París, 23 mar (EFE).- En su continuo castigo al Partido Socialista desde que François Hollande llegó al Elíseo, Francia parece apostar por un viejo conocido, Nicolas Sarkozy, mientras deja al ultraderechista Frente Nacional (FN) con la duda de si ya ha alcanzado su techo electoral.
El triunfo de los conservadores en la primera vuelta de las elecciones departamentales del domingo ha llegado casi de puntillas.
Mientras se colocaba el foco en la posible victoria del Frente Nacional y en la presumible debacle socialista, nadie pareció reparar en la Unión por un Movimiento Popular (UMP) de Sarkozy, que pese a seguir en proceso de recomposición ha sabido presentarse como la alternativa más viable.
El expresidente francés ha conseguido amainar las aguas del centro-derecha, que bajaban agitadas entre escándalos de corrupción y luchas intestinas, y tras oler sangre en la ribera de enfrente ha impuesto el «prietas las filas» junto a sus socios centristas de la Unión de Demócratas Independientes (UDI).
Sin olvidar que el partido de Marine Le Pen ha conseguido los mejores resultados de su historia en unas elecciones locales, el electorado ha optado por Sarkozy para propinar un nuevo golpe a Hollande y a su primer ministro, Manuel Valls, otro de los grandes damnificados.
Desde 2012, cuando Hollande llegó a la Presidencia, los socialistas encadenan derrota tras derrota.
Poco les ha ayudado en estas elecciones departamentales la división de los partidos de izquierda, que ha hecho que su voto se fragmentase y ha acabado con sus opciones de alcanzar la segunda vuelta en un cuarto de las circunscripciones.
Dentro de que su lectura permite pocas alegrías, el batacazo -reconocen los propios socialistas- podía haber sido incluso peor, y a eso se aferran de cara al próximo reto en las urnas, no ya la segunda vuelta de estas departamentales el próximo domingo, sino los comicios regionales de diciembre.
Y mientras el Partido Socialista resopla y Sarkozy toma posiciones para la gran batalla por el Elíseo en 2017, Le Pen y sus acólitos temen quedarse en tierra de nadie, castigados por el «voto del miedo» y por un cierto agotamiento de su mensaje.
La pregunta que hoy puede estar circulando en Nanterre, cuartel general del FN, es si el partido, pese a haber hecho saltar por los aires el bipartidismo tradicional, no estará rozando ya sus límites de atracción de voto.
«Estamos asistiendo a una ruptura en el relato perfecto que parecía escribir la presidenta del FN, el de una progresión irresistible y una marcha triunfal hacia el poder. Ese relato se ha visto hoy interrumpido», sostuvo el analista Dominique Reynié en declaraciones al diario «Le Parisien».
Reynié, director general del centro de estudios Fondapol, explica que un número creciente de votantes se cuestiona la utilidad del voto al FN y recuerda que tanto los sondeos como los líderes de la ultraderecha confiaban en ser el partido más votado de Francia, como ya lo fueron en las elecciones europeas de 2014.
Su buen resultado en la primera vuelta -en torno a un 25 % de las papeletas- no les permitirá, como reconocía hoy la propia Le Pen, más que aspirar a encabezar uno o dos departamentos del centenar en que está dividido el país.
Son conscientes de que la votación a dos vueltas vigente en el sistema electoral francés los penaliza sistemáticamente y convierte en una misión casi imposible batir a los candidatos de los partidos tradicionales en una segunda ronda, por la gran movilización que todavía suscitan en su contra.
Ajena al desaliento, Marine Le Pen afila sus armas con la mirada puesta en 2017. Para esas elecciones, todos los sondeos apuntan a que será ella quien se dispute la Presidencia en segunda vuelta, bien contra el candidato socialista, bien contra el conservador.
Pero ojo a las encuestas, que, como han comprobado en estas elecciones, pueden ser traidoras.
