«La libertad no puede ser concedida sino conquistada.” Max Ernst
Nada es más consecuente con cualquier época que registre la historia que el arte. Y entre más convulso sea ese momento, más creativos y activos son los artistas. Lienzos, partituras, montajes en escena, poesía, narrativa, coreografías, y demás, se convierten en una diáspora de contenidos que se abren y esparcen entre las mentes de quiénes se preguntan ‘que pasó’. Desde todos los puntos cardinales se ‘lee’ a través de un artista el acontecer en el mundo.
Lo absurdo, lo extraño, lo perverso y violento no escapa de lo artístico, menos si en medio de ello se dispara una guerra. El dolor, el hambre, el odio, la venganza, la muerte y la desolación de pueblos enteros, de ciudadanos extorsionados unos, masacrados otros capturan el oficio de quien crea. Muchos hacen del arte una causa y una bandera, como testigos beligerantes.
Max Ernst es un muy fiel representante de ello. El autor de este mes rompe con lo habitual, y de lo que comúnmente se cataloga bello.
Su arsenal artístico explotó en una de sus exposiciones con poesía. “En 1920 realizó dos exposiciones sucesivas en Colonia. La segunda, instalada en el patio encristalado de una cervecería y amenizada por una señorita travestida de monjita declamando poemas licenciosos, provocó el ansiado primer escándalo “dadaísta” en la carrera artística del joven Max: cristales rotos por la indignada clientela del lugar, irrupción de la policía y breve estadía en la cárcel de los jóvenes terroristas culturales”, citan los medios en la red.
El alemán Max Ernst, es un poeta de la palabra y de la imagen. Anuncia y denuncia lo que vivió durante ambas Guerras Mundiales.
“Tras haber servido cuatro años como artillero en la Primera Guerra Mundial y haber visitado París y admirado las obras de los pintores cubistas o expresionistas, en Colonia, hacia 1919, publicó con Hans Arp una revista adscrita al movimiento culturalmente subversivo que en Zurich había iniciado Tristan Tzara y que entusiasmaba o irritaba a la intelectualidad europea: el dadaísmo”.
El Dadaísmo buscaba asombrar al público, provocar y romper con el concepto de belleza y todo sentido común para que no entendieran nada. Como decir surrealismo pero con mucho más de absurdo.
En ese mismo año y en París conoció a los artistas Picasso y Picabia, y entabló amistad con los poetas André Breton, Paul Éluard y Louis Aragon, que ya estaban en trance de inventar el surrealismo. Desde entonces y hasta su muerte Max pertenecerá a la historia del movimiento surrealista y a la historia del arte mundial con una vasta y variada obra siempre abierta a una simbología fantástica y onírica hecha visible con una técnica imitadora del “automatismo psíquico”.
Cuadros, dibujos, grabados, collages y poesías son deliberados sueños y pesadillas. Poco existe en los sitios de Internet sobre su poesía. Se recoge entre otras, ésta.
En un rincón el incesto ágil
Gira en torno a la virginidad del vestido corto
En un rincón el cielo liberado
Entrega esferas blancas a las espumas de la tormenta
En un rincón más claro que la totalidad de los ojos
Esperan a los peces de la angustia
En un rincón el carruaje de verdor del verano
Gloriosamente inmóvil para siempre
Al brillo de la juventud
De las lámparas encendidas con retardo
La primera muestra senos que matan a los insectos rojos.
Versión de Aldo Pellegrini
Ernst nació en 1891 y murió antes de cumplir los 85 años, en 1976. Para entonces vivía con su cuarta esposa pintora y poeta Dorothea Tanning a quien conoció en los años 40 mientras ayudaba a su esposa de entonces, Peggy Gugenheim, a buscar obras de pintoras surrealistas para exponerlas en su nueva galería, Art of This Century. Convivieron 30 años, ampliamente fotografiados. Se casaron en 1946, y vivieron siempre en Francia.
Novelista y poeta gráfico, se le rinde homenaje al enorme Max Ernst en el mismo mes de nacimiento y fallecimiento. abril, donde se unen -como dicen- espanto con la ironía, y viceversa.
Érika Henchoz es Periodista