San José, 8 Abr (Elpaís.cr) – «Solo faltó un gol»… Fue lo primero que dijeron los protagonistas y los aficionados de Alajuelense una vez terminó el cotejo ante el Impact de Montreal, que consumó el pase de los canadienses a la final de la Concachampions, tras un partido que se puede describir tranquilamente como una ‘montaña rusa de emociones’.
Desde las horas previas al cotejo reinaba el optimismo. En la cancha no fue para menos. El «Por la r3m0ntada» estaba más latente que nunca, sin embargo, nada salió de acuerdo a lo planeado.
La gente empujaba mientras recibía a su conjunto con un mosaico rojinegro en las tribunas. Un gran ambiente se vivió en el estadio Alejandro Morera Soto, incluso el entrenador rival Frank Klopas, se deshizo en elogios hacia la afición local.
No obstante, conforme avanzaban los minutos el Impact demostró que es un equipo muy compacto, ordenado y con mucha capacidad en ofensiva. Presionó bien arriba, mantuvo firmeza en la marca por el mediocampo y los costados, intentó sostener la pelota y buscó el arco rival.
Además, en el primer tiempo no tuvo errores atrás, la Liga le facilitó bastante la labor con centros sin sentido ante la falta de profundidad e imposibilidad para superar a los rivales, y capitalizó un descuido de los rojinegros sobre el fin de la inicial.
Al 41′ cuando en la tribuna se escuchaban cánticos que llamaban al gol erizo, llegó la anotación pero del contrario. Centro desde la derecha y gol de Mcinerney anticipando a la defensa por el centro del área. El ánimo bajó y comenzó el murmullo. Cuatro tantos necesitaban los manudos para alcanzar la ansiada final de Concacaf.
El medio tiempo le sentó bien a los manudos. Según el técnico Óscar Ramírez «se habló fuerte» durante esos 15 minutos. Sin dudas sirvió para cambiar la postura y el desempeño de los alajuelenses sobre el campo.
Tan solo un instante después del pitazo de Joel Aguilar para la reanudación, Pablo Gabas anotó un golazo de tiró libre. Le devolvió el alma al cuerpo a los hinchas y por su puesto a sus compañeros, para que no bajaran los brazos y lucharan juntos por la remontada en esos más de 40 minutos restantes.
El mismo Gabas anotó a los 60′ el 2-1. Se desató la euforia en un Morera que no paraba de saltar, de gritar, de rugir. El ‘León’ recuperaba la vitalidad e iba con fiereza a devorarse a los canadienses.
La Liga se adueñó del partido. Se jugaba más en mitad de terreno rival pero no se generaban ocasiones tan claras. Ramírez comenzó a arriesgar, ya había salido Diego Calvo, entró José G. Ortiz. Posteriormente ingresó Allen Guevara y salió Ariel Rodríguez. Los erizos se quedaban sin volante de contención. Todo era ‘matar o morir’.
El Impact entendió esto y golpeó a los 71′ con gol del recién ingresado Andrés Romero para el 2-2. El silencio llegó a la grada y de vuelta ese murmullo de inseguridad. Algunos se agarraban la cabeza. Lo que se preveía como una «noche mágica» se convertía en una pesadilla. El Mundial de Clubes se alejaba cada vez más y el tiempo se diluía sin una respuesta eriza.
A falta de 12 minutos McDonald peleó en ataque, sirvió para el ‘Caya’ por izquierda y este centró para Guevara que por el segundo palo, sin marca, puso el 3-2. Revivían las ilusiones aunque la realidad dictaba que las posibilidades de la hazaña eran reducidas. A pesar de esto el ‘León’ no renunció, siguió creyendo.
Parecía que todo terminaba así. Con un merecido triunfo liguista y global de 4-3 en favor de los visitantes, quienes se notaban cansados por el desgaste y la exigencia a la que fueron sometidos por la intensidad manuda en la complementaria, pero de todas formas obtenían su premio.
Sin embargo, a los 92′ llegó la última luz de esperanza. El incansable Jonathan McDonald sacó un derechazo desde el borde del área que se coló en el arco de Bush, y de vuelta provocó la exaltación de los hinchas que creían en un milagro, pero faltaba un minuto. Tiempo insuficiente y la segunda frustración manuda consecutiva en Concachampions. Tristeza y llanto de un lado, alegría e incredulidad del otro. Las dos caras de la moneda.
Finalizaba un partido que se vivió al límite. Con emociones cambiantes. Extremas. Por momentos se impuso la euforia y en otros el nerviosismo. Los goles visitantes apagaban la motivación en las gradas pero los locales nunca bajaron la guardia y trataron de mantener viva la ilusión, mas ese solitario gol que hizo falta fue la diferencia, enorme, entre las risas de unos y las lágrimas de otros.
Sí, muy movido, lleno de entusiasmo como de goles, pero de poca calidad. Ya son muchos los aficionados »manudos» que dicen que el fútbol que viene jugando la Liga, bajo la dirección del Macho Ramírez, es más chapuza que otra cosa. Es una lástima, porque el plantel tiene cantidad de buenos y jóvenes jugadores.