Los avances de la ciencia, y los progresos de la medicina, han contribuido notablemente a prolongar en los últimos años la duración media de la vida humana. La «tercera edad» abarca una parte considerable de la población mundial: y es vista como aquellas personas que con un límite determinado de edad salen de los circuitos productivos, aun disponiendo muchas veces de recursos y sobre todo de la capacidad de participar en el bien común. A este grupo abundante de ancianos jóvenes, como definen los demógrafos según la nuevas categorías de la vejez, a las personas de los 65 a los 75 años de edad, se agrega el de los ancianos más ancianos, que superan los 75 años, la cuarta edad, cuyas filas están destinadas a aumentar siempre más.
Esta llamada «revolución silenciosa» que supera los datos demográficos, plantea problemas de orden social, económico, cultural, psicológico y espiritual cuyo alcance debe ser objeto de una mayor atención. Por ejemplo, las naciones Unidas establecieron dieciocho Principios sobre los ancianos, distribuíos en cinco grupos: independencia, participación, atención, realización personal y dignidad.
Una vejez digna e independiente es la capacidad de vivir la vida al máximo en el sitio al que llamamos hogar sin importar la edad, enfermedad o discapacidad. A pesar de que todos nosotros pensamos que entraremos a la tercera edad disfrutando de buena salud, la realidad es que el 70 por ciento de las personas mayores de 65 años de edad van a necesitar de ayuda con sus actividades diarias en algún momento de sus vidas por un promedio de tres años. Este tipo de cuidado puede afectar cada aspecto de su vida –desde cómo y dónde vive- y el costo puede ser muy elevado. Desgraciadamente, nunca se sabe cuándo usted o un ser querido podría necesitar de asistencia diaria como ayuda para ir al supermercado, transporte o cuidado médico constante, los cuales requieren de planificación y coordinación
Uno de los problemas que se nos presenta en este momento es como definimos al anciano.
Internacionalmente, en 1984 se admitió por convenio, que anciano es toda persona mayor de 65 años, edad coincidente con la jubilación; es una definición que ha cambiado con el tiempo, no solo por los cambios en la esperanza de vida sino también por la evolución que ha tenido la sociedad en todos los niveles. Parece ser que en la antigüedad (cuando la esperanza de vida estaba alrededor de 25-30 años) anciano era sinónimo de no productividad, ello haría que ahora asimiláramos anciano al jubilado, es decir a los 65-70 años según las profesiones.
No hace mucho tiempo la imagen general de una persona de 65 años, era la de un anciano con escasas posibilidades de autonomía que requería cuidados especializados. Lo cual sería la representación equivalente a un anciano de 80 años, sin embargo con el transcurrir del tiempo ésta visión ha cambiado, puesto que cada vez más personas llegan a una edad avanzada en un buen estado de salud relativo.
El envejecimiento se puede definir como una serie de modificaciones morfológicas, psicológicas, funcionales y bioquímicas que el paso del tiempo origina sobre los seres vivos, que supone una disminución de la capacidad de adaptación en cada uno de los órganos, aparatos y sistemas, así como de la capacidad de respuesta a los agentes lesivos externos que inciden en el individuo.
El envejecimiento es un proceso biológico, que se inicia una vez alcanzada la madurez; es universal, progresivo e irreversible, caracterizado por un descenso gradual del funcionalismo de los distintos aparatos y sistemas orgánicos, que culmina con la muerte.
Un organismo comienza a manifestar el envejecimiento cuando decrece su vitalidad, aumentando proporcionalmente su vulnerabilidad. El organismo viejo, se diferencia del joven, por las modificaciones funcionales que experimenta. El órgano que manifiesta precozmente los signos del envejecimiento es la piel, y el que lo hace más tardíamente es el cerebro. El proceso de envejecimiento se comienza a manifestar a partir del momento de máximo desarrollo del individuo.
Los indicadores demográficos mundiales demuestran, la fuerte tendencia hacia un importante incremento de la población anciana, por el aumento en la edad media de la población.
La esperanza de vida, es un indicador que refleja los avances en la calidad de la atención integral de la salud del adulto mayor, expresado por un descenso en la mortalidad de este grupo poblacional. A principios del siglo XX, la esperanza de vida se estableció en los 35 años, hoy se eleva a los 76 años, con una proyección en aumento de 2 a 3 años más, para el 2020.
No es igual la edad cronológica, la humana, la biológica, la psicológica y la social. La calidad de vida actual hace que prácticamente hasta los 75 años las personas estén en muy buen estado y que puedan ser totalmente autónomas, aumentando a partir de esta edad la dependencia.
Para entender mejor esto es conveniente repasar las siguientes definiciones:
Edad cronológica. Es la edad del individuo en función del tiempo transcurrido desde el nacimiento. Es por tanto la edad en años. Es un criterio administrativo de gran importancia que marca hechos trascendentales en nuestra vida como pueda ser la jubilación. Tiene por tanto un valor social o legal más que biológico. El tiempo en sí no tiene ningún efecto biológico sino más bien los cambios ocurren en el tiempo.
Edad biológica. Es la que se corresponde con el estado funcional de nuestros órganos comparados con patrones estándar para una edad. Es por tanto un concepto fisiológico. Tiene en cuenta los cambios físicos y biológicos que se van produciendo en las estructuras celulares, de tejidos, órganos y sistemas. Su conocimiento sería más informativo sobre nuestro envejecimiento real.
Edad Psicológica: Define la vejez en función de los cambios cognitivos, efectivos y de personalidad a lo largo del ciclo vital. El crecimiento psicológico no cesa en el proceso de envejecimiento (capacidad de aprendizajes, rendimiento intelectual, creatividad, modificaciones afectivas valorativas del presente, pasado y futuro, así como crecimiento personal).
Edad social: Suele medirse por la capacidad de contribuir al trabajo, la protección del grupo o grupos a que pertenece y la utilidad social. Estimación que varía según las sociedades, sus leyes, valoraciones, prejuicios y estereotipos, oscilando entre los extremos del continuo «viejo-sabio»/»viejo inútil».
Por consiguiente, el concepto de envejecimiento involucra un deterioro funcional progresivo, el cual en algunos casos parece no estar vinculado con la edad cronológica; solo cuando estos cambios «fisiológicos» comienzan a afectar la autonomía y capacidad del individuo para realizar sus actividades funcionales de vida diaria, lo que define la ancianidad.
Un anciano sano seria entonces una persona con condiciones anatómicas y fisiológicas en el límite entre lo normal y lo patológico, con adaptación de su capacidad funcional a las posibilidades reales de rendimiento.
¿Cuál es la situación actual? Hay pueblos donde la vejez es apreciada y estimada. Otros en los que lo es mucho menos, a causa de una mentalidad que pone en primer lugar la utilidad y la productividad del hombre; o que pone en el centro su propio bienestar, dejando de lado otras exigencias. La tercera o cuarta edad a veces se la menosprecia, y hasta el mismo anciano se pregunta si su existencia tiene utilidad.
Por la reserva del sentido de familia de nuestra gente, todavía se respeta al anciano, al menos en algunos niveles de la sociedad; sin embargo, podemos preguntarnos si la globalización de muchas costumbres que vamos importando no va generando esta idea de una edad menospreciada, y subvalorada. Podemos justificar que un anciano no pueda ser atendido por sus hijos, por las exigencias de la misma enfermedad, y tenga que ser internado.
La vida más larga, la indigencia donde no hay suficiente atención social, la inacción forzada de los geriátricos, la soledad amarga de quienes están privados de amistad y de verdadero afecto familiar deben interpelarnos sobre el porqué de muchas conductas inhumanas frente a la ancianidad: sobre todo cuando se suman las dificultades propias del deterioro de la salud, las capacidades físicas y mentales limitadas, etc.
Muchas veces la conducta de la familia está cargada de angustia y de miedo al futuro, previendo dificultades económicas, de inseguridad o simplemente temiendo perder la propia libertad.
Entre los problemas que hoy encontramos contra la dignidad de la persona está la marginación. El desarrollo de este hecho relativamente reciente, ha hallado lugar en una sociedad que, concentra todo en la eficiencia y en la imagen de un hombre eternamente joven, y que excluyen de los propios « circuitos de relaciones » a quienes no tienen esas características.
Esto tiene relación con la pobreza, o una reducción de los ingresos y de los recursos económicos que pueden garantizar una vida digna, la falta de responsabilidades institucionales, y el alejamiento progresivo del anciano del propio ambiente social y de la familia, son los factores que colocan a muchos ancianos al margen de la comunidad humana y de su entorno.
También se debe considerar otro aspecto de la marginación la falta de relaciones humanas que hacen sufrir al anciano, no sólo por el alejamiento, sino por el abandono, la soledad y el aislamiento. Al disminuir los contactos interpersonales y sociales, comienzan a faltar los estímulos, las informaciones, los instrumentos culturales. Los ancianos, al ver que no pueden cambiar la situación por estar imposibilitados a participar en las tomas de decisiones que les conciernen, como personas y como ciudadanos, terminan perdiendo el sentido de pertenencia a la comunidad de la cual son miembros.
Para asistir a los enfermos ancianos no autosuficientes, sin familia, o con pocos medios económicos, se recurre a la asistencia institucionalizada. Pero el hecho de recluirlos en un instituto puede transformarse en una especie de segregación de la persona. En la medida de lo posible, los ancianos deberán poder permanecer en el propio ambiente, gracias al apoyo que se les prestará mediante, por ejemplo, la asistencia a domicilio, el hospicio, el hospital de día, el centro de rehabilitación, etc.
Los geriátricos en cuanto residencias para ancianos al ofrecer alojamiento a personas que han tenido que dejar su propio hogar, deben respetar la autonomía y la personalidad de cada uno, posibilitando la dimensión familiar.
La jubilación obligatoria da comienzo a un proceso de envejecimiento precoz; mientras el continuado desarrollo de una actividad posterior a la pensión produce un efecto benéfico en la calidad misma de la vida. El tiempo libre de que disponen los ancianos es el principal recurso que se ha de tener en cuenta para volverles a dar un papel activo y fomentar el voluntariado. Es necesario trabajar en implementar normativas sociales más precisas y amplias sobre el voluntariado que permitir incluir el aporte del anciano
La vejez crece con nosotros. Y la calidad de nuestra vejez dependerá sobre todo de nuestra capacidad de apreciar su sentido y su valor, tanto en el ámbito meramente humano como en el de la fe. Las expectativas de una longevidad que se puede transcurrir en mejores condiciones de salud respecto al pasado; la perspectiva de poder cultivar intereses que suponen un grado más elevado de instrucción; el hecho de que la vejez no es siempre sinónimo de dependencia y que, por tanto, no menoscaba la calidad de la vida, no parecen ser condiciones suficientes para que se acepte un período de la existencia en el cual muchos de nuestros contemporáneos ven exclusivamente una inevitable y abrumadora fatalidad.
Está muy difundida, hoy, en efecto, la imagen de la tercera edad como fase descendiente, en la que se da por descontada la insuficiencia humana y social. Se trata, sin embargo, de un estereotipo que no corresponde a una condición que, en realidad, está mucho más diversificada, pues los ancianos no son un grupo humano homogéneo y la viven de modos muy diferentes. Existe una categoría de personas, capaces de captar el significado de la vejez en el transcurso de la existencia humana, que la viven no sólo con serenidad y dignidad, sino como un período de la vida que presenta nuevas oportunidades de desarrollo y empeño. Y existe otra categoría muy numerosa en nuestros días para la cual la vejez es un trauma. Personas que, ante el pasar de los años, asumen actitudes que van desde la resignación pasiva hasta la rebelión y el rechazo desesperados. Personas que, al encerrarse en sí mismas y colocarse al margen de la vida, dan principio al proceso de la propia degradación física y mental.
Es posible, pues, afirmar que las facetas de la tercera y de la cuarta edad son tantas cuantos son los ancianos, y que cada persona prepara la propia manera de vivir la vejez durante toda la vida. En este sentido, la vejez crece con nosotros. Y la calidad de nuestra vejez dependerá sobre todo de nuestra capacidad de apreciar su sentido y su valor, tanto en el ámbito meramente humano como en el de la fe.
Ese es el secreto de la juventud espiritual, que se puede cultivar a pesar de los años. Linda, una mujer que vivió 106 años, dejó un lindo testimonio en este sentido. Con ocasión de su 101 cumpleaños, confiaba a una amiga: Ya tengo 101 años, pero ¿sabes que soy fuerte? Físicamente estoy algo impedida, pero espiritualmente hago todo, no dejo que las cosas físicas me abrumen, no les hago caso. No es que viva la vejez porque no le hago caso: ella sigue por su camino, y yo la dejo.
Rectificar la actual imagen negativa de la vejez, es, pues, una tarea cultural y educativa que debe comprometer a todas las generaciones. Existe la responsabilidad con los ancianos de hoy, de ayudarles a captar el sentido de la edad, a apreciar sus propios recursos y así superar la tentación del rechazo, del auto-aislamiento, de la resignación a un sentimiento de inutilidad, de la desesperación. Por otra parte, existe la responsabilidad con las generaciones futuras, que consiste en preparar un contexto humano, social y espiritual en el que toda persona pueda vivir con dignidad y plenitud esa etapa de la vida.
Alfonso J. Palacios Echeverría