jueves 5, diciembre 2024
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Apego y Ambición… Una lacra social y personal

Hoy como ayer, el imperio de la dominación es el principio de los políticos, aunque los métodos utilizados o empleados no resulten  los mismos, porque para el ambicioso su sed de poder jamás se sacia, y eso es lo que le da sentido a su vida.

El poder no es sólo el fin de los políticos es también una utopía que inspira su accionar,  lo contrario es cinismo y egoísmo y éstos se confunde con idealismo, lo cual es falso, por lo cual cree ciegamente que ha triunfado sobre el tiempo que transcurre, que borra y destruye.

Cada día son más los pensadores de diferentes ciencias sociales que vienen demostrando que el egoísmo es un comportamiento destructivo socialmente y autodestructivo personalmente. Hay muchas razones para apoyar estas afirmaciones. Los humanos necesitamos imperiosamente de los demás, nadie es totalmente autónomo, todos somos limitados, no nos autoabastecemos, somos interdependientes y además vulnerables. Hasta la neurología ha descubierto que nuestro cerebro está hecho para la cooperación, tiene neuronas que predisponen al comportamiento cooperativo. Patricia S. Churchland lo demuestra en su libro “El cerebro moral” (2012).

Hay mucha distancia entre el amarse a sí mismo, que es necesario, que posibilita el amar a los demás. y el egoísmo que niega el amor a los demás y se cierra en sí mismo ante los demás, anteponiéndose a ellos, negándoles lo debido para la convivencia y supervivencia de todos.

Pensar en beneficios para sí solo, más todavía si se le roban derechos y bienes a los demás, es impedir la sociabilidad mínima necesaria para que el mismo egoísta y los demás puedan realizarse como humanos. Esencialmente somos seres sociales. Nacemos gracias a la relación de una micro sociedad, la pareja madre y padre, nos criamos en su amparo y amor y del resto de la familia, que vive en el contexto vecinal y es parte de la sociedad comunal. Como dijo Martin Buber, el yo solo se realiza con y en el tú.

Refiriéndonos a los políticos corruptos, que se aprovechan de su eventual posición en el poder para enriquecerse robando para sí y sus familiares, esos que legislan, imparten justicia o administran los bienes que aportan los ciudadanos para el bien común, esos que ganan sueldos y sobresueldos desmedidos, refiriéndose a ellos habría que decir: “Ningún país puede salir de la crisis si las conductas inmorales de sus ciudadanos y políticos siguen proliferando con toda impunidad”.

Es inútil que se esté dando limosna con dinero del Estado a miles de familias pobres para sacarlos de la pobreza y superar la grave crisis de inequidad de nuestra población, mientras el mismo gobierno que reparte millones de limosnas permite sobresueldos escandalosos a funcionarios privilegiados y robos descarados a las arcas del bien común. Tapar los síntomas de la pobreza no es resolver las causas de la pobreza.

Y preguntaría ¿dónde está la inteligencia de estos políticos corruptos, que en vez de cooperar con la justicia y la equidad de todos los ciudadanos, se atrincheran en el egoísmo estúpido a corto plazo, provocando en la ciudadanía indignación y vehemente deseo de recuperar la soberanía del pueblo que le reconoce la Constitución Nacional?

Por lo visto nuestros políticos corruptos piensan que la gente tiene Alzheimer y que corrompiendo a jueces y ministros de la justicia van a quedar eternamente impunes, que al fin el pueblo olvida estas cosas que todo el mundo hace. No saben que hay cambios irreversibles especialmente en la población joven. No se dan cuenta que hay redes sociales y capacidad de organización y convocatoria de indignados como nunca las hubo. No se dan cuenta que la memoria se ha consolidado en los discos duros de las computadoras, en las grabaciones de los celulares multifuncionales, en los recursos tecnológicos para tener memorias digitales externas incluso a las computadoras y comunicables en segundos para todo el mundo.

La memoria y la transferencia de la indignación se han multiplicado en todos los sentidos. Lo que están haciendo y han hecho siempre los corruptos está grabado y llegará el día que será imposible atajar la búsqueda y el ejercicio de la justicia ahora corrompida.

El egoísmo voraz de los políticos corruptos, además de estúpido es suicida. Se les olvida  lo más importante de la existencia. Y sobre ello deseo exponer algunas reflexiones.

Vinimos desnudos a este mundo, sin traernos nada desde la dimensión de la cual procedemos, y sin nada nos iremos hacia esa otra dimensión que supuestamente nos espera. Entonces, ¿por qué esta ansia de acumular cosas, personas, sentimientos, ese aferrarnos al pasado y querer rumiar lo vivido, bueno o malo, en una ansiosa sensación de que lo que nos ofrece o nos quita la vida es más importante que la vida misma?

En ello se encuentra la razón de todas las acciones que se tiñen de egoísmo: la ambición, la codicia, la misma corrupción de algunas acciones. Es mayor el deseo que acumular lo perecedero que disfrutar de las inefables ventajas de la vida misma, la contemplación de la belleza del planeta (no de las porquerías que nosotros le hacemos), la belleza de los niños, la de un amanecer o un atardecer en el campo.

En el origen del apego está el miedo, y el miedo, además, alimenta y hace permanecer al apego.

Es necesario aclarar que el miedo es una emoción necesaria. Nos permite darnos cuenta de que existen los peligros y defendernos de ellos. Podemos huir o luchar, pero con frecuencia el miedo nos paraliza. Como seres racionales que somos, también podemos experimentar un miedo anticipado, prevenir el peligro y protegernos de él. Cuando los mecanismos del miedo están alterados, podemos sentir un miedo desproporcionadamente grande respecto al peligro real o, por el contrario, no sentirlo en absoluto y volvernos temerarios.

En contraste con el afán desmedido de posesión tan característico en nuestra sociedad, la idea de liberar algunas de nuestras posesiones desafía el concepto clásico de pertenencia como algo permanente y convierte a los objetos en algo pasajero. También involucra la noción de que casi todo es reemplazable y elimina el temor a perder lo que se posee. Se destruye el vínculo afectivo que creamos entre nosotros y las cosas. Acumular en exceso -por si acaso- nos impide vivir en el presente, sumergirnos con confianza en el rio de la vida.

Algunos basan su seguridad en sus posesiones. Todas las cosas son no permanentes, cambiantes. En realidad nada nos pertenece, y esto incluye a las personas. Todo nos es prestado, facilitado por algún tiempo, y tarde o temprano tenemos que desprendernos de ello. El filósofo griego Epicteto lo expresa de esta manera: “Nunca digas que se te ha perdido una cosa, sino que la has devuelto”.

Ver nuestras pertenencias desde esta perspectiva nos permite disfrutar de ellas si las tenemos y no sufrir si no las tenemos. No hay opción, debemos soltar nuestras posesiones tarde o temprano, gradual o súbitamente, intencional o involuntariamente. ¿Para qué esperar a que nos sean arrebatadas si podemos desprendernos de ellas emocional y mentalmente?

Una clave para alcanzar la verdadera felicidad consiste en desarrollar la capacidad para estar satisfecho con poco.

Si el apego, querer las cosas apasionadamente, es el origen del sufrimiento, quien se toma demasiado en serio la cuestión de la pertenencia es más propenso a sufrir. Bien valdría la pena ejercitarnos en el desapego y dejar de poseer de manera ansiosa. Nadie expone esto mejor que Buda: “Todo fluye, todo cambia, todo nace y muere, nada permanece, todo se diluye; lo que tiene principio tiene fin, lo nacido muere y lo compuesto se descompone. Todo es transitorio, insustancial y, por tanto, insatisfactorio. No hay nada fijo a que aferrarse”.

Observa el mundo que te rodea, la felicidad e infelicidad que hay a tu alrededor y dentro de ti. ¿Qué la causa? ¿La situación económica, el empleo o el desempleo, el gobierno, la soledad, la compañía, tu hijo que se va, tu pareja que te dejó o que regresó? Hay una sola cosa que origina la infelicidad: el apego. Es una especie de capricho emocional, de vinculación a una cosa, situación o persona determinada, originado por la creencia de que sin “eso” no es posible ser feliz.

El apego tiene dos puntas, una positiva y otra negativa. La positiva es el estado breve de placer y emoción que se siente cuando se logra aquello a lo que estás apegado. La negativa es la sensación de amenaza, preocupación y tensión que sientes cuando pierdes lo que deseas.

Una de las mejores definiciones de desapego es “la determinación de ser libre”. El desapego es lo contrario de la dependencia. Podría definirse como “carencia de sed”. Piensa en el ánimo de una persona desesperada por la sed y en el de alguien que no la tiene. El desapego es amor. Implica vivir en el presente, en el aquí y ahora, aceptando la realidad y los hechos que van sucediendo. Que soltaremos de la mano lo que amamos, pero sin dejar de amarlo.

Según Deepak Chopra, consiste en el desprendimiento de nuestro interés por el resultado, sin renunciar a la intención ni al deseo, sumergiéndonos en lo desconocido, adentrándonos en el campo de todas las posibilidades. Despréndete de todo y de todos sin dejar de compartir, disfrutar y ser feliz. En el desapego no hay una relación de dependencia, no hay expectativas.

El desapego no implica renunciar a los sueños de tener todo aquello que se desea. Lo importante es no sentir miedo de perder lo que se tiene. Poder valorar otras cosas importantes de la vida y no sufrir por las pérdidas, sino reciclarlas y ver siempre el lado positivo, preguntarnos cuál es la lección que tenemos que aprender de los que nos está pasando y siempre hacer el esfuerzo de mirar la realidad desde muchas perspectivas.

Curiosamente, en algunas personas, cuando la edad que tienen es muy avanzada, de forma espontánea se van “desapegando” de las cosas materiales y en algunos casos de las personas, como la forma natural de prepararse para el tránsito hacia esa otra dimensión que nos hará libres de la dependencia de la posesión de cosas y personas. En otras, temerosas por su seguridad ya que la depositaron en la posesión, la angustia de perderlo todo se acrecienta. Y en los que nunca tuvieron nada el fenómeno es inexistente.

Frente a estas reflexiones, las posturas de los políticos, todos, así como la de los funcionarios de todas las dependencias estatales, están obnubilados por el deseo de poseer, hasta el punto de olvidarse del para que están en sus cargos, y buscar solamente su propio beneficio. Están apegados al poder, al dinero, al prestigio, a las señales externas, hasta el punto de perder el sentido de las proporciones, que es en cierta forma una manifestación de demencia.

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