“Solo la verdad nos hará libres”
Hermanos de Ayotzinapa, México su dolor es el nuestro.
Las desproporcionadas reacciones suscitadas acerca de algunos de los más recientes acontecimientos, acaecidos en algunos países de América Latina, nos demuestran la gran dificultad existente para poder establecer lo que de verdad está ocurriendo en algunos de ellos, todo esto por cuanto a las distorsiones introducidas por los poderosos intereses económicos y geoestratégicos de la única superpotencia que quedó en pie al concluir la guerra fría se unen, por desgracia, una serie de factores subjetivos que le impiden a muchas gentes arribar, en el plano de la conciencia y de los valores éticos, el poder acercarse siquiera –de una manera desaprensiva- a conocer qué es lo que de verdad está en juego en un momento determinado de nuestra historia continental, si es que cabe hablar de una historia común de los pueblos que fueron objeto de la colonización hispanoportuguesa, a partir del siglo XVI. Sucede que esto es algo que muchos ni siquiera se lo han planteado y otros hasta lo miran con recelo desde el estrecho provincianismo de algunos nacionalismos de campanario de aldea que, por desgracia, todavía encuentra arraigo en muchas mentalidades.
El poderoso aparato castrador de conciencias, conformado por unos medios de (in)comunicación social, propiedad de unas cuantas empresas nacionales o transnacionales, se encarga de reforzar de manera negativa, la incidencia de todos estos factores haciendo que muchas gentes se tornen enemigas de sí mismas y terminen odiando a quien no tendrían que odiar, algo así como el viejo dicho de sudar calenturas(fiebres) ajenas, que para el caso que nos ocupa se convierte en el odio de ciertos individuos de las clases populares hacia aquellos líderes regionales que procuran impulsar políticas económicas y sociales en su beneficio.
De esta manera, aparece de súbito una especie de moda entre las gentes más desarrapadas y empobrecidas (recordemos que la pobreza no es sólo de orden material) de nuestros países: se trata del odio hacia Nicolás Maduro o hacia Evo Morales, gobernantes de la República Bolivariana de Venezuela el primero de ellos y del Estado Plurinacional de Bolivia el segundo, que suelen profesarles algunas gentes sin grandes medios materiales y culturales, pero obsesionadas y hasta intoxicadas por la producción discursiva de los grandes medios, especialmente de aquellos que transmiten imágenes como las televisoras. Ese odio podría ser comprensible entre las élites racistas y clasistas de América Latina para quienes estos gobernantes no entran siquiera dentro del perfil étnico que deben tener los mandatarios, al parecer ungidos por la gracia de Dios para perpetuar ad infinitum sus privilegios de clase y su hegemonía política, económica, cultural, espacial y hasta visual sobre todo el conjunto de la sociedad. A estas gentes, expuestas a la poderosa influencia de Televisa de México u otros canales de Venezuela y otros países, productores de noticieros y telenovelas el rostro visible es el de las damas caucásicas, prototipo de la belleza y la única racionalidad posible. Los rostros del pueblo, representados por las mayorías mestizas, indígenas o afrodescendientes que habitan las grandes ciudades y los campos son invisibles o aparecen, a veces como resultado de una graciosa concesión que se les hace para apuntalar un discurso, presuntamente igualitario y democrático, por lo general en el papel de bufones para hacer reír a los otros personajes de la trama, los portadores de la belleza, la racionalidad y el código de lo que se considera como políticamente correcto.
De ahí que algunos, sin fundamento alguno en hechos comprobados, les parezca paranoico cuando no torpe y estúpido el actual presidente venezolano porque devela un golpe de estado, con la ayuda de la inteligencia militar venezolana, un hecho que forma parte de una conspiración permanente para acabar con el proceso o revolución bolivariana, además de calificársele también de exagerado cuando pide al fiscalía procesar y ordenar la detención de los descarados conspiradores, al parecer financiados y alentados desde Washington, la capital de la superpotencia imperial del Norte. Por cierto que en los EEUU estos conspiradores ya estarían bajo siete llaves en las prisiones imperiales y sin posibilidad alguna de hablar siquiera con sus familiares.
En cambio los 43 estudiantes mexicanos, desaparecidos el 26 de septiembre anterior por las mal llamadas fuerzas del orden y los grupos paramilitares del estado de Guerrero, quienes no tuvieron ningún proceso ni posibilidad alguna de exponer sus verdades, no figuran entre las preocupaciones más relevantes de los medios de comunicación social y de las elites del poder de algunos países de la región. Estos estudiantes, de raíz campesina e indígena no tienen el perfil étnico ni social para que se ocupen de ellos esas gentes tan distinguidas como la hija de Salvador Allende u otros personajes de las élites latinoamericanas que se muestran preocupados por la detención del conspirador golpista y actual alcalde metropolitano de Caracas Antonio Ledezma, mientras que parecen haber olvidado la inmensa tragedia que vive hoy la gran mayoría del pueblo mexicano. El asesinato sistemático de líderes populares e indígenas en la Honduras, resultado del golpe militar y parlamentario de junio de 2009, no parece figurar siquiera en su agenda, pues parece que en este continente, al igual que sucedía con los personajes de la novela REBELIÓN EN LA GRANJA de George Orwell(1903-1950), hay unos animales que son más iguales que otros.
Dado lo anterior no pueden desconocerse los factores subjetivos operantes en este y otros casos que, sin duda alguna, nos conducen a la convicción que suscribimos hasta la saciedad, acerca de la validez de la afirmación de sentido común, de que la ignorancia es audaz, un convencimiento sólidamente basado en la comprobación que efectuamos casi a diario, en el terreno de los hechos y en el de las ideas, sobre algunas circunstancias o momentos en que se pone de manifiesto esa ignorancia(supina) de algunas gentes, las que sin preocupación alguna se lanzan a hacer las afirmaciones más aventuradas acerca de alguna persona o de algún proceso histórico reciente o lejano en el tiempo o en la geografía, careciendo del más elemental conocimiento de los hechos y dentro de lo que pareciera ser una proporcionalidad inversa entre el escaso grado de conocimiento acerca de lo afirmado y la creciente audacia pretenciosa de quienes acostumbran a hacer toda clase de valoraciones, sin importarles para nada su verosimilitud y mucho menos las consecuencias de sus actos, en especial si estos como suele suceder no llegan a ser comprobadas nunca, algo que por lo demás los tiene sin cuidado, para muchos de los casos a los que hemos venido haciendo referencia. Lo más probable es que ni siquiera le dan seguimiento al tema de Venezuela o al de México de los que siguen teniendo lagunas de ignorancia, para empezar eso sí alguna elucubración sobre otros temas y personas, no jugando ningún papel un interés siquiera mínimo por la búsqueda de la verdad.
Moviéndose entre la mentira deliberada y la más audaz de las ignorancias una gran cantidad de gentes permanecen la mayor parte de su vida en el reino de la insignificancia y la mentira, siendo lo más grave el hecho de que muchos no logran darse cuenta siquiera de cuál era el mundo en el que realmente vivieron. Unos, actuando por cinismo y conveniencia, y otros siendo instrumentalizados por la astucia de aquellos supuestamente más inteligentes, contribuyen a perpetuar un lamentable estado de situación en la vida social y política que torna imposible la construcción de conocimiento efectivo sobre lo que de verdad puede estar ocurriendo en nuestra área continental, dentro del tiempo histórico que nos ha correspondido vivir.
Rogelio Cedeño Castro es profesor de sociología Universidad Nacional de Costa Rica.