San José, 1 Abr (ElPaís.cr) – Jorge Drexler llegó a Costa Rica para ponerla a gozar y sudar. Incluso hubo más de una persona que no pudo contener las lágrimas de felicidad.
El Teatro Popular Melico Salazar se vistió de discoteca y calentó motores desde las seis de la tarde. Estaba a punto de suceder algo pocas veces visto.
– ¿Amor? Uhh! De eso trajimos un montón para ustedes-, comentaba el cantautor el día antes del concierto. -Pasamos dos días de fraternización en la costa pacífica (Esterillos y Hermosa), así que nos agarran con un estado anímico increíble. Supongo que eso se dejará traslucir mañana en el concierto.
La velada inició pasadas las ocho de la noche y al compás del artista nacional Bernardo Quesada, quien al abrir la gala con el tema «Como luna creciente», dejó muy en claro que la noche sería enérgicamente fabulosa.
– Nos conocimos en Madrid, en un bar El Junco- mencionó el tico casi 24 horas antes del espectáculo.
-Pero Junco es el último bar al que vas ya cuando terminó la noche-interrumpió Drexler. – Es bastasnte gracioso que recordemos ese momento.
Solamente tres canciones interpretó el costarricense. Justo antes de entonar su última canción, pidió a Paola Bagnarello que subiera al escenario para que lo acompañase cantando. Ella forma parte de Bagnarello Producciones, compañía encargada de traer al uruguayo. Enseguida, la cúpula del Melico quedó a oscuras. A la espera de tan aclamado músico, doctor y poeta.
-Sí, eso que decís es un fragmento de mi canción «Don de fluir», ahí el protagonista no bailaba. Pero eso quedó atrás, uno evoluciona.
Luego de varios minutos en la incertidumbre, finalmente se escucharon las primeras notas musicales del invitado de honor. Sonaba la introducción de «Bailar en la cueva» mientras los músicos salían uno a uno de su camerino. Algunos de ellos se acercaron al frente, junto con el ganador del Oscar, quien fue recibido con fuertes aplausos, gritos y saltos. Saludaron brevemente al público y de inmediato su coreografía deslumbró a todos. Había comenzado la fiesta.
Sus primeros temas sirvieron para entrar en confianza con los espectadores. «Sé que esto no es usual en un teatro. Quiero felicitar a esos cuantos valientes que se atrevieron y se acercaron a bailar. Entre ellos un muchacho con chaleco verdoso y boina rojiza danzaba con una señorita de ropa holgada en las primeras filas.
Dicho esto, invitó a toda la audiencia a levantarse de sus asientos para llenar los pasillos.
-Como siempre digo, este es un disco hecho desde los pies. Bailar es la mejor actividad neurológica y lo más estimulante para el cuerpo- explicaba el músico desde el hotel, en Barrio San Bosco, cerca de Paseo Colón.
Un día después, eso se pudo comprobar. Fue tal la conexión del artista que incluso bajó del escenario, cruzó la baranda y sacó varias chicas tomadas de la mano. Muy juntitos bailaron con él, con uno que otro guardaespaldas, dos músicos de la banda y una avalancha de mujeres lanzadas desde sus respectivas butacas. Para ese momento la luna de espejos ya giraba en el aire.
Pasaron los brincos y el zapateo. Terminó la primera sacudida pidiéndole a los seguidores que lo acompañaran en su versión «a capela» de «Al otro lado del río», canción que lo llevó a ganar un premio de la Academia en 2005.
Durante este intervalo, el cantautor quedó solo bajo la luz amarilla; así pudo entonar las melodías más tranquilas de la noche.
Conforme los miembros de la agrupación volvían poco a poco a la tarima, el ambiente iba calentando de nuevo. Era hora de alguna sorpresa. Fue entonces cuando llamó a la sensual artista costarricense Debi Nova para entregarle a los presentes casi que en serenata, el tema «María Bonita» del mexicano Agustín Lara.
– Las colaboraciones se dan solas. Yo no las busco, se dan por amor. De hecho absolutamente todas las contribuciones de este último álbum nacieron luego de una cena. Cuando estábamos en Colombia, la vocalista de Bomba Estéreo nos invitó a cenar. Nos llevó a un cuarto al fondo de su casa, ahí amarramos el micrófono a una escoba y grabamos su parte de la canción.
Los relojes avanzaban, las personas sudaban y las alegres tonadas seguían resonando en las paredes del teatro. Jonathan Méndez, solista nacional, fue también otro de los invitados por el uruguayo para compartir escena.
El final del concierto se acercaba. Se podía oler. Faltaba poco para el desenlace de aquella noche espectacular.
– Bueno, estamos en la etapa final de Bailar en la Cueva. Estamos cerrando una gira de 70 conciertos y estos últimos cuatro, incluyendo Costa Rica y los tres restantes en Brasil, son una manera de despedirnos entre nosotros, con los músicos y con el equipo.
Los pasillos rebosaban de gente, los fotógrafos corrían de lado a lado, subían y bajaban escaleras, intercambiaban lentes, enfocaban, se quejaban o sonreían. Uno de ellos se aventuró y cruzó la puerta prohibida que lleva tras bambalinas.
– Lo siento, lo siento. Solamente quería la mejor toma- justificaba el reportero al grandulón que lo escoltaba afueras del telón.
Drexler dejó el escenario al término de la cumbia Bolivia. Su camiseta azul, chorreante de sudor, permitió distinguir el cansancio del músico, sin embargo, eso no lo detuvo, y al escuchar los estridentes y desesperantes gritos del público, volvió.
Muchos fans no lo podían creer, faltaban un sin fin de canciones. Se marchó por segunda vez, justamente después de la canción que lo llevó a ganar un Latin Grammy por mejor grabación del año 2014, «Universos Paralelos» y posteriormente la anhelada «Luna de Rasquí».
«Me tiré en la arena blanca y sin explicación lógica tuve la extraña sensación que la luna me hablaba. Me decía: -Estás en un punto en donde la pena no te ve, estás en el punto ciego de la pena-. Esa idea la retuve y se convirtió en canción. Primero la incluimos en el disco, luego en la gira y al final nos dimos cuenta que esas dos horas fuera de la pena se las trajimos a ustedes», dijo al micrófono antes de partir.
El hecho de devolverse a camerinos pareció no importarle a los espectadores. Sus cánticos y ovaciones no cesaban. -¡OTRA, OTRA, OTRA!- se escuchaba desde todos los rincones del lugar.
Se acercó nuevamente al micrófono y exclamó: «Me voy a dar un lujo que sólo te podés dar aquí en Costa Rica. Vamos a cantar una canción de uno de nuestros maestros más grandes, uno de mis músicos más admirados, ¡Walter Ferguson!».
– El chavalo fue a una fiesta en la que estábamos tocando ayer por la noche. Nos vio y le gusto lo que hacíamos porque él es amante del calypsonian.
«No hemos podido ir a visitarle, pero la buena noticia es que Limon vino hasta aquí. ¡Tengo unos músicos de Limón!»
-Cuando terminó la fiesta llegó a hablar con nosotros y nos invitó a tocar hoy- aclaraba Roth Holmes, integrante de la agrupación de calypso presente esa noche. Tocaba el quijongo y venía de Cahuita. Ellos, al ritmo de «Going to Bocas», le regalaron al público unos pasos caribeños.
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– Jorge, si pudieras describir el espectáculo de mañana en una palabra, ¿cuál sería?
– Sinceramente no puedo hacerlo. No soy un hombre de pocas palabras. Quizás vos, en tu labor periodística podás describirlo mejor que yo. Buscame mañana después del concierto y te cuento.
El show ya había terminado. Jorge Drexler cerró la noche al llamar de nuevo a Quesada, Méndez y Nova para que compartieran los últimos destellos de sus piezas musicales. Sus éxitos más queridos, «Todo se transforma» y «Me haces bien», fueron los últimos en ser coreados por la tribuna del Melico Salazar.
Algunos seguidores esperaron en las afueras del teatro con el fin de obtener al menos una foto con su ídolo o con los miembros del grupo, quienes se refrescaban en la acera y disfrutaban de un cigarrillo.
– Costa Rica es un paraíso. La gente está muy sana, así como espiritualmente. Me imagino que la naturaleza tiene algo que ver con ello- decía entre risas el bajista Martín Ferres. -¿Inlfuencias del bajo? Israel «Cachao», Salvador Cuevas, Jean Paul Johns, Billy Cox. ¿Pastorius? Mucho, pero eso es secreto.
Finalmente, puso un pie fuera del teatro. Fotos por aquí, abrazos por allá. «Con cuidado chicos» o «de uno en uno por favor» fueron las palabras del mánager.
– ¡No más fotos!-gritó el hombre.
– Quedan pocos, quedan pocos-le contestó el artista.
Entre flashes y sonrisas, su mirada se fijó en mi. A unos cuantos pasos de distancia saludó: – ¿Qué tal, maestro? – Y estrechando los brazos fuertemente al abrazarme, también mencionó:
– Perdón, no pude contestar tu pregunta-
A lo que le respondí, camino a un pequeño y cálido bar en Avenida 2a:
– Simplemente fascinante.