Hace siete años se publicó un artículo firmado por Hadas Thier y Aaron Hes que analizaban, desde su punto de vista, el problema de choque entre el imperialismo fundamentalista norteamericano y fundamentalismo islámico.
En dicho escrito se mencionaba lo siguiente: hace poco en un foro contra la guerra (de Irak, evidentemente) llevado a cabo en la ciudad de en Nueva York, Hamid Dabashi (profesor de la Universidad Columbia y activista contra la guerra) dijo que siempre que Estados Unidos libra una guerra, proyecta una imagen de sí mismo como el que tiene menos posibilidades, como el «ejército de Esparta», en vez de una superpotencia agresiva conquistadora.
Sin embargo, cuando los que verdaderamente tienen menos posibilidades oponen resistencia, la estructura política y los medios estadounidenses inevitablemente dicen que los impulsa una ideología opresiva y que su meta final es socavar los «valores occidentales» de democracia y libertad.
Después de la invasión estadounidense de Cuba en 1898 (en los albores del imperio estadounidense), Theodore Roosevelt pintó a los cubanos que conquistó como «degenerados morales». En realidad, como dijo el novelista Mark Twain, los imperialistas estadounidenses eran los «verdaderos salvajes».
Desde el 11 de septiembre de 2001, el islam ha sido el blanco favorito de los círculos dominantes estadounidenses. En medio de sus desequilibrados delirios George Bush declaró: «Esta guerra es más que un conflicto militar; es la lucha ideológica decisiva del siglo 21. De un lado están los partidarios de la libertad y la moderación, el derecho de todas las personas de hablar, venerar y vivir en libertad. Del otro lado están aquellos impulsados por la tiranía y el extremismo».
Sería una cosa si Bush y los desprestigiados neoconservadores de su administración fueran los únicos que utilizaran esa retórica. Pero los políticos del Partido Demócrata también condenaban el «extremismo islámico» y advertían de la amenaza de países «fundamentalistas» como Irán.
Desafortunadamente, algunas voces de la izquierda –inclusive sectores radicales del movimiento contra la guerra– aceptaron esas mismas premisas. Por ejemplo, Sunsara Taylor del grupo El Mundo no Puede Esperar (que estaba en pro de un juicio de destitución de Bush) y militante del Partido Comunista Revolucionario (PCR), escribió sobre «dos alternativas intolerables… una cruzada de McMundo y una jihad reaccionaria…».
Para el movimiento contra la guerra, es importante rechazar la imagen deformada del islam que ofrecen los conservadores belicistas y que repiten comentarios como este: nuestra tarea es oponernos a todo el proyecto de la «guerra contra el terror», una parte del cual es el dogma racista.
Por años toda una industria de «expertos» bien pagados sobre el islam y el mundo árabe ha dado un barniz intelectual a la islamofobia. Dos ejemplos destacados son Bernard Lewis y Samuel Huntington.
La idea central de sus escritos es que el islam y el mundo árabe han producido una civilización estática y sin cambio que detesta los ideales de la Ilustración, que según ellos son propiedad exclusiva del «Occidente», como la tolerancia religiosa, los derechos de la mujer y la democracia.
Estos puntos de vista descartan los hechos históricos. Por ejemplo, mientras Europa occidental dormitaba atrapada durante siglos en lo que los historiadores llaman la «Edad del oscurantismo», el mundo islámico era el centro de la investigación intelectual, y preservó y contribuyó a los avances científicos heredados del mundo antiguo.
En cuanto a tolerancia religiosa, opresión de la mujer y dictaduras salvajes, la historia del cristianismo ha sido especialmente sangrienta.
No importa: Huntington afirma que el «Oriente» y el «Occidente» se encaminan inevitablemente hacia un «choque de civilizaciones», como indica el título de su libro, de lectura obligada para los neoconservadores después del 11 de septiembre.
Los políticos y los medios corporativos adoptaron esas ideas para justificar la «guerra contra el terror». De hecho, cuando se desmintieron las declaraciones sobre las armas de destrucción masiva y sobre Al Qaeda, la caricatura de los musulmanes que «odian nuestras libertades» fue una de las pocas justificaciones para la guerra y la ocupación que les quedaban.
Por supuesto, no aplican frases como «fascismo islámico» a los gobiernos represivos y teocráticos que Washington financia y apoya, como la monarquía de Arabia Saudita o la dictadura militar de Pakistán. Solo los aplican a los enemigos de Estados Unidos.
Desafortunadamente, importantes voces de la izquierda han aceptado la esencia del concepto del «choque de civilizaciones».
Probablemente el peor ejemplo fue un artículo de octubre de 2005 de la revista The Progressive titulado «Nuestro problema con Al Qaeda», acompañado por un dibujo de un hombre con turbante y una enorme cimitarra que amenaza a una figura blanca agachada.
Sunsara Taylor de El Mundo no Puede Esperar no utiliza esas imágenes racistas, pero acepta el marco que el artículo de The Progressive comparte con los defensores de la guerra.
Escribió en Revolución, el periódico del PCR: «Cada día más la humanidad se enfrenta a dos alternativas intolerables: la cruzada imperial iniciada por Bush o la respuesta reaccionaria de los fundamentalistas islámicos. El gobierno de Bush ha cometido crímenes en mayor escala y representa el mayor peligro para la humanidad… pero cada una es una verdadera pesadilla. Las dos se alimentan mutuamente, y al crecer sofocan a las fuerzas laicas y progresistas de este país y de todo el mundo…
«Hay que proponer ante los cientos de millones de personas de este país y por todo el mundo una tercera opción que no se limita a escoger entre una cruzada de McMundo y una jihad reaccionaria…».
La idea de «jihad vs. McMundo» viene del título de un libro de Benjamin Barber escrito en 1995. Barber ofrece unas cuantas críticas del «fundamentalismo del mercado» de Estados Unidos, pero gran parte de su argumento viene directamente de la campaña contra el islam.
Por ejemplo, un pasaje típicamente confuso dice: «No cabe duda de que el islam es una religión compleja que de ninguna manera es sinónimo de jihad, pero es relativamente inhóspita a la democracia y esto a su vez alimenta condiciones favorables a la mentalidad provinciana, la oposición al modernismo, la exclusividad y la hostilidad hacia ‘otros’… que son las características de lo que llamo jihad».
Hay muchos problemas con la concepción del islam que presenta Barbar, así como con la que adopta Taylor.
Primero, tiende a amontonar tendencias musulmanas muy distintas, así como organizaciones islamistas rivales que se consideran enemigas. Huelga decir que Al Qaeda, una red terrorista sin raíces, forjada inicialmente con la ayuda de la CIA, no tiene nada en común con un movimiento de masas como Hezbolá en Líbano o Hamas en Palestina. Tampoco es útil concebir el islam sin distinciones entre el gobierno iraní dominado por los chiítas y los wahabistas sunitas de Arabia Saudita.
Además, el punto de vista de «jihad vs. McMundo» también ignora cómo y por qué adquirieron importancia los movimientos de oposición islamistas.
Inicialmente algunas potencias occidentales los alentaron como contrapeso al nacionalismo árabe (el primer estado «fundamentalista» fue Arabia Saudita, creado por Inglaterra y Estados Unidos para proteger el chorro de petróleo del Medio Oriente); los islamistas ganaron acogida popular debido a la decadencia de los movimientos nacionalistas laicos.
El apoyo a las organizaciones como Hamas o Hezbolá no se debe principalmente a su compromiso a los principios religiosos sino al hecho de que representan una alternativa política que le ha hecho frente al imperialismo, principalmente Estados Unidos y su principal aliado, Israel.
Para entender los movimientos fundamentados en la religión, el punto de partida para los socialistas no es la ideología religiosa sino las fuerzas sociales y políticas que tales movimientos representan.
Por supuesto, los socialistas tienen críticas importantes de las fuerzas islamistas. Como en el caso de todas las religiones, unos elementos del islam son explícitamente conservadores: por ejemplo, la actitud de que la mujer es inferior al hombre. Tales posiciones son barreras a forjar la resistencia más eficaz al imperialismo.
Pero el punto de vista de «jihad vs. McMundo» tampoco reconoce que las organizaciones islamistas tienen acogida popular porque representan una alternativa de resistencia.
Fomentar tales ideas lleva a desorientar a los activistas contra la guerra, especialmente en un momento cuando Estados Unidos amenazaba con iniciar una guerra contra Irán, una «respuesta reaccionaria de los fundamentalistas islámicos», según Taylor.
Bob Avakian, el presidente del PCR, expresó una confusión más profunda cuando dijo que vivir en Estados Unidos es «como vivir en la casa de Tony Soprano», donde todos los «bienes tienen que ver con lo que hace el señor de la casa en el mundo».
Continuó: «Pero el 11 de septiembre fue un anuncio brusco de que habrá que pagar un alto precio por vivir en la casa de Tony Soprano, por aceptar unas relaciones mundiales profundamente desiguales, y el sufrimiento incalificable que este gobierno y este sistema imponen a los pueblos del mundo para mantener el sistema y seguir distribuyendo ‘bienes’ a ciertos sectores de la población aquí en la ‘casa’.
«…Ahora todo esto está siendo sacudido. Uno no solo recibe bienes por ‘vivir en la casa de Tony Soprano’; también aparecen ‘desconocidos’ en el patio de noche».
Dejando a un lado el tono de «terroristas a la vuelta de la esquina», que le hace eco a la campaña de miedo post 11 de septiembre, el punto de vista de Avakian de que los trabajadores estadounidenses comunes y corrientes comparten los «bienes» es falso.
Los trabajadores de este país tienen que pagar por las guerras que libra Estados Unidos con recortes de servicios sociales, pérdida de libertades civiles y, en el caso de los soldados despachados a Irak y Afganistán como carne de cañón, con la vida.
Para construir el movimiento más potente posible a favor de la paz y la justicia se necesita claridad acerca de quiénes son las víctimas y quiénes tienen la culpa.
También se necesita rechazar completamente las caricaturas del islam que trafican los dirigentes de Estados Unidos para justificar sus guerras en el extranjero. Si el movimiento contra la guerra no denuncia rigurosamente las distorsiones y mitos acerca del «fundamentalismo islámico reaccionario», permite que los que gobiernan este país sigan blandiendo una de sus armas ideológicas más potentes para continuar las guerras.
Por ello me llama la atención el que gobernantes latinoamericanos, como el Presidente Varela de Panamá, realizara declaraciones a la ligera en su viaje a Europa, alineándose definitivamente con el grupo de países occidentales, europeos y los Estados Unidos, que habiendo sido los creadores de los países del cercano oriente petrolero y financiadores de movimientos rebeldes en sus orígenes, así como suministradores de sus armamentos (cosa que están haciendo hoy en Ucrania) hipócritamente hoy se convierten en adalides de la islamofobia mas manipulada que se haya conocido.
Alfonso J. Palacios Echeverría
Muy buen artículo
!Exelente!