Buscando criterios relacionados con el fenómeno actual del amarillismo en la prensa local y mundial, así como de la manipulación de la información para servir a determinados intereses personales o gremiales, encontré las siguientes consideraciones que me parecieron sumamente valiosas, y que traslado a los lectores de ElPaís.cr. Quizá parezca un poco académico, pero vale la pena prestarle atención.
Llegados a ese punto en que lo que suponíamos era una prensa seria en nuestro país se ha vuelto “amarilla”, es necesario efectuar una clara distinción entre el periodismo de investigación y el periodismo amarillo. El primero, se sumerge en lo más crudo de la realidad para mostrarla en toda su evidencia y para que los grandes trucajes desde los diversos poderes no queden escondidos, pero respeta el dato y el tono. El segundo, por el contrario, convierte lo anterior en una narración agresiva, espectacular y tensionada, donde se juega con las reacciones más prístinas del lector y se olvida cualquier parámetro ético que controle el texto. La relación entre los «reality shows» televisivos, tan de moda, y este tipo de periodismo es estricta: en ambos casos es lo extravagante y agresivo lo que manda, aunque la verdad salga maltrecha y el consumidor resulte conducido a conclusiones parcializadas o sencillamente equivocadas de la noticia en sí misma considerada.
El amarillismo se sustenta en nuestra capacidad de mitologizar. Es más asimilable un cuento que responda a una estría mítica que uno que viola toda representación estructurada porque luce como un galimatías. Por eso el hundimiento del Titanic es más comprensible que tantos naufragios en donde no gozamos el espectáculo de una burguesía agonizante, un barco insumergible, unos músicos alegrando la catástrofe, un capitán que se entrega a la muerte, etc. La realidad es demasiado enmarañada como para absorberla tal como viene, sin mediación mitológica.
La prensa en nuestro país, desde la forma en que comunica un diario muy concreto, va deslizándose sin tregua por esta vertiente detestable de informar y opinar, obligando a los demás a semejante deslizamiento aunque tengan que modificar sus reglas de juego fundamentales. Es una lástima que, en este instante, diarios que se habían destacado precisamente por su sometimiento a un periodismo limpio, hayan cedido parcelas de su seriedad para no dejarse comer terreno.
Con el término amarillo se pretenden reflejar todas aquellas formas de presentar la información que no se ajustan de forma seria, contrastada y veraz a los hechos y a la realidad sin distorsionarla. En la prensa es fácil detectar fisuras en la presentación de la información, es decir, todo lo que no se ciñe a lo estrictamente periodístico, informativo, que abuse de la ingenuidad, la ignorancia o desconocimiento de un tema por parte del lector. O bien, y lo que es más grave, subestime su capacidad o su inteligencia.
Progresivamente, la prensa costarricense, pero también la mundial, ha permitido que este «nuevo periodismo» invadiera su territorio. Entendiendo por tal cosa el nacimiento de un nuevo género periodístico donde se mezclan la información objetiva -inexistente por definición- con la opinión, de tal manera que el lector se enfrente a un texto novelado, mucho más agradable, pero en el que se hace imposible distinguir lo sucedido, en cuanto tal, de lo comentado por el periodista como cosecha propia. Esta lenta pero implacable muerte de la división clásica entre información y opinión podrá parecer una conquista de la libertad más exquisita, destrozadas las barreras del dato frío y escueto, pero la realidad es que estamos sumidos en un marasmo ininteligible a la hora de descifrar los textos periodísticos.
Uno de los líderes intelectuales de mayor alcance en la actual sociedad yanqui y excelente analista de los problemas mediáticos, Noam Chomski, escribía lo siguiente:
«La prensa, vestida siempre con los rojos de la objetividad y de la dignidad, resulta cada vez más instrumento de manipulación informativa, de comunicación sesgada y, en fin, de presión económica, política e ideológica. Sin embargo, no basta con censurar el progresivo deslizamiento de la prensa hacia actitudes negativas por sus consumidores, porque, a pesar de todo, sigue siendo la mejor posibilidad de acceder a la realidad circundante, especialmente desde una perspectiva de sosiego y reflexión, en la que gana la partida a la radio y a la televisión. Habrá, pues, que consumirla pero desde una actitud de crítica sospecha y de análisis sistemático de sus contenidos para ni llamarse a engaño ni infravalorar sus mensajes».
Chomski plantea lo que constituye la gran aporía de la prensa y del conjunto de los medios de comunicación social: que en todo discurso mediático se mezclan elementos positivos y negativos, en función del mismo carácter de tales medios, es decir, de su inevitable vinculación a lo empresarial, a lo político, a lo ideológico e inclusive a lo religioso. Lo cual convierte su lectura en una funambulesca aventura cotidiana, porque ningún medio permanece siempre idéntico a sí mismo: cada día el suelo se mueve para la pretendida información, para la necesaria opinión y para el urgente entretenimiento.
Hoy la pretensión de mantener claramente una distinción entre medios serios y medios amarillistas parece bastante problemática. El amarillismo es parte de una estética cuando menos inquietante, insubordinada a lo serio, en franca disputa por los nuevos espacios semióticos de la industria cultural.
En la actualidad la prensa ha perdido seriedad y parte de hondura en beneficio de una superficialidad más inteligible y de una aproximación a la realidad más elemental. Este fenómeno es fundamental a la hora de juzgar cierto descrédito en que ha caído nuestra prensa, en ocasiones no solamente amarillista sino casi un cómic de cuanto sucede, tal es el grado de vulgaridad en la noticia y en el humor que demuestra. Todo lo cual no es obstáculo para que existan excelentes profesionales, tanto en el ámbito de información como de opinión, pero el tono genérico ciertamente ha disminuido de altura intelectual, en consonancia con los tiempos que vivimos.
La prensa ha acabado por ser el instrumento mediático de mayor incidencia en la formación de las llamadas «opiniones medias», más allá de las reacciones inmediatas ante el fenómeno televisivo que es más llamativo pero menos incisivo.
Un todo, el universo mediático, que determina, desde los ámbitos del dinero, la nueva estructura democrática, moviendo el suelo de la ética, de la moral, de la política y, en fin, de todo lo que socialmente aparece en el horizonte de la vida cotidiana.
Todo lo anterior tiene que ver, indefectiblemente, con las orientaciones que hemos notado en la prensa local, que para mantener su volumen de ventas se ha trasformado en el vehículo de todo escándalo, cierto o fabricado, y de estímulo para que, cualquier hijo de vecino, por insignificante que sea, busque sus quince minutos de fama a costa de la verdad y el buen nombre de otros.
Es necesario superar la noción simplista de sensacionalismo como manifestación del mal gusto en los medios masivos o como función narcotizante.
Hoy, la pretensión de mantener claramente una distinción entre medios serios y medios sensacionalistas parece bastante problemática. El sensacionalismo es parte de una estética inquietante, insubordinada a lo serio, en abierta disputa por los nuevos espacios semióticos de la industria cultural.
Está claro que el amarillismo o sensacionalismo está presente, en mayor o menor medida, en todos los medios impresos y que su instauración en determinados periódicos aumenta día a día, de forma preocupante, ante el temor de que la competencia se haga con grupos de lectores que antes no comulgaban con su línea editorial. El grado de superficialidad dependerá de la pretendida seriedad que quiera transmitir el periódico, pero incluso medios con una contrastada trayectoria de credibilidad están incurriendo en el error de introducirse al sensacionalismo.
La función fundamental de la prensa es informar, pero no entretener. Para eso hay otros medios. No cabe duda que el amarillismo forma parte de la historia de la prensa desde que ésta existe, y seguirá siendo así en tanto en cuanto la condición humana no cambie. Hay que evitar es que no se alcancen cotas de superficialidad preocupantes, porque en ese caso la labor periodística quedaría en entredicho.
Todo lector avispado entiende a qué me estoy refiriendo, basta repasar los más recientes escándalos festinados en la prensa escrita, mezclados con opiniones editoriales que de por si palmariamente resultan tendenciosas y que seguramente obedecen a propósitos obscuros, como el de desprestigiar al actual gobierno y su partido político.
Cada vez se hace más difícil separar la realidad de las fantasías intencionadas que fabrican ciertos medios, sobre todo cuando detrás de ello muestran sus dientes los resentidos por los resultados de las elecciones de hace un año, que ahora son compinches de una prensa que antes atacaban hipócritamente, porque en el fondo ambos han sido socios siempre en la defensa del gran capital nacional y extranjero, que expolia los magros recursos de este país.
Alfonso J. Palacios Echeverría
Alfonso, es tu opinion basado en tu ideologia.
Defendes a tu partido a capa y espada.