Cuando se habla de oposición normalmente se evoca una gama muy amplia de actitudes, acciones y actores. La palabra se utiliza como adjetivo o sustantivo, y en ambos casos se define casi siempre como negación frente a la autoridad o al poder, a las instituciones políticas o a las decisiones gubernamentales.
El vocablo oposición sirve para referirse por igual a comportamientos individuales o colectivos, a simples diferencias de opinión, a las críticas, expresiones de insatisfacción y descontento, de resistencia o de rebeldía caótica o limitada, que provocan los gobernantes. Muchas de ellas tienen poca trascendencia pues su influencia sobre el comportamiento de estos últimos es muy limitada, si no es que nula.
La oposición es un componente básico del funcionamiento de las democracias pluralistas. En la mayoría de los casos su existencia representa la cristalización de la diversidad social y desemboca en regímenes bipartidistas o multipartidistas. La oposición también mantiene una relación directa con la democracia porque busca la solución del conflicto, no en la eliminación del adversario, sino mediante la identificación de intereses comunes, promueve la superioridad del diálogo sobre la confrontación, y sus funciones van mucho más allá de la mera expresión de la protesta o el descontento, pues su continua participación en los órganos de representación popular le aseguran una influencia sostenida sobre el proceso de decisiones. Es así como en los regímenes democráticos la oposición no se limita a expresar la diferencia, sino que también tiene funciones de gobierno que cumplir.
El uso corriente del vocablo oposición también se refiere a las amplias movilizaciones extra institucionales cuyo objetivo es dislocar de tal manera el funcionamiento del régimen político, que se imponga por necesidad un cambio o incluso su sustitución. El disenso, la diferencia política, es el dato que se destaca como rasgo común de este conjunto desordenado de significados que se atribuyen a la palabra oposición.
Básicamente “oposición” es un tipo de “conducta” o de “comportamiento” político, cuya formalización en las instituciones y en los sistemas políticos ha tenido lugar junto al desarrollo del parlamentarismo y de los partidos políticos.
Oposición es expresión de la controversia que tiene lugar en el proceso de formación de la voluntad política y de la adopción de decisiones y se entiende que ella actúa en un marco de respeto y de aceptación de “reglas consensuales” del juego político. Oposición está vinculada a otros conceptos o fenómenos de la política, como libertades o derechos políticos, pluralismo, alternancia en el poder, conflictos.
Por otra parte, la oposición sólo aparece en sociedades pluralistas, en las cuales se garantiza la libre expresión de ideas e intereses y el funcionamiento de grupos que los encarnan. En tercer término, oposición se relaciona con la alternancia en el gobierno, pues uno de sus rasgos principales es justamente que la oposición es tal en cuanto no concuerda con el gobierno y presenta un curso de acción (programa) distinto.
La oposición sólo se entiende en cuanto “aspirante al gobierno”, y esa aspiración sólo es viable en sistemas en los cuales la alternancia está garantizada en la medida en que se obtiene el apoyo electoral requerido. Es preciso, sin embargo, precisar que tanto en sistemas democráticos estables como en democracias del Tercer Mundo, se presentan los casos de oposiciones “sin alternativa”, que están conformadas por partidos que por diversas razones tiene cerrado el camino hacia el gobierno.
Por último, oposición se relaciona con el conflicto político entendido como la mutua, simultánea y contradictoria aspiración de dos fuerzas oponentes a un mismo objetivo.
El conflicto, sin embargo, puede involucrar un tipo de conducta controversial que supera los límites de la oposición y que puede definirse más bien como “resistencia”, “disidencia” o como fue el caso de los movimientos sociales de fin de los años 60 (“oposición extra parlamentaria”). Estos tipos de actores de controversia ponen en cuestión el sistema político y, por lo tanto, no se integran a él. En los últimos años se ha producido un fenómeno poco convencional sobre este punto con los movimientos ecologistas, los que habiendo emergido como grupos críticos a los fundamentos de los sistemas políticos, se han integrado como parte de ellos por la vía electoral.
En los sistemas presidenciales la oposición tiene un rol más disminuido pues influye limitadamente en la gestión del Ejecutivo, cuyo período no depende de las fluctuaciones de mayoría en el parlamento. En los sistemas presidenciales más estables y, en gran parte, con bipartidismos (EEUU), la oposición se orienta a los “issues”, su conducta varía entre la cooperación y el conflicto. También es específico de las oposiciones presidencialistas la variedad de conductas en el transcurso del período presidencial. La oposición actúa electoralistamente, lo que es distinto de los sistemas parlamentarios en los que el cambio de gobierno se juega, en gran parte, en el campo de las coaliciones en el parlamento, no frente al electorado.
En los sistemas presidenciales latinoamericanos la oposición adopta a menudo una función obstruccionista, que va más allá de la oposición competitiva en la tipología de DAHL (1966). Ella se puede graficar en la frase “no dejar gobernar” en la creencia de asegurar así el triunfo en la próxima elección presidencial. Este curso de acción ha sido muchas veces un factor clave en la ruptura democrática, pues la carencia de cooperación con el gobierno elimina la credibilidad y la legitimidad del sistema democrático. La oposición, por lo tanto, está tan marcada por su contenido como por la modalidad en ejercerla, pues la forma de ser oposición adelanta la forma de ser gobierno y muchas veces esa proyección muestra un cuadro de fundado temor que produce una tendencia a evitar el curso de la alternancia política al precio de interrumpir el juego democrático.
En los sistemas parlamentarios la oposición juega un papel clave. Por una parte está siempre presente la posibilidad de que se convierta en gobierno, especialmente en aquellos sistemas pluripartidistas en los que se gobierna con coaliciones. Por otra parte su programa se somete permanentemente a prueba en el debate parlamentario e influye siempre en alguna medida en las decisiones.
Esta inevitable influencia de la oposición en la formación de la voluntad política se torna más clara cuando el sistema parlamentario se combina con el federalismo, pues el(los) partido(s) que es (son) oposición en el parlamento puede(n) ser gobierno en algún Estado federado. En el caso de la combinación presidencialismo-federalismo la interacción señalada no es tan marcada debido al importante poder de que el Presidente dispone en la ejecución de su programa, por una parte, y al carácter local (regional) que asumen los programas de los partidos al nivel federado y, por lo tanto, a la escasa proyección que se puede establecer entre ellos y el nivel federal.
Si la inevitabilidad del conflicto es el fundamento de la oposición, la necesidad del consenso es su justificación. Sin embargo, mientras que el conflicto es inherente a la naturaleza de la sociedad, el consenso rara vez es un producto espontáneo de la dinámica social. Entre conflicto y consenso existe una relación de tensión, pero en realidad se trata de conceptos inseparables que no son una dicotomía, sino un binomio, porque la existencia de uno impone, por necesidad, la integración del otro. La oposición partidista es la fórmula en la que se resuelve la tensión entre ambas nociones, porque expresa el conflicto, pero su función es articularlo y procesarlo conforme al consenso en el que se apoyan las reglas y las instituciones del régimen político establecido.
A finales del siglo XX se ha generalizado la idea –ampliamente desarrollada en el siglo XIX por pensadores como François Guizot, Friedrich Hegel, Karl Marx, Georges Simmel y muchos más– de que el conflicto es inherente a la vida social. Pero a diferencia de lo que ocurría en el pasado, cuando el conflicto era visto en sí mismo como la negación absoluta del acuerdo y la base de la imposición de toda estructura de dominación, hoy en día el reconocimiento de la inevitabilidad del conflicto se ha convertido también en el presupuesto de que toda organización política que se quiera estable y duradera no puede negarlo ni suprimirlo, sino que debe ofrecer los mecanismos para integrarlo al funcionamiento regular de las instituciones políticas, construir bases comunes de acuerdo y fórmulas de reconciliación.
Lo anterior significa que hoy en día se reconoce la superioridad de la idea de gobierno por consentimiento, la cual ha desplazado la creencia que durante la mayor parte del siglo XX dominó la noción de democracia, de que el mejor gobierno es el de los más fuertes o el de los más. Esta noción puede tener un sentido de aceptación pasiva; sin embargo, en principio se sustenta en una actitud que supone algún tipo de acción consciente.
Esta evolución del concepto de la democracia como el gobierno de la mayoría sobre la minoría hacia el gobierno o bien de la mayoría con las minorías, o bien el gobierno de varias minorías, ocurrió después de un largo proceso civilizatorio, en el curso del cual se afianzaron valores como la libertad y la tolerancia, se impuso la superioridad de la cooperación entre fuerzas políticas antagónicas sobre el enfrentamiento como método para resolver las divergencias, y se desarrollaron instituciones destinadas a garantizar la prevalencia de esos valores y de esos mecanismos. En este proceso la oposición fue adquiriendo carta de naturalización en el sistema democrático. Todo esto significa que la oposición es la institución que completa la modernización de la sociedad política democrática y liberal.
Todas las reflexiones anteriores tienen un solo propósito, cual es interpretar la conducta o el comportamiento de lo que en nuestro país consideramos como oposición política, que a mi parecer no existe o está muy diluida, hasta el punto de que confundimos la verdadera oposición política, producto de la interpretación de los hechos desde un punto de vista ideológico determinado, con la representatividad que aprovechan ciertos grupos de poder en determinados partidos políticos para defender privilegios, proteccionismos, o llevar adelante una forma de interpretar el comportamiento social o económico que no interfiera con sus intereses.
Más allá de lo que estamos viendo en Costa Rica, ridículos espectaculares y dramáticos por donde se los mire, ésa es claramente la apuesta opositora, mediática y política: la confusión de los ciudadanos a través de un relato que tejen ellos mismos con sus propias denuncias, con o sin elementos, con o sin algún tipo de prurito por la verdad.
Así se vienen desarrollando todos los golpes o los intentos de golpes blandos en la región, y le menciono algunos ejemplos.
Manuel Zelaya nunca llamó a una reforma constitucional en Honduras, pero la Corte Suprema de ese país dijo que sí, la prensa se hizo eco de la confusión y lo voltearon. A Rafael Correa, en Ecuador, quisieron derrocarlo los policías que habían sido en su momento mal informados –esto es, confundidos– sobre una ley del Ejecutivo que los involucraba. A Fernando Lugo, en Paraguay, le armaron una masacre que nunca fue aclarada, el Congreso le hizo un juicio sumario sin esperar ni conocer la verdad de los hechos, y lo echaron de la presidencia. En todos los casos de golpe blando hay confusión, y en todos los casos después de esos golpes, los respectivos países cambian su alineamiento.
Crean una bola que se echa a rodar, hechos presuntos que se dan por ciertos, canallas que editorializan sobre sucesos que nunca ocurrieron, en fin, pura impotencia electoral y mala entraña humana. Creo que algo de ello está sucediendo en nuestro país. Como no pueden atacar por el lado del latrocinio a que estábamos acostumbrados, práctica común de los partidos tradicionales y sus corifeos cristianos y libertarios, se están dedicando a enmarañar todo con elucubraciones maliciosas, interpretaciones sesgadas y dobles intenciones que, a algunos, nos parecen claras, pero a que a la mayoría les pasan desapercibidas.
Creo que ha llegado la hora en que las mentes pensantes de este país y que no están alineadas con determinadas corrientes ideológicas (que son pocas, poquísimas), generen una serie de explicaciones acerca de lo que está o no está haciendo el actual gobierno, y lo que están haciendo los que se llaman oposición política, a quienes vemos mal alienados, es decir, que no defienden una interpretación de los hechos para un beneficio social, sino que se han vuelto portavoces de grupos específicos de interés,
Por eso digo ¿oposición política?… De la verdadera, de la inteligente…¡No me lo creo!
(*) Alfonso J. Palacios Echeverría
Oposicion verdadera , fue todo lo que hizo el PAC en anterires administraciones , para venir a hacerlas ahora. rondando el antagonismo , por el mero hecho de quitate tu para ponerme yo.
Antagonismo, rivalidad, desacuerdo, contradicción, enfrentamiento, obstrucción, resistencia, contrariedad, contraste. Este tipo de oposicion , no inicia ahora con esta administracion. No se puede hablar de cultura politica , sin analizado por lo realizado por rl Pac , en la campaña recien pasada.
Oposicion verdadera , fue todo lo que hizo el PAC en anteriores administraciones ,para obstaculizar multiples proyectos, para venir a hacerlas ahora. rondando el antagonismo , por el mero hecho de quitate tu para ponerme yo.
Antagonismo, rivalidad, desacuerdo, contradicción, enfrentamiento, obstrucción, resistencia, contrariedad, contraste. Este tipo de oposicion , no inicia ahora con esta administracion. No se puede hablar de cultura politica , sin analizado por lo realizado por el Pac , en la campaña recien pasada.