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  1. Jesus de Nazareth Dijiste: «Mi reino no es de este mundo» (Jn 18,36), y sin embargo, tus máximos representantes han sido desde hace siglos monarcas de un reino. Y lo remachabas diciendo: «Si mi reino fuese de este mundo mi gente habría combatido para que yo no fuese entregado a los judíos.». Tú reino, Jesús de Nazaret, no fue de este mundo, pero el de tus representantes sí. Hasta hace muy poco han tenido ejércitos que han combatido por ellos y por defender sus posesiones terrenales; y sus soldados no eran simbólicos y «de carnaval» como son en la actualidad los de la guardia suiza en el Vaticano, sino que eran con mucha frecuencia fanáticos voluntarios o feroces mercenarios que en ocasiones realizaron matanzas que hubiesen avergonzado a cualquier tirano.El suyo es un reino con palacios y museos; un reino con embajadores, con recaudadores de impuestos, con códigos de justicia y con penalidades para aquellos que no cumplan las leyes; un reino con bancos y con banqueros tramposos y avaros —aunque estén ordenados in sacris— a los que no les importa en qué invierten el dinero del reino, con tal de que produzca buenos dividendos; un reino en donde no sólo se politiquea internamente en los palacios vaticanos, sino que se lleva la política y las influencias a todos los otros Gobiernos en donde hay súbditos cristianos; un reino en donde por siglos se cobraron tributos directos —yendo contra lo que tú habías dicho— y en donde en la actualidad se cobra por los servicios espirituales que se prestan. Los bautizos, las misas, los entierros y las bodas tienen tarifas como en cualquier oficina del gobierno. Tu reino espiritual, Jesús de Nazaret, tus representantes lo han convertido en un reino de este mundo. Si eres Dios, ¿no pudiste preverlo? Tan en serio han tomado su papel de reyes y de señores de este mundo que desde muy temprano en la historia se preocuparon de agenciarse territorios arrebatándoselos a las buenas o a las malas a otros reyes y señores más débiles que ellos. Nuestro catolicísimo Felipe II tuvo que hacerle la guerra a uno de ellos(Paulo IV), que quiso usurparle sus posesiones en Italia; y si nos pusiésemos a enumerar todas las guerras que tus representantes, grandes y pequeños, han hecho con el único objeto de conseguir o de defender tierras y ciudades, no terminaríamos.¡Qué mal ejemplo, Jesús de Nazaret, han dado tus pontífices a lo largo de la historia! ¿Cómo no los asististe de una manera especial, tal como lo habías prometido, para que respetasen tu voluntad y no hiciesen caricatura o burla de tus palabras?Dijiste: «Las zorras tienen cuevas y las aves del cielo tienen nidos, pero el hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» (Lu 9,58). Tus representantes están muy lejos de imitar tu ejemplo en cuanto a vivienda. No sólo los pontífices romanos han vivido siempre en suntuosas mansiones, sino que hasta los cientos de obispos de todo el mundo distan mucho de no tener dónde reclinar la cabeza.Y esto se ha hecho tan común y normal que sus moradas se llaman ordinariamente «palacio episcopal».Hace ya veinte años, y refiriéndome a esos personajes bíblicos, medio políticos medio obispos, llamados nuncios, escribí en mi libro Mi Iglesia duerme:«Recuerdo la mala impresión que me llevé cierto día que con gran sacrificio por parte mía acudí al nuncio de Su Santidad, residente en una capital distante,para exponerle ciertos graves problemas que afectaban a toda una diócesis. Su excelencia me recibió entre mármoles, y para estar a tono con el entorno, con una frialdad marmórea me permitió exponerle mis argumentos… Pero donde más visiblemente muestran los nuncios su alejamiento de la realidad cir-cundante es en su manera de vivir. Aparentemente tienen la idea de que si no
    imitan, aunque en tono menor, la pompa vaticana, no pueden representar eficientemente a la Santa Sede.Los representantes del «siervo de los siervos de Dios» (y ya va siendo hora de que o hacemos verdaderos muchos de estos motes que usan en la Iglesia o los borra-mos para siempre) tienen un automóvil tan bueno como el de cualquier embajador, se visten más llamativamente que cualquier embajador, viven en un palacio mejor que el de la mayoría de los embajadores y son huéspedes distinguidos de cuanto cóctel, inauguración, fiesta patria o aniversario de alguna importancia se celebre. Sus apariciones entre la gente humilde son mucho más parcas, ya que los pobres y aun la gente de clase media no suelen esta renvueltos en grandes protocolos de Estado y no suelen celebrar aniversarios como no sean los de sus incoloras vidas o los de sus difuntos.»Dijiste también: «No toméis oro ni plata ni cobre, ni tengáis dos túnicas ni sandalias…» (Mt 10,10). Tus obispos no tienen sandalias; tienen zapatos con hebillas plateadas o doradas, que lucirían ridículas en los pies de cualquier otro ciudadano. Y tus cardenales no sé si tienen dos túnicas, pero en la que hasta hace poco tenían lucían una grotesca cola ¡de hasta ocho metros de largo! ¿No los veías tú desde el sagrario, en donde dicen que estás de cuerpo presente, avanzar pomposamente como pavos reales por la nave central de sus respectivas catedrales, arrastrando tras de sí aquel ínclito apéndice, aquella sacra trapería roja que resume toda la mundanidad y toda la ridiculez de las cortes renacentistas y dieciochescas? ¿No te cogían ellos poco después en sus manos al celebrar la misa? ¿Por qué nunca le dijiste nada a alguno de ellos acerca de la burla que suponía el representarte a ti y vestir de aquella manera? No sólo una burla a ti y a tus palabras, sino una provocación y un insulto para los miles de sus «ovejas» que viven en la miseria o pasando estrecheces.Dijiste: «Cuando seáis invitados a un banquete no ambicionéis los primeros puestos…»A tus representantes parece que les gustó lo de los banquetes, porque ¡cuánto han banqueteado! Y no sólo como invitados de los ricos y poderosos, sino que ellos mismos han organizado banquetes con frecuencia y no han invitado a ellos a los pobres y mendigos tal como tú le dijiste al fariseo que te invitó a comer:«Cuando des una comida o una cena no llames a tus amigos o a tus hermanos y parientes ni a tus vecinos ricos, no sea que ellos te inviten a su vez y tengas ya tu recompensa. Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los cojos y a los lisiados y ciegos, y serás dichoso porque no te pueden corresponder y así se te corresponderá en la resurrección de los justos» (Lu 14,12-14). Tus representantes han invitado repetidamente a los poderosos para politiquear,a los ricos para tratar de finanzas y a los parientes para hartarse.A modo de anécdota, permítame el lector que transcriba una nota tomada de mi libro El cristianismo, un mito más: «He aquí lo que se consumió en la boda de una sobrina del Papa Juan XXII (1316-1334): ocho bueyes, 55 carneros, cuatro jabalíes, 200 capones, 690 pollos, 580 perdices, 280 conejos, 40 codornices, 37 patos, 50 palomas, dos grullas, dos faisanes, dos pavos, 292 aves menores,3.000 huevos, variedad abundante de pescado, 2.000 manzanas y peras, 4.000 panes y unos 2.000 litros de vino. Total, que las bodas de Camacho fueron un asco.» ¡Todo esto pagado con las limosnas y contribuciones de los católicos humildes de toda Europa!¿Y los pobres de los que tú tanto hablabas? Para los pobres, Juan XXII reservótus bienaventuranzas, que también están en el evangelio.Decididamente tus representantes dan la impresión de haberlo leído sólo para hacer caricatura de él. Tu entrada en Jerusalén, días antes de la pasión, la hiciste solemnemente, como una gran excepción en tu vida, cabalgando sobre una humilde asna. En el caminar y el viajar, tus pontífices, desde muy temprano en la historia, se olvidaron de los asnos y de las ramas de árboles y de las vestiduras humildes.Su viajar fue siempre pomposo y lleno de ostentación. Desde los enjaezados corceles blancos de los Papas de la antigüedad, escoltados por miles de jinetes y llevados de la brida por algún rey o emperador, hasta los opulentos palios, las alfombras principescas, las sillas «gestatorias», las carrozas adoseladas, los asientos ad hoc en los aviones y los «papa móviles» de nuestros días hay un gran trecho que tus representantes han caminado «sin volver la vista atrás» y sin preocuparse de que tales poses van contra el espíritu de lo que tú habías predicado con el ejemplo cuando casi descalzo caminabas con tus apóstoles los polvorientos caminos de Judea y Samaría.¡Qué lejos queda la humilde asna que te sirvió de vehículo en tu entrada en Jerusalén! ¿Cómo los has dejado que hagan por tanto tiempo caricatura de lo que tú predicaste? ¿Cómo no has defendido a tus fieles de sus mundanidades y de sus falaces enseñanzas? ¿Cómo te has desinteresado tanto de tu Iglesia, a la que prometiste asistencia perpetua hasta el fin de los tiempos? ¿Cómo no has cumplido tu palabra dejando que tus representantes en cuanto a vestimenta y modo de vivir se convirtiesen en una caricatura de lo que tú fuiste?

    Salvador Freixedo… ex Jesuita del vaticano durante 40 años

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