Actualmente este miedo a perder el empleo y vivir bajo una grave frustración por no poder realizar nunca su sueño lleva a no pocas personas a la angustia, de la angustia a la pérdida del sentido de la vida, y de esta pérdida al deseo de morir. La crisis de la geosociedad está haciendo surgir una especie de “malestar en la globalización” replicando el “malestar en la cultura” de Freud.
A causa de la crisis, las empresas y sus gestores llevan la competitividad hasta un límite extremo, estipulan metas casi inalcanzables, infundiendo en los trabajadores angustias, miedo y, no es raro, síndrome de pánico. Se les exige todo: entrega incondicional y plena disponibilidad, lastimando su subjetividad y destruyendo las relaciones familiares. Se estima que en Brasil cerca de 15 millones de personas sufren este tipo de depresión, ligada a las sobrecargas de trabajo.
La investigadora Margarida Barreto, médica especialista en salud del trabajo, observó, en una investigación llevada a cabo en el año 2010 oyendo a 400 personas, que cerca de la cuarta parte de ellas había tenido ideas suicidas a causa de la excesiva exigencia del trabajo. Continúa ella: «es necesario ver el intento de quitarse la vida como una gran denuncia de las condiciones de trabajo impuestas por el neoliberalismo en las últimas décadas». Resultan especialmente afectados los empleados de banca del sector financiero, altamente especulativo y orientado a la maximización de los lucros.
Una investigación hecha en el 2009 por el profesor Marcelo Augusto Finazzi Santos, de la Universidad de Brasilia, averiguó que entre 1996 y 2005, cada 20 días se suicidaba un empleado de banca a causa de las presiones por metas, exceso de tareas y pavor al desempleo.
La Organización Mundial de la Salud estima que se suicidan cerca de tres mil personas diariamente, muchas de ellas por causa de la abusiva presión del trabajo. Le Monde Diplomatique de noviembre de 2011 denunció que entre los motivos de las huelgas de octubre en Francia se encontraba también la protesta contra el ritmo de trabajo acelerado impuesto por las fábricas causando nervosismo, irritabilidad y ansiedad. Se volvió a lanzar la frase de 1968 que rezaba:“metro, trabajo, cama” , actualizándola ahora como “metro, trabajo, túmulo” . Es decir, enfermedades letales o suicidio como efecto de la superexplotación del proceso productivo al modo ultra acelerado norteamericano.
Estimo que, en el fondo de todo, estamos frente a aterradoras dimensiones nihilistas de nuestra cultura. El término nihilismo fue introducido en 1793 durante la Revolución Francesa por Anacharsis Cloots, un francoalemán, y fue divulgado por los anarquistas rusos a partir de 1830, que decían: «todo está equivocado, por eso todo tiene que ser destruido, y hay que recomenzar de cero». Después Nietzsche retoma el tema del nihilismo, aplicándolo al cristianismo que, según él, se opone al mundo de la vida. En la posguerra, en su seminario sobre Nietzsche, Heidegger va más lejos al afirmar, creo que de forma exagerada, que todo el Occidente es nihilista porque olvidó el Ser en favor del ente. El ente, siempre finito, no puede llenar la búsqueda de sentido del ser humano. Alexandre Marques Cabral dedicó dos volúmenes al tema: Nihilismo e Hierofanía: Nietzsche y Heidegger (2015). En sectores de la posmodernidad, el nihilismo se transformó en la enfermedad difusa de nuestro tiempo, es decir, todo es relativo y, en el fondo, no vale la pena; la vida es absurda, los grandes relatos de sentido perdieron su valor, las relaciones sociales se licuaron y está en vigor un aterrador vacío existencial.
En este contexto, se retoman tradiciones nihilistas de la filosofía occidental como el mito, citado por Aristóteles en suEudemo, del fauno Sileno que dice: «no nacer es mejor que nacer y una vez nacido, es mejor morir lo más pronto posible». En la misma Bíblia resuenan expresiones nihilistas que nacen de la percepción de las tragedias de la vida. Así dice el Eclesiastes: «es más feliz quien nunca llegó a existir y no conoció la iniquidad que se comete bajo el sol» (4,3-4). Nuestro Antero de Quental (+1860) en un poema afirma «que siempre el mal peor es haber nacido».
Sospecho que ese malestar generalizado en nuestra cultura, contaminó el alma del copiloto Lubitz. Personas que entran en las escuelas y matan a decenas de estudiantes en varios países y hasta entre nosotros en 2011 en Río en la escuela Tasso da Silveira, cuando un joven mató a más de una decena de alumnos, revelan el mismo espíritu nihilista. Miedo difuso, decepciones y frustraciones destruyeron en Lubitz el horizonte de sentido de la vida. Quiso encontrar en la muerte el sentido que le fue negado en la vida. Escogió trágicamente el camino del suicidio. El suicidio pertenece a la tragedia humana que siempre nos acompaña. Por eso hay que respetar el carácter misterioso del suicidio. Tal vez sea la búsqueda desesperada de una salida en un mundo sin salida personal. Delante del misterio callamos, pasmados y reverentes, por más desastrosas que puedan ser las consecuencias.
(*) Leonardo Boff es Teólogo