos, y se convierta entonces en una tríada.
A futuro, y todo así lo indica, en un mundo cada vez más interdependiente, la ausencia de un actor que sea auténticamente regulador, a nivel internacional, es un hecho que se siente con mayor crudeza cada vez. Y no estamos hablando de una potencia dominante, sino de un sistema internacional en el cual las fuerzas se encuentren equilibradas de manera que por necesidad se genere la autorregulación.
Resulta evidente que los Estados Unidos ya no puede actuar como árbitro, puesto que no es lo bastante poderoso como para imponerse como potencia reguladora, que le caracterizaba hasta hace muy poco en un mundo bipolar y dominado por la llamada guerra fría. Ha perdido además toda autoridad moral por sus continuos y monumentales yerros internacionales, el uso desmedido de la fuerza militar sin justificación, y el desprecio absoluto a los derechos humanos y la legislación internacional. Sin embargo, tampoco debe menospreciarse su capacidad de influencia ya que todavía puede jugar un importante papel, aunque sea perturbador, porque controla los principales mecanismos de bloqueo del sistema mundial.
Lo que puede esperarse es que en un mundo turbulento y desregulado, la aparición de choques demográficos, étnicos, religiosos y políticos, como los que ya estamos percibiendo, vendrán acompañados por unos ritmos desiguales de desarrollo. Como respuesta a la desorientación, a la pérdida del orden anterior y al inicial fracaso que supone la adaptación a los cambios y mutaciones, actualmente se está produciendo el reforzamiento de unos nacionalismos que resultan ser mucho más exacerbados a medida que los cambios se hacen más radicales y traumáticos.
Para nuestros efectos las preguntas son: ¿hemos tomado conciencia que, al terminar la situación de un mundo bipolar e iniciarse la transición hacia uno multipolar, pasando por la unipolaridad presente, nuestra política exterior debe replantearse?; ¿hasta qué punto esta situación requeriría buscar nuevas fórmulas para nuestra endeble situación en el comercio internacional ?; y finalmente, ¿en caso de que la búsqueda de una solución que coincida con lo que llamaríamos una evolución ideal de la coyuntura internacional, estamos considerando políticas que fundamentaran estrategias para sobrevivir en caso de enfrentarse un escenario pesimista cuya descripción es fácil de imaginar, en cosas como -por ejemplo- el abastecimiento alimentario?
La salida simplista y absurda ha sido, hasta el momento, plegarse a los intereses del imperio, y tomar el camino humillante de aceptar un Tratado de Libre comercio impuesto para introducir en nuestra institucionalidad cambios a la medida de los grandes intereses geopolíticos de los Estados Unidos, pisoteando nuestra Constitución y nuestras leyes. Porque debe entenderse que en nuestro país nadie está en contra de impulsar un comercio libre, que favorezca a todas las partes en juego, como los lacayos de los grandes intereses económicos norteamericanos han tratado de hacernos creer, sino que los que levantamos la voz y protestamos lo hacemos porque queremos eliminar las imposiciones que nada tienen que ver con el libre comercio.
Somos lo suficientemente cuerdos como para comprender que la interdependencia económica no es ya una ficción sino que se trata de una realidad que puede ser medida fácilmente a través de múltiples indicadores como, por ejemplo, el porcentaje del total de la producción nacional que se destina a la exportación. Esta apertura creciente de las economías nacionales hacia el exterior significa que, hoy en día, ninguna nación puede pretender desarrollar su propio crecimiento económico de manera aislada: el acelerador es internacional, sólo el freno permanece todavía a escala nacional.
Pero a pesar de los acuerdos en el seno del GATT que han supuesto un paso gigante, existen todavía grandes problemas por resolver para que la liberalización teórica de los mercados internacionales produzca sus efectos en las diversas economías nacionales. La imposibilidad de superar los obstáculos estructurales, que dificultan el buen funcionamiento de los acuerdos internacionales en materia de comercio y tarifas aduaneras, se derivan de las barreras que imponen las estructuras y del funcionamiento de un sistema ya obsoleto que demanda urgentemente modificar las reglas de juego, tanto a nivel nacional como internacional.
La modificación de las reglas de juego se produce de forma lenta y desigual, y a veces en forma perversa, ya que se pretende demagógicamente evitar tensiones sociales en el interior de cada país, a la hora de adaptar los acuerdos internacionales suscritos, y a nivel internacional los países desarrollados aceptan e implementan aquellas que les convienen, sin que nada se pueda hacer contra estas prácticas, mientras les imponen a los países en vías de desarrollo las más estrictas normas, a fin de facilitar la masiva penetración a sus mercados.
Ello nos indica que el escenario probable es que durante el próximo período seguirá acentuándose la diferencia entre los países llamados del «Sur», en cuanto a niveles de desarrollo y crecimiento económico se refiere, y no sería extraño que ello fuera fuente de tensiones entre países vecinos, ya que frente a unos países que conocerán un rápido desarrollo y contarán con un territorio medianamente poblado se situarán otros, víctimas de las dificultades del subdesarrollo y de la superpoblación.
La tendencia hacia la desregulación no es nueva. En realidad, se trata de las desregulaciones y posteriores regulaciones nuevas que acompañan al conocido proceso de liberalización iniciado en los Estados Unidos hará ya unos veinticinco años y que se está propagando por todo el mundo. En principio se asume que es necesario, para el desarrollo económico, la creación de grandes mercados, y que su regulación debe ser homogénea para todos los países. Sin embargo, existen dificultades que lo impiden debido a las barreras proteccionistas que imperan en la mayoría de los países (sin exceptuar a los mismos Estados Unidos).
Se admite que el motor de la economía se mueve a nivel internacional y es necesario, cuanto antes, engancharse a él si es que los diferentes países quieren prosperar. Para ello es obligado eliminar los frenos y obstáculos comerciales que impiden una libre competencia a nivel internacional. Y por ello, la adaptación de muchas reglamentaciones nacionales a las necesidades que plantea encarar una economía más competitiva y globalizada.
La lógica que tratan de imponernos sin discusión posible acerca de cómo se realiza el proceso de desregulación se desarrolla sobre dos ejes fundamentales de actuación que determinan unos enfoques nuevos y específicos en la definición de las nuevas reglamentaciones y medidas que cada país se ve obligado a adoptar: el primero de ellos, además de intentar ampliar el mercado y el libre intercambio a la gran mayoría de bienes y mercancías que se fabrican, pretende establecer una mayor competencia también en el sector de los servicios como, por ejemplo, transportes y telecomunicaciones. Lo que se busca es ampliar y extender la libre competencia, a nivel mundial, no sólo en lo referente a las actividades industriales y productivas, sino también en lo referente a las actividades que desarrolla el sector de los servicios. El segundo eje coincide con la mejora de la eficacia de las reglamentaciones que tratan sobre la higiene y la salud, y que afectan tanto a los consumidores como a los trabajadores de las empresas, así como la seguridad y el medio ambiente.
Pero quedan en el aire unas interrogantes que no vemos ser expuestas en los medios de comunicación, ni en las doctas exposiciones de los corifeos de esta corriente, y tienen que ver con la aplicabilidad a distintos tipos de economías en países con distintos niveles de desarrollo y diferentes características productivas.
Concretamente en nuestro pequeño país se percibe un cierta confusión de concepto y de aplicación, tanto a nivel de los gobernantes de turno cuanto de los mismos sectores de la actividad privada, y se han ensayado mecanismos de toda especie para estimular la aparición de empresas competitivas nacionales, que con el tiempo se convirtieron en focos de corrupción para el enriquecimiento de unos pocos – muchas veces amparados y protegidos por políticos – y el mayor empobrecimiento de la gran mayoría de la población, que es quien a la larga paga los beneficios que se le otorgan a estos particulares personajes de nuestra fauna económica. Por otro lado, la ausencia de una cultura empresaria, porque el sector privado nacional en su gran mayoría nació, creció y se enriqueció bajo el amparo de un Estado proteccionista, y al momento de la realización de tratados de libre comercio que permitieran la entrada de capitales extranjeros, como sucedió, optó por vender sus empresas – con beneficios fiscales y todas las demás arandelas obtenidas a través de los años en un descarado tráfico de influencias – puesto que no estaban capacitados para «competir».
Lo importante de estos escenarios es que la tendencia no se debilita, todo lo contrario, y las preguntas indispensables son: ¿estamos en capacidad de realizar un análisis profundo, exento de fundamentalismos, para reorganizarnos internamente, encontrar nuestro camino en estas nuevas circunstancias internacionales, y simultáneamente velar por la seguridad social de la población?, ¿seguiremos haciendo que sea el pueblo el que pague los beneficios que el Estado le otorga a unos pocos, nacionales y extranjeros, y que crea enormes concentraciones de riqueza?
Hay entonces un campo enorme de reflexión prospectiva, que nos debería llevar hacia el establecimiento de nuevas políticas y estrategias nacionales.
Alfonso J. Palacios Echeverría
El mundo es una jungla ! Sobrevive el mas fuerte.
En esta tendencia mundial hacia la liberalizacion total del comercio,tenemos que insertarnos.Dificil tarea.
Y como siempre habran los que triunfan y los que perecen.Nada nuevo en la historia de la humanidad..
Excelente enfoque de la realidad económica de Costa Rica por malas practicas en política internas y externas, causadas por los por gobernantes incompetentes de las ultimas 4 décadas.